Homilía 11 de diciembre 2010
Domingo III de Adviento (ciclo A)
Como Juan el Bautista en la cárcel, también nosotros muchas veces tenemos dudas: ¿será verdad el evangelio? ¿Todo esto que creemos y que determina nuestra forma de vivir y nos lleva a esforzarnos, a sacrificarnos y, con frecuencia, a diferenciarnos de los demás que viven según otros criterios, no será una invención, una terrible ilusión? ¿Qué datos tenemos que hacen razonable nuestra adhesión a Cristo y nuestra entrega a los demás?
Basílica del Rosario (Lourdes-Francia) |
Juan estaba en la cárcel. Había dedicado su vida a anunciar la llegada del reino de Dios, que él entendía en términos del juicio inminente y terrible de Dios que salvaría a los justos y castigaría a los pecadores. Había bautizado a Jesús en el Jordán y Jesús también predicaba la venida del Reino de Dios, pero la entendía de forma algo distinta. Jesús hacía hincapié en la alegría de la salvación que se aproximaba, cuyos efectos ya empezaban a notarse e invitaba a convertirse para poder participar en ella. Esta diferencia hacia que surgieran dudas; este Jesús era muy distinto a lo que Juan se había imaginado: Estando en la cárcel, Juan quiere saber si todo lo que él había dicho y hecho, todo por lo que había vivido y sufrido había valido la pena, o si se había auto-engañado. Era Jesús el anunciado por los profetas o todavía había que esperar más tiempo; había llegado ya el día de Yahvé en que se haría justicia o aún no.
A los emisarios de Juan, Jesús responde indicando los milagros que hace, signo de que con Él se cumplen las profecías antiguas sobre los tiempos mesiánicos. Jesús añade una afirmación muy importante: “¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es como si dijera ‘para quien quiera (y pueda) ver los signos están ahí, pero son signos humildes distintos a los que uno se imaginaría, son signos muy parecidos a ese gran único signo, el de Jonás que se había prometido a esta generación, el de la muerte-resurrección del Mesías’. Las profecías con Él se cumplen, pero de un modo diferentes a los esquemas que tenemos sobre Dios y su forma de actuar.
Así es también para nosotros. Los signos de credibilidad del cristianismo están ahí para quien los quiera ver, pero son signos humildes, no se imponen de forma arrolladora, apelan a nuestra libertad. Son signos que si son auténticamente cristianos remiten al misterio pascual del Señor, remiten a la cruz. Por eso pueden crear escándalo, cuando quien los mira rechaza la cruz y en su soberbia cree ya saber todo de Dios y su forma de actuar. Cosa distinta son esos otros signos que a veces damos los cristianos y que no son los que deberíamos dar; en este caso el escándalo que crean se debe a que son anti-cristianos. A los que dan estos signos escandalizando a los 'más pequeños' se dirgen esas palabras tan duras de Jesús que 'sería mejor atarse una piedra al cuello y tirarse al mar’.
Pero a veces somos nosotros los que necesitamos signos para ayudarnos a creer o confirmarnos en la fe. Sobre todo cuando en nuestra vida el esfuerzo por ser cristianos se hace duro, cuando vemos que la mayoría de las personas que conocemos sigue otro camino y es aparentemente más feliz, cuando la Iglesia nos escandaliza y no nos gusta... ¿Qué signos tenemos para seguir creyendo en Jesús? Creo que el signo más importante que tenemos de la verdad de nuestra fe es la enorme 'correlación' que sentimos entre las verdades que se nos transmiten y los anhelos más profundos de nuestro corazón. Cuando se nos predica a Jesús y ‘a éste crucificado’, como dice San Pablo, algo en lo más profundo de nuestro ser nos lleva a decir 'sí, es verdad, Jesucristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios’. Pero también tenemos otros signos de credibilidad externos. Él que más convence es el amor y la unidad que viven los verdaderos cristianos, amor que llega incluso al amor del enemigo. También la vida de los santos, la Iglesia misma, los milagros que siguen teniendo lugar y muchos más...
Contra el miedo que algunos tenemos a tener dudas, es cosa necesaria y oportuna interrogarnos de forma crítica y sincera sobre la fe que profesamos, haciéndola pasar por el escrutinio de la razón. El Papa actual insiste mucho en la necesidad de mantener unidas fe y razón, para no caer ni en el fanatismo, ni en el sentimentalismo y también para poder dar ‘razón de nuestra esperanza’. Sobre todo los padres, que tienen la misión de transmitir la fe a sus hijos, deben saber dar razón de su fe, y más en la situación actual. En los estudios teológicos, siempre ha tenido importancia la consideración de los argumentos a favor de la verdad del cristianismo, una rama de la teología que antiguamente se llamaba apologética y actualmente ‘teología fiundamental’.
Hoy, tercer domingo de Adviento, es el domingo gaudete, el domingo en el que se nos invita a estar alegres porque el Señor está cerca, como San Pablo exhortaba a los filipenses (Flp 4, 4. 5). La alegría también es un signo de credibilidad importante, sobre todo la alegría que se fundamenta en la cercanía del Señor; esta alegría que el mundo no puede dar y que permanece aún cuando las condiciones externas son adversas.
En la segunda lectura de la Misa de hoy se nos exhorta a la paciencia y la firmeza porque la venida del Señor ya está cerca y el juez está a la puerta. El ejemplo que se nos ofrece es el del labrador que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra. La paciencia está relacionada con la pasión, con el saber cargar con la cruz todos los días; éste es otro signo de credibilidad cuando lo vemos en otros y que debemos dar también nosotros a los demás.
Algunos maestros espirituales han hecho notar que en la lista de los signos mesiánicos que propone Isaías en la primera lectura y que repite Jesús a los emisarios de Juan, hay una discordancia al hablar de los pobres. Mientras se dice que los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, de los pobres se dice que se les anuncia el evangelio, no que se vuelvan ricos. Es como afirmar que la realidad del evangelio, del anuncio del Reino de Dios que se acerca, es muy superior a los bienes materiales y es lo que de verdad buscan los ‘pobres de espíritu’.
Hoy, en esta Eucaristía, en esta Liturgia de la Palabra se nos dice a nosotros, a los que con frecuencia somos ‘cobardes de corazón’: “Sed fuertes. No temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Y tenemos signos suficientes para creérnoslo de verdad.
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