Una de las verdades fundamentales del cristianismo es la encarnación del Hijo de Dios, es decir, el hecho de que Jesús es un hombre como nosotros, igual a cada uno de nosotros en todo excepto en el pecado, pero que también es a la vez y sin dejar de ser hombre, el Hijo de Dios encarnado. Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, “luz de luz, Dios de Dios”, como afirmamos en el Credo. Al leer con atención y con fe los evangelios podemos darnos cuenta de como en determinadas ocasiones se percibe, aunque veladamente, algo del misterio de la divinidad del Señor a través de sus actos humanos y de sus palabras. Así, por ejemplo, en el evangelio de hoy, se nos muestra la ‘originalidad’ del Señor, una ‘originalidad’ divina. Esta originalidad no consiste en ofrecer una enseñanza totalmente nueva, sino en retomar elementos dispersos de la revelación de Dios trasmitidos en las Escrituras y relacionarlos entre sí para darles un significado más profundo. La originalidad de la enseñanza de Jesús sobre el mandamiento principal de la Ley de Dios, es haber unido dos preceptos que ya se encontraban en el Antiguo Testamento de una forma en que no se había hecho antes, y de ampliar el concepto de prójimo para incluir también a los enemigos, lo que hace con la parábola del buen samaritano que encontramos en el evangelio de san Lucas.
Dice Jesús, contestando a la pregunta capciosa de los fariseos, que el mandamiento principal — mégas-megále en griego —, importante, máximo, de la Ley, es el amor a Dios con todo nuestro ser: con el corazón, sede de los sentimientos la voluntad y la razón, con el alma, la psique, principio vital de la persona, y con la mente. Los rabinos explicaban esta división tripartita enseñando que tenemos que amar a Dios con la voluntad, con la vida y con el dinero. Esto quiere decir que el amor de Dios no es cuestión de puro sentimiento, implica nuestra voluntad, nuestra razón y toda nuestra vida, es una cuestión de fidelidad a la alianza de Dios con su pueblo que se basa en el respeto de la voluntad del Señor expresada en la Ley. Jesús indica este mandamiento como el principal citando un texto de libro del Deuteronomio que es la profesión fundamental de fe del pueblo de Israel en el Dios uno. Es el texto del Shemá, que los judíos rezan repetidamente y que llevan colocado en las muñecas y en la frente cuando oran solemnemente y puesto en los dinteles de las puertas de sus casas, como se ordena en el mismos texto bíblico: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut 6, 4). Los fariseos que preguntan a Jesús bien conocían el Shemá y su centralidad para la fe del pueblo de Israel. Lo que hace el Señor es destacarlo y ponerlo por encima de todas las demás leyes, en un nivel cualitativamente distinto.
Pero la originalidad de Jesús se manifiesta en que inmediatamente añade otro precepto que también se encuentra en el Antiguo Testamento, y dice que es parecido, es semejante — ómoios en griego — al primero. Es el precepto del amor al prójimo. Aunque ya se encontraba en el libro del Levítico, a diferencia del Shemá no se le había dado mucha importancia. El que Jesús diga que es ‘parecido’ al primero es una novedad que él introduce. Otra novedad es que aclara el concepto de prójimo con la parábola del buen samaritano: prójimo no es sólo el miembro de mi familia, o de mi pueblo, o mi amigo, o el que comparte mis ideas, sino toda persona que necesita de mí, aunque sea oficialmente — socialmente, políticamente, ideológicamente, etc. — un enemigo.
La coletilla a este segundo precepto también es muy significativa. Se nos dice que tenemos que amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismo. El criterio y fundamento del amor al prójimo es el amor hacia uno mismo. Hay un correcto y sano amor propio, distinto del amor narcisista y egocéntrico, que se basa en querernos y respetarnos como hijos de Dios, muy queridos por Él. Muchos trastornos psicológicos derivan de no quererse adecuadamente, de no respetarse, de no aceptarse, de una autoestima insana.
Pero, ¿cómo concretamente podemos vivir este dúplice mandamiento del amor a Dios y al prójimo? ¿Qué viene antes cuando hay conflicto entre los dos? Un texto de San Juan en su primera carta nos puede ayudar. “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4, 20). Dios es el totalmente Otro, y lo amamos en y a través del otro concreto que está a nuestro lado, es decir, el prójimo. El fundamento de amor al prójimo es el amor de Dios, que hace que amemos al otro de verdad, buscando su bien, de una forma no egoísta. En el siglo pasado hemos sufrido una ideología, el marxismo, que decía que para amar y hacer el bien al otro había que eliminar a Dios, y fracasó miserablemente después de haber producido mucho daño. El garante del amor auténtico al prójimo es el amor a Dios. Cuando se elimina a Dios, la dignidad del otro se pone en peligro al perder su fundamento último. Pero este amor a Dios se realiza a través del amor al prójimo. No se puede amar a Dios si no es en y a través del prójimo. Es verdad que también nuestros actos de culto son una forma de realizar y manifestar nuestro amor al Señor, pero el culto sin justicia, sin amor al otro, es un culto vacío como ya advertían los profetas.
Cuando amamos al prójimo realmente, en especial si es un enemigo, damos testimonio del amor de Dios y de la nueva vida que tenemos gracias al bautismo, con el que hemos pasado ya de la muerte a la vida eterna. Esta es la forma más eficaz de evangelizar en un mundo que busca testigos más que maestros, como decía Pablo VI. San Pablo en la segunda lectura habla de la eficacia del testimonio que daba la comunidad cristiana de Tesalónica cuya vida de fe y amor era notoria. Hoy, día del Domund, se nos recuerda, también a través del lema de esta Jornada Mundial de las misiones “Así os envío yo”, que todos, laicos y consagrados, somos enviados a anunciar la buena noticia del Jesús, y esto los hacemos eficazmente en la medida en que amamos de verdad.
Cuando reflexionamos sobre estos dos preceptos mayores de la Ley y la relación entre ambos, muchas veces se nos presenta la imagen de la cruz con sus dos palos, el vertical y el horizontal. Cruz que implica entrega y sufrimiento. Amar a Dios y al hermano en un mundo como el nuestro marcado por el pecado supone muchas veces hacer experiencia del dolor y el rechazo. De hecho, el único que ha vivido plenamente estos dos preceptos ha sido Jesús. Con su Espíritu que hoy imploramos, si no rehuimos la cruz, podemos cada día aproximarnos más a cumplirlos también nosotros.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libroLa buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
El influyente pastor y teólogo luterano Dietrich Bonheffer, en su conocido libro El precio de la gracia, el seguimiento (Salamanca, Ediciones Sígueme, 2004[6ª]), contrapone la gracia cara a la gracia barata. “La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado” (p. 16). Esta forma de entender y vivir la gracia ha llevado al debilitamiento y a la secularización de las Iglesias y es su “enemigo mortal”: “Pero, ¿sabemos también que esta gracia barata se ha mostrado tremendamente inmisericorde con nosotros? El precio que hemos de pagar hoy día, con el hundimiento de las iglesias organizadas, ¿significa otra cosa que la inevitable consecuencia de la gracia conseguida a bajo precio? Se ha predicado, se han administrado los sacramentos a bajo precio, se ha bautizado, confirmado, absuelto a todo un pueblo, sin hacer preguntas ni poner condiciones; por caridad humana se han dado las cosas santas a los que se burlaban y a los incrédulos, se han derramado sin fin torrentes de gracia, pero la llamada al seguimiento se escuchó cada vez menos. ¿Qué se ha hecho de las ideas de la Iglesia primitiva que, durante el catecumenado para el bautismo, vigilaba tan atentamente la frontera entre la Iglesia y el mundo, y se preocupaba tanto por la gracia cara?.... La gracia barata no ha tenido compasión con nuestra Iglesia evangélica” (pp. 24-25).
Siendo protestante, Bonhoeffer se refiere a una forma de entender el evangelio de la gracia que surge según él de una mala interpretación de la teología de Lutero y que transforma en un presupuesto lo que es el término de un camino. Así, por ejemplo, la célebre frase del reformador Pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in Christo (peca valientemente, pero cree y alégrate en Cristo con mucha más valentía), se entiende como una justificación del pecado y no como una buena noticia para el pecador que se esfuerza por evitar el pecado y nota que con sus solas fuerzas no puede.
Sin embargo, lo que dice este ‘mártir del nazismo’se puede aplicar también a la Iglesia Católica. En este caso, la ‘gracia a bajo precio’ ya no es la predicación de la buena noticia del perdón gratuito de los pecados, sino los sacramentos que se dan a los fieles sin exigirles un cambio de vida, junto a una determinada interpretación de la doctrina tridentina del ex opere operato con la que se justifica esta praxis. Así, se dan sacramentos a personas que no están adecuadamente dispuestas amparándose en la excusa de que el sacramento es eficaz por sí mismo con tal de que no se ponga impedimento. El mismo Juan Pablo II afirma, acerca del sacramento del matrimonio celebrado entre bautizados no creyentes: “En efecto, la fe de quien pide desposarse ante la Iglesia puede tener grados diversos y es deber primario de los pastores hacerla descubrir, nutrirla y hacerla madurar. Pero ellos deben comprender también las razones que aconsejan a la Iglesia admitir a la celebración a quien está imperfectamente dispuesto” (Familiaris consortio, n. 68). Aunque es verdad que el sacramento del matrimonio tiene su peculiaridad respecto a los demás al referirse a una realidad que forma parte del orden de la creación y la Iglesia no admite otra unión conyugal entre bautizados que no sea sacramento, esta praxis de dar los sacramentos a quien no ‘está bien dispuesto’ es habitual en nuestra Iglesia en países de mayoría católica.
Mi opinión personal es que esto tiene consecuencias nefastas para la Iglesia, como ya señalaba Bonhoeffer. La ‘gracia a bajo precio’ lleva a que se difumine la distinción entre Iglesia y mundo y como consecuencia a la progresiva secularización de la Iglesia misma y a que pierda sentido y atractivo formar parte de ella. Lo que al final significa su abandono como no dejamos de constatar en los países de antigua cristiandad. Sin embargo, es justo en estos países donde la Iglesia institucional parece que apuesta por mantener a toda costa y hasta que dure lo que solemos llamar ‘cristianismo sociológico’. Esto significa que se intenta bautizar, confirmar, casar, reconciliar, dar la comunión, etc. al mayor número posible de fieles, pero bajando mucho el listón de los requisitos. Poco o nada queda, como también indicaba el teólogo alemán, de aquel catecumenado tan exigente de la Iglesia primitiva.
Lo que deseo señalar en este artículo es que las que pagan los platos rotos de esta praxis son las parroquias y sus párrocos y colaboradores. Ellas son esa primera línea a la que se acercan los habitantes de un determinado lugar para pedir un sacramento. Y el buen cura tiene que hacer auténticos malabarismos para ofrecer junto con el sacramento solicitado algo de evangelización. Pero no lo tiene fácil. Puede que a veces tenga suerte y los que desean el sacramento también quieren crecer en la fe y están interesados en prepararse bien. Pero la mayoría de las veces la preparación se percibe como un requisito impuesto, un precio a pagar por el sacramento, cuando el precio debería ser el cambio de vida y la decisión de seguir a Cristo. Si el cura tiene algo de iniciativa puede lograr que los participantes queden contentos de la preparación que han recibido y hasta algo ‘tocados’, pero suele ser un efecto pasajero ya que no se continúa con una vida cristiana vivida en comunidad.
Misa de canonización de José Maria Escrivá de Balaguer
6 de octubre 2002
La consecuencia de esta praxis pastoral es el decaimiento de la vida cristiana de las comunidades parroquiales y el desánimo de los párrocos que son los verdaderos héroes de esta situación, teniendo que intentar vender un producto — el evangelio y el seguimiento de Cristo — cuando los que vienen quieren otro— el sacramento sin más complicaciones. No es de extrañar que muchos sacerdotes no se sientan apreciados por los fieles. La otra cara de la moneda de esta coyuntura es el auge de los movimientos y realidades eclesiales surgidos al final del siglo pasado que sí pueden seleccionar a sus miembros y poner las exigencias que quieran. Este auge de los movimientos es posible gracias a que en las parroquias se realiza el trabajo más difícil e ingrato. De hecho, los miembros de los movimientos suelen proceder de parroquias en las que buscaban algo ‘más’ que ellas no podían ofrecer, al tener que dedicar sus pocos recursos a la celebración masiva de sacramentos.
De momento, lo más probable es que esta situación dure aún unos años más en los países de antigua cristiandad, como España e Italia, hasta que sea el mismo curso de los acontecimientos el que lleve a un cambio de praxis pastoral y a la inevitable opción por una Iglesia minoritaria más auténtica. Esto ya ha tenido lugar en algunos países como Francia. Benedicto XVI también ha hablado de ello en su reciente viaje a Alemania, al despedirse de su tierra: “Surgirán pequeñas comunidades de creyentes, y ya existen, que con el propio entusiasmo difundan rayos de luz en la sociedad pluralista, suscitando en otros la inquietud de buscar la luz que da la vida en abundancia”. Hasta que este cambio se dé, los sacerdotes que trabajan en las parroquias tendrán que aguantar esta situación incómoda y realizar de la mejor forma posible un trabajo difícil y con pocas gratificaciones. Esto requiere que los otros sacerdotes que ejercen su servicio en otros ámbitos de la vida eclesial reconozcan su difícil labor y la aprecien, por lo menos en cuanto se lleva a cabo en obediencia a las indicaciones de la jerarquía. Es triste constatar que esto muchas veces no se da y que los sacerdotes de los movimientos y otras realidades eclesiales desprecian y miran con aire de superioridad a los que trabajan en la parroquia. ¡Sise dieran cuenta que su éxito se debe a la labor obediente de los otros...!
Ceremonia de apertura del Concilio Vaticano II
Curiosamente en este asunto la teología ha ido por delante de la praxis eclesial. De hecho, las bases teológicas para el cambio a una Iglesia donde la gracia cueste su precio y se ponga en primer lugar el seguimiento de Cristo ya las ofreció con mucha claridad el Concilio Vaticano II. Lo hizo utilizando las imágenes evangélicas de sal y luz para hablar del ser y la misión la Igleisa. También al hacer hincapié en la llamada universal a la santidad de los todos los miembros del pueblo de Dios y al afirmar que la salvación no es exclusiva de los que forman parte visiblemente de la Iglesia Católica. Es verdad que un cambo repentino de la praxis pastoral de una Iglesia ‘sociológica’ a una Iglesia minoritaria implicaría plantearse otras cuestiones, como el bautismo de niños y el reconocimiento de uniones conyugales no sacramentales entre bautizados, pero las bases fundamentales para una Iglesia que viva el seguimiento de Cristo y que dé testimonio claro del amor de Dios en nuestra sociedad pluralista ya están dadas.
La llamada de Juan Pablo II y Benedicto XVI a una nueva evangelización y la creación de un dicasterio vaticano para tal fin, como también la proclamación de un “año de la fe” que comenzará el 11 de octubre de 2012 coincidiendo con el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, son una buena ocasión para plantearnos con sinceridad y audacia nuestro ser y obrar como Iglesia en los países de antigua cristiandad, hoy muy secularizados, también quizás porque hemos 'vendido' la gracia a bajo precio.
La bella película La Ciudad de la Alegría termina con una frase muy elocuente: “los dioses no nos han puesto las cosas demasiado fáciles a los hombres”. Y así lo sentimos muchas veces, en diversas circunstancias de la vida, cuando, por ejemplo, nos tenemos que esforzar mucho para cumplir con nuestras obligaciones, o cuando experimentamos conflictos entre realidades que piden nuestra adhesión, nuestro tiempo y energía, nuestra fidelidad y que aparentemente son incompatibles. Muchos padres tienen grandes dificultades a la hora de conciliar trabajo y familia y otros se sienten abrumados por lo difícil que es mantener la familia unida o ganar lo suficiente para ofrecer una vida digna a sus hijos. A veces este conflicto es más profundo y tiene que ver con nuestra adhesión, nuestra fidelidad, a Dios, y nuestro trato con las cosas del mundo, lo que tenemos que hacer para vivir en sociedad. Este es el contexto para entender la respuesta de Jesús a los fariseos y herodianos del evangelio de hoy, respuesta que ha tenido una enorme resonancia y está en la base del ordenamiento jurídico de nuestra sociedades occidentales, con la separación entre Iglesia y Estado, entre religión y política. “Dad al César lo que es del César y a Dios que es de Dios”, indica que hay un ámbito del César, con sus propias leyes y su autonomía, que hay que respetar en la medida en que esas leyes sean justas, y otro ámbito que es el de Dios, también con sus normas y exigencias. Sin embargo, estos dos ámbitos no están en el mismo nivel, no compiten en el mismo plano. Lo que tiene que ver con Dios está en un plano infinitamente superior y es absoluto y normativo respecto a todo lo demás.
Más allá del ingenio del Jesús para no caer en la trampa que le tienden y de la originalidad de su respuesta, está el hecho de que el Señor indica con su sentencia la forma de solucionar el dilema entre Dios y el César, y haciendo esto nos señala también la forma de resolver conflictos parecidos que con frecuencia se presentan en nuestra vida personal y social. Lo que hay que hacer es colocarse en un nivel de análisis superior a aquel en que el que le plantean la cuestión los fariseos y herodianos. Para ellos los dos ámbitos son incompatibles: o se es fiel a Dios y su soberanía sobre el pueblo, o se es fiel al emperador reconociendo su poder temporal. Pero para Jesús ‘su reino no es de este mundo’, se puede a la vez dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Entre el mundo y Dios hay una clara distinción que hay que respetar y mantener, aunque no una separación. El mundo tiene su autonomía su consistencia y sus propias leyes, aunque su fundamento último es Dios que le da el ser y actúa en él con su providencia, como muestra la primera lectura de hoy. Ciro, rey de Persia, aunque no era judío, es elegido por Dios como instrumento para hacer posible el regreso del pueblo de Israel a su tierra después del exilio. Ciro no lo hace a sabiendas, pero aún así es instrumento de Dios para llevar a cabo su plan de salvación.
san Benito y santa Escolástica "Nihil amori Christi praeponere"
La repuesta de Jesús a los herodianos y fariseos nos pone en guardia contra dos peligros que siguen estando presentes en nuestras sociedades del tercer milenio. Por un lado, a veces la religión intenta ocupar el lugar que es propio del César proponiendo una teocracia asfixiante que no respeta la autonomía de lo civil y lo quiere controlar directamente todo. Pero, por otro lado, no es raro que el Estado quiera usurpar el lugar de Dios y exija una adhesión absoluta que sólo debemos al Señor. Este peligro no es tan remoto como puede parecer. Está presente cada vez que el Estado pretende que sus leyes están por encima de todo lo demás y que no existe una instancia superior que las pueda juzgar. Algunas legislaciones sobre el aborto que no permiten ni siquiera el justo ejercicio de la objeción de conciencia van en esta dirección. En relación con esto, no es de extrañar que el siglo XX haya sido un siglo de mártires, que son aquellos que ante el conflicto entre Dios y el César, cuando éste intenta ocupar el lugar que le corresponde a aquél, como en las ideologías del siglo pasado, se deciden por Dios a costa de su vida, y son testigos con su muerte de la fe en la resurrección y en el justo juicio de Dios que es el verdadero y último árbitro de todas las cosas.
Pidamos al Señor que nos ayude a conciliar lo divino y lo humano en nuestra vida personal y social; el mundo, la sociedad, con sus justas exigencias y nuestros deberes religiosos, sabiendo siempre lo que viene antes y “sin anteponer nada al amor de Cristo” como decía san Benito.
Entre las distintas actividades de nuestra parroquia hay una que es especialmente importante para el barrio y a la vez muy enriquecedora para los que participamos en ella que es la pastoral del bautismo de niños. Hay muchos padres jóvenes en nuestra zona y tenemos al año más de 150 bautismos en nuestra Iglesia. Los padres que piden el bautismo para sus hijos se preparan con unos encuentros que tienen lugar los cuatro viernes anteriores a la celebración. En el primero de éstos los participantes cuentan su experiencia de ser padres,que está significando en sus vidas, y a veces también su experiencia de fe. El viernes pasado una chica francesa que ha pedido bautizar a su tercer hijo compartió con nosotros su vivencia. Nos contó que su madre había recibido una educación católica muy rígida y que como reacción se había apartado de la Iglesia. Ella, en cambio, resumió su experiencia con una expresión que nos impresionó a todos: dijo que es “LIBREMENTE CATÓLICA’”, indicando con ello que es católica por opción personal, libre y consciente, más allá y en contra de condicionamientos familiares y sociales.
También el Papa en su reciente viaje a Alemania, comentando el evangelio de hace dos domingos sobre los publicanos y las prostitutas que nos precederán en el reino de los cielos, dijo: “los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe”.
La vivencia de la madre francesa y su bella expresión ‘libremente católica’ y las palabras del Papa en Alemania están muy relacionadas con el evangelio de hoy del comensal sin traje de fiesta. Esta parábola en la intención del evangelista Mateo hace claramente referencia a la Iglesia y nos viene a decir que no basta estar en ella, es necesario algo más que el Señor indica con la imagen del ‘traje de fiesta’. ¿Qué es este ‘traje de fiesta’ necesario para no ser echado fuera del banquete mesiánico, del reino de Dios? Son las obras de justica, el ejercicio de la caridad que nace de una fe adulta y madura, asumida libremente, superando los condicionamientos sociales tanto a favor como en contra.
Más concretamente, dice san Agustín que este ‘traje de fiesta’ es la caridad, ya que como afirma san Pablo ‘si no tengo amor no soy nada’ y de nada me sirve hacer las obras más heroicas. También la escena del juicio final del mismo evangelio de Mateo nos dice que éste tendrá lugar sobre la base del ejercicio concreto de la caridad y no de la pertenencia al grupo de los discípulos del Señor. Y en la Iglesia hay muchos que no viven la caridad. Hay muchos llamados que forman parte de ella, pero pocos escogidos que están unidos realmente al Señor en el amor. Benedicto XVI habla de la Iglesia como la red de Cristo con peces buenos y malos, con trigo y cizaña que el Señor separará al final.
Pero está enseñanza sobre el invitado no vestido adecuadamente para participar en la fiesta, está precedida por otra parábola que encontramos de una forma algo distinta también en el evangelio de Lucas: la parábola de los invitados que rechazan la invitación. Inexplicablemente los primeros a los que va dirigida la invitación para participar en las bodas del hijo del rey no hacen caso, se muestran indiferentes, desprecian la invitación y “uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios”. La imagen que utiliza Jesús del banquete nos dice algo del Reino que Dios nos promete y el rechazo de los invitados nos enseña lo fácil que es no tomarse en serio las cosas de Dios, posponerle a otras cosas y no hacernos merecedores de la vida eterna.
Se discute si la sentencia tan dura de Jesús al final del pasaje evangélico de hoy se refiere originariamente a la primera parábola, la de los invitados al banquete que rechazan la invitación, o también a la segunda, la del comensal sin traje de fiesta. La sentencia de Jesús la conocemos bien: “muchos son los llamados y pocos los escogidos”. En el primer caso, estas palabras de Jesús serían menos duras para nosotros ya que indicarían los pocos judíos que han aceptado a Jesús como Mesías. En el segundo caso, la sentencia de Jesús se refiere también a los que formamos parte de la Iglesia: no todos los que estamos en ella llevamos el traje adecuado. Sea como sea, esta segunda interpretación es plenamente válida para nosotros hoy: lo que cuenta es la fe que actúa por la caridad, no la pertenencia externa a la Iglesia.
Resumiendo la enseñanza del evangelio de este domingo diríamos, utilizando una terminología más propia de las ciencias naturales y sociales, que estar en la Iglesia para nosotros ‘es necesario pero no suficiente’. Es necesario para nosotros porque Dios ha querido que entráramos en ella y en ella está la plenitud de los medios de salvación. En otra situación y para otras personas, la Iglesia como institución puede no ser un requisito para la salvación, como afirma el Concilio Vaticano II para los miembros de otras religiones. Pero no es suficiente porque tenemos que ejercer la caridad. Y para ejercer la caridad necesitamos salir de la rutina y decidirnos libremente a ser católicos, es decir, tener una fe adulta y madura capaz de superar los condicionamientos sociales.
¡Qué podamos decir también nosotros que somos “libremente católicos”, con una fe adulta, pensada, querida, buscada, vivida en el ejercicio de la caridad, más allá de la educación que hemos recibido, de los condicionamientos sociales y de nuestros miedos!
Cordialidad, seriedad de la fe, razón y ecología humana, ‘desmundanización’ de la Iglesia y colaboración de todos los creyentes por el bien de la humanidad, claves del Viaje Apostólico del Santo Padre a Alemania (22-25 de septiembre 2011)
Desde distintos ámbitos se habían puesto muchas expectativas en el Viaje Apostólico de Benedicto XVI a Alemania: Por un lado, volvía a su tierra natal como Papa, pero esta vez en un viaje de Estado y visitando la capital federal, Berlín, con su innegable importancia política y cultural para Europa y su futuro. Por otro lado, llega a su país en un momento muy difícil para la Iglesia alemana, afectada por el escándalo de los abusos a menores por parte del clero y con un número elevado y creciente de abandonos en los últimos años, y donde el laicado se ha mostrado varias veces crítico con las indicaciones que venían de Roma. Alemania es también el país donde empezó la Reforma luterana y el ecumenismo ha sido un asunto prioritario de este pontificado desde sus comienzos, desde la homilía de la Misa del 24 de abril de 2005 con la que inauguraba su ministerio petrino. En Alemania también surgió el nazismo y su plan sistemático de exterminio de los judíos. La sociedad alemana actual también es cada vez más plural, con una importante presencia musulmana y ortodoxa. Junto a esto, los que provienen de la antigua República Democrática han sido educados en un ateísmo radical que intentaba eliminar cualquier referencia a Dios y a la religión no sólo en el ámbito público, sino también en el privado. Siendo también un país occidental moderno, las tendencias filosóficas relativistas y positivistas han hecho mella en el tejido cultural llevando a una actitud pragmática y agnóstica en lo que se refiere a la búsqueda de la verdad. Todo esto llevaba a poner muchas expectativas en este viaje, llegando a pensar que sería el más importante del pontificado. La organización del viaje también alentaba esta idea, al estar previstos contactos con políticos, judíos, musulmanes, ortodoxos, jóvenes, seminaristas, etc., en lugares también muy emblemáticos.
Logo de la Visita Apostólica
Creo que a pesar de que algunos hayan hablado de decepción, sobre todo en lo que se refiere al ecumenismo, en su globalidad estas expectativas no han sido defraudadas. Benedicto XVI ha pronunciado a lo largo de cuatro intensos días dieciocho importantes discursos, incluyendo homilías y saludos, y una rueda de prensa en el avión de ida, yendo en todos ellos a la raíz verdadera de las cuestiones, más allá de posibles gestos superficiales que quizás algunos esperaban, como el famoso ‘regalo ecuménico’ que mencionó el Papa en Erfurt. Quiero resumir aquí brevemente por apartados las ideas que considero más importantes propuestas por el Papa en estas intervenciones, tanto por su indudable interés y también porque señalan un claro camino para la Iglesia y la sociedad:
·Iglesia: Pertenecer a la Iglesia no es análogo a formar parte de una asociación o un grupo social, sino es algo que nos afecta en lo más profundo de nuestro ser. Significa estar en la red de Cristo, donde hay peces buenos y malos, y permanecer unidos a Él, como el sarmiento a la vid, participando de su misma vida. Profesión de fe e Iglesia no son separables ya que recibimos la fe mediante la escucha, como dice san Pablo. “Y la escucha es un proceso de estar juntos de manera física y espiritual. Únicamente puedo creer en la comunión de los fieles de todos los tiempos que han encontrado a Cristo y que han sido encontrados por Él. El poder creer se lo debo ante todo a Dios que se dirige a mí y, por decirlo así, ‘enciende’ mi fe. Pero muy concretamente, debo mi fe a los que me son cercanos y han creído antes que yo y creen conmigo. Este gran ‘con’, sin el cual no es posible una fe personal, es la Iglesia”. “Cuando decimos: ‘Nosotros somos Iglesia’, sí, claro, es cierto, somos nosotros, no uno cualquiera. Pero el ‘nosotros’ es más amplio que el grupo que lo está diciendo. El ‘nosotros’ es la comunidad entera de los fieles, de hoy, de todos los lugares y todos los tiempos. Y digo siempre además que en la comunidad de los fieles, sí existe, por decirlo así, el juicio de la mayoría de hecho, pero nunca puede haber una mayoría contra los Apóstoles y contra los Santos: eso sería una falsa mayoría. Nosotros somos Iglesia: ¡Seámoslo! Seámoslo precisamente en el abrirnos, en el ir más allá de nosotros mismos y en serlo junto a los otros”. Y la renovación de la Iglesia pasa primero por la renovación de la misma fe: “La verdadera crisis de la Iglesia en el mundo occidental es una crisis de fe. Si no llegamos a una verdadera renovación en la fe, toda reforma estructural será ineficaz”. “En la historia, algunos finos observadores han señalado frecuentemente que el daño a la Iglesia no lo provocan sus adversarios, sino los cristianos mediocres”. Por eso el Papa puede afirmar: “los agnósticos que no encuentran paz por la cuestión de Dios; los que sufren a causa de sus pecados y tienen deseo de un corazón puro, están más cerca del Reino de Dios que los fieles rutinarios, que ven ya solamente en la Iglesia el sistema, sin que su corazón quede tocado por esto: por la fe”. Sin embargo, la Iglesia también tiene que renovarse, desligándose del mundo, ‘desmundanizándose’: “Para cumplir su misión, deberá continuamente también tomar distancias respecto a su entorno, deberá, por decirlo así, desligarse del mundo. En efecto, las secularizaciones –sea que consistan en expropiaciones de bienes de la Iglesia o en supresión de privilegios o cosas similares– han significado siempre una profunda liberación de la Iglesia de formas mundanas: se despoja, por decirlo así, de su riqueza terrena y vuelve a abrazar plenamente su pobreza terrena.... Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro”. En nuestras sociedades occidentales cada vez más plurales, el Papa llega a imaginar cómo será la Iglesia del futuro y cómo ejercerá su misión: “Surgirán pequeñas comunidades de creyentes, y ya existen, que con el propio entusiasmo difundan rayos de luz en la sociedad pluralista, suscitando en otros la inquietud de buscar la luz que da la vida en abundancia”.
El Papa en el Bundestag
·Derecho-Sociedad: En contra del reductivismo del positivismo y pragmatismo modernos, en los que se desprecia la búsqueda de la verdad objetiva, la libertad necesita hacer referencia a una instancia superior. En el fondo de esta cuestión está la distinción entre voluntad y naturaleza, entre libertad y verdad. Y detrás de esto está la filosofía de Nietzsche y su idea de la ‘voluntad de poder’ con la conjetura de que el ‘superhombre’ decide la verdad, la crea. Esta mentalidad está en la raíz de la ideología nazista y sus aberraciones como la decisión que se tomó en el mismo Bundestag de exterminar a los judíos. Para el Papa, en cambio, el derecho tiene sus fuentes no sólo en la voluntad de la mayoría, sino también en la razón y la naturaleza. Esto lleva a reconocer, más allá de criterio de la mayoría, unos derechos inalienables de la persona humana, que son vinculantes para todas las culturas y religiones y que son los pilares de las constituciones de muchos países, y que sirven para garantizar la convivencia civil; estos derechos deben ser respetadas por todos. En este sentido se habla de ‘ecología del hombre’, como respeto del hombre hacia su propia naturaleza y sus leyes de las que no puede disponer a su antojo.
·Islam: Junto con el Islam y frente al laicismo, la Iglesia se esfuerza para que se otorgue el justo reconocimiento a la dimensión pública de la religión y no se reduzca su ejercicio sólo a la esfera privada. Con los musulmanes debemos crecer en el respeto y conocimiento mutuo y trabajar juntos por el bien de la humanidad en la tutela de valores que compartimos, como la familia fundada sobre el matrimonio, el respeto de la vida en cada fase de su desarrollo natural y en la promoción de una justicia social más amplia. Por otro lado, es correcto exigir a los musulmanes la observancia de las constituciones y leyes fundamentales que se han dado los países para garantizar una convivencia armoniosa y pacífica cuando éstas son justas y tienen su fundamento en la razón y en la naturaleza del hombre.
·Judaísmo: Con el judaísmo debemos reconocer una herencia común y una parentela espiritual — una “afinidad espiritual” en palabras del Papa—, y fomentar el diálogo, ya que no hay “fractura en el evento salvífico”, sino que la revelación que nos trae Jesús, sin negar su novedad, se sitúa dentro del ámbito judío. “La Iglesia se siente muy cercana al pueblo judío. Con la Declaración Nostra aetatedel Concilio Vaticano II, se comenzó a ‘recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad’ (cf. Discurso en la Sinagoga de Roma, 17 enero 2010)”. Contra algunos miedos que se han manifestado en el ámbito judío en referencia al acercamiento de la Iglesia con los lefebvrianos y a una posible re-interpretación de algunas afirmaciones del Concilio Vaticano II, el Papa en Alemania ha vuelto a reiterar que los avances en el diálogo con el judaísmo son irreversibles. Citando la segunda parte de su libro Jesús de Nazaret, Benedicto XVI también afirma que para comprender rectamente la voluntad y la Palabra de Dios debemos esforzarnos para que entren en diálogo las dos formas de leer los escritos bíblicos, la judía y la cristiana.
·Ortodoxia: Las Iglesias ortodoxas, al haber conservado la misma estructura de la Iglesia antigua, son verdaderas Iglesias particulares aunque no estén en comunión con el obispo de Roma; son las más cercanas a nosotros y con las que podemos tener fundadas esperanzas de poder en un futuro no muy lejano celebrar juntos la Eucaristía. La mayor dificultad para la plena unión la constituye la cuestión del primado y Benedicto XVI ha comentado en Alemania que para solventarla puede ser útil la distinción entre su naturaleza y la forma de ejercicio propuesta por Juan Pablo II en la encíclica Ut unum sint. También con los ortodoxos podemos trabajar juntos para que se promueva y se defienda la vida humana y la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer.
Monasterio de San Agustín (Erfurt)
·Protestantismo. “Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido para mí el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro común fundamento imperecedero”. Un fundamento común que hoy tenemos que volver a recuperar y purificar ante el fenómeno de las sectas y el secularismo, sin adulterarlo. “La unidad fundamental consiste en el hecho que creemos en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Que lo profesamos como Dios Trinitario: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La unidad suprema no es la soledad monádita, sino unidad a través del amor. Creemos en Dios, en el Dios concreto. Creemos que Dios nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros. La tarea común que actualmente tenemos, es dar testimonio de este Dios vivo”. Por tanto, el primer servicio ecuménico que debemos prestar es profesar la fe en el Dios vivo. “Pero la fe de los cristianos no se basa en una ponderación de nuestras ventajas y desventajas. Una fe autoconstruida no tiene valor. La fe no es una cosa que nosotros excogitamos y concordamos. Es el fundamento sobre el cual vivimos. La unidad no crece mediante la ponderación de ventajas y desventajas, sino profundizando cada vez más en la fe mediante el pensamiento y la vida”. En el libro-entrevista Luz del Mundo, Benedicto XVI afirma: “Realmente hay que constatar que el protestantismo ha dado pasos que más bien los alejan de nosotros con la ordenación de mujeres, la aceptación de uniones homosexuales y cosas semejantes. Hay también otras posturas éticas, otras conformidades con el espíritu de la actualidad que dificultan el diálogo (Herder, 2010, p. 107). En estas palabras del Papa está la clave para interpretar lo que ha dicho a los protestantes en Alemania. Las afirmaciones del Pontífice son una invitación a tener presente ‘la seriedad de la fe’, — como nos muestra Lutero con su lacerante pregunta „Wie kriege ich einen gnädigen Gott?“; “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”—; a reconocer que no se puede jugar ni negociar con ella, ni adulterarla cediendo al secularismo y al espíritu de la modernidad; que si se hace esto introduciendo unilateralmente cambios en lo fundamental se dificulta el diálogo y no se presta el servicio que estamos llamadas a ofrecer al mundo: “¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esto es una tarea ecuménica central. En el cual debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo”.
·Europa. “La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico”.
Leyendo y meditando estos discursos de Benedicto XVI sin dejarnos condicionar demasiado por prejuicios y pre-comprensiones, creo que se constata claramente que el Papa ha querido ir a la raíz verdadera de los asuntos tratados y que son de tanta actualidad en Europa y Alemania, y que tanto nos preocupan: sociedad civil, pluralismo, derecho común, Europa, Iglesia, ecumenismo, diálogo interreligioso, etc. Y esta raíz es religiosa, cultural y filosófica, antes que política y social. Por eso no es de extrañar que algunos hayan comentado que el discurso del Papa en el Bundestag fue filosófico y no político, y yo diría con razón. Otros han intentado encajar las palabras del Benedicto XVI en la dialéctica conservador-progresista, izquierda-derecha. Pero ya sabemos que este Papa no se deja encasillar en este tipo de esquemas simplistas que no hacen justicia a la complejidad de su pensamiento y que al final llevan a no comprender sus palabras y el alcance de lo que dice y hace. Otros se han sentido decepcionados por la falta de un ‘regalo ecuménico’ entre los muchos que están en la agenda de las relaciones interconfesionales (matrimonios mixtos, participación en actos litúrgicos comunes, etc.). Sin embargo, la llamada de Benedicto XVI a la ‘seriedad de la fe’, a tomarse en serio la fa como hacía Lutero, pone claramente el dedo en la llaga de un ecumenismo superficial e indica la secularización y el ceder al ‘espíritu de la modernidad’ como la gran amenaza para las Iglesias y las comunidades eclesiales.
En definitiva, este Viaje Apostólico del Papa a Alemania ha sido un regalo no sólo para los alemanes, sino también para los demás europeos, para los cristianos, los creyentes y los hombres de buena voluntad, y una gran aportación para nuestro pensar y actuar común.
¡Qué significativas y profundas son las imágenes que encontramos en la Sagrada Escrituras! Nos revelan en un modo que hace resonar las cuerdas más íntimas de nuestro ser algo de Dios y de su forma de actuar con nosotros. Son imágenes elegidas por Dios mismo para decirnos algo de su ser y su relación con nosotros. Por eso son insustituibles y eficaces, más que los conceptos abstractos que a veces utilizamos para hablar de Dios, que aunque quizás filosóficamente más precisos no tocan tanto nuestro corazón. La imagen de hoy, de la viña, es una de ellas y en este tiempo en el que en muchos lugares se está recogiendo la uva para hacer vino nos parece aún más cercana. “La viña del Señor de los Ejercitos es la casa de Israel”, dice el texto del profeta Isaías de la primera lectura; y el salmo responsorial (Sal 80 [79]) afirma que surge de una vid que el Señor sacó de Egipto y que trasplantó en una tierra de la que había expulsado a otros pueblos; una cepa que se volvió vigorosa, cuyos sarmientos se extendieron desde mar hasta el Gran Río, desde el Mediterráneo hasta el Jordán. Pero esta viña no dio los frutos que el dueño se esperaba, en vez de dar derecho y justicia dio asesinatos y lamentos. El profeta Isaías anuncia que el Señor, que puso tanto esmero en cuidar su viña, la abandonará y dejara que la arrasen y que crezcan en ellas espinas y cardos. Esto tuvo lugar de una forma dramática, dejando una profunda herida en la conciencia de Israel, con el exilio de Babilonia del año 586 a.C.
En el evangelio Jesús utiliza la misma imagen al hablar con los ancianos y sumos sacerdotes. Sin embargo, más que en la viña en sí misma, el Señor centra la atención en los viñadores a los que el propietario la ha arrendado. Ellos no sólo no entregaron los frutos al dueño a su tiempo, sino que maltrataron a sus enviados. Incluso al hijo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron: una clara alusión a Jesús, crucificado fuera de las murallas de Jerusalén. ‘¿Qué es lo que haré el dueño de la viña con los labradores?’, pregunta Jesús. Y los ancianos y sumos sacerdotes contestan ingenuamente, sin aparentemente darse cuenta de que va con ellos: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”.
Decimos que esta parábola del Señor, más que una parábola es una alegoría, ya que varios elementos de ella tienen una aplicación muy concreta, como el que acabamos de mencionar del hijo del dueño asesinado que representa a Jesús. Es una alegoría de la historia de la salvación, de la historia que Dios hace con la humanidad para ofrecerle la salvación. La constante de esta historia, lo que se repite una y otra vez, es que el Señor de un fracaso saca una victoria, de una derrota un nuevo inicio, de un rechazo una nueva posibilidad. Es lo que expresa Jesús citando el Salmo 118 (117): ‘la piedra que desecharon los constructores se ha vuelto piedra angular’. Así, del exilio babilónico quedó un resto del pueblo fiel al Señor que será la base para la reconstrucción de Judá, con la crucifixión del Señor nace un nuevo Israel, la Iglesia, y con el rechazo de la predicación apostólica por parte del pueblo elegido entran a formar parte del nuevo pueblo de Dios los paganos.
Esta forma de actuar de Dios ante el rechazo de su oferta de salvación sigue dándose en nuestros días. El Señor quita su viña a los arrendadores que no dan fruto y se las da a otros para que den ‘sus frutos a sus tiempos’. El Sínodo de Obispos celebrado en Roma en octubre de 1999, bajo el lemaJesucristo viviente en su Iglesia fuente de esperanza para Europa, trató el tema de la situación eclesial en los países europeos de antigua cristiandad. Fruto de este trabajo conjunto de los obispos es la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Ecclesia in Europa. En este importante documento, el Papa dice que en nuestro continente se está dando una “apostasía silenciosa”, un abandono de la fe por parte del hombre que se siente autosuficiente y que vive como si Dios no existiera (n. 9). Frente a esto que está pasando en nuestros países, en lo que llamamos el tercer mundo la IgIesia muestra claros signos de vitalidad y está dando muchos frutos. De un rechazo, aunque silencioso, está surgiendo una nueva Iglesia. Yo también muchas veces me sorprendo ante personas inmigrantes que con entusiasmo se acercan a la parroquia y se ofrecen para colaborar en las actividades pastorales, mientras que los laicos españoles, aunque quizás mejor formados, están mucho más desganados.
Pero este que vale a gran escala, vale también para cada uno de nosotros. Sigue siendo verdad lo que afirma san Pablo de que “los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 11, 29)”. Sin embargo, si rechazamos la oferta de salvación de Dios, también es verdad que la viña se entregará a otros que den fruto. Y podemos rechazar esta oferta de salvación sin darnos cuenta, como los ancianos y sumos sacerdotes de Israel. Jesús cuenta esta parábola de los viñadores homicidas, como la de los dos hijos que escuchamos el domingo pasado, y la de la invitación al banquete de la próxima semana, con la intención de hacer brecha en el corazón endurecido de los jefes del pueblo, de que se den cuenta de lo que está aconteciendo ante sus ojos, de que reconozcan y acepten la visita del Señor. El gran peligro que todos corremos es tener el corazón endurecido, ser demasiado confiados, pensar que la viña ya es nuestra y que no se nos puede quitar.
Pidamos al Señor a través de la intercesión de los ángeles custodios cuya memoria celebramos hoy, que son instrumentos de la providencia divina para conducirnos a la salvación, que nunca nos acostumbremos a los dones de Dios, a la amistad con Él, que siempre intentemos merecer sus regalos, y que nos esforcemos por dar frutos de justicia y derecho.