Homilía 1 de noviembre 2010
Fiesta de Todos los Santos
Seguro que la mayoría de los que estamos aquí hemos tenido el gran regalo de conocer en algún momento de nuestra vida a un santo. Es posible que este sea el motivo por el que estamos hoy aquí. Quizás fuera alguien muy cercano, nuestro padre o madre, un abuelo, o abuela, o tío, o puede que un pariente más lejano o quizás un amigo. Puede que fuera alguien con el que no teníamos trato y que un buen día se cruzó por nuestra vida y nos descubrió un nuevo horizonte, una forma distinta de vivir, nos hizo oler ese buen olor de Cristo, como dice San Pablo. Esa persona ha dejado una huella profunda en nosotros y la sentimos ya en el cielo, gozando del premio prometido, pero también cercana y acompañándonos en nuestra peregrinación y esperando a que nos reunamos con ella en la patria verdadera.
Hoy es un día para sentir la cercanía y la compañía de estas personas y dar gracias a Dios por sus vidas. Sobre todo es un día para recordar a los santos ‘anónimos’, los que no son conocido y no tienen fiesta propia. Con este sentido nace esta fiesta, cuando el Papa Bonifacio IV en el siglo VI traslada con 28 carros las reliquias de los mártires, sacadas de las catacumbas, al Panteón de Roma. Dos siglos más tarde, Gregorio IV traslada esta fiesta desde el 13 de mayo al 1 de noviembre y la hace extensiva a todos los santos, no sólo a los mártires. Al trasladar de día la fiesta, el Papa Gregorio quiere cristianizar algunas fiestas paganas relacionadas con el recuerdo de los difuntos, como la que dio lugar a Halloween. Haciendo así, ponía en práctica algo que siempre ha hecho la Iglesia en su misión de llevar el evangelio a toda criatura. Desde que el Hijo de Dios se ha encarnado, desde que ha asumido una naturaleza en todo igual a la nuestra excepto en el pecado, nada de lo que es genuinamente humano es ajeno al cristianismo y podemos acoger lo bueno que hay en todas las culturas, purificándolo cuando es necesario, y mejorándolo para hacerlo útil para vivir y expresar nuestra fe. Esto nos invita a no escandalizarnos de costumbres que aparentemente nada tienen que ver con el cristianismo y a saber acogerlas y discernir lo bueno que tienen.
Pero, ¿quiénes son los santos? ¿Qué significa ‘santidad’? Al principio, como hemos visto, los santos eran los mártires, aquellos que llegaron a derramar su sangre por Cristo. Desde siempre se ha considerado que lo mártires al haber vencido, como dice el libro del Apocalipsis, ‘en la gran tribulación y lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero’, ya participan de la gloria del cielo. Pero junto a los mártires, otras muchas personas a lo largo de la historia de la Iglesia, han unido sus vidas al misterio de la cruz. Sin sufrir un martirio sangriento y puntual, sí han entregado cotidianamente su vida, gota a gota, de forma heroica y muchas veces anónima, llevando una vida ‘escondida con Cristo en Dios’. Estos son los que han vivido las bienaventuranzas, que son el perfil, como diríamos hoy, del verdadero cristiano.
Sería interesante diseñar un test psicológico basado en las bienaventuranzas para medir quién y en qué medida cumple el perfil deseado. Como las pruebas que se hacen para seleccionar el personal en el ámbito laboral. Sería curioso ver que puntuación obtendríamos, sobre todo si el test se hace de forma que manifieste lo que de verdad creemos y no o que ‘decimos’ que creemos.
Pues hoy queremos celebrar a todos los santos y dar gracias a Dios por sus vidas. Celebrar a los santos no añade nada a ellos que ya tienen mucho más de lo que nunca podrían haber imaginado, pero nos viene bien a nosotros. En la fiesta irlandesa que dio origen a Halloween, se creía que la separación entre este mundo y el Otro se estrechaba la vigilia de Todos los Santos y podían pasar los espíritus de aquél a éste. Pues hoy también sentimos aquí en medio de nosotros a los santos que nos acompañan, nos animan y nos esperan.
No veo yo tanta relación entre Halloween y la Fiesta de Todos los Santos.
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