referencia del libro |
Ahora que José María Serrano Ruiz está a punto de cumplir 80 años y de jubilarse definitivamente de sus responsabilidades directas en los tribunales eclesiásticos, faltando poco para el 25 de marzo, aniversario de su nombramiento como juez de la Rota (este año el 41), deseo compartir con los lectores de este blog un artículo que escribí hace ya seis años. Fue a petición suya, como colaboración para un libro que se publicaría con ocasión de sus cincuenta años de sacerdocio, con el título Tracce di vita e di speranza (Guida editore, Napoli, 2005)
Copio aquí el artículo con algunas pequeñas correcciones y puestas al día:
¡Qué difícil es escribir ‘acerca de’ José María! Me ha pedido que escriba algo para cierto libro que quiere publicar para celebrar sus bodas de oro sacerdotales pero, ¡cuánto me cuesta! De todas formas, no puedo negarme por lo mucho que le debo.
Escribir algo de una persona es siempre difícil, y cuánto más la conocemos lo es más. Toda persona es un misterio, tiene algo de incomunicable e inasible y lo que conocemos de ella está condicionado por factores subjetivos y contingentes. José María está además lleno de facetas difícilmente conciliables en una única persona: hombre muy sensible, amigo, sacerdote, juez de la Sacra Rota Romana, ‘deportista’, viajero, poeta… Cuando José María me pidió este escrito yo le cité al apóstol Pablo, diciéndole que hay que dejar las opiniones sobre los sacerdotes a Dios que es el único que nos conoce de verdad y nos ama más de lo que lo que nos amamos nosotros mismos, pero él, con su notoria obstinación, seguía insistiendo. Bueno, pues, ahí va…
En la inaugarción del año judicial 2002 del tribunal eclesiástico de Salerno |
Yo me siento muy ligado a José María y diría yo por lazos muy difíciles de describir, que tienen mucho que ver con el mundo de la gracia, de los designios de Dios y de otras cosas trascendentales. Los primeros recuerdos que tengo de él son de mi niñez en Roma, cuando venía a cenar a la casa que mis padres tenían alquilada en Parioli y luego en el EUR. Eran cenas divertidas, ya que José María es un conversador admirable y está siempre lleno de anécdotas y cosas que contar. Sorprendía su alegría contagiosa y su forma de ver la vida, su humor, en definitiva su humanidad. Por aquellas fechas se les ocurrió a mis padres que era oportuno preparar a los tres hermanos para recibir la primera Comunión y él se encargó de ello como también de celebrar la Misa en la capilla Salus Populi Romani de la Basílica de Santa María la Mayor. Todavía recuerdo con nostalgia aquellos amenos y casi improvisados encuentros de preparación para recibir el sacramento, y sobre todo la forma en la que José María logró superar mi inicial resistencia y oposición a tener ‘clase de religión’. Yo entonces iba a una escuela inglesa internacional de ambiente muy interreligioso y liberal, que daba una gran importancia a que los alumnos adquirieran una mentalidad científica y crítica, y lo de estudiar religión católica o recibir catequesis me parecía ‘raro’ y ‘inappropriate’ (poco apropiado). De esos tiempos, son también algunos viajes que hicimos los tres hermanos con José María: a Venecia, a Limone Piemonte, a los Abruzos, etc. Esos viajes tenían mucho de aventura y José María nos sorprendía por su forma de hablar con todos los que se nos cruzaban (a veces, tomándoles el pelo sin que se dieran cuenta) y por su forma de presentarse: siempre decía con mucho orgullo, sobre todo a los sacerdotes, que era ‘auditore della Sacra Rota' (juez de la Rota romana), lo que nos abría muchas puertas… Es oportuno añadir que su forma de conducir el coche, como su forma de actuar y organizar el viaje, eran lo que los italianos llamarían ‘spericolata’ (alocada). Por aquel entonces, José María no iba muy bien de dinero, no se había aclarado del todo quien le tenía que dar su ‘gran’ sueldo que parecía le era debido, si el Vaticano o el Gobierno español, y además creo que ya se había salido de Montserrat y pagaba el alquiler de un piso en la Ciudad Eterna. Siempre cuando se iba de casa de mis padres terminada la cena, mi madre le daba en una bolsa de plástico leche, fruta, licores etc. Además, mi madre intentaba convencerle a que dejara de tomar tantas pastillas, sobre todo las del ‘fegato’ (hígado), que estaba, según el juez rotal, siempre ‘a pezzi’ (hecho polvo)…
José María Serrano (derecha) con Mons. Paolo De Nicolò |
Y así muchos recuerdos más. Recuerdo, por ejemplo, pasar un mes de verano en Benicassim (Castellón) con José María y su madre, un verano que era muy importante para mi futuro, ya que me daban las notas que había sacado en la selectividad inglesa y las universidades a las que podía aspirar. Recuerdo también la muerte de su madre, las dificultades con su piso en Monteverde, que por un descuido no le había cedido en uso una gran amiga suya, etc.
Todo esto se iba entrelazando con mi vida de una forma que tiene mucho que ver, como decía antes, con la gracia y los planes de Dios, cosas en las que a veces los mismos amigos actúan como instrumentos. En esos años poco a poco me sentí llamado al sacerdocio, de una forma que todavía hoy no sé muy bien explicar, y empecé a estudiar Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana y entré en el Seminario Romano; recibí el sacramento de la confirmación en el mismo Seminario, ejerciendo José María como padrino y me ordené de sacerdote en el 1988, estando él a mi lado en la ordenación y mi primera misa. ¡Y cumplo este año (2005) ya 17 años de sacerdote y José María 50!
También es justo recordar momentos difíciles que los dos hemos pasado, como los tiene que atravesar todo hombre y sacerdote, en los que nos hemos apoyado mutuamente, quizás menos de lo que habríamos podido: mi dificultad con mi primera parroquia y mi párroco y los problemas de José María en el Liceo Español Cervantes de Roma y, de una forma mucho más honda y dolorosa, su fallido nombramiento como decano de la Rota después de una vida dedicada a ese tribunal, y cuando por antigüedad le tocaba, según la praxis de la Curia romana y la norma antes de la última reforma.
Como decía, ¡qué difícil es escribir algo sobre José María! Me ligan a él lazos muy profundos de amistad, de vocación, de vida sacerdotal pero, al mismo tiempo, hablar de ello me resulta difícil como lo es de los planes que Dios tiene sobre nuestras vidas, en parte por lo parcial de nuestro conocimiento mientras peregrinamos por este ‘valle de lágrimas’. Por otro lado, admiro de José María muchas de sus cualidades: su libertad, su humanidad, su 'spericoletezza', su autenticidad, su luchar con valentía cuando es necesario, su sentido de la fiesta y sus ganas de celebrar cualquier aniversario por pequeño que sea… (Evidentemente, en algunas de estas cosas es quizás mejor no imitarle). Como intenté decir a José María cuando me pidió este escrito, y ahora al escribirlo se lo repito, es mejor, como dice Pablo hablando de los que somos ‘servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios’, no pedirnos cuenta ni a nosotros mismos, dejando todo juicio (y quizás toda opinión) a Dios, que es nuestro único juez (cfr. 1Cor 4, 1-5), sin nada quitar a los tribunales eclesiásticos de los que José María fue y sigue siendo fiel servidor. Y escribir de alguien sin opinar, sin emitir un pequeño juicio, por inocente que sea, es prácticamente imposible. Si Dios quiere, cuando estemos en nuestra patria verdadera, junto al Padre y a nuestros amigos, en la fiesta perpetua, en el hoy eterno que no necesita aniversarios, seguro que nos sorprenderemos de muchas cosas y de cómo nuestras vidas han estado interconectadas sin que nos percatáramos de ello. Estoy seguro de que José María entonces se alegrará y recibirá su merecida recompensa por el mucho bien que como hombre y sacerdote ha hecho a su alrededor casi sin quererlo, siendo sencillamente él mismo: “José María para los amigos”.