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El influyente pastor y teólogo luterano Dietrich Bonheffer, en su conocido libro El precio de la gracia, el seguimiento (Salamanca, Ediciones Sígueme, 2004[6ª]), contrapone la gracia cara a la gracia barata. “La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado” (p. 16). Esta forma de entender y vivir la gracia ha llevado al debilitamiento y a la secularización de las Iglesias y es su “enemigo mortal”: “Pero, ¿sabemos también que esta gracia barata se ha mostrado tremendamente inmisericorde con nosotros? El precio que hemos de pagar hoy día, con el hundimiento de las iglesias organizadas, ¿significa otra cosa que la inevitable consecuencia de la gracia conseguida a bajo precio? Se ha predicado, se han administrado los sacramentos a bajo precio, se ha bautizado, confirmado, absuelto a todo un pueblo, sin hacer preguntas ni poner condiciones; por caridad humana se han dado las cosas santas a los que se burlaban y a los incrédulos, se han derramado sin fin torrentes de gracia, pero la llamada al seguimiento se escuchó cada vez menos. ¿Qué se ha hecho de las ideas de la Iglesia primitiva que, durante el catecumenado para el bautismo, vigilaba tan atentamente la frontera entre la Iglesia y el mundo, y se preocupaba tanto por la gracia cara?.... La gracia barata no ha tenido compasión con nuestra Iglesia evangélica” (pp. 24-25).
Siendo protestante, Bonhoeffer se refiere a una forma de entender el evangelio de la gracia que surge según él de una mala interpretación de la teología de Lutero y que transforma en un presupuesto lo que es el término de un camino. Así, por ejemplo, la célebre frase del reformador Pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in Christo (peca valientemente, pero cree y alégrate en Cristo con mucha más valentía), se entiende como una justificación del pecado y no como una buena noticia para el pecador que se esfuerza por evitar el pecado y nota que con sus solas fuerzas no puede.
Sin embargo, lo que dice este ‘mártir del nazismo’ se puede aplicar también a la Iglesia Católica. En este caso, la ‘gracia a bajo precio’ ya no es la predicación de la buena noticia del perdón gratuito de los pecados, sino los sacramentos que se dan a los fieles sin exigirles un cambio de vida, junto a una determinada interpretación de la doctrina tridentina del ex opere operato con la que se justifica esta praxis. Así, se dan sacramentos a personas que no están adecuadamente dispuestas amparándose en la excusa de que el sacramento es eficaz por sí mismo con tal de que no se ponga impedimento. El mismo Juan Pablo II afirma, acerca del sacramento del matrimonio celebrado entre bautizados no creyentes: “En efecto, la fe de quien pide desposarse ante la Iglesia puede tener grados diversos y es deber primario de los pastores hacerla descubrir, nutrirla y hacerla madurar. Pero ellos deben comprender también las razones que aconsejan a la Iglesia admitir a la celebración a quien está imperfectamente dispuesto” (Familiaris consortio, n. 68). Aunque es verdad que el sacramento del matrimonio tiene su peculiaridad respecto a los demás al referirse a una realidad que forma parte del orden de la creación y la Iglesia no admite otra unión conyugal entre bautizados que no sea sacramento, esta praxis de dar los sacramentos a quien no ‘está bien dispuesto’ es habitual en nuestra Iglesia en países de mayoría católica.
Mi opinión personal es que esto tiene consecuencias nefastas para la Iglesia, como ya señalaba Bonhoeffer. La ‘gracia a bajo precio’ lleva a que se difumine la distinción entre Iglesia y mundo y como consecuencia a la progresiva secularización de la Iglesia misma y a que pierda sentido y atractivo formar parte de ella. Lo que al final significa su abandono como no dejamos de constatar en los países de antigua cristiandad. Sin embargo, es justo en estos países donde la Iglesia institucional parece que apuesta por mantener a toda costa y hasta que dure lo que solemos llamar ‘cristianismo sociológico’. Esto significa que se intenta bautizar, confirmar, casar, reconciliar, dar la comunión, etc. al mayor número posible de fieles, pero bajando mucho el listón de los requisitos. Poco o nada queda, como también indicaba el teólogo alemán, de aquel catecumenado tan exigente de la Iglesia primitiva.
Lo que deseo señalar en este artículo es que las que pagan los platos rotos de esta praxis son las parroquias y sus párrocos y colaboradores. Ellas son esa primera línea a la que se acercan los habitantes de un determinado lugar para pedir un sacramento. Y el buen cura tiene que hacer auténticos malabarismos para ofrecer junto con el sacramento solicitado algo de evangelización. Pero no lo tiene fácil. Puede que a veces tenga suerte y los que desean el sacramento también quieren crecer en la fe y están interesados en prepararse bien. Pero la mayoría de las veces la preparación se percibe como un requisito impuesto, un precio a pagar por el sacramento, cuando el precio debería ser el cambio de vida y la decisión de seguir a Cristo. Si el cura tiene algo de iniciativa puede lograr que los participantes queden contentos de la preparación que han recibido y hasta algo ‘tocados’, pero suele ser un efecto pasajero ya que no se continúa con una vida cristiana vivida en comunidad.
Misa de canonización de José Maria Escrivá de Balaguer 6 de octubre 2002 |
La consecuencia de esta praxis pastoral es el decaimiento de la vida cristiana de las comunidades parroquiales y el desánimo de los párrocos que son los verdaderos héroes de esta situación, teniendo que intentar vender un producto — el evangelio y el seguimiento de Cristo — cuando los que vienen quieren otro — el sacramento sin más complicaciones. No es de extrañar que muchos sacerdotes no se sientan apreciados por los fieles. La otra cara de la moneda de esta coyuntura es el auge de los movimientos y realidades eclesiales surgidos al final del siglo pasado que sí pueden seleccionar a sus miembros y poner las exigencias que quieran. Este auge de los movimientos es posible gracias a que en las parroquias se realiza el trabajo más difícil e ingrato. De hecho, los miembros de los movimientos suelen proceder de parroquias en las que buscaban algo ‘más’ que ellas no podían ofrecer, al tener que dedicar sus pocos recursos a la celebración masiva de sacramentos.
De momento, lo más probable es que esta situación dure aún unos años más en los países de antigua cristiandad, como España e Italia, hasta que sea el mismo curso de los acontecimientos el que lleve a un cambio de praxis pastoral y a la inevitable opción por una Iglesia minoritaria más auténtica. Esto ya ha tenido lugar en algunos países como Francia. Benedicto XVI también ha hablado de ello en su reciente viaje a Alemania, al despedirse de su tierra: “Surgirán pequeñas comunidades de creyentes, y ya existen, que con el propio entusiasmo difundan rayos de luz en la sociedad pluralista, suscitando en otros la inquietud de buscar la luz que da la vida en abundancia”. Hasta que este cambio se dé, los sacerdotes que trabajan en las parroquias tendrán que aguantar esta situación incómoda y realizar de la mejor forma posible un trabajo difícil y con pocas gratificaciones. Esto requiere que los otros sacerdotes que ejercen su servicio en otros ámbitos de la vida eclesial reconozcan su difícil labor y la aprecien, por lo menos en cuanto se lleva a cabo en obediencia a las indicaciones de la jerarquía. Es triste constatar que esto muchas veces no se da y que los sacerdotes de los movimientos y otras realidades eclesiales desprecian y miran con aire de superioridad a los que trabajan en la parroquia. ¡Si se dieran cuenta que su éxito se debe a la labor obediente de los otros...!
Ceremonia de apertura del Concilio Vaticano II |
Curiosamente en este asunto la teología ha ido por delante de la praxis eclesial. De hecho, las bases teológicas para el cambio a una Iglesia donde la gracia cueste su precio y se ponga en primer lugar el seguimiento de Cristo ya las ofreció con mucha claridad el Concilio Vaticano II. Lo hizo utilizando las imágenes evangélicas de sal y luz para hablar del ser y la misión la Igleisa. También al hacer hincapié en la llamada universal a la santidad de los todos los miembros del pueblo de Dios y al afirmar que la salvación no es exclusiva de los que forman parte visiblemente de la Iglesia Católica. Es verdad que un cambo repentino de la praxis pastoral de una Iglesia ‘sociológica’ a una Iglesia minoritaria implicaría plantearse otras cuestiones, como el bautismo de niños y el reconocimiento de uniones conyugales no sacramentales entre bautizados, pero las bases fundamentales para una Iglesia que viva el seguimiento de Cristo y que dé testimonio claro del amor de Dios en nuestra sociedad pluralista ya están dadas.
La llamada de Juan Pablo II y Benedicto XVI a una nueva evangelización y la creación de un dicasterio vaticano para tal fin, como también la proclamación de un “año de la fe” que comenzará el 11 de octubre de 2012 coincidiendo con el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, son una buena ocasión para plantearnos con sinceridad y audacia nuestro ser y obrar como Iglesia en los países de antigua cristiandad, hoy muy secularizados, también quizás porque hemos 'vendido' la gracia a bajo precio.
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