Homilía 2 de enero 2011
2º Domingo de Navidad (ciclo A)
San Basilio Magno y San Gregorio Nacianceno
San Basilio |
Hace unos meses vino a hablar un chico de la parroquia conmigo diciéndome que estaba muy preocupado y que le daba muchas vueltas en su cabeza al tema de la predestinación. ¿Es verdad - me preguntaba-, como piensan algunos en la tradición calvinista, que Dios ha predestinado algunos a la salvación y otros a la condenación? Si es así, ¿dónde está nuestra libertad? ¿De qué sirve que nos esforcemos? Por otro lado, aunque no podamos admitir que Dios predestine algunos a la condenación, ¿no es verdad que sin Dios no podemos hacer nada? ¿Que sin su ayuda no podemos hacer el bien? ¿Que si no es Él el que nos saca de nuestra situación de pecado, con nuestras propias fuerzas no podemos salir? San Agustín era muy consciente de la necesidad de la ayuda de Dios para vencer la fuerza de la concupiscencia. Lo había experimentado en su vida y luchó contra todos aquellos, como Pelagio, que afirmaban que el hombre por sí solo es capaz de decidirse por el bien y hacerlo, sin ayuda divina.
¿Cuál es nuestra experiencia al respecto? ¿Qué pensamos nosotros? La segunda lectura de este domingo nos puede iluminar sobre la cuestión. Así es siempre en nuestra vida y así debería ser; hay una dialéctica ente nuestra experiencia humana y la Palabra de Dios en la que ambas se iluminan mutuamente. Nuestra experiencia se aclara a la luz de la Palabra de Dios, pero también la Palabra de Dios la interpretamos a partir de lo que vivimos. Y en nuestra vida, tenemos que admitir que tanto la tesis como la antítesis de la cuestión de la predestinación son verdad. Experimentamos, por un lado, como es Dios que nos da ese impulso para salir de nuestros pecados y miserias, que sin Él no podemos nada, que es Él el que nos elige; pero por otro lado, también experimentamos que somos libres, que somos nosotros los que decidimos, los que tenemos que esforzarnos, los que debemos levantarnos de nuestro estado de postración como hizo el hijo pródigo de la parábola y volver a casa del Padre. En el texto de la Carta a los Efesios, se habla claramente de predestinación; se dice: Dios “nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos e intachables ante Él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos...” (Col 1, 4-5).
San Gregorio |
El Apóstol de las gentes en este texto habla de una predestinación universal a ser santos e hijos de Dios. Todos hemos sido predestinados desde siempre en Cristo, antes de la creación del mundo, por pura iniciativa suya, sin méritos por nuestra parte. Esta es la predestinación, la elección que vale para todos. A esta elección debemos responder nosotros en nuestra vida con nuestras decisiones concretas, usando nuestra libertad, según nuestras circunstancias, discerniendo los signos que Dios nos manda, internos y externos. De este modo elegimos nuestro estado de vida, nuestra profesión, etc. Lo que cuenta es que en estas elecciones concretas hagamos real la llamada a la santidad y a vivir como hijos de Dios.
De hecho, la solución al problema de la predestinación debemos buscarla más en nuestra vida concreta que en el ámbito de la reflexión, aunque ésta también es necesaria. En nuestro vivir cotidiano nos damos cuenta que los dos polos de la cuestión son verdad y que tienen que afirmarse a la vez y con la mayor fuerza posible, más que buscar soluciones intermedias o de compromiso. Así, es verdad que todo viene de Dios, pero a la vez también es verdad que mucho depende de nosotros. Ésta es también la mejor forma de vivir espiritualmente esta tensión, según el célebre dicho atribuido a San Agustín y retomados por la tradición ignaciana: ‘Reza como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”. Desde un punto de vista teórico, la solución al problema de la predestinación está en no confundir los dos planos de análisis: el de Dios y el nuestro. Dios es omnisciente, omnipotente y eterno y puede muy bien conocer todo de antemano, porque ‘mil años para Él son como el día de ayer que pasó’, pero esto no es incompatible con nuestra experiencia del esfuerzo y fatiga de tomar decisiones como criaturas libres.
Dentro entonces, de nuestra predestinación, de nuestra vocación a ser santos e intachables por el amor y a ser hijos de Dios, está el espacio de nuestra libertad para ir tomando decisiones e irlas viviendo. Podemos pensar que Dios sabe ya lo que haremos y que tiene además un designio más concreto para nosotros en que se especifica esta llamada universal a la santidad. También es verdad que en el día a día reconocer la voluntad de Dios puede resultar difícil. Tenemos que prestar mucha atención a los signos externos e internos y tomar la decisión que racionalmente es la más adecuada. Dios nos ha dado la razón y es fundamental que la utilicemos.
Encuentro entre San Gregorio y San Basilio en Atenas |
Hoy celebramos a dos grandes santos de la Iglesia oriental que nos pueden enseñar algo acerca de la predestinación. A San Basilio el Grande y a San Gregorio Nacianceno los unía una gran amistad. Tenían en común un gran amor por el conocimiento y por la vida virtuosa y el encuentro entre ellos, según el mismo san Gregorio, no fue casual, sino claramente querido por Dios. San Basilio fue obispo, pero sobre todo fue el padre del monacato oriental y no tenía ningún temor a enfrentarse con el emperador cuando lo requería su ministerio. San Gregorio, también obispo, no tuvo reparo en abandonar la prestigiosísima sede de Constantinopla para seguir una vida de silencio, estudio y oración. Dos grandes hombres que vivieron de forma sublime su vocación a la santidad y que a través de una vida consecuente con la búsqueda de la verdad y de la virtud, percibían como Dios les iba llevando de la mano.
¡Qué ellos nos ayuden a vivir nuestra vocación a la santidad y a ser hijos de Dios a través de las decisiones concretas de nuestra vida!
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