Homilía 8 de diciembre 2011
Reflexione teológicas a partir de algunas obras de Caravaggio (3)
Virgen de los Palafrenieri (o de la serpiente) Caravaggio, 1606 (Galleria Borghese, Roma) |
Muchas veces el arte nos ayuda a profundizar en alguna verdad de nuestra fe y a entenderla — en la medida en que esto es posible para nosotros — no sólo con la razón, sino también con el corazón, haciendo que resuene todo nuestro ser. Así es, por ejemplo, con la música. Me contaba hace tiempo una amiga que su hermano se convirtió al cristianismo escuchando el Mesías de Händel. Al hablar de esta relación entre fe y arte, es frecuente oír citar una célebre frase de la obra El Idiota de Dostoievski: “la belleza salvará al mundo”. También la pintura es una forma de expresar, profundizar y transmitir las verdades de la fe. En situaciones de analfabetismo las pinturas en las Iglesias han servido para evangelizar y catequizar a las personas, y lo ha hecho de una forma muy eficaz.
En relación con la fiesta de la Inmaculada Concepción, hay una obra de arte fascinante que nos ayuda a entender mejor y con el corazón la verdad de que María fue concebida libre de pecado original, una verdad que fue definida como dogma en 1854 por el Papa Pio IX. La obra a la que me refiero es un cuadro de Caravaggio titulado la Virgen de los Palafrenieri (o Palafreneros, en castellano), o también Virgen de la serpiente. La obra representa a santa Ana, María y el Niño mirando al mismo tiempo hacia una serpiente. Es una ‘instantánea’ de vida familiar, algo muy original de Caravaggio, como ya hemos comentado en relación con la Vocación de San Mateo. Santa Ana, la madre de la Virgen María según los evangelios apócrifos, está pintada como una mujer ya mayor y curtida, pero muy digna, con ropa oscura, quizás de gitana, que se va difuminando en la oscuridad de la habitación. Lleva, sin embargo, una tela blanca a modo de faja que destaca, cuyos pliegues parecen de mármol. Para la Virgen María Caravaggio utilizó atrevidamente una modelo con la que ya había trabajado anteriormente cuando pintó la Virgen de Loreto, Lena, conocida en Roma y por la que había tenido problemas con la justicia por herir con una espada en la plaza Navona a otro hombre que la pretendía. La Virgen, vestida con ropa de lavandera, iluminada lateralmente por una luz cálida, sujeta con ternura a su hijo, totalmente desnudo, un niño hermoso con pelos rubios rizados. La obra había sido encargada al pintor para ser colocada encima del altar que la Cofradía de los Palafernieri tenía en la Basílica de san Pedro. Con la restructuración que se quería llevar a cabo de la Iglesia más importante de la cristiandad, la capilla que se le había asignado a esta Cofradía en sustitución de la que tenían que iba a ser derruida, era una que quedaba en el transepto derecho. El cuadro de Caravaggio, según consta de los documentos, sí llegó a colgarse encima de este altar, pero por muy poco tiempo. Quizás creó escándalo, quizás alguno reconoció a la modelo Lena, quizás algún cardenal lo quería para sí, como después de hecho ocurrió, terminado la obra en la colección privada del cardenal Scipione Borghese. Cuesta entender que este encargo, que era el más importante que recibiría Caravaggio, la obra de su vida, al ofrecérle la oportunidad de tener un cuadro suyo en la mismísima basílica vaticana, sueño de todo artista que trabajaba en Roma, lo llevara a cabo de forma tan irresponsable. De hecho, ésta fue la última obra que pintó en Roma.
Detalle de santa Ana |
El mensaje teológico de esta maravillosa obra se vehicula sobre todo a través de la presencia humilde de santa Ana y del foco visual del lienzo que es la serpiente aplastada. Santa Ana está representada no sólo porque era la patrona de la Cofradía de los Palafrenieri que encargaron la obra, sino también porque hace referencia al misterio de la Inmaculada Concepción de María al ser la madre de la Virgen. Es verdad que quizás Caravaggio al pintar a la santa tenía presente la leyenda de que María fue concebida por medio de un beso que se dieron Ana y Joaquín delante de la puerta dorada. Pero más significativo que esto es que la presencia de santa Ana señala la verdad creída por el pueblo de Dios de que María desde el primer momento de su existencia era sin pecado. La Inmaculada Concepción no implica para nada una concepción virginal de María. Lo que implica es lo que estrictamente se dice en la definición del dogma:
...Para honra de la Santísima Trinidad, para la alegría de la Iglesia católica, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra: Definimos, afirmamos y pronunciamos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, ha sido revelada por Dios y por tanto debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles. Por lo cual, si alguno tuviere la temeridad, lo cual Dios no permita, de dudar en su corazón lo que por Nos ha sido definido, sepa y entienda que su propio juicio lo condena, que su fe ha naufragado y que ha caído de la unidad de la Iglesia y que si además osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho.
(Pio IX, Bula “Ineffabilis Deus", 8 de diciembre 1854)
Detalle del rostro de María |
Esta verdad de la Inmaculada Concepción de María, aunque fue definida como dogma en 1854, era creída por el pueblo cristiano desde antiguo como lo testimonian muchos escritos, obras de artes y celebraciones litúrgicas que se basan en ella. Fueron los teólogos, más que el pueblo llano, los que tuvieron reticencias a la hora de admitir esta verdad, ya que consideraban incompatible sostenerla junto con la universalidad del pecado original y la necesidad de la redención de Cristo. Fue la escuela franciscana la que la defendió con el famoso argumento de Duns Scoto: Dios podía, era conveniente, por tanto lo hizo (potuit, decuit, ergo fecit). Y Dios lo hizo anticipando en ella los frutos de la redención obtenida por Cristo para todos en la cruz. María, por tanto, participa también de la obra redentora de su Hijo, pero lo hace anticipadamente y de forma más plena.
Detalle de María y Jesús pisando la serpiente |
De todos modos, en la obra de Caravaggio La Virgen de los Palafrenieri lo que está más relacionado con la Inmaculada Concepción de María es la serpiente que ella aplasta. Esta imagen hace referencia a un texto muy conocido y discutido del Libro del Génesis que se ha venido a llamar el Protoevangelio, porque contiene una promesa de salvación justo después de que se cometiera el pecado original. Hablado Dios a la serpiente que tentó a Eva dice:
“Pongo hostilidad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y su descendencia:
esta te aplastará la cabeza
cuando tú la hieras en el talón.” (Gn 3, 15)
Este pasaje que habla de la victoria de la mujer y su descendencia sobre la serpiente es para los cristianos un claro anuncio de lo que tiene lugar en Jesucristo y María, de ahí que reciba el nombre de protoevangelio. Sin embargo, si vamos a los detalles, este texto ha sido causa de muchas disputas que surgen de su traducción al griego y al latín. El foco de la discusión es el pronombre en la frase “esta te aplastará la cabeza”. En el original hebreo se utiliza un pronombre (הוּא) que hace referencia a la descendencia de la mujer en sentido general, es decir, que sería toda la descendencia de la mujer, no un individuo concreto, que vencería a la serpiente. Sin embargo, en la traducción griega del Antiguo Testamento, llamada de los LXX, anterior al Nuevo Testamento y que siempre ha gozado de mucha autoridad en la Iglesia antigua, se usa un pronombre masculino (αυτός) que hay que interpretar en sentido individual: “él te aplastará la cabeza”. En este caso, es un individuo concreto dentro de la descendencia de la mujer la que aplastará la serpiente. Esto lleva a una interpretación predominantemente mesiánica y cristológica de este pasaje del Génesis en el contexto cristiano: haría referencia velada a Jesús que vence a Satanás. La implicación de María no está excluida, pero no es directa. Ni decir tiene que ésta es la lectura que se prefiere en el ámbito protestante. La traducción de la Biblia al latín llevada a cabo por san Jerónimo, la Vulgata, de muchísima autoridad y uso en la Iglesia Católica y declarada sin error por el Concilio de Trento, usa en cambio el pronombre femenino ella (ipsa). Esto posibilita una lectura plenamente mariológica del protoevangelio: sería María la que vence las fuerzas del mal.
Detalle de los pies de María y Jesús |
Esta controversia de si era Jesús o María quien aplasta la cabeza de la serpiente primordial, de si tenían rezón los católicos al insistir en el papel de María en la redención de la humanidad, o los protestantes en resaltar la unicidad de Cristo, estaba muy presente cuando Caravaggio en 1606 pintó la Virgen de la serpiente. Tanto es así que el Papa Pio V en 1569 promulga la Bula Consueverunt Romani Pontifices, conocida por su doctrina sobre el rezo del Rosario, estableciendo que era María la que aplastó la serpiente con la ayuda de Jesús. Y esto también es lo que pinta Caravaggio en su magnífica obra: María aplasta la serpiente con su pie, pero con la ayuda del piececito del Niño Jesús.
Hoy nosotros diríamos que es el piececito de Jesús el que cuenta de verdad, el que vence al demonio. El piececito de ese niño que parece echarse para atrás asustado por la serpiente buscando la seguridad de los brazos de su madre. Es Él el único vencedor del pecado y de Satanás. Pero María es la primera que participa plenamente de esa victoria, y participa anticipadamente de ella, para darlo a luz en su seno purísimo, para estar al lado de su Hijo en su lucha y acompañarlo por el camino de la cruz y para estar al lado después de todos los que hacemos nuestra la victoria del Señor y formamos parte de su descendencia y la tenemos por madre. Como María, también nosotros podemos pisar la serpiente con la ayuda del piececito de Jesús.
La demás lecturas que la Iglesia ofrece en la Misa de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción permiten profundizar en nuestra participación en la victoria de la descendencia de María. La segunda lectura nos habla del misterio de la elección. Todos hemos sido ‘elegidos, dice san Pablo, en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e inmaculados (άμωμος) ante él por el amor’. Esto que vale de un modo muy especial para María vale también para nosotros. Y vivir la llamada a la santidad, a la perfección del amor, es posible gracias a la ayuda del Señor, a su victoria sobre el mal, a su piececito que nos da fuerza para aplastar a la serpiente. En el evangelio de la Anunciación encontramos ese saludo tan solemne del ángel: “Alégrate, llena de gracia.” De este saludo deriva nuestro rezo del Ave María, como también aquellas palabras con las que solemos empezar nuestras confesiones en España: Ave María Purísima. Este sacramento, celebrado regularmente, tiene sentido como etapas sucesivas de nuestra lucha contra el pecado en nosotros y en el mundo, lucha que llevamos a cabo junto con Jesús y gracias a Él, y en compañía de María. Señal de la victoria contra el mal es el sí incondicional de María a la voluntad de Dios. Sí que podemos y debemos hacer nuestro.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
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