Homilía 4 de septiembre 2011
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Decía el Papa Benedicto XVI en la homilía de la Misa de Clausura de la Jornada Mundial de la Juventud en el aeródromo de Cuatro Vientos que ‘no se puede seguir a Cristo en solitario’, que ‘seguir a Cristo es caminar con Él en la comunión de la Iglesia’, que “quien cede a la tentación de ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”. Estas palabras del sucesor de Pedro pronunciadas en nuestra ciudad hace dos semanas, son un excelente comentario a las lecturas de la Misa de hoy que nos hablan de la responsabilidad que tenemos los unos para con los otros, del amor que es el cumplimiento de la Ley y de la corrección fraterna.
Homilía de Benedicto XVI en el aeródromo de Cuatro Vientos - Madrid 21 de agosto 2011 |
De hecho, las tres lecturas de la Misa las podemos interpretar en relación a la Iglesia, a la vida en común de los cristianos, de los discípulos del Señor. De un modo especial el evangelio, del capítulo 18 de san Mateo, se refiere explícitamente a la comunidad de los seguidores de Jesús. Se nos dice que el Señor está presente en esta comunidad: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Con esto se cumple esa promesa del Emanuel, del Dios-con-nosotros que abre el evangelio de Mateo (1, 23), y que también lo cierra, cuando Jesús resucitado dice a sus discípulos que estará con ellos “todos los días, hasta el final de los tiempos” (28, 21). La presencia del Señor en medio de los suyos es lo que hace eficaz las decisiones que toma la comunidad, la ekklesia, atando y desatando, declarando lo que está dentro o fuera, tanto doctrinalmente como disciplinariamente, ejerciendo un verdadero poder que le dio el Señor, tanto a Pedro singularmente como a la comunidad en su conjunto. Este poder se ejerce de una forma muy significativa en el perdón sacramental. También es la presencia del Señor la que hace eficaz la oración, ya que “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en el cielo”. La presencia de Señor en medio de los suyos lleva a cumplimiento esa presencia de Dios en medio del pueblo elegido, simbolizada y localizada en la tienda del encuentro en el desierto y después en el templo de Jerusalén. Desde la muerte y resurrección de Jesús, la nueva presencia de Dios, la shekinah, está en su Iglesia, en la asamblea de los creyentes, de la que el templo era prefiguración.
La norma de vida de esta comunidad es la nueva ley del amor que dejó Jesús a los suyos. El que ama, como dice san Pablo en la segunda lectura, “cumple la ley entera”. Amar significa servir y querer el verdadero bien del prójimo. No me puedo desentender del otro, ‘pasar’ de él. No puedo contestar a Dios que me pregunta continuamente sobre mi hermano lo mismo que hizo Caín: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9). Sí somos los guardianes de nuestros hermanos, los responsables de ellos, su salvación depende también de nosotros y el Señor nos pedirá cuenta de ello. Así nos lo dice claramente la primera lectura del libro del profeta Ezequiel: “Si yo digo al malvado: ‘¡Malvado, eres reo de muerte!’, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre”. Esto choca con la ‘mentalidad individualista que predomina en nuestra sociedad’, de la que nos hablaba el Papa en la homilía de Cuatro Vientos, y que tantas veces nos hace callar por falsa prudencia, cuando, en cambio, deberíamos hablar si de verdad queremos al otro y vemos que se equivoca.
El Papa Juan Pablo II aparentemente amonestando al sacerdote Ernesto Cardenal ( Nicaragua, marzo 1983) |
La corrección fraterna es un ejercicio necesario de la caridad que debe regir la vida de la comunidad de los creyentes, y a la vez algo muy difícil de llevar cabo. El Señor nos dice en el evangelio de hoy: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. ‘Salvar al hermano’, ¡qué importante es esto y cuánta responsabilidad tenemos! Cuando vemos a alguien que peca, que se equivoca, que está malogrando su vida, alguien que puede ser muy cercano a nosotros, quizás un hijo, un hermano carnal, una madre, un abuelo, un familiar, un miembro de nuestro grupo o de la comunidad, ¿qué solemos hacer? ¿Qué es lo que deberíamos hacer? Si lo amamos de verdad, si queremos su bien, tanto temporal como eterno, deberíamos intentar corregirlo para que cambie de conducta y se ‘salve’. Muchas veces las personas no se dan plenamente cuenta de lo que hacen y necesitan a otro que les abra los ojos. Pero la tentación muchas veces es de evitar complicarnos la vida, de ‘pasar’ del tema, de pensar que no es responsabilidad nuestra, de que lo debería hacer otro, de que seguro que va a reaccionar mal y vamos a perder su amistad, etc. Y es verdad que la corrección fraterna es difícil, tanto hacerla como recibirla, de que hay que escoger bien el momento y las palabras, que es muy probable una primera reacción violenta y de rechazo. Pero también es verdad que las experiencias que hemos tenido de ella, cuando se ha hecho bien, por amor y verdadero cariño, nos han ayudado mucho y al final se han agradecido y reconocido como un verdadero acto de amor. Como se suele decir: ‘Un amigo es aquel que tiene el valor de decirte lo que los demás no te dicen’, o también eso otro de: ‘un amigo nunca te dice lo que tú quieres escuchar, te dice la verdad y lo que es mejor para ti’.
La vida en común de los que creemos en Cristo, en los diversos grados en que se puede dar, es una necesidad, ya que es donde está el Señor presente y nos podemos encontrar realmente con Él. En esta comunidad rezamos, se nos transmite con autoridad las enseñanzas del Maestro, experimentamos el perdón de los hermanos y de Dios, y también crecemos juntos, corrigiéndonos cuando es necesario, ya que es una forma concreta de amor y solicitud entre los que caminamos juntos hacia la casa del Padre.
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