CONFERENCIA: LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS Y EL DESAFÍO DEL ‘PENSAMIENTO DÉBIL’
BERNARD LOBERGAN VS. GIANNI VATTIMO
Centro Cultural “Gloria Fuertes” Jueves 19 de febrero 2009
Lo primero es agradecer a Juan Carlos Infante, director de este
Centro Cultural 'Gloria Fuertes' en el que nos encontramos y que me ha invitado a participar en este ciclo de Conferencias
En torno al problema de Dios. Deseo también agradecer a ustedes que hayan hecho el esfuerzo de venir aquí para oír mi conferencia. El tema que he elegido es en principio complicado, filosófico, y puede parecernos lejano a nuestra propia vivencia personal. Creo, sin embargo, que es de suma importancia y actualidad, sobre todo para los que nos decimos cristianos y nos preguntamos sobre el sentido de nuestra fe en nuestro mundo. Agradezco también la presencia de algunos de mis parroquianos, ya que este Centro cultural se encuentra cercano a mi parroquia. Espero que también lo que diga hoy, en un género ‘literario’ distinto a una homilía, nos pueda ayudar en nuestra tarea permanente da ‘dar razón de nuestra esperanza’.
Ya el título que he elegido para la Conferencia indica implícitamente una toma de postura. Hablo del desafío del ‘pensamiento débil’ y elijo como exponente del mismo a Gianni Vattimo y lo pongo en oposición a Bernard Lonergan, uno de los grandes teólogos del siglo pasado. Pero las cosas no son tan sencillas. Gianni Vattimo se considera cristiano; más aún, él diría que su postura es la auténtica cristiana que toma en serio el acontecimiento de la encarnación como kénosis, anonadamiento, vaciamiento, y el secularismo actual como consumación de la historia del Ser.
Pero vamos a ir poco a poco. Desearía exponer primero las ideas de los dos pensadores, de la forma más objetiva e imparcial que pueda, para después sacar algunas conclusiones y dejar a ustedes la tarea de decidir cuál de las dos es el que más se ajusta a su experiencia, y, si estos es posible, a
la realidad. Empezaré exponiendo la descripción que propone Bernard Lonergan de la experiencia religiosa, que creo es la mejor que ofrece actualmente la teología y que los cristianos encontraremos más cercana a nuestra forma de sentir y vivir la fe.
Bernard Lonergan, filósofo y teólogo jesuita canadiense, profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, fallecido en 1985, propone lo que él llama ‘el método trascendental’ que se fundamenta en comprender nuestro mismo comprender, es decir, surge de nuestros preguntarnos acerca de nuestro mismo preguntar. Es ‘trascendental’ porque nuestro preguntar, nuestra intencionalidad consciente, no tiene límites, implica un ir siempre más allá. Nuestro conocimiento y nuestro actuar no se para nunca, se trasciende siempre, tiene un horizonte infinito. Si nos fijamos en nuestra interioridad, nos damos cuenta que tenemos distintos niveles de conciencia. Lonergan señala cuatro. El primero es el de la experiencia, el del contacto con el mundo a través de lo sentidos. El segundo es el de la inteligencia, cuando llego a ‘comprender’, a ‘caer en la cuenta’ de algo, cuando algo se vuelve claro; es lo que Lonergan llama
insight. Es lo que tiene lugar en ese momento del
eureka de Arquímedes, cuando de los datos dispersos saco una ‘forma’, que da sentido al conjunto de ellos. Esto es lo característico de las ciencias naturales, pero también a nosotros, en nuestra vida cotidiana, nos pasa con frecuencia, cuando se nos explica algo, come el teorema de Pitágoras, y le damos vueltas hasta que nos llega ese momento de luz y decimos "sí, ahora lo entiendo". Un tercer nivel de conciencia es el de la razón, que va más allá de la inteligencia, porque averigua si eso que se ha comprendido es verdad, se corresponde a la realidad, y afirmamos que la cosa ‘es’ así: llegoa afirmar el ‘ser’ de la cosa. Ya no sólo digo que ‘he entendido’ la cosa, sino que ‘es’, ‘es cierto’; he valorado que se dan condicones para afirmar que lo que he comprendido es cierto y así lo afirmo, digo que 'es'. El cuarto nivel de conciencia es el de la moral, cuando ya no sólo comprendo una cosa y afirmo que es real, sino también que es buena, que vale la pena y me decido por ella.
Lonergan hace notar que de esta misma estructura de nuestro conocer y actuar surge la pregunta sobre Dios, como horizonte de nuestra intencionalidad consciente, como el to-be-known, el ‘que se ha de conocer’. Este nuestro conocer y actuar, que es propio de todo ser humano, cuando lo hacemos consciente, nos damos cuenta que por su carácter trascendente, su ir siempre más allá, postula algo, que es su fuente y meta, algo que debe ser la inteligencia suma, la verdad y la realidad suprema, la bondad absoluta. Por tanto, para Lonergan, la pregunta sobre la existencia de Dios no nace de nuestro pensar sobre las cosas, sino surge en primer lugar de nuestra misma interioridad, de nuestra forma de conocer y actuar, como su fundamento y meta. Por tanto a Dios hay que buscarlo no tanto en nuestras respuestas, sino en nuestro mismo preguntar. Hasta ahí el análisis filosófico de este gran pensador. A más no se puede llegar. Podemos sólo decir que nuestra misma interioridad se abre a algo que parece trascenderla, aunque este ‘algo’ diría el ateo que no existe y el agnóstico que no se puede afirmar.
El segundo paso que da Lonergan es decir que esta estructura de nuestra interioridad se actualiza de forma plena cuando nos enamoramos, especialmente cuando nos enamoramos de Dios, que es un estar enamorado de una forma ilimitada, sin restricciones, sin condiciones. Esto es lo característico de la experiencia religiosa. Este enamorarse de Dios es un don, no es fruto de nuestro preguntar y actuar; para los cristianos es, cómo dice san Pablo en su Carta a los Romanos, ‘el amor de Dios derramado en nuestros corazones”. Pero aún no siendo fruto de nuestro preguntar y actuar, es lo que realiza y lleva a cumplimiento esta estructura. Este estado de ‘estar enamorado de Dios’, de ‘estar enamorado de una forma ilimitada’, no es producto de nuestra decisión, pero sí es un estado consciente que se manifiesta en estar en paz, alegres, y se muestra también en actos de cariño, de amor, de bondad, de fidelidad, de auto-control. Es un estado consciente pero normalmente no completamente tematizado, por lo que es una experiencia del misterio que nos fascina y a la vez nos aterra. De esta experiencia de estar enamorado de una forma ilimitada, surge la fe como conocimiento de este estado. Este don del amor de Dios en nuestros corazones lo pueden tener otras personas, que pueden llegar a reconocer su orientación común; de ahí surge una comunidad religiosa que comparte una misma experiencia y que la expresa a través de su propio ‘credo’
Esta forma de entender la experiencia religiosa lleva a Lonergan a tomar postura sobre algunas cuestiones muy debatidas a lo largo de toda la historia de
la teología. A la pregunta si viene antes el amor o el conocer, según el famoso enunciado
nihil amatum nisi praecognitum (nada se ama si antes no se conoce), afirma que viene antes el amor. A la cuestión acerca del lenguaje de la fe, distingue distintos estadios de significado. En la teología clásica se distinguía entre el lenguaje común y el lenguaje científico de
la teología. El lenguaje común es el que se utiliza, por ejemplo, en la predicación o cuando hablamos de temas de fe en el ámbito público. El lenguaje científico es el propio de
la teología. A estos dos estadios de significado, que Lonergan llama del sentido común y de las ciencias, añade otro que es el de
la interioridad. Para dar un ejemplo que nos ayude a aclarar lo que quiere decir el teólogo: cuando en el lenguaje científico de la teología hablamos de gracia santificante, y en el lenguaje del sentido común hablamos de la ayuda que nos da Dios gratuitamente para hacernos santos, en el lenguaje de la interioridad hablaríamos de ese ‘estar enamorado de forma ilimitada’. Nos referimos a la misma cosa pero con distintos lenguajes; el de la interioridad es para este teólogo el que aclara el sentido auténtico de los otros. También Lonergan toma postura ante la cuestión que tanta polémica suscita de la diferencia entre fe y creencia. Muchos no distinguen entre estas dos nociones. Para este pensador, en cambio, fe sería el conocimiento que tenemos de nuestro estado de ‘estar enamorados de forma ilimitada’, y creencia es el juicio que hacemos sobre las expresiones que una determinada comunidad religiosa formula sobre su experiencia de fe.
Esta es la propuesta del teólogo canadiense, que ha expuesto de una forma más sistemática en su obra más madura titulada Método en Teología. Vemos que es muy atrayente y que se ajusta bien a lo que experimenta un creyente.
Ahora pasamos al otro pensador, a
Gianni Vattimo, filósofo italiano, nacido en Turín en 1936, todavía vivo y máximo exponente de lo que se llama el ‘pensamiento débil’, forma de pensar que hoy está muy de moda y que creo es el mayor desafío a nuestra forma común de entender y vivir la religión. Él, parte de unas consideraciones totalmente distintas a las de Lonergan. El teólogo jesuita centra su propuesta en un análisis de nuestra interioridad consciente que descubre su trascendencia y de la experiencia del amor de Dios que lleva a plenitud esa intencionalidad que es característica de todo ser humano. Vattimo, en cambio, parte de de la historia de la filosofía y de nuestra cultura actual, basándose en pensadores como Heidegger, Nietzsche, Gadamer, y propone una ontología radicalmente nihilista, hermenéutica, como destino y cumplimiento del cristianismo.
Para resumir brevemente su propuesta, diría que mientras la mayoría de los creyentes consideramos el relativismo posmoderno, el pluralismo, el secularismo, como algo negativo, como un abandono de la fe, él piensa todo lo contrario. Para Vattimo, la sociedad posmoderna en la que vivimos es consecuencia de la misma historia del Ser, de la historia de la salvación; es su cumplimiento, es la condición que nos permite reencontrar la fe cristiana auténtica.
Vamos a intentar explicar esto con más detalle. El axioma principal del ‘pensamiento débil’ es que la era de la metafísica clásica, del pensamiento objetivo que pretendía conocer la verdad, el Ser como fundamento último de la realidad, ha pasado. Ya no hay fundamento último porque éste mismo se ha disuelto, se ha auto-debilitado. Nietzsche había anunciado ya hace tiempo ‘la muerte de Dios’, que entendía como la muerte del Dios ‘moral’, es decir, del Dios metafísico, del Dios objetivo, que al ser tal es fuente de violencia. Esta muerte de Dios no es sólo algo que tiene que ver con el pensamiento, sino refleja la historia misma de
la realidad. El Ser ha pasado de ser el Ser fuerte, objetivo, a ser el Ser débil, el Ser anonadado. Pero esto lejos de ser negativo para el cristianismo que ya no puede hablar de una verdad objetiva, es su consumación, es el resultado de la Encarnación de Dios, entendida como
kénosis, según la célebre expresión de Pablo en su Carta a los Filipenses, como anonadamiento, vaciamiento. Es el mismo Dios que se ha hecho débil. El Dios metafísico es un ídolo, es el Anticristo, que provoca violencia y que ha llegado a su fin en la moderna era tecnológica y de
la comunicación. Para este pensador no es tan absurdo pensar que la muerte de Dios de la que habla Nietzsche, sea la muerte de Cristo en la cruz de la que hablan los evangelios. Ahora el Ser ya no es algo objetivo que se nos impone y que está ‘ahí fuera’, sino es evento, acontecimiento; lo que hay son apariencias; la verdad en cuanto tal no existe fuera del sujeto, lo que hay son sólo distintas interpretaciones del mensaje, a través de las cuales el Ser se nos da, según la célebre frase de Nietzsche: “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Para Vattimo, estamos en la edad de la interpretación, del Espíritu, de la que había hablado Gioacchino da Fiore, no de la letra; de la caridad, no de la fe o el miedo, de los amigos, no de los esclavos o hijos. El secularismo moderno, en este sentido, no hay que pensarlo como abandono de la religión, sino como cumplimiento, aunque paradójico, de su vocación íntima. La posmodernidad y la secularización que tanto condenamos, son el desarrollo interno y lógico de la revelación cristiana. Es una aplicación interpretativa del mensaje bíblico que lo lleva a un plano ya no de lo sagrado, ni de lo sacramental o eclesiástico. El nihilismo posmoderno de la ontología hermenéutica de Heidegger es la verdad actual del cristianismo, y el occidente, tal como lo vivimos hoy, es cristianismo secularizado, en el buen sentido de la palabra, es decir, no como pérdida de la religión sino como su cumplimiento.
Retomamos un momento esta posición de Vattimo, partiendo de una perspectiva más teológica, es decir, de ese concepto tan debatido de kénosis. En el texto de San Pablo, hablando de Jesús y exhortándonos a los cristianos a que tengamos sus mismos sentimientos, se dice: “aunque era de condición divina, no consideró un tesoro aprovechable el ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo (literalmente, ‘se hizo vacío a sí mismo’) adoptando la condición de esclavo”; en griego eautón ekénosen. Según la interpretación tradicional, San Pablo lo que afirma es que Cristo al encarnarse renunció durante su vida mortal a manifestar la gloria divina. Pero para los pensadores de la ‘muerte de Dios’, como Vattimo, hay que tomar este expresión más al pié de la letra: Dios, al encarnarse, renunció a su divinidad, a su trascendencia soberana, se despojó de su naturaleza divina. Y esto es lo que explica la historia de nuestra cultura de occidente que está esencialmente ligada al cristianismo, donde ya no se puede hablar de un Dios trascendente y absoluto, el Dios de la metafísica, no porque por nuestro pecado no seamos capaces de conocerlo, sino porque Él mismo se ha vaciado. Y esto explica también la historia de la filosofía, que llega a su final en la moderna era de la interpretación, de la hermenéutica moderna, donde ya no hay verdades metafísicas objetivas, sino solo interpretaciones sin fin. El Ser se nos da como acontecimiento en el acto de interpretar. Esto permite también entender de una forma distinta la interpretación de la Sagrada Escritura. El hacer exegesis de un texto bíblico no consiste en intentar conocer lo que quería decir el autor sagrado, sino en escuchar el mensaje que se actualiza para nosotros aquí y ahora, en un acontecimiento lingüístico en el que el Ser se nos ofrece, como algo puntual e histórico, pero real.
Nos podríamos preguntar: ¿esto no es caer en un relativismo absoluto? Al no existir una verdad objetiva a la que hay que adecuarse intelectual y moralmente, ¿todo vale? Vattimo propone que el único criterio que sigue valiendo en esta edad del Espíritu es el del amor. Y el concepto de amor corre paralelo a la disolución del concepto de verdad, como verdad objetiva, metafísica. Si tomamos la celebre frase atribuida a Aristóteles ‘amigo de Platón, pero más amigo de la verdad’, Vattimo dice que hay que invertir los términos, amigo de Platón, no de una verdad entendida metafísicamente. De hecho, la verdad hoy existe sólo como consenso en una comunidad que comparte los mismos paradigmas. Esto quiere decir que la verdad se da sólo dentro de la amistad, del amor. Por tanto, entre la antigua verdad objetiva que ya no existe y la amistad, el amor, hay que elegir el amor.
Una vez expuesta las ideas fundamentales de estos pensadores, que he intentado hacer de la forma más objetiva posible y sin tomar partido precipitadamente, sino poniendo entre paréntesis mis prejuicios, ahora ya se trata de que intentemos juntos llegar a alguna conclusión. Creo que esta es la forma justa de proceder. A veces tenemos la tentación de llegar inmediatamente a un juicio sin escuchar con atención lo que un pensador nos dice, aunque en principio no lo compartamos. Esto lleva a empobrecer nuestro pensamiento y a no sacar provecho de cosas buenas que cualquier pensador serio nos puede ofrecer. En el caso de estos dos pensadores, creo que representan las dos posturas más actuales y más sostenibles sobre la experiencia cristiana de Dios. Por eso, para los que intentamos ‘dar razón de nuestra esperanza’, es importante prestarles la debida atención y tomar después de una seria reflexión nuestra propia postura, postura que debe ser personal.
Si ustedes ahora me preguntan cuál es la mía, yo tengo que decir que muchas ideas de Gianni Vattimo me atraen mucho, o quizás muchísimo. No podemos negar que el concepto de verdad, como una verdad objetiva, evidente, que vale para todos, está hoy en crisis en nuestra cultura occidental. Hoy prevalece la idea de que cada uno tiene su verdad que tenemos que respetar y nos damos cuenta que algunas cosas que creíamos indiscutibles como la idea de ley natural, el matrimonio como unión de hombre y mujer, etc., nos son compartidas por todos. También es asumible que una idea de verdad, como verdad fuerte y objetiva, puede ser causa de violencia y de imposición, como ha sido en el pasado. Ahora bien, esta crisis de la verdad objetiva, ¿es fruto de la misma historia del Ser que se ha debilitado como sostiene Vattimo, o se debe a nuestra propia ceguera que nos ha hecho incapaz de reconocerla?
Por otro lado, ¿es verdad, como piensa el filósofo italiano, que sólo una idea débil de verdad es la que garantiza la tolerancia y fundamenta mejor la democracia? Los que creen conocer la verdad, ¿son un obstáculo para la convivencia pacifica?
Y ya desde una perspectiva más teológica, ¿una idea de Dios que se vacía a sí mismo renunciando a su trascendencia soberana, es compatible con la fe y la revelación cristiana? ¿A qué tipo de espiritualidad nos lleva? Ya que para Gianni Vattimo la mística clásica, entendida como un perderse en el Ser absoluto, está todavía sujeta a la vieja idea metafísica de Dios.
Pero al final, aún acogiendo algunas ideas de Vattimo y afirmando que muchas de las cosas que él dice nos hacen pensar mucho a los creyentes y requieren una respuesta, yo tengo que decir que no puedo compartir su pensamiento. En parte, esto es por fidelidad al Magisterio del actual Papa, Benedicto XVI, que ya desde el comienzo de su pontificado había señalado ‘la dictadura del relativismo’ como la mayor amenaza para la fe en nuestro tiempo. Seguramente, el Papa al afirmar esto tenía presente la propuesta de Vattimo, que es la expresión más clara de este relativismo
Pero esto no quita que los creyentes estemos llamados a situarnos en esta cultura relativista en la que vivimos y que en ella debemos intentar ‘dar razón de nuestra esperanza’. Lo podemos hacer de distintas formas. Una es insistiendo sobre nuestra forma de ver las cosas, nuestra verdad, queriendo convencer de ella a los demás que no la comparten, a veces utilizando argumentos racionales, y otras veces, no pocas, queriendo imponerla. Otra posibilidad es aceptar este incómodo relativismo que nos rodea, admitir que quizás hoy nuestra fe y nuestra espiritualidad la tenemos que vivir de una forma débil, a la espera del Señor, que le fa implica siempre algo de ambigüedad. La espiritualidad que se manifiesta en las cartas personales de
la Beata Teresa de Calcuta a sus padres espirituales tiene alguna relación con esto. Quizás caben también otras posibilidades para vivir nuestra fe en esta cultura sin caer en un relativismo absoluto, pero tampoco en una falsa certeza que no poseemos y que a veces hipócritamente manifestamos. La vía del testimonio de vida en el silencio y escondimiento como Jesús en Nazaret propuesta por Charles de Foucauld puede ser una.
Cada uno de ustedes que escoja
la suya. Muchas gracias.
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