sábado, 26 de febrero de 2011

José María Serrano Ruiz: un gran amigo y sacerdote


referencia del libro
                Ahora que José María Serrano Ruiz está a punto de cumplir 80 años y de jubilarse definitivamente de sus responsabilidades directas en los tribunales eclesiásticos, faltando poco para el 25 de marzo, aniversario de su nombramiento como juez de la Rota (este año el 41), deseo compartir con los lectores de este blog un artículo que escribí hace ya seis años. Fue a petición suya, como colaboración para un libro que se publicaría con ocasión de sus cincuenta años de sacerdocio, con el título Tracce di vita e di speranza (Guida editore, Napoli, 2005)

Copio aquí el artículo con algunas pequeñas correcciones y puestas al día:

¡Qué difícil es escribir ‘acerca de’ José María! Me ha pedido que escriba algo para cierto libro que quiere publicar para celebrar sus bodas de oro sacerdotales pero, ¡cuánto me cuesta! De todas formas, no puedo negarme por lo mucho que le debo.

Escribir algo de una persona es siempre difícil, y cuánto más la conocemos lo es más. Toda persona es un misterio, tiene algo de incomunicable e inasible y lo que conocemos de ella está condicionado por factores subjetivos y contingentes. José María está además lleno de facetas difícilmente conciliables en una única persona: hombre muy sensible, amigo, sacerdote, juez de la Sacra Rota Romana, ‘deportista’, viajero, poeta… Cuando José María me pidió este escrito yo le cité al apóstol Pablo, diciéndole que hay que dejar las opiniones sobre los sacerdotes a Dios que es el único que nos conoce de verdad y nos ama más de lo que lo que nos amamos nosotros mismos, pero él, con su notoria obstinación, seguía insistiendo. Bueno, pues, ahí va…


En la inaugarción del año judicial 2002
del tribunal eclesiástico de Salerno
Yo me siento muy ligado a José María y diría yo por lazos muy difíciles de describir, que tienen mucho que ver con el mundo de la gracia, de los designios de Dios y de otras cosas trascendentales. Los primeros recuerdos que tengo de él son de mi niñez en Roma, cuando venía a cenar a la casa que mis padres tenían alquilada en Parioli y luego en el EUR. Eran cenas divertidas, ya que José María es un conversador admirable y está siempre lleno de anécdotas y cosas que contar. Sorprendía su alegría contagiosa y su forma de ver la vida, su humor, en definitiva su humanidad. Por aquellas fechas se les ocurrió a mis padres que era oportuno preparar a los tres hermanos para recibir la primera Comunión y él se encargó de ello como también de celebrar la Misa en la capilla Salus Populi Romani de la Basílica de Santa María la Mayor. Todavía recuerdo con nostalgia aquellos amenos y casi improvisados encuentros de preparación para recibir el sacramento, y sobre todo la forma en la que José María logró superar mi inicial resistencia y oposición a tener ‘clase de religión’. Yo entonces iba a una escuela inglesa internacional de ambiente muy interreligioso y liberal, que daba una gran importancia a que los alumnos adquirieran una mentalidad científica y crítica, y lo de estudiar religión católica o recibir catequesis me parecía ‘raro’ y ‘inappropriate’ (poco apropiado). De esos tiempos, son también algunos viajes que hicimos los tres hermanos con José María: a Venecia, a Limone Piemonte, a los Abruzos, etc. Esos viajes tenían mucho de aventura y José María nos sorprendía por su forma de hablar con todos los que se nos cruzaban (a veces, tomándoles el pelo sin que se dieran cuenta) y por su forma de presentarse: siempre decía con mucho orgullo, sobre todo a los sacerdotes, que era ‘auditore della Sacra Rota' (juez de la Rota romana), lo que nos abría muchas puertas… Es oportuno añadir que su forma de conducir el coche, como su forma de actuar y organizar el viaje, eran lo que los italianos llamarían ‘spericolata’ (alocada). Por aquel entonces, José María no iba muy bien de dinero, no se había aclarado del todo quien le tenía que dar su ‘gran’ sueldo que parecía le era debido, si el Vaticano o el Gobierno español, y además creo que ya se había salido de Montserrat y pagaba el alquiler de un piso en la Ciudad Eterna. Siempre cuando se iba de casa de mis padres terminada la cena, mi madre le daba en una bolsa de plástico leche, fruta, licores etc. Además, mi madre intentaba convencerle a que dejara de tomar tantas pastillas, sobre todo las del ‘fegato’ (hígado), que estaba, según el juez rotal, siempre ‘a pezzi’ (hecho polvo)…

José María Serrano (derecha)
con Mons. Paolo De Nicolò
Y así muchos recuerdos más. Recuerdo, por ejemplo, pasar un mes de verano en Benicassim (Castellón) con José María y su madre, un verano que era muy importante para mi futuro, ya que me daban las notas que había sacado en la selectividad inglesa y las universidades a las que podía aspirar. Recuerdo también la muerte de su madre, las dificultades con su piso en Monteverde, que por un descuido no le había cedido en uso una gran amiga suya, etc.

Todo esto se iba entrelazando con mi vida de una forma que tiene mucho que ver, como decía antes, con la gracia y los planes de Dios, cosas en las que a veces los mismos amigos actúan como instrumentos. En esos años poco a poco me sentí llamado al sacerdocio, de una forma que todavía hoy no sé muy bien explicar, y empecé a estudiar Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana y entré en el Seminario Romano; recibí el sacramento de la confirmación en el mismo Seminario, ejerciendo José María como padrino y me ordené de sacerdote en el 1988, estando él a mi lado en la ordenación y mi primera misa. ¡Y cumplo este año (2005) ya 17 años de sacerdote y José María 50!

También es justo recordar momentos difíciles que los dos hemos pasado, como los tiene que atravesar todo hombre y sacerdote, en los que nos hemos apoyado mutuamente, quizás menos de lo que habríamos podido: mi dificultad con mi primera parroquia y mi párroco y los problemas de José María en el Liceo Español Cervantes de Roma y, de una forma mucho más honda y dolorosa, su fallido nombramiento como decano de la Rota después de una vida dedicada a ese tribunal, y cuando por antigüedad le tocaba, según la praxis de la Curia romana y la norma antes de la última reforma.

Como decía, ¡qué difícil es escribir algo sobre José María! Me ligan a él lazos muy profundos de amistad, de vocación, de vida sacerdotal pero, al mismo tiempo, hablar de ello me resulta difícil como lo es de los planes que Dios tiene sobre nuestras vidas, en parte por lo parcial de nuestro conocimiento mientras peregrinamos por este ‘valle de lágrimas’. Por otro lado, admiro de José María muchas de sus cualidades: su libertad, su humanidad, su 'spericoletezza', su autenticidad, su luchar con valentía cuando es necesario, su sentido de la fiesta y sus ganas de celebrar cualquier aniversario por pequeño que sea… (Evidentemente, en algunas de estas cosas es quizás mejor no imitarle). Como intenté decir a José María cuando me pidió este escrito, y ahora al escribirlo se lo repito, es mejor, como dice Pablo hablando de los que somos ‘servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios’, no pedirnos cuenta ni a nosotros mismos, dejando todo juicio (y quizás toda opinión) a Dios, que es nuestro único juez (cfr. 1Cor 4, 1-5), sin nada quitar a los tribunales eclesiásticos de los que José María fue y sigue siendo fiel servidor. Y escribir de alguien sin opinar, sin emitir un pequeño juicio, por inocente que sea, es prácticamente imposible. Si Dios quiere, cuando estemos en nuestra patria verdadera, junto al Padre y a nuestros amigos, en la fiesta perpetua, en el hoy eterno que no necesita aniversarios, seguro que nos sorprenderemos de muchas cosas y de cómo nuestras vidas han estado interconectadas sin que nos percatáramos de ello. Estoy seguro de que José María entonces se alegrará y recibirá su merecida recompensa por el mucho bien que como hombre y sacerdote ha hecho a su alrededor casi sin quererlo, siendo sencillamente él mismo: “José María para los amigos”.

jueves, 24 de febrero de 2011

Enseñar a nuestros hijos a amar




referencia del libro
Inspirándome en un libro de Juan José Javaloyes, titulado El arte de enseñar a amar que recomiendo a quien quiera profundizar en este tema, deseo compartir con los lectores de mi blog unas consideraciones sobre algo tan importante y que con frecuencia descuidamos tanto como es la educación para el amor de nuestros hijos. Es sorprendente como invertimos tanto tempo, energía y dinero para que adquieran las habilidades necesarias para el trabajo y dedicamos tan poco esfuerzo para enseñarles algo tan fundamental para su felicidad como es el amor. Las consideraciones que siguen las propuse en una Escuela de Padres en el Colegio Nuestra Señora de las Delicias de Madrid.


Introducción

  • Según lo que pensaba Freud hay dos ámbitos de nuestra vida que tienen mucho que ver con nuestra felicidad: el amor y el trabajo; cuando nos sentimos descontentos o infelices es útil ver en cuál de estos dos aspectos de nuestra vida hay problemas.
  • En nuestra sociedad nos preparamos bien para el trabajo, pero quizás no tanto para el amor.
  • Para el amor deberían preparar los padres pero ellos se sienten con frecuencia incapaces y se resignan a que sean los amigos, la televisión, etc. los que enseñen a sus hijos qué es y cómo se debe vivir el amor.

Opción fundamental

  • Lo primero que tenemos que hacer es tener claro nosotros lo que es y debe ser el amor y cómo se debe vivir. Aquí está la cuestión fundamental: si  no tenemos claro lo que queremos transmitir a los hijos, lo que sería bueno para ellos, no podemos educar. Seremos ciegos que pretenden guiar a otros ciegos.
  • En nuestra cultura se dan distintas formas de entender y vivir el amor que, para simplificar, podemos separar en dos grandes bloques:

    • Hay una forma que se centra en el mismo sujeto y entiende el amor sobre todo como un sentimiento placentero. La otra persona se instrumentaliza, me interesa en cuanto crea en mí ese sentimiento. Se distingue amor de compromiso, considerando que la voluntad no tiene mucho que ver con los sentimientos. La sexualidad va unida al amor, sobre todo para la mujer, pero se utiliza para obtener placer y no para comunicarse realmente con el otro. Es una visión hedonista, egoísta y efímera.
    • La otra tendencia considera que la persona humana se realiza en la medida en que sale de sí misma y se encuentra realmente con el otro, entregándose a él, no en función del placer que me produzca, sino por él mismo. Aquí el amor es sentimiento, pero también es entrega, acto de la voluntad y de la inteligencia, compromiso. En el caso del amor conyugal, un compromiso estable, exclusivo, único, fiel, para siempre; una entrega total de sí mismo al otro. Este amor es de por sí abierto a la vida. La sexualidad se vive más como lenguaje del amor, como comunicación profunda entre el hombre y la mujer.

  • Evidentemente la primera forma de entender el amor es la más común en nuestra sociedad; la segunda es contracultural; requiere mucho esfuerzo educativo para aprenderla y vivirla (el joven tendrá que ser capaz de asumir y vivir con orgullo que se le considere algo ‘diferente’). Los cristianos pensamos que la segunda forma de entender el amor es la verdadera, la que vivió y nos enseñó Jesús, la que nos puede hacer verdaderamente felices.
  • La primera decisión que debemos tomar, por tanto, antes de empezar la tarea educativa, es qué forma de entender y vivir el amor quiero yo enseñar a mis hijos. Para enseñarle a vivir la primera forma no tendremos que hacer mucho esfuerzo; la aprenderán casi automáticamente. Es verdad que tenderemos que enseñarles como evitar algunos problemas que podrían tener, como embarazos indeseados y enfermedades de transmisión sexual, pero esto no nos costará mucho esfuerzo. (Es probable que tampoco tengamos mucho éxito en esto a la luz de las estadísticas). Sin embargo, si optamos por la segunda forma, deberemos hacer un gran esfuerzo para llevar nuestros hijos a salirse de la masa y ser ellos mismos, luchando contra los poderosos medios que empujan en la otra dirección.

Conceptos fundamentales

  • Es oportuno tener siempre presente que todo ser humano es único, irrepetible. Esto lo sabemos bien, pero muchas veces no lo aplicamos al educar, pretendiendo seguir un mismo patrón con todos. Toda persona comparte muchas cosas con los demás seres humanos, comparte otras con los de su mismo sexo y no con los del otro, y tiene otras cosas que son suyas propias y que no comparte con nadie. Al educar tenemos que cuidar esto, educando de forma distinta según se trate de algo que vale para todo ser humano, sólo para las mujeres o los hombres, o sólo para la persona en cuestión.
  • Otro principio básico es que la diferencia sexual es algo inscrito profundamente en el ser humano. No es algo accidental o que depende sólo de la forma en que hemos sido educados. Nuestro sexo no es un rol que hemos asumido, sino algo que nos caracteriza en lo más íntimo y que influye en todo nuestro ser: cuerpo, emociones, cogniciones, conductas.
  • También hay que señalar la unidad del ser humano: El hombre no es sólo cuerpo, ni solo mente, sino una totalidad que incluye distintos aspectos. El hombre cuando ama, ama con todo su ser: cuerpo, pensamientos, emociones, inteligencia y voluntad.

Algunos principios básicos para la educación en general

  • Todo a su tiempo — gradualidad: algunos conocimientos o hábitos solo se pueden enseñar después de que se hayan adquiridos otros más básicos; no se puede exigir a los hijos aquello para lo que no se les ha preparado y/o sorprenderse por la tardanza de los frutos; para enseñar a amar hay que tener en cuenta la evolución psicológica, afectiva y personal del niño y respetarla.
  • La verdad aunque cueste: hay que contestar siempre con la verdad a cualquier pregunta que se nos formule por inoportuna o embarazosa que nos pueda resultar; si es complicado responder en el momento, es mejor decir: “en este momento no te lo puedo explicar, búscame más tarde y hablaremos”, y hay que mantener la conversación prometida; no debemos tener miedo de enfrentarnos con la realidad; a veces estamos tentados a quitarnos el muerto de encima dejando que sea la televisión o los amigos los que enseñen a nuestros hijos; para poder responder con la verdad hay que vencer disposiciones personales de timidez, inseguridad o poca preparación.
  • Planificar la educación: En la educación hay unas instrucciones a seguir: aclarar objetivos, elegir los medios, decidir el tiempo que se dedica, establecer el  modo de evaluación de los progresos; tenemos que tomarnos la educación de nuestros hijos como algo serio, no menos de como nos tomamos nuestro trabajo profesional.
  • Empezar es importante pero no basta: Es necesario evaluar continuamente la tarea educativa que se lleva a cabo con los hijos, sobre todo a través de la conversación de los padres, pasando revista a cada uno de ellos, pero también hablando con los profesores.
  • Sólo lo valioso cuesta: hoy está de moda el "sin esfuerzo", pero no se aprende nada sin esfuerzo y menos aquellas cosas importantes en la vida; amar es lo más maravilloso que podemos hacer los hombres y, por tanto, cuesta mucho aprender a hacerlo bien.
    blogs.laverdad.es
  • Ser críticos con la información que recibimos y con nuestra cultura: Tenemos que usar nuestra inteligencia con lo que sale en los medios de comunicación sobre la sexualidad y el amor. No todo lo que dicen es verdad y es bueno. Tenemos que saber para poder enseñar a nuestros hijos, formándonos nosotros primero. Es necesario tener unos conocimientos básicos sobre la sexualidad masculina y femenina: anatomía del aparato sexual de los dos sexos, menstruación, fecundación, embarazo, nacimiento, lactancia, vida del embrión, fases de la respuesta sexual, etc.
  • No basta conocer la verdad para ponerla en práctica: los seres humanos somos incoherentes, y aunque sepamos lo que es bueno, con frecuencia no lo hacemos. Es necesario, por tanto, fortalecer la voluntad de nuestros hijos a través de ejercicios en que aprendan a usar su libertad y el autodominio. Para amar hay que ser dueños de uno mismo. Es muy importante saber como actuar ante los caprichos de nuestros hijos. Muchas veces es útil enseñar a los hijos a hacer pequeñas renuncias no irracionales, sino explicando el sentido. No se nace libres sino que se aprende a serlo.

Los seis primeros años

  • Desde que nace, lo ‘primero’ que preguntamos es si es niño o niña y tenemos que educar consecuentemente desde el principio, empezando por preparar un ambiente familiar adecuado. Hay que cuidar cosas como ropa, nombre, roles, etc. Es importante educar correctamente la intimidad cuidando la higiene, el baño, la recogida de ropa, etc.
  • Son muy curiosos y hacen muchas preguntas sin sentirse satisfechos cuando se les contesta. Gradualmente van descubriendo la diferencia sexual y hacen preguntas sobre ella con la misma naturalidad que sobre otros asuntos. También preguntan sobre el embarazo: “¿Por qué mamá está tan gorda?” “¿Cómo se le ha metido el bebé?”. Como estas preguntas nos suelen coger desprevenidos, tenemos que tener las respuestas preparadas y ensayadas y a veces provocar el diálogo. Nuestras respuestas deben ser naturales y sencillas, dando no más datos de los necesarios. Muchas veces es bueno tener conversaciones a solas. En esta edad da lo mismo que sea el padre o la madre el que contesta a las preguntas.
  • Este es un tiempo propicio para aprender algunos hábitos que son importantes para la educación para el amor, como el orden y la sinceridad. Hay que hacer una guerra al capricho, enseñando a resaltar justamente lo extraordinario, como cumpleaños, aniversario, etc. y a posponer la gratificación. También es bueno que experimenten la alegría de regalar cosas.

De 6 a 12 años

  • Es una etapa en que se configura el comportamiento afectivo; el niño se va conociendo a sí mismo y se ofrecen muchas posibilidades para la educación de los sentimientos: celos por el nacimiento de un nuevo hermano, tozudez en elegir un programa de televisión, desmedido deseo de algo, rechazo excesivo de lo que no le gusta...
  • La identidad sexual se va configurando a través de una creciente identificación con cada uno de los padres, cosa que hay que cuidar. En esta etapa es conveniente que sea el padre del mismo sexo el que conteste a las preguntas sobre el amor y la sexualidad. Al hablar con ellos es importante saber escuchar activamente, dedicando tiempo de calidad y creando las situaciones donde pueda tener lugar este diálogo. Diálogo que muchas veces es bueno que sea a solas, hecho con naturalidad y preparado. Al hablar de temas sexuales es bueno hacer referencia siempre al amor, la entrega, la apertura a la vida, para enmarcarlos en su justo contexto. También deben cuidar los padres su comportamiento delante de los hijos: chiste, bromas, doble sentidos, caricias, etc.

amor.net
  • Es también un período propicio para adquirir algunos hábitos y virtudes al desarrollarse un tipo de pensamiento más abstracto; son capaces de comprender el valor moral de la verdad y de esforzarse para vivirla; esto permite encauzar positivamente su inclinación a la amistad y al compañerismo, a la responsabilidad (disfruta sintiéndose importante y útil) y a la reciedumbre (ejercicio físico); la educación en la disciplina y el autodominio es importante en esta etapa; también es un período propicio para educar la laboriosidad (agenda, horario de trabajo, etc.). Para educar estos hábitos es necesario la paciencia, la creatividad, el razonar con ellos. Se sigue con la educación del orden  y la sinceridad, estableciendo rutinas, dando ejemplo los padres de sinceridad, mostrándose contrariados cuando descubren mentiras. Otros hábitos que se pueden educar en esta edad son la generosidad y la fortaleza, enseñando a cumplir horarios exigentes pero flexibles (con mucho espacio para el juego y el deporte) y a aguantar incomodidades y a rechazar caprichos.
  • En esta etapa los amigos empiezan a ser importantes y es bueno conocer quien son y tener trato con ellos.
  • Muchos expertos insisten en que en esta etapa es necesario adelantarse a la madurez biológica, haciendo una labor preventiva. Afirman que hay una edad crítica alrededor de los 8 y 9 años en la que es oportuno mantener conversaciones con los hijos acerca de las relaciones entre un hombre y una mujer que se quieren y su manifestación sexual, como también algunos de los cambios corporales que van a experimentar y los chistes que pueden oír sobre estos temas. En estas conversaciones se aclarará anticipadamente el significado del desnudo y la importancia de la intimidad y de respetar la dignidad del otro (no es malo el desnudo pero sí el no-respeto hacia la intimidad del otro). De aquí se le puede explicar la decisión de no ver imágenes inoportunas y de conocer las reacciones de su cuerpo para saber dominarlas. Es útil dejar siempre abierta la puerta para diálogos posteriores y remitirles al sacerdote cuando es necesario (los padres no pueden ser confesores de sus hijos). También se aprovecha las ocasiones que surgen para prevenir o amortiguar el efecto de algunas campañas o imágenes que ven.

La adolescencia (12 a 16 años)

  • Se caracteriza por la aparición de los rasgos sexuales secundarios y el pensamiento abstracto. Es la etapa del YO con mayúsculas que muchas veces se pronuncia en oposición a los padres. Es etapa de tempestad: cambios muy importantes del cuerpo que les sorprenden y deben hacer un esfuerzo para reconocerse pasando horas ante un espejo. Todo tiene que pasar por su YO. Descubren con mucha fuerza la sexualidad, impulsados por los cambios corporales. Los componentes de la sexualidad — el impulso sexual y el afecto — están disociados y hay diferencias entre niña y niño. Las niños tienden más al narcisismo y a agradar y los chicos al autoerotismo. En esta etapa son bastante inseguros y en los chicos se pueden dar resistencias que se manifiestan como rigidez y agresividad en el trato con el sexo opuesto. En esta etapa se da una evolución bastante clara en las relaciones entre los dos sexos: al principio los grupos de amigos son unisexuales y manifiestan hostilidad hacia el otro sexo, después se van volviendo mixtos y al final de esta etapa empiezan a surgir parejas. 
  • En esta etapa es necesario practicar una “observación a distancia de los hijos” ya que reaccionaran muy mal a cualquier intento de vigilancia explícita. Modos posibles de llevarla a cabo son: conocer los amigos, fijarse en la habitación del hijo que puede dar muchas pistas, en su forma de vestir y la música que oye, en sus lecturas favoritas, las películas que ve; pero hay que evita invadir su intimidad recién estrenada. Es necesario saber escoger buenos confidentes y amigos de nuestros hijos que nos ayuden en esta etapa difícil (compañeros, sacerdotes, profesores). En esta edad son susceptibles de ser seducidos por todo lo que les rodea: drogas, experiencias sexuales pervertidas, amistades perniciosas, etc. En muchos casos cuando esto tiene lugar habrá que hacer un diagnóstico y encontrar soluciones que a veces pueden requerir sacrificios importantes: cambio de colegio, de barrio, de ciudad...
  • Muy importante, si se opta por una educación para el amor como hemos propuesto, es ayudar a los jóvenes a sentirse orgullosos de ser diferentes, ya que lo que le hemos enseñado es distinto a la cultura imperante; lo van a tener difícil. Puede ser útil buscarles un grupo de amigos que comparta los mismos valores.
  • Al dialogar con los hijos es importante no saltar a la primera, sino hacer un esfuerzo de comprensión y aceptación en la verdad.
  • En esta etapa es útil invitar a los adolescentes a perseguir ideales. Muchas veces el que se encuentren con situaciones de dolor puede ayudarles a madurar y aprender más sobre el amor.

De 16 a 18 años

    
    taringa.net
  • En esta etapa reaparece la calma; afectivamente son mucho más estables. Esta nueva situación se refleja en todo: en el estudio que se regulariza, en las relaciones con los hermanos al ser consciente de la diferencia de edad, en el trato con los padres con los que tiene conversaciones más largas, con los amigos con los que puede establecer verdadera amistad; en esta etapa la ternura y el impulso sexual se van centrando en la persona amada; también suelen tener una confianza ilimitada en sus propias fuerzas. Uno de los retos educativos generales en esta edad es armonizar deseos y realidad, para evitar desordenes psíquicos.
  • En esta etapa es fundamental ayudar a los hijos a vivir de forma apropiada cosas tan importantes como la sexualidad, la amistad, el noviazgo...




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

martes, 22 de febrero de 2011

“The Catholic Church is not a force for good in the world”

This is what, put “at its mildest”, Stephen Fry says of the Catholic Church. He bases this conclusion on a series of arguments presented in a very clever, emotional and vigorous manner. They can be summarized as follows:
·         The Church has fought the Enlightenment since it began, torturing Galileo, burning people that owned English versions of the Bible with Thomas More (later declared a saint), etc.
·         The Church has exploited the poor and ignorant through doctrines that the faithful were forced to believe and that are ridiculous, like:
o   The existence of limbo for children that have died without having received baptism and of purgatory for the dead. These doctrines not only don’t have any biblical evidence to support them, but lead people to believe that reaching heaven (and the place that one is assigned in it) depends on the degree of intercession that that particular soul is able to obtain, and this in turn depends on the money available to pay people to pray for it
o   The teaching on apostolic succession and ordination only of males for priesthood, males that have the incredible power to forgive sins and to ‘change literally the molecules of bread and wine into molecules of the body and blood of Christ’. Related with this teaching is the one regarding celibacy and the role of woman.
o   The idea that to attain salvation one has to belong to the Catholic Church, or expressed in the famous Latin phrase: extra ecclesiam nulla salus: This produces an extraordinary missionary zeal that leads to atrocities as those that took place in South America.
o   The teaching on homosexuality as a disorder, which goes against the idea that to love and receive love is one of the basic struggles in life and that ‘one has to fulfill one’s sexual destiny’. Labeling homosexuality as a disorder is the cause of victimization of homosexuals in schoolyards, etc. Stephen Fry as ‘a gay man’ is very concerned with the teaching of the Catholic Church on this matter, but I think that he is conscious of not presenting it fairly. The Church in all its official documents always clearly distinguishes between homosexuality as a sexual orientation toward people of the same sex, homosexual acts, and homosexual persons. The same cannot be said of the sexual orientation as such, the acting out of it, and the person that has this orientation. What is disordered is the orientation, what is sinful are the acts, and what is to be respected and cared for is the person.
o   The doctrine on the use of condoms to avoid AIDS. Stephen Fry mentions the case of Uganda, a country we are told most loved by him and where he does ‘considerable’ work, and where a successful ABC policy was implemented, teaching the population Abstinence, to Be faithful, and the correct use of Condoms. Therefore, according to him, the use of condoms is also to be allowed and enhanced, together with A and B, as an effective way to control the spread of the disease, contrary to what the Pope says that promoting condom use increases the problem.

·         Other arguments put forward by Stephen Fry have to do with the Church as a Nation-State and its diplomatic service and presence in international settings such as the United Nations, where it sometimes allies itself with the radical Islamic nations to veto sexual health policies useful to control population and help poor woman. Or with celibate men teaching people how they should behave in their marriage. Or on the secrecy that was imposed by Ratzinger, then head of the Congregation for the Doctrine of Faith, at the beginning of the child abuse scandal. According to Stephen Fry, Church leaders have a hysteric and neurotic attitude toward sexuality, while society in general has a much healthier one.
Stephen Fry is willing to change his opinion on the Church if it were to abandon its wealth, hierarchy and privileges, and return back to its essence as set forth by the ‘Galilean carpenter’.
       It is difficult not to admit that Stephens Fry’s arguments are very well put forward, but are they convincing? Presented in such an emotional disguise they tend to draw back the believer and be enthusiastically applauded by the unbeliever or the person with resentment toward the Church. I think that on an intellectual-philosophical basis they miss the essential point, they are just a very good repetition of the same arguments as always: the Church has an unquenchable thirst for secular power and wealth and uses its spiritual power to obtain it. Is this a fair view of the Catholic Church? Does it do justice to its history and achievements? Does it consider appropriately its mission as set forth by the ‘Galilean carpenter’ who for the Church is also the Messiah awaited by the People of Israel and the Son of God Almighty? Does it take into account the life of so many saints and the social work it carries out? Is it maturely conscious that sin is always present in any enterprise where humans are involved?
        The final point made by Stephen Fry is quite illuminating of his general attitude toward religion and is what makes his arguments unacceptable to a religious minded person. He suggests that if one is to believe, there are better options then the Catholic Church. But in religion, as in life, it is not a question of choosing the option that suits one best, but of judging which one is true and binding oneself to it. It is a matter of truth not of choice between equally valid or invalid options.

lunes, 21 de febrero de 2011

Imitadores de Dios que hace salir su sol sobre malos y buenos

Homilía 20 de febrero 2011
7º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

El regreso del hijo pródigo
Rembrandt
Es muy difícil para nosotros comprender el amor de Dios que ‘trasciende todo conocimiento’ como dice san Pablo (cfr. Efesios 3, 19), ese amor que descubrimos al contemplar la pasión de Jesús, ese amor que es totalmente gratuito, desinteresado, previo a cualquier cosa que hagamos, a que seamos buenos o malos. Por eso para nosotros es tan difícil entender la parábola del hijo pródigo, el amor del padre a un hijo que lo quiso muerto al pedir su herencia en vida y alejarse de él; un padre que aparentemente trata mejor y se alegra más por éste, que por el otro que siempre lo sirvió. Cuando en nuestra vida se nos revela este amor de Dios, muchas veces al sabernos inmerecidamente perdonados por Él, nos sentimos sobrepasados, desbordados, sobrecogidos y llegamos a entender algo de lo que Jesús nos quiso decir al contar esa parábola.
                El Señor dice a los suyos que se acercaron para oír el sermón de la montaña, es decir, a nosotros hoy, que tenemos que ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto. Y nos dice que este Padre celestial hace “salir su sol sobre buenos y malos, y manda la lluvia a justos e injustos”. ¡Qué importantes son estas palabras de Jesús! Pero también, ¡qué difíciles de aceptar! A nosotros nos gustaría un Dios que simplemente premiase a los buenos y castigase a los malos, pero el Dios que nos revela Jesús no es así, es un Dios justo sí, y hace justicia en especial a los pobres y desamparados, pero es un Dios que sobre todo ama y ama de una manera que supera con creces lo que nosotros somos capaces de entender. Es un Dios que siente una tierna compasión por todas sus criaturas y que a diferencia de los hombres, ni se acuerda del mal, ni tiene resentimiento.
                A nosotros que estamos llamados a ser ‘luz del mundo y sal de la tierra’, a ‘tener una ‘justicia mayor que la de los escribas y fariseos’, se nos pide que seamos imitadores de nuestro Padre celestial, que seamos perfectos como Él es perfecto, que seamos santos como Él es santo, como dice la primera lectura de hoy del libro del Levítico. Y Jesús nos da ejemplos de lo que esto significa. Ejemplos que no debemos tomarnos literalmente, porque Jesús habla de una ‘forma paradójica y provocativa’ para enseñarnos un ‘comportamiento que va más allá de la letra de Ley y que nace de la aceptación del reino de Dios’. Esto lo vemos claramente al considerar como Jesús mismo, que es nuestro modelo, se comportó. Por ejemplo, en casa de Anás, al darle una bofetada un guardia, no ofreció la otra mejilla, sino dijo: “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 23). Y Pablo, que era un santo aunque muy vehemente, en una situación análoga, cuando el sumo sacerdote Ananías ordenó a sus ayudantes que le golpeasen en la boca, le dijo:” A ti te va a golpear Dios, muro blanqueado” (Hch 23, 2-3). Por tanto, tenemos que a partir de los ejemplos que nos presenta Jesús, entender la forma general de comportamiento que quiere tengan sus discípulos.
                En el sermón de la montaña, Jesús nos dice cómo debe ser esa ‘justicia mayor’ que nos pide a través de una serie de antítesis con las que enfrenta la enseñanza de los antiguos con el cumplimiento de la Ley que Él trae. En el evangelio de este domingo se nos presentan dos. La primera se refiere a la ley del talión, ‘ojo por ojo, diente por diente’ que, aunque nos suene muy ‘primitiva’, era ya un avance moral porque intentaba poner un límite a la venganza y a la espiral del mal. No se puede hacer más daño que el que nos han hecho. Jesús nos pide que superemos esto, no haciendo frente al que nos agravia, no resistiendo al mal, como Él hizo en la cruz. Ésta no es una actitud pasiva, sino una muy activa, de vencer el mal con el bien. Probablemente la mejor interpretación de este mandato de Jesús nos la ofrece san Pablo: “No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien” (Rm 12, 21). La actitud no-violenta implica una estrategia de cambiar el corazón el otro y hay que saberla utilizar con inteligencia. Asimismo Jesús, dentro de esta antítesis, pide a los suyos a través de los ejemplos de dar también la capa a quien nos pone pleito por la túnica, de acompañar dos millas quien nos requiera para caminar una, de dar a quien pida y de no rehuir quien quiera prestado, tener una actitud de apertura al otro, de cariño, de generosidad que supera lo que estrictamente exige la Ley.
Pero es la segunda antítesis la más conocida y la que también más citan los no creyentes cuando quieren resumir la enseñanza moral de Jesús. El Señor parte de una enseñanza de los antiguos que no encontramos tal como Él la cita en el Antiguo Testamento; sólo encontramos la primera parte de ‘amar al prójimo’, pero no así la segunda de ‘aborrecer al enemigo’. Puede que Jesús se refiriera a enseñanzas orales que circulaban en el ambiente y que tienen como base una concepción muy étnica de quien es el prójimo y quien el enemigo.  El prójimo sería el miembro de mi familia, de mi clan o de mi pueblo, y el enemigo quien no lo es. Jesús pide a sus discípulos el amor a los enemigos y que recen por los que los persiguen. ¡No sólo que no les hagan daño, ni que no les deseen ningún mal, sino también que recen por ellos! Esta es la enseñanza moral más elevada de todo el Nuevo Testamento y de toda la historia de la humanidad.
                ¿Es posible vivirla? ¿Es posible amar a los enemigos? ¿Rezar por los que nos hacen daño? Ciertamente es verdad que quien lo logra se hace perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto, vive verdaderamente como hijo de Dios que ‘hace salir su sol sobre malos y bueno’, se vuelve luz del mundo y sal de tierra, signo viviente para los demás del evangelio. Jesús vivió de esta forma y quien vive así da testimonio con su comportamiento de la verdad de la resurrección de Cristo y se hace signo del amor de Dios.

El buen samaritano
Van Gogh

                Ante esta enseñanza de Jesús no debemos ni ignorarla, ni desesperarnos, ni tirar la toalla, ni considerarla una utopía irrealizable, ni culpabilizarnos por no lograr actuar así. Debemos confiar en la gracia de Dios y poner de nuestra parte. Lo primero es reconocer que llegar a los que nos pide el Señor es fruto de la gracia y no de nuestro esfuerzo, es Dios quien nos cambia el corazón, nos quita el corazón de piedra que tenemos y nos da un corazón de carne capaz de amar y perdonar como el suyo. El experimentar el amor de Dios que nos perdona y borra nuestros pecados sin mérto por nuestra parte, que nos hace ‘amigos’ de 'enemigos' que somos, nos ayuda a irnos acercando a esto.
                Pero nosotros también debemos poner de nuestra parte, debemos abrirnos a la gracia, esforzarnos por adquirir poco a poco las actitudes de Cristo con los medios que se nos ofrecen. Y tener paciencia con nosotros mismos y perseverancia, comprendiendo que es un proceso lento, continuo, difícil, a veces doloroso, con recaídas y nuevos comienzos. Es un proceso de purificación, de ir dejando atrás el hombre viejo figura del Adán desobediente, egoista y soberbio, y revistiéndonos del hombre nuevo, de Cristo.
                María, en la que el Verbo de Dios tomó carne, es la que nos ayuda en este proceso para que también en nosotros tome cuerpo el hombre nuevo, para que Jesús pueda nacer en nuestros corazones. Nos encomendamos a ella, Madre de todos los cristianos, en nuestro esfuerzo por parecernos cada vez más al Dios que nos ha revelado Jesús.

jueves, 17 de febrero de 2011

La buena noticia del matrimonio y la familia




Vive la familia. Con Cristo es posible.
Plan Pastoral- Achidiócesis de Madrid

La Iglesia y los cristianos nos sentimos llamados a anunciar con fuerza el evangelio del matrimonio y la familia. A unos hombres y mujeres que con frecuencia parecen haber perdido toda esperanza, encerrados en la cárcel de su propio ‘yo’, incapaces de amar de verdad y de aceptar ser amados, la Iglesia proclama el plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, el amor ‘hermoso’, la vocación innata y el deseo más profundo del corazón del hombre, la verdad de que es posible en Cristo vivir la caridad conyugal. Como dice Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio: “El Espíritu que infunde el Señor renueva el corazón y hace al hombre y a la mujer capaces de amarse como Cristo nos amó. El amor conyugal alcanza de este modo la plenitud a la que está ordenado interiormente, la caridad conyugal, que es el modo propio y específico con que los esposos participan y están llamados a vivir la misma caridad de Cristo que se dona sobre la cruz” (Familiaris Consortio, citada en lo que sigue como FC; n. 13). Este anuncio lo debemos realizar con mucha firmeza hoy, en un contexto relativista que no reconoce nada como definitivo, a un hombre que sigue preguntándose acerca de la bondad de su vida y de sus relaciones y de la validez de su esfuerzo por construir un mundo mejor, pero que muchas veces es ciego y temeroso, incapaz de abrirse al esplendor de la verdad, y con miedo ante el compromiso definitivo que implica el matrimonio.

Kiko Argüello

El matrimonio y la familia en sus rasgos esenciales no son una invención humana, o una construcción sociológica surgida a raíz de situaciones históricas o económicas, sino están enraizados en el ser mismo del hombre y la mujer, en su esencia. El matrimonio, fundamento de la familia, entendido como relación entre hombre y mujer recíproca y total, única e indisoluble, “responde al proyecto primitivo de Dios, ofuscado en la historia por la ‘dureza de corazón’, pero que Cristo ha venido a restaurar en su esplendor originario, revelando lo que Dios ha querido ‘desde el principio’ (cfr. Mt 19, 8). En el matrimonio, elevado a la dignidad de Sacramento, se expresa además el ‘gran misterio’ del amor esponsal de Cristo a su Iglesia (cfr. Ef 5, 32)” (Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España, en adelante citado como DPF; n. 17). Es decir, no podemos separar la pregunta acerca de la esencia del matrimonio y de la familia, de la pregunta acerca del ser del hombre y la mujer, ni ésta se puede separar de la pregunta acerca de Dios. Estos interrogantes están en el corazón de todo hombre y mujer y encuentran su respuesta plena en la revelación cristiana. En la Sagrada Escritura se afirma que Dios es amor (1Jn 4, 8) y que el hombre es creado a ‘imagen de Dios’ (Gn 1, 26). “Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano… La Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar íntegramente la vocación de la persona humana al amor: el matrimonio y la virginidad” (FC; n. 11). El ser humano, por tanto, se realiza a sí mismo y a la vez se parece más a Dios en la medida en que ama.


Rembrandt

Por otro lado, el ser humano es un espíritu encarnado y está llamado a vivir esta vocación al amor con todo su ser. Su cuerpo no es algo meramente biológico separado de su ser persona, sino es parte constitutiva de su ser y participa del amor espiritual. Existe hoy una tendencia dualista que considera el cuerpo como algo secundario, como algo que se puede utilizar según se considere, “como un mero material biológico sin otra relevancia moral que la que el hombre en un acto espiritual y de libre elección quisiera darle” (DPF; n. 17). Evidentemente, esto lleva al hombre a una profunda ruptura interior, a una falsa libertad, que al final va contra el propio cuerpo que, al no considerarse parte integrante de su ser persona, queda desprestigiado. Lo mismo es necesario afirmar acerca de la sexualidad. “La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte” (FC; n. 11). Este compromiso por su misma naturaleza es un compromiso público, a través del cual los contrayentes asumen ante la sociedad la responsabilidad de la fidelidad que es lo que garantiza el futuro de la comunidad. Por eso, “la institución matrimonial no es una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así la plena fidelidad al designio de Dios Creador” (FC; n. 11). Este acto de donación total, que concreta la vocación al amor inscrita por Dios en el ser mismo del hombre y la mujer – también en su misma dimensión corporal – tiene su ‘lugar’ propio en el matrimonio, que también es el ámbito adecuado para la transmisión de la vida. Es este un acto en que se ejerce plenamente la libertad. De hecho, la expresión más grande la libertad no es la búsqueda permanente del placer sin nunca decidirse, sino el comprometerse en un don definitivo de uno mismo.


Bartolomé Esteban Murillo
El núcleo fundamental de la experiencia de fe del pueblo de Israel es la comunión de amor entre Dios y su pueblo, el hecho de que “Dios ama a su pueblo”. Este misterio del amor de Dios por los hombres encuentra en la revelación bíblica una expresión significativa, una forma lingüística apropiada, en el vocabulario del matrimonio y la familia, tanto en su aspecto positivo como en el negativo. Así, la cercanía de Dios con su pueblo se presenta con lenguaje esponsal, mientras que la infidelidad de Israel a la Alianza y su idolatría se señalan como adulterio y prostitución. De este modo, la historia de amor y de comunión de un hombre y una mujer en la alianza matrimonial, es asumida por Dios como símbolo de la historia de salvación. Esta revelación del amor de Dios contenida en la Sagrada Escritura llega a su plenitud en Cristo Jesús, el “Esposo que ama y se da como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo” (FC; n. 13). Con su enseñanza, Jesús revela la verdad del matrimonio, esa verdad originaria, la verdad desde ‘el principio’ (Gn 2, 24; Mt 19, 5) y con el Misterio Pascual, mediante la entrega de su Espíritu, libera al hombre de la ‘dureza de corazón’ y lo hace capaz de vivirla plenamente. En el sacrifico de Jesús en la cruz se revela plenamente el designio de Dios que está impreso en el mismo ser del hombre y la mujer. Es por ello que el matrimonio de los bautizados se convierte en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo. Por el bautismo el hombre y la mujer son insertados en la Nueva y Eterna Alianza, en la Alianza Esponsal de Cristo con la Iglesia y en virtud de esa inserción la comunidad íntima de vida y amor fundada por el Creador es asumida, sanada y elevada por la gracia que brota del costado abierto de Cristo. A consecuencia de esta sacramentalidad del matrimonio, los esposos están vinculados el uno al otro de una manera más profundamente indisoluble, ya que su mutua relación es signo real de la inquebrantable unión de Cristo con la Iglesia.


Raffaelo Sanzio
Es oportuno señalar que el efecto primario del sacramento del matrimonio “no es la gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión en dos típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de Cristo y su misterio de Alianza” (FC; n. 13). Este amor conyugal que implica a la persona en su totalidad, con sus características propias de unidad, indisolubilidad, exclusividad, fecundidad, y fidelidad, alcanza en los bautizados un significado nuevo por el que se hace expresión de valores propiamente cristianos. Han sido muchos los autores que han hablado de la belleza y de la especificidad de esta comunión conyugal vivida en Cristo: “¿Cómo lograré exponer la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza, que la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Padre ratifica?... ¡Qué yugo el de los fieles unidos en una sola esperanza, en un solo propósito, en una sola observancia, en una sola servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la carne ni en el espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es única, único es el espíritu” (Tertuliano, Ad uxorem, II, VIII, 6-8: CCL, I, 393).

La Iglesia quiere anunciar a todos con caridad pastoral y a la vez con firmeza este plan de Dios sobre el matrimonio y la familia en toda su belleza y exigencia, consciente de que es lo que Dios desde siempre ha querido para el hombre y la mujer y que sólo cumpliendo Su voluntad encontraremos nuestro descanso y se realizarán las aspiraciones más profundas de nuestro corazón. Esto se hace cada día más evidente al constatar los efectos negativos que se derivan de otras propuestas que se señalan como ‘alternativas’, pero que no lo son. También el Santo Padre Benedicto XVI ha llamado la atención sobre la relación existente entre atacar el amor humano y alejar el hombre de Dios: “El envilecer el amor humano, el suprimir la auténtica capacidad de amar, se revela, de hecho, como el arma más apta y más eficaz para echar a Dios del hombre, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre” (Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en la apertura de la Asamblea Eclesial de la diócesis de Roma sobre Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe [6.VI.2005]) . La defensa que la Iglesia hace del amor, del matrimonio y la familia, es el mejor servicio que puede prestar al bien de todos los hombres y mujeres.

Michelangelo Buonarotti
La institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole. El amor conyugal que como todo amor es esencialmente don, no se agota dentro de la pareja, sino que hace capaces a los esposos “de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana” (FC; n. 14). Del mismo modo que el amor y el cuerpo en el ser humano no se pueden reducir solo a la dimensión biológica, así también la paternidad y la maternidad son verdaderamente tales cuando junto con la transmisión de la vida se transmite también el amor y el sentido que da la posibilidad de decir sí a esa misma vida. Así los esposos, al pasar a ser también padres, reciben una nueva responsabilidad que, para cumplirla debidamente, deberán contar con la ayuda de Dios. De hecho, por sí mismos no pueden con sus solas fuerzas transmitir a los hijos de modo adecuado el amor y el sentido de la vida. El afirmar el valor absoluto de una vida humana, su bondad intrínseca y su sentido, aunque no se conozca su futuro, requiere una autoridad y credibilidad que no poseen los padres, pero sí la Iglesia que es signo e instrumento de salvación. En ella puede edificarse la familia cristiana segura de ese sí definitivo de Dios a la humanidad, de esa alianza eterna en la sangre de Cristo. A su vez, la Iglesia se edifica a partir de las familias, “pequeñas Iglesias domésticas” como las ha llamado el Concilio Vaticano II (Constitución Lumen gentium; n. 11; Decreto Apostolicam actuositatem; n. 11) retomando una antigua expresión de los Padres de la Iglesia (San Juan Crisóstomo, In Genesim serm. VI, 2; VII; 1). Esta interrelación entre la familia y la Iglesia hay que tenerla muy presente en la actividad de la Iglesia. De hecho, la familia está constituida por un conjunto de relaciones humanas mediante las cuales los miembros son introducidos en la gran familia humana y en la familia de de los hijos de Dios que es la Iglesia. Toda persona es engendrada y educada tanto humanamente como en la fe en su familia y por eso ella es el lugar natural en el que la Iglesia se inserta en las generaciones humanas y éstas en la Iglesia. También sabemos que para realizar una auténtica labor educativa, como es la educación en la fe, no basta  tener una buena doctrina para comunicar, sino es necesario algo más humano y profundo, una cercanía vivida cotidianamente como acontece en la familia, donde se puede y se debe ser no sólo maestros sino testigos de lo que se enseña. El testigo está personalmente comprometido con lo que trasmite y a la vez apunta hacia otra cosa distinta de él, en nuestro caso Otro, Cristo Jesús, a su vez verdadero testigo del Padre. Lugar privilegiado y a la vez exigente de este testimonio de Cristo es la familia, y por eso es lugar privilegiado para la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. La crisis de la familia y la pérdida de la fe, esa ‘apostasía silenciosa’ de la que habla el documento del Sínodo de Obispos Ecclesia in Europa (n. 9), son dos fenómenos muy relacionados. La nueva evangelización a la que nos llama insistentemente el Santo Padre, también a través de la creación de un nuevo dicasterio en la Curia romana destinado a tal fin, tiene que tener muy en cuenta la familia.





(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)


lunes, 14 de febrero de 2011

Una justicia mayor

Homilía 13 de febrero 2011
6º Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

El muro occidental de noche
Cuando el Señor nos concede el gran regalo de ir a Jerusalén, mejor de subir a Jerusalén, porque a la ciudad santa siempre se sube, y vamos al muro de las lamentaciones, o mejor  muro occidental como lo llaman los judíos, el Kotel, quedamos sobrecogidos. Es el lugar más sagrado en la actualidad para el pueblo de la antigua alianza porque es lo que queda de las piedras del segundo templo que mandó construir Herodes el Grande. Ver a los judíos rezar con los salmos, y estudiar la Ley, la Torá, con tanta devoción y cariño, impresiona. Yo siempre que estoy en ese lugar me acuerdo de las palabras de Jesús del evangelio de hoy: “si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. ¿Cómo puede mi justicia ser superior a la de esta gente que muestra tanto amor, respeto y obediencia por la Ley?
                Vamos a hacernos esta pregunta a lo largo de estos domingos, sin buscar una respuesta inmediata y fácil. Vamos a dejarnos iluminar por el Señor abriendo nuestros oídos y corazón a la Escritura. Tenemos la dicha que hasta que empiece la tardía cuaresma de este año, se nos va a proclamar todo el Sermón de la Montaña, dejando fuera sólo unas pocas partes que se leen en otros momentos del año. En este discurso de Jesús que ocupa los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio de san Mateo, el Señor como nuevo Moisés nos da la nueva ley del Reino de Dios, ley que lleva a plenitud la antigua. El domingo pasado escuchábamos las bienaventuranzas y hoy  se nos han proclamado las primeras de las seis antítesis con las que Jesús nos da ejemplos de la forma en que nuestra justicia debe ser superior a la de los escribas y fariseos.
es.josemariaescriva.info
Pero antes de considerar brevemente cada una de ellas,  es útil decir algo sobre la forma de interpretar el Sermón de la Montaña a la luz de la tradición de la Iglesia. Cuando leemos lo que han dicho grandes maestros espirituales sobre este Sermón vemos que se ha interpretado de distintas formas, pero todas ellas correctas y útiles para entender bien este discurso de Jesús y aplicarlo a nuestra vida. Estas formas se pueden, simplificando un poco, reducir a dos, la interpretación moral y la cristológica. La moral la podemos encontrar, por ejemplo, en santo Tomás de Aquino, que comenta las bienaventuranzas en la sección moral de su obra teológica, en el contexto de las virtudes y los dones. El Sermón de la Montaña sería para él un ideal de perfección, superior a la antigua ley, que Jesús enseña a sus discípulos. En esta línea de una interpretación moral, pero dándole la vuelta, se encuentra Lutero que dice que esta nueva ley, igual que la antigua, tiene una función ‘acusatoria’, sirve para que me dé cuenta de lo pecador que soy, de mi impotencia para cumplirla y que aprenda a confiar en la gracia y el perdón de Dios. Junto a esta interpretación moral, que no moralista, porque santo Tomás pone siempre primero la gracia de Dios, está la cristológica que ve en Jesús el único que ha cumplido la Ley en plenitud, el verdaderamente justo y que nos hace partícipes por pura gracia de su justicia. Para entender bien el Sermón de la Montaña y aplicarlo a nuestra vida tenemos que mantener unidas estas dos interpretaciones. La nueva ley que nos da el Señor y que supera la antigua es don gratuito, es justicia que se nos aplica, es gracia y la podemos cumplir sólo con la ayuda del Espíritu, pero implica a la vez nuestro esfuerzo por ponerla en práctica por medio del empeño ascético con el que respondemos a la gracia.
La primera antítesis se refiere al mandamiento de no matarás. Jesús lo amplía para incluir la ofensa al hermano y el deber de reconciliarnos con quien sabemos que tiene quejas (se entiende justificadas) contra nostros y esto antes de participar en el culto. También el Señor nos dice que aprovechemos esta vida para hacernos buenos amigos, para arreglar nuestras cuentas con los demás, mientras todavía estamos a tiempo, porque habrá un momento cuando ya será tarde. Esa enseñanza de Jesús la entendemos a la luz  de la doctrina de la Iglesia sobre los novísimos, las últimas cosas, la muerte, el juicio, el paraíso y el infierno, que a veces olvidamos o queremos olvidar.
La segunda antítesis toma como punto de partida el mandamiento sobre el adulterio. Jesús  pide a sus discípulos un cumplimiento no solo exterior, sino interior, con el corazón, de este mandamiento. Llegar a esta pureza interior que nos pide Jesús implica la acción de la gracia que nos va cambiando el corazón, pero también nuestra colaboración. Aquí vemos como las dos formas de interpretar el Sermón de la Montaña tienen que mantenerse unidas. Esta enseñanza de Jesús a la vez me revela lo pecador que soy, lo impuro que tengo el corazón y lo necesario que es que pida la ayuda del Señor, pero también el esfuerzo que tengo que hacer para colaborar con la gracia. De nada me sirve la gracia de Dios si no pongo lo medios para evitar este pecado. Uno que quiere cumplir esta enseñanza pero que no mortifica la vista, por ejemplo, respecto a programas de televisión, a páginas de Internet, etc.  difícilmente podrá cumplirla, por mucho que actúe la gracia. De ahí lo que dice Jesús de esas partes de mi vida que me inducen a pecado y que tengo que quitar, que pueden ser costumbres, hábitos, relaciones, etc. de por sí buenas , pero que en mi situación actual pueden ser ocasión de tropiezo.


Rezando en el Kotel
 
Dentro de esta antítesis se sitúa una enseñanza de Jesús sobre el divorcio y la indisolubilidad del matrimonio que encontramos repetida otra vez en este mismo evangelio de san Mateo y en otros lugares del Nuevo Testamento. No es momento para detenernos en esta enseñanza que toca un tema tan delicado y que afecta de cerca la vida de tantas personas, con situaciones muy distintas, que van desde el que ha sido abandonado por el cónyuge sin culpa por su parte, al que se ha visto en la ‘necesidad’ de ‘rehacer’ su vida con otra persona,... Deseo aquí decir sólo dos cosas. Lo primero que tiene que quedar claro es que la Iglesia no condena a las personas, sino al pecado; y la segunda es que ésta es una enseñanza que como acabamos de ver viene directamente de Jesús, no es una enseñanza 'inventada' por la Iglesia; la Iglesia fielmente reitera esta enseñanza difícil de Jesús, como es su misión. Nosotros debemos aplicarla a nuestra vida y nuestros posibles fracasos también forman parte de nuestra historia personal y pueden ser ocasión de salvación.  
La tercera antítesis arranca de las normas sobre el juramento. Jesús dice que para sus discípulos el hablar debe ser veraz y sincero, sin necesidad de apelar a Dios como garante de lo que se afirma. En un mundo en el que reina la mentira y el engaño, y en el que en algunas profesiones  se admite esto no sólo como lícito y normal, sino como ‘necesario’, estas palabras del Señor nos dan mucho que pensar. Es terrible no poderse fiar de lo que te dice una persona cercana. Decía la Madre Teresa que el hombre más peligroso es el mentiroso.