Homilía 22 de enero 2012
III Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Infancia misionera — San Vicente, mártir
El profeta Jonás |
Cuando sabemos que está a punto de pasar algo importante, algo que va a cambiar nuestra vida, vivimos el presente de un modo peculiar, sin estar absorbidos por él: lo que cuenta es lo que va a pasar y la situación que se va a producir cuando eso ocurra. Así, por ejemplo, si vamos a cambiar de trabajo, o de país, o vamos a recibir una herencia, o nos vamos a casar, o a tener un hijo, o también, más tristemente, si los médicos nos dicen que a un ser querido ya le queda poco tiempo de vida. En todas estas situaciones, nuestros quehaceres mundanos, las cosas presentes, se relativizan en vista del futuro que se aproxima.
De la forma de vivir el tiempo nos hablan las lecturas de hoy; todas ellas están marcadas por esta fundamental categoría de nuestra existencia. En la primera lectura el profeta Jonás es mandado a Nínive a anunciar que queda poco tiempo, sólo cuarenta días, para que la ciudad sea destruida. Este anuncio fue creído por los habitantes y llevó a un cambio de conducta; hizo que vivieran su presente de modo distinto, en perspectiva de lo que podía pasar. En el evangelio se nos ofrece un resumen de toda la predicación de Jesús en Galilea. El Señor anuncia que el ‘plazo se ha cumplido’, que ‘el reino de Dios está cerca’ y exhorta a vivir el presente de modo distinto, cara a esta nueva realidad que llega y en la que se cumplen las promesas de Dios. La llegada del reino de Dios es obra de Dios, es gracia, es regalo. Ante el anuncio de su llegada estamos invitados a creer y a cambiar.
Per es san Pablo en la segunda lectura el que nos sitúa en un plano más teológico y existencial. Hablando del matrimonio y la virginidad invita a los cristianos de Corinto a vivir las realidades mundanas y el tiempo presente de un modo nuevo, en vista de que “la representación de este mundo pasa”, cara al futuro escatológico que es inminente: “Digo esto: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorarán, los que están alegres, como si no lo estuvieran...” (1Cor 7, 29-30). Este ‘como sí’ que utiliza el apóstol — hos mé, en griego — es muy indicativo de lo que es una existencia redimida, una vida cristiana verdadera. Uno de los más influyentes filósofos del siglo pasado, Heidegger, en sus clases sobre la fenomenología de la religión, consideraba estas palabras de Pablo como descripción de una existencia cristiana auténtica. El apóstol no invita a los corintios a desentenderse de las realidades temporales, a no implicarse con las cosas de mundo, sino a vivirlas teniendo presente el futuro que llega, relativizándolas, dándoles su justo valor, no dejándose absorber por ellas. Si el Señor viene, si el reino de Dios está cerca, si nuestra verdadera patria está en el cielo, la forma que tenemos de vivir el presente y las cosas del mundo tiene que estar determinada por esto. Una vida preocupada sólo por lo mundano y esclava de ello, que no mira al cielo, sin esperanza, encarcelada en el aquí y ahora, no es cristiana. La Carta a Diogneto que describe la vida de los cristianos en la Atenas del siglo II es una buena ilustracion de lo que estamos diciendo: “Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña... Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes”.
Esta semana, en unión espiritual con la mayoría de los cristianos de todo el mundo, rezamos por la unidad visible de los creyentes. Hacemos nuestra esa petición de Jesús al Padre en su oración sacerdotal en la víspera de la pasión: “ut omnes unum sint... ut mundus credat; que todos sean uno... para que el mundo crea (Jn 17, 21). El Concilio Vaticano II afirmó que la oración es el ‘alma de ecumenismo’, y esta semana queremos dedicar más tiempo a rezar por este fin, conscientes de la fuerza de la oración que es capaz de realizar lo que humanamente puede parecer imposible. Pero el Concilio también decía que la conversión personal es un aspecto fundamental del compromiso ecuménico y el Papa Benedicto XVI, en su magisterio reciente, ha insistido frecuentemente sobre ello. La conversión implica ser transformados en la fe por la victoria de nuestro Señor Jesucristo, pasar con Jesús de la muerte a la vida, hacer nuestra su derrota y victoria, vivir el presente en la espera esperanzada de la manifestación plena de la resurrección y su triunfo sobre las fuerzas del mal y de la desunión. La Pascua del Señor cambia por completo nuestros conceptos de victoria y derrota y esto vale también cuando los aplicamos al ecumenismo. La cruz del Señor para el mundo es una derrota y un fracaso, para el creyente y para Dios es una victoria. Debemos también entender la unidad de la Iglesia en esta perspectiva pascual de muerte y resurrección y según los tiempos de Dios y no los nuestros. Éste es el mensaje central de los materiales que se han preparado de común acuerdo entre las Iglesias y comunidades eclesiales para este Octavario. Han sido elaborados por un grupo ecuménico polaco partiendo de una reflexión sobre la historia de su país, una historia marcada por derrotas y victorias. Esta historia civil se lee a la luz de los que dice san Pablo sobre la resurrección y sus efectos en el capítulo 15 de su primera carta a los Corintios. El lema elegido para esta Semana resume estas consideraciones: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo”.
Hoy también celebramos el Día de la Infancia Misionera. Podemos relacionar esto con la memoria de san Vicente, diácono y mártir, que celebramos también hoy. Hablando de él y de su martirio, san Agustín dice que pudo soportar con entereza los padecimientos que se le infligían no por sus propias fuerzas, sino gracias a la ayuda del Señor, al ‘poder divino’ que actuaba en él. Así pudo vencer al mundo que intentaba hacerlo sucumbir de las dos formas en que lo intenta con los ‘soldados de Cristo’: “los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos”. Ayer hacíamos memoria de otra mártir, Santa Inés, que venció al mundo en joven edad, teniendo sólo doce años. Todo esto nos sugiere que incluso los niños, contando con la ayuda del Señor y de sus padres, pueden ir aprendiendo a ser verdaderamente cristianos, venciendo las fuerzas que a ello se oponen, y dando así testimonio con su forma de vivir de la victoria de nuestro Señor Jesucristo.