sábado, 11 de diciembre de 2010

Un puente de la Inmaculada en Lourdes

Desde el principio de este curso, más precisamente desde la fiesta de la Almudena el 9 de noviembre, sabía que tenía que ir a Lourdes para el puente de la Inmaculada de este año y sabía que tenía que ir con Javier y Belén, matrimonio de mi parroquia, creadores y responsables de los talleres de matrimonios jóvenes, matrimonio que quiero mucho y al que me unen muchas cosas. A ellos les hizo mucha ilusión la propuesta y lograron ‘milagrosamente’ colocar con familiares a sus cinco hijas: Ana, Marcela, Sofía, Cecilia y Mónica. Informamos también a los demás matrimonios de los talleres de nuestra idea por si alguno quería unirse, pero ya era tarde y la mayoría había hecho sus planes para el puente. Íbamos a Lourdes en un momento difícil para los tres, un momento de oscuridad y de toma de decisiones, un momento en que necesitábamos aclarar nuestra vida y discernir la voluntad del Señor.
                Lourdes significa muchas cosas para mí. Yo me acuerdo cuando, como alumno del Pontificio Seminario Romano, iba desde Roma, en los trenes ‘blancos’ organizados por l’UNITALSI que llevaban enfermos. Era una experiencia que dejaba una profunda huella en un joven seminarista; acompañar a tantas personas que con mucha fe y esperanza iban a visitar a la Virgen y bañarse en las piscinas con el agua de Lourdes.
                Lourdes, como decía, significa muchas cosas para mí. Es, entre otras muchas cosas:
·         Una Virgen con un lazo azul.
·         Una gruta húmeda que suda gotas de fe y oración y de la que emana una extraña luz.
·         Un agua que surge límpida desde debajo del suelo tras un cristal empañado.
·         Las extrañas palabras que soy era Inmaculada Concepciou, en el dialecto bigurdano de Santa Bernardita.
·         Un candelabro lleno de velas grandes que se cambian continuamente.
·         Un río que se hace silencioso al pasar delante del lugar de las apariciones.
·         Una niña muy pobre, analfabeta, que hablaba de la Virgen como aquero (‘aquello’), aunque intrépida y que siempre llevaba un rosario.
·         El rezo del Rosario, la oración de los pobres de espíritu que por eso gusta tanto al Señor.
·         Unos baños hechos en un agua que resbala por la piel.
·         La Basílica de Pio X y la celebración de la Misa internacional.
·         La procesión de las antorchas con el canto del ‘Ave María’.
·         La Basílica de la Inmaculada Concepción construida sobre roca y con tantos exvotos.
·         La Basílica del Rosario con la representación de los 15 misterios.
·         El Via crucis con sus más de 100 estatuas relucientes de bronce.
·         El entrañable pueblo de Bàrtres, ligado a la infancia de la vidente, con su Iglesia.
·         La llamada a la penitencia que la Virgen continuamente repite en sus apariciones.
·         La señal de la cruz que la Virgen ayudó a hacer a Bernardita en la primera aparición.
Salimos en coche el sábado 4 de diciembre por la tarde, después de una sentida celebración de bautismos de hijos de matrimonios muy ligados a la parroquia. Hicimos noche en Zaragoza y la mañana del domingo visitamos la Aljafería, la Seo, donde participamos en la Eucaristía, y la Basílica del Pilar para besar esa columna tan desgastada por el cariño de los españoles. Nos impresionó la cantidad de niños que los padres llevaban para ‘pasarlos por el manto de la Virgen’. Pero a mí lo que más impresionó ese día fue el texto del evangelio de ese domingo, centrado en la figura de San Juan Bautista. El ‘más grande entre los nacidos de mujer’, decía a los saduceos y fariseos que venían a que los bautizara: “¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: ‘Abrahán es nuestro padre’” (Mt 3, 7-9). Había leído antes un texto del Cura de Ars, San Juan María Vianney, que me había dejado muy pensativo: “Se dice que hay muchos que se confiesan y pocos que se convierten. Creo que es cierto: hay pocos que se confiesan con arrepentimiento”. Hoy ya no es verdad que ‘hay muchos que se confiesan’, pero sí lo sigue siendo que ‘pocos lo hacen con verdadero arrepentimiento’. Muchos estamos instalados en nuestras falsas seguridades, como los saduceos y fariseos a los que se dirigía el Bautista, y no nos tomamos muy en serio la llamada al arrepentimiento y a la penitencia que se nos hace. Necesitamos una voz fuerte como la de San Juan, para ‘despertarnos del sueño’ y hacernos cambiar. Las apariciones de la Virgen han sido muchas veces esa voz fuerte que necesitábamos para sacudirnos. La doctrina oficial de la Iglesia afirma que hay que situar las apariciones de la Virgen en el ámbito de las revelaciones privadas, las que no añaden nada a la Revelación pública dada ya total y cumplidamente en Cristo. Como decía San Juan de la Cruz: “... Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en Él todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría un necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad”. Pero también tenemos que admitir que por lo débiles que somos y por la difícil época que nos ha tocado vivir, las apariciones de María nos pueden ayudar a tomarnos en serio el evangelio, a recordar la gravedad y urgencia de nuestra conversión. No es de extrañar que la llamada a la  conversión que oye Santa Bernardita de los labios de la Virgen la entristezca y la lleve a arrastrarse en el fango y comer hierba, pareciendo loca, como cuentan las crónicas.
El lunes para mí fue también un día muy mercado por el evangelio de la Misa, el pasaje de la curación del paralítico en la versión de San Lucas. Jesús perdona los pecados de un paralítico, que descuelgan en su camilla desde el techo de la casa donde estaba, haciéndolo llegar delante de Él. Ante el justificado escándalo que suscitan sus palabras porque sólo Dios puede perdonar los pecados, Jesús muestra su poder divino haciendo andar al paralítico que coge su camilla y se marcha a su casa, entre el estupor de los presentes. Ya la noche anterior nos impresionaron mucho los mosaicos del P. Rupnik que adornan la fachada de la Basílica del Rosario. Son mosaicos realizados recientemente y que representan los Misterios de Luz del Rosario, añadidos por el Papa Juan Pablo II. Yo ya conocía los trabajos del P. Rupnik; había quedado sobrecogido al ver los mosaicos de la sacristía mayor y la sala capitular de la Catedral de la Almudena de Madrid. A consecuencia de ello, había visitado el Centro 'Aletti'de Roma, acompañado por un compañero de Seminario muy ligado a ese centro y a la investigación teológica y artística que allí se lleva a cabo. Al subir esa mañana a celebrar la Misa por las escaleras pegadas a la fachada de esa basílica, vimos el mosaico que representa el episodio de la curación del paralítico que íbamos a leer poco después en el evangelio de la Misa. Jesús perdona los pecados movido por la fe que veía en los que habían subido a la azotea y separado las losetas para poder colocar al hombre delante de Él. El mosaico logra representar con mucha ternura la fe de esos hombres. Esa fe está también presente en tantos que vienen a Lourdes trayendo a sus enfermos para ponerlos a los pies de la Virgen. Ese mosaico representa uno de los Misterios luminosos del Rosario, el tercero del anuncio del Reino de Dios, que implica el perdón de los pecados. El papel blanco que Jesús en el mosaico entrega al paralítico indica ese perdón que Jesús otorga y es uno de l signos de la llegada del Reino de Dios. El que acoge la buena noticia del perdón de los pecados con un arrepentimiento sincero, tiene la cartilla de su vida blanca, limpia, puede vestirse con la vestidura blanca del bautismo, puede empezar a trazar la historia de su vida en un papel impoluto. ¡Qué importante es saber que nuestros pecados son perdonados totalmente gracias a Jesús y creérnoslo de verdad!
Nos habíamos acercado a Lourdes en el puente de la Inmaculada. Íbamos a celebrar allí a María como aquella que fue preservada por un singular privilegio de toda mancha de pecado desde el primer momento de su existencia, desde su concepción, anticipando en ella los frutos de la pasión de su Hijo. Ella es la purísima, la tota pulchra, la llena de gracia, aquella en cuyo seno iba a tomar carne el Hijo de Dios; vientre que por eso debía estar vacío de todo lo que no era Dios para poder llenarse de Él. María revela su nombre a Santa Bernardita en la decimosexta aparición, el 25 de marzo de 1958, como la Inmaculada Concepción, cuatro años más tarde de la definición del dogma por Pío IX. ¡Cuántos signos se iban acumulando en este nuestro viaje a Lourdes para el puente de la Inmaculada: el anuncio del perdón de los pecados y la curación de nuestras parálisis, la llamada de la Virgen a la conversión repitiendo las palabras de San Juan Bautista, el tiempo de Adviento en el que estamos…. El Señor y la Virgen nos pueden hablar de muchas maneras; a veces los acontecimientos y los signos externos con los que nos topamos pueden ser tan elocuentes como sus mismas palabras.

El segundo día de nuestra estancia en Lourdes también estuvo muy marcado para mí por el evangelio del día: el del hombre que deja las noventa y nueva ovejas en el monte para ir en busca de la perdida y que se alegra más por ella que las otras que no se habían extraviado. El día anterior, en el oficio de lecturas de la memoria de San Nicolás, había leído unas palabras de San Agustín sobre los pastores: “Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi propiedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos”. Todo un claro mensaje del camino a seguir. Por la tarde fuimos al pueblito de Bàrtres, a tres kilómetros de Lourdes, donde está la iglesia parroquial dedicada a San Juan Bautista, ligada a la infancia de Santa Bernardita. En la Iglesia había un bonito retablo representando momentos de la vida del Bautista: la visitación de María a Isabel, el bautismo de Jesús en el Jordán y el martirio del precursor. Había un folleto preparado para ayudar la oración de los peregrinos donde se reflexionaba sobre la similitud entre el Bautista y Bernardita: los dos sabían que tenían que disminuir, Juan ante el Mesías, y Bernardita ante la Virgen y sus mensajes: él lo hizo haciendo que sus discípulos le dejasen para seguir a Jesús, ella consagrándose en las Hermanas de la Caridad de Nevers y alejándose de Lourdes. Pero lo que más me sorprendió fue el precioso cementerio que rodeaba la Iglesia, algo que todavía encontramos en algunos pueblos de Galicia y en otros lugares del norte de Europa, pero que en nuestras ciudades ha desaparecido casi por completo. ¡Qué significativo es ese emplazamiento del cementerio! Hace presente a nuestros difuntos al celebrar el culto y nos hace sentir lo que significa la Iglesia como comunión de los santos. Nos recuerda la ineludibilidad de la muerte y la gravedad de nuestra vida. Ya por la tarde la impresionante procesión de las antorchas con el tan conocido  canto del 'Ave María' de Lourdes, en una preciosa noche autumnal que nos había regalado el Señor. ¡Que bonito y qué profundo es el signo el de la luz! Signo de fe que alumbra nuestro caminar y de resurrección.
Y la mañana siguiente, el gran momento, el broche de oro final, la celebración de la Eucaristía de la Fiesta de la Inmaculada Concepción en la Basílica subterránea de Pío X. Misa internacional, con partes en latín, italiano, español, inglés, finlandés y francés. Misa presidida por el obispo de Tarbes –Lourdes, que en su homilía, después de haber aclarado que tenemos que distinguir claramente, aunque no separar del todo, la inmaculada concepción de María de la concepción virginal de Jesús, reflexionaba sobre esa frase evangélica que lo que ’hemos recibido gratis debemos darlo gratis’. Al ser el único sacerdote español presente, exceptuando el capellán oficial del santuario, me tocó leer el evangelio de la anunciación en castellano. Extraña, entristece y es motivo de reflexión que tan pocos españoles, comparados con otras nacionalidades, visitemos este santuario. Los italianos, por ejemplo, que vienen de más lejos, son muchos más y tienen también muchos santuarios marianos en su país. ¿Qué significado puede tener este hecho y qué repercusiones para la fe de nuestro pueblo? La proclamación del evangelio de la anunciación con frecuencia emociona: el anuncio de la entrada de Dios en nuestro mundo y en nuestra historia a través del vientre purísimo de una criatura que pronuncia su ‘sí’. Un ‘sí’ del que depende el plan de Dios y nuestra salvación. Un ‘sí’ que implica cruz y anticipa el de Jesús en el huerto de Getsemaní, pero un ‘sí’ a través del cual la mujer empieza a aplastar la cabeza de la antigua serpiente, como ya anuncia el libro del Génesis.

Muchos y grandes teólogos tenían serias dudas de que María fuera concebida sin pecado original, ya que el pecado se nos quita por Jesús, hijo de María. Fue Scoto que aclaró el tema con su famosa doctrina potuit, decuit, ergo fecit; pudo, quiso, por tanto, hizo. Dios pudo preservarla del pecado, era conveniente hacerlo así y por tanto lo hizo. En el evangelio de la anunciación, el ángel afirma con mucha rotundidad que “para Dios nada hay imposible”. Es lo  mismo que decía Scoto y es el fundamento de la fe en la inmaculada concepción de María y lo que motiva a muchos enfermos en el alma y en el cuerpo para que venga a Lourdes. Tener fe significa creer en un Dios que llama a la existencia las cosas de la nada y es capaz de resucitar a los muertos.

En los mosaicos del P. Rupnik de la fachada de la Basílica del Rosario están también representados los misterios de las Bodas de Caná y de la Eucaristía, relacionado un episodio con el otro. En Caná, Maria pronuncia sus últimas palabras en el evangelio: “Haced lo que Él os diga”. A estas palabras de la Virgen, responde el mandato de Jesús al instituir la Eucaristía: “Hacen esto en memoria mía”. El mandato de Jesús al que nos remite la Virgen es que celebremos la Eucaristía, un mandato dirigido a todos, pero en especial a los sacerdotes.



   ¡Qué puente de la Inmaculada tan denso de cosas, de signos y palabras del Señor! Hay muchas cosas que pasan en el santuario más íntimo de las personas, que es difícil contar, o no se puede ni debe, pero hay tantas formas con las que el Señor, también a través de su sierva fiel, de María, interviene y actúa en nuestra vidas. El Señor puede hacer lo imposible, lo sabemos, pero muchas veces prefiere cambiarnos a nosotros más que a las cosas externas, prefiere que aprendamos a conformar nuestra vida a la muerte y resurrección del Señor. Este cambio también puede ser un milagro. Íbamos a Lourdes en un momento de oscuridad, con ganas de aclarar nuestra vida y de discernir la voluntad del Señor y creo que el Señor 'ha estado grande con nosotros'.

2 comentarios:

  1. Me alegro muchísimo por los tres y por todos los que en Lourdes reencuentran su camino.

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  2. La más profunda oscuridad se quiebra con una mínima luz. GRACIAS!!!

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