Homilía 12 de febrero 2012
VI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Jornada Nacional de Manos Unidas (Campaña contra el hambre)
Estatua de san Francsico abrazando al leproso Iglesia de Rivotorto (Asís) |
Para muchos, incluyéndome a mí, la obra más entrañable, más íntima, más personal, más reveladora, de los escritos de Francisco de Asís es su Testamento. Quería el santo que junto con la Regla fuera entendido ‘sencillamente y sin glosa y guardado con obras santas hasta el fin’. Justo al comienzo del Testamento el pobrecillo de Asís cuenta la experiencia que dio lugar a su conversión: el encuentro con los leprosos. Es conveniente, por su belleza y sencillez, citar las mismas palabras de Francisco:
"El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia de esta manera. Porque, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me volvió dulzura del alma y del cuerpo. Y después de permanecer un poco, salí del siglo."
Creo que muchos de nosotros hemos tenido experiencias parecidas en nuestra vida, sobre todo si nos hemos dedicado a actividades de voluntariado y de apostolado con los marginados. El acercarnos físicamente a las personas rechazadas, marginadas, enfermas, que nos crean un cierto reparo y miedo y la tendencia a evitarlas, quizás hasta un cierto asco natural, lleva a un cambio profundo de nuestro ser. Al superar ese primer movimiento de rechazo, ‘lo que era amargo se vuelve dulce’ como dice san Francisco, y descubrimos algo nuevo acerca de nosotros y del otro. Una de las experiencias más valiosas que hice a lo largo de mi formación para el sacerdocio, fue pasar unas semanas conviviendo en una casa con personas minusválidas, asistiéndolas en todo con el propósito de que pasaran un verano más feliz. Al principio fue chocante para mí tener que ayudarlas para que se levantaran, se vistieran, se asearán, comieran, pasearan... pero lo que era duro y difícil al principio se volvió dulce y bello al final. Como siempre pasa en este tipo de experiencias, fueron estas personas las que me ayudaron a mí a pasar un verano inolvidable y no yo a ellas.
De este tipo de experiencias nos habla el evangelio de hoy. En tiempos de Jesús el término lepra tenía un significado más amplio del que tiene hoy. Se refería a la enfermedad de la lepra, pero también a otros tipos de patologías cutáneas como podemos deducir de la primera lectura que menciona ‘inflamación, erupción o manchas’. Éstos que hoy llamaríamos síntomas, implicaban impureza ritual y llevaban a que el individuo que los padecía fuera marginado de la sociedad; él mismo tenía que gritar que era impuro para que las personas no se le acercaran y se contaminaran. Los sacerdotes eran los encargados de declarar a la persona impura y de confirmar la curación reintegrándola en la comunidad.
Lo que más sorprende de este relato evangélico es que Jesús se salta las leyes sobre lo puro y lo impuro y toca al leproso. Siente lástima por él y transgrede las normas sociales y religiosas y extiende la mano y toca al que había sido estigmatizado también por el poder religioso como impuro y excluido de la sociedad. Curiosamente, exactamente lo mismo hace el buen samaritano en la parábola que Jesús cuenta para explicarnos quien es nuestro prójimo. En la vida de los santos, como también en la de hombres de bien de otras religiones, hay muchísimos ejemplos de este tipo de conducta en que por amor, por compasión — que es un sentimiento propio de Dios y del hombre cuando no tiene el corazón endurecido —, se saltan normas de exclusión injustas, superando barreras puestas por los hombres, y se hace realidad una nueva forma de entender y de vivir nuestra común humanidad.
Es verdad que en el relato evangélico de la Liturgia de la Palabra de este domingo lo que más destaca el evangelista es el poder de Jesús de hacer milagros, de salvar al hombre de todo mal que lo oprime. Así constatamos como en los primeros capítulos de este evangelio de Marcos que narran el comienzo de la actividad del Señor en Galilea, Jesús se nos presenta como el que nos libera del demonio con el exorcismo del endemoniado, el que nos salva de la debilidad y de la enfermedad con la curación de la suegra de Simón y de los demás enfermos, y el que nos redime del pecado con el perdón, como escucharemos el próximo domingo. Con la curación del leproso Jesús se muestra como el que salva de la marginación y supera las barreras injustas que construimos los hombres. Jesús nos puede liberar del mal y del pecado, que es su raíz profunda, gracias a su poder divino que se muestra en su capacidad de hacer milagros. De ahí la importancia de los milagros, que el Concilio Vaticano I define como un “suceso o fenómeno sensible, producido por un poder divino, como signo religioso, al margen de, o en contra el curso ordinario de la naturaleza” (DS 3034 y 3009).
Sin embargo, aunque no podamos imitar a Jesús en su poder de hacer milagros, sí podemos imitar su conducta. Como dice san Pablo a los Corintios en la segunda lectura de hoy: “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”. Y Cristo con su proceder, con su conducta y su enseñanza, nos muestra el camino de acercarnos al otro, de superar las barreras entre nosotros, también las pseudoreligiosas, de tocar la marginación. Él mismo, nos dice la Escritura, se hizo pecado en favor nuestro. Si hacemos esto probablemente no sanaremos al que está excluido ya que no tenemos ese poder, pero sí nos sanaremos nosotros. Por eso es tan importante que los cristianos realicemos alguna actividad que implique un auténtico contacto con los marginados. No hacerlo conlleva el riesgo de instalarnos en un cristianismo cómodo y 'pijo', que es un falso cristianismo que construye y mantiene muros que el Señor ha derrumbado.
Muy bien saben esto los que trabajan en Manos Unidas que celebran hoy su Jornada Nacional. Su Campaña de este año hace referencia al derecho a la salud, recogido y proclamado insistentemente en las Declaraciones de los Derechos Humanos y que en muchos países sigue sonando a utopía. Con el lema “La salud derecho de todos: ¡Actúa!”, nos quiere hacer más sensibles al hecho de que muchas enfermedades, como el Sida y la malaria, en principio curables o controlables, para muchos las ‘lepras’ de hoy, siguen causando millones de muertos en muchos países cada año por falta de recursos. Esta reconocida ONGD católica quiere incidir en esta situación con nuestra ayuda y la colecta de hoy de las misas en España se destinará a ello. Pero esta asociación que surgió de mujeres de Acción Católica hace muchos años, galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2010 al celebrar su 50 aniversario, propone que la Colecta de hoy sea también fruto de un ayuno voluntario. Ofrecer nuestra colaboración económica es algo necesario, pero como cristianos debemos hacer más, tenemos que solidarizarnos con los que ayudamos, ‘tocarlos’ como hicieron Jesús y san Francisco, para que ellos nos sanen a nosotros de nuestros egoísmos y murallas interiores, que nos hacen menos humanos y menos parecidos al Señor.
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