lunes, 7 de noviembre de 2011

El verdadero Espíritu de Asís: fe recta, caridad perfecta, humildad profunda

Estatua de orante en el jardín de san Damián
mirando hacia Santa María de los Ángeles (Asís)
Hace 25 años, el 27 de octubre de 1986, el beato Juan Pablo II presidía en Asís una Jornada Mundial de Oración por la Paz, con la presencia de los representantes de las principales religiones y de las Iglesias y confesiones cristianas. Según cuenta el cardenal Etchegaray, entonces presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y uno de los máximos responsables de esa Jornada, la iniciativa surgió a raíz de una carta que había recibido el Papa un año antes de un distinguido físico, Weizsäcker, buen conocedor del peligro nuclear, pidiéndole que hiciera algo por la paz. De Juan Pablo II salió la idea de que fuese un encuentro celebrado en Asís, centrado en la oración, y con representantes no sólo cristianos, sino de todas las religiones. Según el cardenal vasco-francés, esto fue una “idea audaz, verdaderamente nueva y diría que profética” (entrevista en Vida Nueva). Yo comparto plenamente esta opinión. Creo que como otras iniciativas innovadoras del ‘gran’ Papa polaco, como las Jornadas Mundiales de la Juventud o las relacionadas con el matrimonio y la familia, fueron fruto de una auténtica inspiración del Espíritu Santo dada al sucesor del Pedro.
Primer Encuentro de Asís el 27 de octubre de 1986
(foto en Vida Nueva)
Por ello no es de extrañar que en algunos sectores de la Iglesia surgieran reservas, resistencias y a veces oposición frontal ante esta iniciativa. Así fue también cuando San Pedro, en otro contexto y sin querer exagerar la comparación, abrió la Iglesia a los gentiles con el bautismo de Cornelio y su familia (Hechos 11, 1-18). Un ejemplo conocido de esta oposición a la primera Jornada de Asís fue la de Mons. Lefebvre: “El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, luego de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo encarnado y Su Iglesia, hace estremecer de horror. Juan Pablo II alentando a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedente”. Es innegable que una tal iniciativa que coloca — también visiblemente ante las cámaras — todas las religiones y los cristianos juntos en la búsqueda de un objetivo común mundano, corre el riesgo de ser mal interpretada en un sentido relativista, como si todas las religiones fueran iguales, y sincretista, como queriendo crear una religión universal válida para todos. Los trajes coloridos y ademanes peculiares de muchos al rezar también pudieron parecer poco serios a algunos. Cierta precaución, por tanto, es demandada para evitar falsas interpretaciones y dejar claro el significado de una Jornada como la de Asís. El mismo Juan Pablo II, al iniciarla en 1986, decía: “El hecho de que hayamos venido aquí no implica intención alguna de buscar entre nosotros un consenso religioso o de entablar una negociación sobre nuestras convicciones de fe. Tampoco significa que las religiones puedan reconciliarse a nivel de un compromiso unitario en el marco de un proyecto terreno que las superaría a todas. Ni es tampoco una concesión al relativismo en las creencias religiosas, ya que cada ser humano ha de seguir con sinceridad su recta conciencia con la intención de buscar y obedecer a la verdad. Nuestro encuentro testimonia solamente  —y éste es su gran significado para los hombres de nuestro tiempo — que en la gran batalla en favor de la paz, la humanidad, con su gran diversidad, debe sacar su motivación de las fuentes más profundas y vivificantes en las que se plasma su conciencia y sobre las que se funda la acción moral de toda persona”.
Chico en contra de la celebración de la Jornada
delante de Santa María de los Ángeles (27/10/2011)
En estas clarificadoras palabras de Juan Pablo II al comenzar la Jornada, precedidas también por otras intervenciones suyas parecidas en los Ángelus y Catequesis inmediatamente anteriores a ese primer encuentro interreligioso de Asís, podemos ver la mano del entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de le fe. Él no estuvo presente en esa primera Jornada y se ha dicho que había confiado a algunos amigos íntimos sus reservas. Sin embargo, 25 años después, en el Ángelus del 1 de enero de 2011, Jornada Mundial por la Paz, sorprendió a todos cuando anunció que quería celebrar el 25 aniversario de aquella primera Jornada de Asís y en la misma ciudad. Y así lo hizo, teniendo yo la suerte de poder estar presente ese día en la ciudad del Santo seráfico e imbuirme del espíritu de Asís.
Discurso del Papa en el Encuentro
interreligioso ante la la Porziuncula
Santa María de los Ángeles (27/10/2011)
Esta decisión del Papa Benedicto XVI, después de la caída del muro de Berlín y de las Torres Gemelas, es una clara señal de que él también piensa que la iniciativa de su beato predecesor fue una inspiración divina. Ciertamente, la experiencia de las anteriores Jornadas ha llevado a introducir algunos cambios, varios de ellos para alejar aún más el riesgo de una posible falsa interpretación. Así, en esta ocasión, no ha tenido lugar una oración pública en común — que no común, que sería sincretista —, sino que los líderes religiosos han tenido la posibilidad de rezar en las habitaciones que se les habían asignado en el Convento de la Porziuncula, cerrando la puerta como manda Jesús en el evangelio. También se ha hecho más hincapié en el aspecto de peregrinación como recoge el lema ‘peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz’, ya que todo ser humano, también el creyente en Cristo, es un peregrino que camina hacia la Verdad plena. El título también de la Jornada se ha ampliado para indicar que no es sólo un encuentro de oración, sino también de ‘reflexión y diálogo por la paz y la justicia en el mundo’. Junto a estas innovaciones y relacionada con ellas hay una que ha sorprendido a algunos y que es de suma importancia para esclarecer la intención del Papa: la presencia e intervención de personalidades no religiosas pero comprometidas con la búsqueda de la verdad y el progreso de la humanidad.
Estos cambios dan claramente a entender lo que persigue Benedicto XVI con esta Jornada y la teología que la sustenta. Joseph Ratzinger desde el comienzo de su pontificado ha señalado como uno de los peligros mayores para la fe la ‘dictadura del relativismo’, por tanto esta iniciativa querida este año personalmente por él no puede tener nada de relativista. Por otro lado, es un punto central de su pensamiento que la Verdad no es una fórmula o un conjunto de preposiciones, sino una persona, Cristo. Él, como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue el responsable de esa importante declaración sobre “la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia” que se llama Dominus Iesu. Sin embargo, en su magisterio, Benedicto XVI también insiste mucho en que la verdad no la poseemos, sino que nos posee, y que a Dios no lo podemos considerar una propiedad nuestra. También reitera con frecuencia que la verdad no se puede imponer y que la genuina naturaleza de la religión es incompatible con el uso de la violencia, como dijo en el famoso discurso en la Universidad de Ratisbona y volvió a reiterar como mensaje central de esta Jornada de Asís. Otros principios teológicos que sustentan esta iniciativa son la unidad de toda la familia humana que tiene un sólo Creador y Padre y el común viaje que todos los hombres realizamos, que es también un viaje del espíritu hacia la verdad.
Tumba de san Francisco
Sin embargo, para aclarar aún más el fundamento teológico de esta Jornada de Asís en el pensamiento del Papa, fundamento que también justifica un auténtico diálogo interreligioso y lo promueve, hay que analizar la relación entre fe y humildad en los escritos y discursos de Joseph Ratzinger. Para él la verdadera fe del creyente en Cristo y la certeza que conlleva nada tiene que ver con la falsa seguridad del fanático intolerante, que en el fondo esconde una angustiosa inseguridad y es una huida hacia delante motivada por el miedo. La fe auténtica implica una profunda humildad, que es la virtud ligada al reconocimiento de la propia verdad y de los propios límites. El creyente sabe que la fe es un don inmerecido y que es sumamente frágil, suspendida sobre el abismo de la nada, y que es susceptible de crecer en un conocimiento cada vez más pleno de la Verdad que le ha sido revelada y de la que no es dueño. Este modo de vivir la fe posibilita un diálogo sincero con todo hombre religioso y con todo buscador de la verdad, entraña un proceso continuo de purificación, sabe que puede aprender de otros y con otros implicarse en la defensa de la dignidad del hombre y en la promoción del bien común de la humanidad. Unas palabras de Joseph Ratzinger en el libro-entrevista con Peter Seewald Dios y el mundo (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002) así lo indican:
La fe nunca está sencillamente ahí, de forma que yo pueda decir a partir de un momento determinado que yo la tengo y otros no. Ya lo hemos comentado. Es algo vivo que incluye a la persona entera — razón, voluntad, sentimiento– en toda su dimensión. Entonces cada vez puede arraigar más profundamente en la vida, de forma que mi existencia se torne más y más idéntica a mi fe, pero a pesar de todo nunca es una mera posesión. La persona conserva siempre la posibilidad de ceder a la tendencia opuesta y caer.
La fe sigue siendo un camino. Mientras vivimos estamos de camino, de ahí que se vea amenazada y acosada una y otra vez. Y también es curativo que no se convierta en una ideología manipulable. Que no me endurezca ni me incapacite para pensar y padecer junto al hermano que pregunta, que duda. La fe sólo puede madurar soportando de nuevo y aceptando en todas las etapas de la vida el acoso y el poder de la falta de fe y, en definitiva, trascendiéndolos para transitar por una nueva época (p. 29).
Coro de santa Clara
Con todo, es otro texto más antiguo del actual Papa el que más aclara su pensamiento sobre la relación entre fe y humildad, certeza y duda, verdad y búsqueda, evangelización y diálogo. Es un texto que yo creo fundamental y también profético, aunque ha pasado muy desapercibido, y que no sólo justifica un acto como el de Asís, sino explica el fundamento que sustenta y da sentido al diálogo con otras religiones y con todo hombre que busca la verdad, al señalar lo que une al creyente y al no creyente. El texto se encuentra en el libro más famoso del teólogo Joseph Ratzinger antes de ser Papa, cuyo título es Introducción al cristianismo (consulta del libro en Catholic.net):
Prescindamos del ropaje literario. Creo que en esa historia se describe con mucha precisión la situación del hombre de hoy ante el problema de Dios. Nadie, ni siquiera el creyente, puede servir a otro Dios y su reino en una bandeja. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que ‘quizá’ sea verdad. El ‘quizá’ es siempre tentación ineludible a la que uno no puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no puede rechazarse. Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. La duda impide que ambos se encierren herméticamente en su yo y tiende al mismo tiempo un puente que los comunica. Impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia (es iluminante leer todo el apartado sobre duda y fe en este libro de Joseph Ratzinger).
Hábitos de san Francisco y santa Clara
Es esta concepción de la ‘humildad de la fe’ la que ha llevado Benedicto XVI a invitar también a no creyentes a la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo y a dedicarles una buena parte de su importante intervención. Incluso algunos han hablado, como el conocido vaticanista Andrea Tornielli, no sin razón, de una cierta predilección del Papa por los agnósticos. Esta concepción es también la que está detrás de la iniciativa del ‘Patio de los Gentiles’ de la que toma título este blog.
Vista de la Basílica de san Francisco durante el
Encuentro interreligioso de la tarde (27/10/2011)
Juan Pablo II convocó la primera Jornada en Asís y esto también forma parte de la inspiración divina que motivó esta iniciativa. Esta bellísima y pequeña ciudad de la Umbria, a menos de doscientos kilómetros de Roma, es la ciudad de san Francisco, el fundador de los franciscanos, el alter Christus, el primer estigmatizado, el pobrecillo, el reformador de la Iglesia, el que fue a predicar al sultán de los turcos aunque no pudo conseguir más que muestras de admiración y eso que buscaba el martirio. A esto se debe que los franciscanos tengan la Custodia de los Santos Lugares. La Oración Simple atribuida equivocadamente al santo en el siglo pasado es, a pesar de ello, un buen reflejo del espíritu del pobrecillo de Asís y está muy en sintonía con las primeras fuentes franciscanas:
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.

Encuentro intterligioso de la tarde ante la entrada a la
Basílica inferior de San Francisco (27/10/2011)
(foto Osservatore Romano)
                Si se tiene la suerte de poder visitar esta ciudad y rezar en la tumba del santo o ante la cruz original que habló a Francisco pidiéndole que reconstruyera la Iglesia que se estaba cayendo, y que se conserva en la Iglesia de santa Clara junto con otras reliquias, como los hábitos originales de los dos santos, o más aún, visitar el monasterio de San Damián, el primer lugar de Clara y su hermanas, las ‘pobres damas’ como entonces se llamaban, con su pequeño y sencillo coro, su dormitorio y el comedor, o la Porziuncula donde empezó la orden franciscana, o el Tugurio de Rivotorto, se puede percibir algo de ese Espíritu de Asís de que tanto se habla y que inspira estas Jornadas. Algo de este espíritu se puede encontrar en otra oración de san Francisco, esta vez original suya y que según las fuentes franciscanas rezaba delante del crucifijo de San Damián:
Alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sensatez y conocimiento, Señor, para hacer tu santo y veraz mandamiento.

Mons. Marco Frisina, al poner una bellísima y sugerente música a esta oración, añadió otra petición que está plenamente en línea con el pensamiento y la vida del pobrecillo de Asís: “dame humildad profunda”. La fe recta, la humildad profunda y la caridad perfecta constituyen la esencia del espíritu de Asís y del auténtico diálogo interreligioso y con los no creyentes, como también del compromiso conjunto por la paz.

San Francisco pintado
por Cimabue
(Basílica Inferior de Asís)
                Dos días después de la primera Jornada de oración por la Paz en Asís, hace 25 años, Juan Pablo II en un discurso a los representantas de las religiones no cristianas pedía que se ‘continuara difundiendo el mensaje de la paz, que se continuara viviendo el espíritu de Asís'. Y, desde entonces, se ha intentado vivir este espíritu de distintas formas, no todas acertadas. Con humildad profunda, fe recta y caridad perfecta lo podremos hacer, pero esto es fruto de la oración, y para nosotros los cristianos de la oración ante el crucificado, el príncipe de la paz, el que vino a reconciliar en la cruz lo que estaba separado. Francisco fue un enamorado de Jesús crucificado, tanto que se identificó en su mismo cuerpo con Él, y se volvió un hombre de paz. ¡Qué lo podamos ser también nosotros, siguiendo su ejemplo, imbuidos del Espíritu de Asís que aún se respira en esa ciudad, con fe recta, humildad profunda y unidos al Señor crucificado!

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

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