Homilía 2 de octubre 2011
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Memoria de los santos Ángeles Custodios
¡Qué significativas y profundas son las imágenes que encontramos en la Sagrada Escrituras! Nos revelan en un modo que hace resonar las cuerdas más íntimas de nuestro ser algo de Dios y de su forma de actuar con nosotros. Son imágenes elegidas por Dios mismo para decirnos algo de su ser y su relación con nosotros. Por eso son insustituibles y eficaces, más que los conceptos abstractos que a veces utilizamos para hablar de Dios, que aunque quizás filosóficamente más precisos no tocan tanto nuestro corazón. La imagen de hoy, de la viña, es una de ellas y en este tiempo en el que en muchos lugares se está recogiendo la uva para hacer vino nos parece aún más cercana. “La viña del Señor de los Ejercitos es la casa de Israel”, dice el texto del profeta Isaías de la primera lectura; y el salmo responsorial (Sal 80 [79]) afirma que surge de una vid que el Señor sacó de Egipto y que trasplantó en una tierra de la que había expulsado a otros pueblos; una cepa que se volvió vigorosa, cuyos sarmientos se extendieron desde mar hasta el Gran Río, desde el Mediterráneo hasta el Jordán. Pero esta viña no dio los frutos que el dueño se esperaba, en vez de dar derecho y justicia dio asesinatos y lamentos. El profeta Isaías anuncia que el Señor, que puso tanto esmero en cuidar su viña, la abandonará y dejara que la arrasen y que crezcan en ellas espinas y cardos. Esto tuvo lugar de una forma dramática, dejando una profunda herida en la conciencia de Israel, con el exilio de Babilonia del año 586 a.C.
En el evangelio Jesús utiliza la misma imagen al hablar con los ancianos y sumos sacerdotes. Sin embargo, más que en la viña en sí misma, el Señor centra la atención en los viñadores a los que el propietario la ha arrendado. Ellos no sólo no entregaron los frutos al dueño a su tiempo, sino que maltrataron a sus enviados. Incluso al hijo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron: una clara alusión a Jesús, crucificado fuera de las murallas de Jerusalén. ‘¿Qué es lo que haré el dueño de la viña con los labradores?’, pregunta Jesús. Y los ancianos y sumos sacerdotes contestan ingenuamente, sin aparentemente darse cuenta de que va con ellos: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”.
Decimos que esta parábola del Señor, más que una parábola es una alegoría, ya que varios elementos de ella tienen una aplicación muy concreta, como el que acabamos de mencionar del hijo del dueño asesinado que representa a Jesús. Es una alegoría de la historia de la salvación, de la historia que Dios hace con la humanidad para ofrecerle la salvación. La constante de esta historia, lo que se repite una y otra vez, es que el Señor de un fracaso saca una victoria, de una derrota un nuevo inicio, de un rechazo una nueva posibilidad. Es lo que expresa Jesús citando el Salmo 118 (117): ‘la piedra que desecharon los constructores se ha vuelto piedra angular’. Así, del exilio babilónico quedó un resto del pueblo fiel al Señor que será la base para la reconstrucción de Judá, con la crucifixión del Señor nace un nuevo Israel, la Iglesia, y con el rechazo de la predicación apostólica por parte del pueblo elegido entran a formar parte del nuevo pueblo de Dios los paganos.
Esta forma de actuar de Dios ante el rechazo de su oferta de salvación sigue dándose en nuestros días. El Señor quita su viña a los arrendadores que no dan fruto y se las da a otros para que den ‘sus frutos a sus tiempos’. El Sínodo de Obispos celebrado en Roma en octubre de 1999, bajo el lema Jesucristo viviente en su Iglesia fuente de esperanza para Europa, trató el tema de la situación eclesial en los países europeos de antigua cristiandad. Fruto de este trabajo conjunto de los obispos es la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II Ecclesia in Europa. En este importante documento, el Papa dice que en nuestro continente se está dando una “apostasía silenciosa”, un abandono de la fe por parte del hombre que se siente autosuficiente y que vive como si Dios no existiera (n. 9). Frente a esto que está pasando en nuestros países, en lo que llamamos el tercer mundo la IgIesia muestra claros signos de vitalidad y está dando muchos frutos. De un rechazo, aunque silencioso, está surgiendo una nueva Iglesia. Yo también muchas veces me sorprendo ante personas inmigrantes que con entusiasmo se acercan a la parroquia y se ofrecen para colaborar en las actividades pastorales, mientras que los laicos españoles, aunque quizás mejor formados, están mucho más desganados.
Pero este que vale a gran escala, vale también para cada uno de nosotros. Sigue siendo verdad lo que afirma san Pablo de que “los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 11, 29)”. Sin embargo, si rechazamos la oferta de salvación de Dios, también es verdad que la viña se entregará a otros que den fruto. Y podemos rechazar esta oferta de salvación sin darnos cuenta, como los ancianos y sumos sacerdotes de Israel. Jesús cuenta esta parábola de los viñadores homicidas, como la de los dos hijos que escuchamos el domingo pasado, y la de la invitación al banquete de la próxima semana, con la intención de hacer brecha en el corazón endurecido de los jefes del pueblo, de que se den cuenta de lo que está aconteciendo ante sus ojos, de que reconozcan y acepten la visita del Señor. El gran peligro que todos corremos es tener el corazón endurecido, ser demasiado confiados, pensar que la viña ya es nuestra y que no se nos puede quitar.
Pidamos al Señor a través de la intercesión de los ángeles custodios cuya memoria celebramos hoy, que son instrumentos de la providencia divina para conducirnos a la salvación, que nunca nos acostumbremos a los dones de Dios, a la amistad con Él, que siempre intentemos merecer sus regalos, y que nos esforcemos por dar frutos de justicia y derecho.
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