El gran teólogo luterano Dietrich Bonhoeffer, mártir, ahorcado en un campo de concentración por participar presuntamente en un complot para asesinar a Hitler, y que tanto ha influido en el pensamiento de todas las tendencias del siglo pasado, escribió un importante e iluminante libro sobre la vida en común de los cristianos: Vida en Comunidad (Salamanca, Ediciones Sígueme). La obra puede leerse como una extensa meditación cuyo telón de fondo es el Salmo 133 (132):
Ved qué dulzura, qué delicia,
convivir los hermanos unidos.
Es ungüento precioso en la cabeza,
que va bajando por la barba,
que baja por la barba de Aarón,
hasta la franja de su ornamento.
Es rocío del Hermón, que va bajando
sobre el monte Sión.
Porque allí manda el Señor la bendición:
la vida para siempre.
Bonhoeffer afirma que el hecho de que los cristianos estén juntos no es lo habitual ni lo que Dios en principio quiere. Citando a Lutero escribe:
agapea.com |
"Contrariamente a lo que podría parecer a primera vista, no se deduce que el cristiano tenga que vivir necesariamente entre otros cristianos. El mismo Jesucristo vivió en medio de sus enemigos y, al final, fue abandonado por todos sus discípulos. Se encontró en la cruz solo, rodeado de malhechores y blasfemos. Había venido para traer la paz a los enemigos de Dios. Por esta razón, el lugar de la vida del cristiano no es la soledad del claustro sino el campamento mismo del enemigo. Ahí está su misión y su tarea. 'El reino de Jesucristo debe ser edificado en medio de tus enemigos. Quien rechaza esto renuncia a formar parte de este reino, y prefiere vivir rodeado de amigos, entre rosas y lirios, lejos de los malvados, en un círculo de gente piadosa. ¿No veis que así blasfemáis y traicionáis a Cristo? Si Jesús hubiera actuado como vosotros, ¿quién habría podido salvarse?' (Lutero).
'Los dispersaré entre los pueblos pero, aún lejos, se acordarán de mí' (Zac 10, 9). Es voluntad de Dios que la cristiandad sea un pueblo disperso, esparcido como la semilla "entre todos los reinos de la tierra" (Dt 4, 27). Esta es su promesa y su condena. El pueblo de Dios deberá vivir lejos, entre infieles, pero será la semilla del reino esparcida en el mundo entero".
Sin embargo, el teólogo también afirma que Dios puede conceder a veces la gracia a los cristianos de experimentar la comunión visible, la presencia física del hermano que es “fuente incomparable de alegría y consuelo”. La medida en que Dios concede esto varía: “Una visita, una oración, un gesto de bendición, una simple carta, es suficiente para dar al cristiano aislado la certeza de que nunca está solo”. De todos modos, esto siempre es una gracia, un gran regalo de Dios que tenemos que vivir plenamente y saber agradecer: “Por eso, a quién le haya sido concedido experimentar esta gracia extraordinaria de la vida comunitaria ¡que alabe a Dios con todo su corazón, que, arrodillado, le dé gracias, y confiese que es una gracia, sólo gracia!”.
Dietrich Bonhoeffer |
Las Jornadas Mundiales de la Juventud, instituidas por Juan Pablo II, son una oportunidad para vivir y experimentar de un modo muy intenso esta gracia de la comunión visible entre cristianos. Quienquiera que haya participado en una de ellas — yo he participado en la de Roma del año 2000 y la Colonia de 2005 — puede dar testimonio de ello. Por eso es difícil entender y compartir las críticas que vienen de algunos sectores de la Iglesia dirigidas a la que se va a celebrar en Madrid la próxima semana (JMJ Madrid 2011). Ciertamente algunas consideraciones pueden ser muy razonables: que no sea un despilfarro ofensivo, que no sea una ostentación de poder eclesial, que no esté financiada por empresas éticamente discutibles y que explotan a los débiles, que no se la considere como una panacea para la crisis de vocaciones, que no nos olvidemos de los pobres, que no haya una presencia hegemónica de sólo algunos movimientos y realidades eclesiales... Pero salvaguardado todo ello, no veo como se puede criticar desde dentro de la Iglesia que los cristianos nos reunamos muy de vez en cuando de una forma gozosa y festiva, juntos con los pastores, para vivir y compartir la fe y conocer hermanos de distintos lugares, su vivencia y sus iniciativas. Muchos católicos que vendrán a Madrid la próxima semana, lo harán desde países más pobres que el nuestro, haciendo en muchos casos importantes sacrificio para poder estar presente. Pienso que detrás de estas críticas y de los argumentos que se emplean se escondan otras actitudes más de fondo que es necesario aclarar y purificar si se quiere ser sinceros consigo mismo y con los hermanos y caminar hacia la unidad. Estas críticas son un claro signo de la necesidad de reconciliación y de una mayor unión que tiene nuestra Iglesia.
Por otro lado, algunas críticas a las JMJ vienen de católicos no practicantes, de agnósticos y ateos, y del mundo laico en general. Desde estos sectores se afirma que no es justo que las instituciones públicas, con el dinero de todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, privilegien y financien eventos de una confesión religiosa. Y tampoco se considera aceptable que estos eventos se financien sólo indirectamente, a través de ceder espacios públicos, de promulgar leyes que permitan desgravar a las empresas que colaboren, de hacer bonos transportes ad hoc más baratos.... Y aún si este evento se financiara total y privadamente por la comunidad religiosa que lo organiza, su realización conllevaría en cualquier caso gastos (por ejemplo, de personal sanitario, de limpieza, de seguridad, de transporte, etc.) que se piensa no es correcto asumir. Creo que esta forma de razonar no es compatible con una laicidad sana y moderna y que, en cambio, es fruto de un laicismo basado en una ideología antirreligiosa y más específicamente anticristiana, que todavía está presente en la sociedad española. Esto se puede demostrar fácilmente señalando como en otros países donde se han celebrado las Jornadas no han surgido con los mismos matices este tipo de críticas (por ejemplo, en Estados Unidos, en Australia, en Alemania, en Canadá, en Filipinas...) y también hipotizando cuál sería la reacción si unos eventos parecidos los organizara otra confesión religiosa. Seguramente las reacciones no serían las mismas. Probablemente muchos de los que hoy critican estas Jornadas organizadas por la Iglesia Católica, se sentirían honrados que otras confesiones las celebraran en nuestro país, aunque ello acarreara gastos y aunque ellos mismos no pertenezcan a esa confesión. Lo que motiva este tipo de críticas, si se quiere ser honesto, es un sentimiento anticatólico, aunque después se disfrace con pseudoargumentos, un sentimiento que tenemos todos — los miembros de la Iglesia, pero también los de la sociedad civil — que esforzarnos en superar si queremos construir un país mejor y más libre.
La Jornada Mundial de la Juventud de Madrid puede ser una buena oportunidad para aclarar y purificar estos prejuicios y caminar hacia una Iglesia más unida y una sociedad más positivamente laica y menos crispada, que verdaderamente respete y promueva la libertad religiosa. Para los que las podemos vivir la JMJ Madrid 2011 sin este tipo de prejuicios, será una gran ocasión para gozar de esa comunión visible entre los que compartimos la misma fe, que es una verdadera ‘dulzura y delicia’, como dice el salmista, una ‘fuente incomparable de alegría y consuelo’, como dice el gran teólogo.
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