Homilía 16 de enero 2011
2º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Hay un descubrimiento fundamental en nuestra vida cristiana que cuando lo hacemos todo cambia, nos sentimos como liberados y vueltos a nacer, como si descubriéramos por primera vez lo que significa ser cristianos y lo bello que es, descubrimiento que nos lleva a tener una nueva relación con Dios distinta a la antes, basada en la gratitud y el amor y no en el cumplimiento de la ley y el miedo. Es el descubrimiento del amor de Dios, que es anterior a nuestro amor por Él y es gratuito, un amor que no depende de nosotros ni de nuestras obras. Es descubrir que no nos salvamos nosotros mismos, que el estar a bien con Dios, el estar justificados como diría San Pablo, no depende de nuestro esfuerzo, no es conquista nuestra, sino que es don gratuito de Dios, es gracia, es regalo de Dios, es Él que nos justifica sin mérito por nuestra parte. Dios no me perdona por las obras que hago, por lo bueno que soy, porque cumplo sus mandamientos, sino per me perdona gracias a su Hijo que me ha amado siendo yo pecador, y se ha entregado por mí, como cordero sin mancha que quita el pecado del mundo. Yo hice ese descubrimiento estando ya en el Seminario, leyendo un artículo de un profesor muy conocido de mi universidad y gran estudioso de San Pablo, el padre Lyonnet, que escribiendo sobre la Epístola a los Romanos, afirmaba que Jesús nos ha liberado de la Ley de Moisés, pero no sólo en cuanto ‘de Moisés’, sino también en cuanto ‘Ley’. Pablo descubrió, al encontrarse con el Resucitado, que lo que salvaba no eran las obras de la Ley, sino la fe en el Señor. Este descubrimiento estamos llamados a hacerlo todos los cristianos y darnos cuenta que la salvación se nos ofrece gratis en Jesús. Esto cuando lo descubrimos nos inunda de una gran paz.
Agnus Dei - Francisco de Zurbarán |
Es el tema también del evangelio de este domingo centrado en el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús. Al acercarse Jesús, dice de Él que es ‘el Cordero de Dios que quita el pecado el mundo’. ¿Qué significa esta expresión? En un principio nos puede parecer extraña, pero cuando la consideramos a la luz de la traición bíblica descubrimos que hay mucha riqueza de significado en este título que se pone en labios del Bautista. Es un título que nos dice mucho sobre la persona de Jesús y su misión. Quizás estamos muy acostumbrados a él, al oírlo en todas las misas, en ese momento solemne cuando el sacerdote antes de comulgar levanta la sagrada forma y la muestra al pueblo. Al estar tan acostumbrados puede que no nos demos cuenta de toda la riqueza de significado que encierra.
Cuando en el evangelio de Juan se afirma esto de Jesús, provocando también en la narración que algunos discípulos del Bautista lo dejen a él para seguir al Señor, se sabe bien lo que se está diciendo. Se están retomando ideas y tradiciones del pueblo elegido y aplicándolas a Jesús. Entre ellas, por ejemplo, está la que se refiere al cordero pascual que 'debe ser sin mancha' y al que ‘no se debe quebrar ningún hueso’ como a Jesús en la cruz, que se sacrifica al atardecer del día en que se hace memoria de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, a la misma hora y el mismo día en que el Señor fue crucificado según el cuarto evangelio. El día de la liberación los israelitas comieron deprisa el cordero reunidos por familias y marcaron con su sangre las puertas de sus casas para que no entrara en ellas el ángel exterminador. Pero el llamar cordero de Dios a Jesús también hace referencia a los textos del profeta Isaías donde se habla del Siervo de Yahvé, de aquel que va a ser ‘como cordero llevado al matadero’, ‘traspasado por nuestro pecados’, que se ‘carga con nuestras culpas y cuyas heridas nos han curado’ (cfr. Is 53). También, quizás, la idea de cordero alude a Isaac llevado al monte por su padre Abrahán para ser sacrificando en obediencia a Dios, del que el Targum dice ‘que estaba atado sobre un monte como un cordero sobre el altar’. Jesús es el verdadero Isaac del que el anterior era solo figura, que se sacrifica por nosotros en obediencia perfecta al Padre. El cordero, también, a diferencia de otros animales que se usaban en Oriente como emblemas de personajes famosos, como el león y el novillo, es el más frágil e indefenso de todos (interpretación propuesta por el conocido biblista español A. Schökel). Por tanto, este título nos lleva a profundizar mucho en el ser de Jesús y su misión. Nos lleva a entenderle mejor a Él y lo que ha hecho por nosotros. El vino a salvarnos como cordero llevado al matadero, como cordero cuya sangre nos libra de la muerte, como aquel que se hace obediente al Padre hasta la muerte y muerte de cruz y vence el mal con el bien.
Cuando comprendemos esto, se nos cae nuestra presunción y soberbia y aceptamos que no soy yo ni tú los que nos salvamos con nuestro esfuerzo, sino que ha sido el cordero divino que nos ha salvado, asumiendo y venciendo nuestro pecado. En Él se nos ofrece gratuitamente el perdón y tenemos acceso al Padre como hijos muy amados, independientemente de nuestras obras. Esto no significa que no debamos esforzamos para realizar obras de vida eterna, pero sí significa que éstas son consecuencias de la salvación obtenida y no causa de ellas; y esta diferencia es fundamental entenderla y vivirla para saborear esa paz y libertad que sólo el Señor nos puede dar.
En el texto del evangelio de hoy, San Juan compara su bautismo, que es un bautismo en agua, al que instaurará Jesús, que es en Espíritu Santo. El bautismo de Juan servía como preparación para el juicio inminente de Dios, era un bautismo de conversión; el bautismo que trae Jesús y que se hace efectivo después de su muerte y resurrección es un bautismo de salvación; en él se nos perdonan los pecados y se nos da la nueva vida de los hijos de Dios. Y todo esto es don no conquista nuestra.
Este don se renueva también en cada Eucaristía. En la oración sobre las ofrendas de hoy, rezaremos diciendo: “Concédenos, Señor, participar dignamente de estos santos misterios, pues cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo se realiza la obra de nuestra redención”. Esta obra no la realizamos nosotros, la realiza el Señor en nuestro favor. Nosotros la acogemos con gratitud e intentemos vivir según el don recibido.
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