sábado, 25 de febrero de 2012

Cuaresma 2012: Volver a estar en gracia de Dios con la ayuda de los demás



¿Qué significa estar en gracia de Dios?

Benedicto XVI recibiendo las cenizas
Basílica de Santa Sabina en el Aventino (Roma)
9 de marzo 2011 (enlace de la foto)
            Estar en gracia de Dios significa vivir esa vida nueva que se nos da a través de la fe y los sacramentos de la iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la Eucaristía. Esta vida nueva tiene un aspecto ontológico que está relacionado con nuestro ser en sí, del que no somos del todo conscientes, y un aspecto existencial que se refiere a nuestro ser-en-el-mundo, al modo de relacionarnos con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con el cosmos. En el Nuevo Testamento esta vida nueva recibe distintos nombres: ‘caminar según el Espíritu’, ‘vida eterna’, ‘ser nueva criatura’... Es una nueva forma de vivir que se experimenta ya aquí en la tierra – entre contradicciones y en la fe – y que llegará a su plenitud en la comunión plena con Dios. Cuando la vivimos nos sentimos en paz con nosotros mismos y con Dios, nuestras relaciones con los demás son sinceras y enriquecedoras y notamos y agradecemos la presencia de Dios en la creación y la respetamos como obra suya encomendada a los hombres. Sin embargo, cuando no tenemos esta vida nueva que brota del amor de Dios, del costado abierto de Cristo en la cruz, todo es distinto: no nos aceptamos a nosotros mismos ni nos sentimos a bien con Dios, justos ante Él; nuestras relaciones con los demás no son sinceras y se basan en el engaño y la mentira, las etiquetas y las máscaras que nos ponemos, o en la instrumentalización de los otros para nuestros fines. La relación con el cosmos y las cosas creadas es destructiva para ellas y para nosotros. La Escritura usa también distintos términos para referirse a este tipo de existencia: ‘caminar según la carne’, ‘pecado’, ‘muerte’...

¿Cómo sabemos si estamos en gracia de Dios?

            En el fondo de nuestra conciencia sabemos bien si estamos en gracia de Dios o no. Sobre todo si ya hemos experimentado este estado de gracia después de una conversión profunda y una vida sacramental intensa, reconocemos bien, si tenemos el coraje de mirarnos con sinceridad, si hemos o no perdido este estado. Nuestra forma de relacionarnos con los demás es quizás el termómetro más fiable que tenemos para constatarlo: si son relaciones cálidas, sinceras, gratificantes, altruistas, en las que somos consciente del valor inestimable y de la unicidad de la otra persona, es signo que vivimos esta vida nueva. Si, en cambio, son relaciones no verdaderas, basadas en la mentira, en el aparentar más que en el ser, es señal de lo contrario. Un modo muy práctico de autoevaluarnos es utilizando alguna de las bellísimas descripciones que nos ofrece la Escritura de la vida según la voluntad de Dios. El texto de la carta a los Gálatas en el que Pablo distingue las obras de la carne y el fruto de Espíritu es muy clarificador:

Frente a ello, yo os digo: Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay ente ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais.
Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la Ley. Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os provengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí. Contra estas cosas no hay ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y los deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras en Espíritu.
(Carta a los Gálatas 5, 16-25)


¿Cómo volver a estar en gracia de Dios?

            Lo fundamental es identificar lo que hace que perdamos este estado de gracia, ya que esta vida nueva debería ser el estado habitual de los que han renacido del agua y del Espíritu y caminan siguiendo las huellas de Jesús. Entre las distintas cosas que pueden hacer que perdamos el estado de gracia, cabe mencionar las siguientes:



Un pecado grave: Cuando rechazamos consciente y deliberadamente la voluntad de Dios en un asunto importante perdemos este estado de gracia. La única forma de recuperarlo es reconocer esta falta, arrepentirnos de ella, confesarla al Señor, y hacer la penitencia necesaria para reparar el mal hecho. Si somos católicos romanos la Iglesia nos enseña que en estos casos es necesario recibir el perdón sacramental a través del sacramento de la reconciliación.


Una actitud inadecuada, un hábito malo, un vicio: Con frecuencia lo que impide que vivamos en plenitud la vida nueva que nos da el Señor resucitado son patrones de pensamientos, sentimientos y acciones que hemos heredado o adquirido cuando éramos pequeños y que aún condicionan nuestra forma de ser y de relacionarnos. Por ejemplo, a veces nos bloquean distintos tipos de miedo: a la muerte, al futuro, a los demás, al ‘que dirán’... Otras veces puede con nosotros la vergüenza, la baja autoestima. Quizás también hayamos adquirido un hábito malo como el de mentir constantemente, el esconder o no reconocer la verdad, el sospechar permanentemente de los demás, el juzgar, el discriminar, el hacer distinciones injustas, etc.

Un vicio: A veces somos esclavos de conductas repetitivas que no logramos controlar y nos quitan nuestra libertad, y que pueden referirse a cosas más o menos graves. Así, por ejemplo, la televisión, internet, la pornografía, el juego con dinero, el fútbol, y todo lo que está relacionado con uno u otro de los pecados capitales: lujuria, pereza, gula, ira envidia, avaricia, soberbia.

El rencor, el no haber perdonado: El tener rencor, el no haber perdonado una ofensa recibida, el no habernos perdonado a nosotros mismos, o a Dios, por algo que ha pasado, impide vivir la vida de la gracia. Para vivirla es necesario estar reconciliados con Dios, aceptando nuestra vida y nuestra historia y la cruz que Él permite en ella, y haber perdonado de corazón al que nos ha hecho daño, cosa que es posible con la ayuda de Dios que cambia nuestro corazón. Si no hacemos esto, somos como una botella con un tapón flotando en el mar de la gracia, en la que no puede entrar el agua del Espíritu a no ser que la descorchemos.

1. 
            Algunos esquemas para la revisión de vida nos pueden ayudar a identificar lo que impide que vivamos en estado de gracia. Muy interesante y útil, por ejemplo, es el último libro del obispo de San Sebastián José Ignacio Munilla Aguirre, que contiene tres propuestas para el examen de conciencia. Una está basada en los diez mandamientos, otra en el evangelio de san Mateo y la última está dirigida a los sacerdotes, distinguiendo su doble condición de pastores y ovejas del rebaño. Muy acertado es el título de la obra, A la luz de su mirada, ya que el examen de conciencia hay que hacerlo bajo la mirada amorosa, reveladora y exigente de Dios.

¿Cómo nos ayudan los demás?

Los que hemos estudiado psicoterapia y la hemos practicado, sobre todo en su versión de terapia de grupo, hemos aprendido por experiencia que nuestra verdad no coincide con lo que nosotros percibimos de ella. De hecho, según un esquema clásico que con frecuencia se representa con la ‘ventana Johari’, hay cosas de nosotros que nosotros conocemos y también los demás  con los que interactuamos conocen; otras cosas sólo nosotros las conocemos (nuestros secretos); otras ni nosotros ni los demás conocen (nuestro inconsciente), y otras que los demás perciben pero nosotros ignoramos (nuestro lado ciego). Por eso los demás pueden (y deben) ayudarnos a conocer y corregir lo que no está bien en nosotros y en nuestra vida.

La 'ventana Johari'
            En el mensaje de Benedicto XVI para esta Cuaresma 2012, este aspecto de la ayuda que nos pueden dar los demás se pone muy de relieve. El Papa parte en su reflexión de una frase del capítulo 10 de la Carta a los Hebreos en la que el autor sagrado nos exhorta a fijarnos en los demás para estimularnos en la caridad y las buenas obras (Carta a los Hebreos 10, 24). En este contexto, Benedicto XVI menciona la corrección fraterna como un verdadero servicio de caridad. ¡Ojalá podamos encontrar hermanos que nos quieran lo suficiente para corregirnos con amor cuando ven que erramos y que corremos el riesgo de perder la vida divina que nos ha sido dada!

            Quiero proponer también para este año lo que escribí para la Cuaresma del año pasado ofreciendo algunas sugerencias para trazar un plan para este tiempo de gracia y conversión. Lo hice señalando algunos instrumentos que nos ofrece la psicología moderna que se puede aliar muy bien con las enseñanzas de los maestros espirituales y la doctrina ascética tradicional. Creo que a la luz de las reflexiones precedentes, estas sugerencias pueden ayudarnos a vivir este tiempo de una forma más fructífera, eliminando de nuestra vida lo que impide que vivamos en gracia de Dios:

            Trazar un plan para la Cuaresma

jueves, 23 de febrero de 2012

El asombroso poder de perdonar los pecados

Homilía 19 de febrero 2012
VII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)


Curación del paralítco
P. Rupnik - Centro Aletti
Basílica del Rosario (Lourdes)
                Cuando se visita el santuario de Lourdes, construido en el entorno de la gruta de Massabielle, donde en 1858 la Virgen se apareció dieciocho veces a santa Bernadita que entonces tenía catorce años, diciendo que era la Inmaculada Concepción, una de las cosas que más sorprende es la presencia de enfermos. Llegan de muchos países, traídos por familiares y amigos, o por asociaciones caritativas que se dedican a ello. Se les ve en los actos de culto en lugares destacados con sus camillas características, rezando el rosario, participando en las procesiones, bañándose en las aguas que manan de la gruta... Vienen con fe y traídos por gente de fe a un lugar de curación espiritual y con frecuencia también física.

En la fachada de la Basílica del Rosario construida encima de la gruta y debajo de la Basílica superior, hay unos mosaicos realizados por el P. Marko Ivan Rupnik y sus colaboradores, inaugurados el ocho de diciembre de 2007, en el 150 aniversario de las apariciones, y dedicados a Juan Pablo II. No es casual esta dedicación ya que fue este Papa el que en el año 2002 introdujo los misterios de Luz en el rezo de rosario que son los que están representados en estos bellísimos mosaicos de la fachada. Los misterios de Luz se suelen rezar los jueves, y el tercero de ellos se refiere al anuncio del reino de Dios. Este misterio está representado por dos mosaicos de la fachada: uno hace referencia al poder que otorga Jesús resucitado a los apóstoles de perdonar los pecados y el otro se refiere al texto evangélico que acabamos de proclamar. El anuncio del reino de Dios y la llamada a la conversión están estrechamente ligados al perdón de los pecados.

                En el mosaico que se refiere al relato evangélico de hoy, destacan los hombres que con fe descuelgan la camilla con el paralítico para ponerla delante de Jesús. Sin duda, muchos de los que llevan sus enfermos a Lourdes se pueden identificar con esos hombres. Los llevan con fe ante quien saben que puede verdaderamente curar y curar del todo, no sólo de los males físicos, sino también de los del alma, que son más importantes pero menos manifiestos. Jesús antes de hacer el milagro se fija en la fe de estos hombres.

Fachada de la Basilica del Rosario (Lourdes)
Los mosaicos representan los Misterios
de Luz del Rosario
                Al ver Jesús al paralítico y constatar la fe de los que lo descolgaron desde el techo, declara que sus pecados quedan perdonados. El pecado es una ofensa a Dios y sólo Él, el ofendido, puede perdonar. De ahí la justa reacción de los escribas: si Jesús fuera sólo un hombre sería un blasfemo. El Señor hace el milagro de curar al paralítico para mostrar su potestad de perdonar, la verdad de su pretensión. Cura de un mal físico, para mostrar que con Él llega la curación de todos los males que afligen al hombre, también de los males profundos y menos aparentes, pero más graves. De hecho, hay muchos males que nos afligen, algunos manifiestos, como la enfermedad, la crisis económica, etc., y otros que no se ven pero causan más estragos. Entre estos males más profundos está el pecado, la ruptura con Dios, que es el origen de todos los demás.

                Cuando nos hacemos conscientes de ello, lo que más deseamos, lo que de verdad sabemos nos daría paz, lo que nos sanaría del todo, es que nos sean perdonados nuestros pecados, que volvamos a estar en una relación de amistad y comunión con Dios. Si somos sinceros, esas palabras de queja de Dios de la primera lectura se pueden aplicar a cada uno de nosotros: “me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas”. Pero nosotros sabemos que somos incapaces de obtener el perdón de los pecados por nosotros mismos, tampoco a través de todas las buenas acciones y penitencias que hagamos. Es Dios el único que nos puede perdonar si quiere. Y Él se anticipa a nosotros y nos ofrece el perdón como hizo con el paralítico sin que se lo pidiera: “Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”. Esto es la esencia del anuncio del reino de Dios: el perdón gratuito de los pecados que se nos otorga en Cristo. Jesús nos trae este perdón y Él puede perdonar porque es el Hijo único de Dios. En Él, como dice san Pablo en la segunda lectura, todas las promesas de Dios “han recibido un ‘sí’”. Lo que debemos hacer nosotros es creer este anuncio, esta buena noticia, y confiar en la misericordia de Dios que nos perdona sin mérito por nuestra parte.


Jesús resucitado trasmite el poder
de perdonar los pecados
P. Rupnik - Centro Aletti
Basílica del Rosario (Lourdes)
Pero también tenemos que decir como católicos que Jesús transmite este poder a su Iglesia, como muy bien se señala en el otro mosaico de la fachada de la Basílica del Rosario de Lourdes que se refiere a este mismo misterio de  Luz de la predicación del reino y hace alusión a la institución del sacramento de la penitencia. El poder de perdonar la Iglesia lo ejerce en un modo muy concreto en este sacramento. Estamos a punto de empezar la Cuaresma que es un tiempo oportuno para hacer uso de este sacramento y experimentar su poder sanador.

                En el pasaje evangélico se nos dice que las personas que asistieron al acontecimiento “se quedaron atónitos y daban gloria Dios diciendo: ‘nunca hemos visto cosa igual’”. El milagro que hace Jesús, pero también el perdón de los pecados que proclama, deja atónitos, asombrados, es algo totalmente nuevo. Como se dice también en la primera lectura: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Esta es la gran novedad que trae Jesús, la novedad del evangelio que renueva todas las cosas: el perdón de los pecados.

                Vamos a pedirle al Señor hoy dos cosas a través de la intercesión de María, nuestra Señora de Lourdes y salud de los enfermos. Que tengamos la fe que tuvieron esos amigos del paralítico para llevar a nuestros enfermos de cuerpo y alma a Jesús para que los cure. Esto a veces requiere superar obstáculos, como hicieron aquellos hombres que desplazaron las tejas para descolgar la camilla. Pero pidamos también al Señor que nos de la alegría de sabernos perdonados y que hagamos uso de este poder asombroso que ha dado a su Iglesia.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

sábado, 18 de febrero de 2012

Caravaggio y el amor que todo lo vence: ¿nos rendimos a él?

Reflexione teológicas (y filosóficas) a partir de algunas obras de Caravaggio (4)

El Amor victorioso (Caravaggio, 1602)
Gemäldegalerie de Berlín (Alemania)
                Una de las obras más desconcertantes, seductoras y provocadoras de Caravaggio es la del Amor vencedor (o Amor victorioso), también llamada Amor profano, realizada en 1602. Muestra un niño ‘de unos doce años’, con unas alas pardas de águila pintadas con todo lujo de detalle, y que han sido las que han permitido una datación bastante exacta del cuadro gracias a la existencia de una carta en la que su dueño, Orazio Gentileschi, las reclama al artista a quien se las había prestado para la obra. El niño parece estar sentado o levantándose de un banco cubierto con una sábana blanca desordenada. Detrás de él hay un globo estrellado y a sus pies los símbolos de los empresas humanas más nobles: el saber y las artes, la música, la arquitectura y la ingeniería, el gobierno, la guerra... Vemos un violín, un laúd, una armadura, una corona, un conjunto de compases, una pluma, un manuscrito y unas hojas de laurel. Pero lo que centra nuestra atención, lo que hipnotiza nuestra mirada, es el muchacho, pintado con tanto realismo e intensidad de colores que parece vivo. Su pene prepúber es el foco visual, su ambigüedad destaca, su brazo escondido detrás de las nalgas acentúa la apertura de sus muslos blancos que se ofrecen. Hasta el detalle de una de las alas negras rozando con la punta sus muslos seduce. El joven desarma con su sonrisa socarrona y a la vez inocente; es alegre y despreocupado, confiado en sí mismo. Peter Robb, un crítico de Caravaggio, dice que aquí se representa el “sexo sin culpa” (Peter Robb, M: El enigma de Caravaggio, Barcelona, Alba, 2005, p. 213). El chico que sirvió de modelo al pintor para esta obra (y para otras también, como la de san Juan Bautista) se llamaba Cecco, que algunos han identificado con el pintor Francesco Boneri y que se piensa que en ese tiempo no sólo vivía con el artista sino que era también su amante.
                Evidentemente, el cuadro fascinó a muchos y conquistó a varios poetas. Uno de ellos, Gaspare Murtula, escribirá tres madrigales sobre él: “No mires, no mires al Amor... hará arder tu corazón” (Perter Robb, op. cit., p. 219). El propietario del cuadro, el marqués Vincenzo Giustianiani, un auténtico caballero renacentista, lo consideraba el mejor de su notable colección y lo tapaba con un paño verde para no escandalizar, o mucho más probablemente para que los espectadores de su galería pudieran admirar antes los demás cuadros sin ser deslumbrados por éste. La obra también puede ser una alegoría del poder de Giustianiani, buen conocedor y dominador de los saberes y de las artes que están representados en la obra.
Amor sagrado y amor profano
(Giovanni Baglione 1602-1603)
Galleria Nazionale d'Arte Antica (Roma)
                El mensaje de este cuadro es evidente: el Eros, Cupido, el Amor, es más fuerte y se burla de las aspiraciones y de las empresas humanas más nobles. También el amor ideal parece tener que sucumbir ante su ímpetu. De ahí el título que se ha dado a la obra inspirado en las Bucólicas de Virgilio: “Omnia vincit amor” (el amor todo lo vence). Giovanni Baglione, rival de Caravaggio y después su biógrafo, pintó inmediatamente como respuesta un cuadro sobre el Amor divino que vence al profano, al mundo y al diablo, pero ni la obra impacta tanto ni el mensaje parece tan convincente.
                Los que sugiere esta obra impresionante de Caravaggio es de muchísima actualidad. ¡Qué frecuente es encontrarse con personas que en un momento dado de su vida, quizás cuando ya son bastantes mayores, son conquistadas por el Amor, por Cupido, por el Eros, por la Pasión, con una fuerza tal que puede con todo lo demás, y son capaces de dejar todo, su familia, su trabajo, logros conseguidos con mucho esfuerzo y sacrificio en tantos años! Yo mismo he experimentado la fuerza del Amor, tanto en mi vida, como en la de muchas personas que he intentado ayudar. Puede ser un sacerdote que se enamora de una chica y deja su ministerio con todo lo que eso significa, o una persona casada y con hijos que quiere a su cónyuge pero se descubre impotente ante una pasión que lo arrastra, o un hombre que descubre su homosexualidad reprimida durante muchos años, etc.
                ¿Qué se debe hacer en estos casos? ¿Seguir la ‘razón’ o el ‘corazón’? Dejarse transportar por eso que nos fascina, que nos tiene dominados, que nos promete una felicidad inmensa, o sacrificarse para quedarse con lo seguro, con la rutina, que puede ser gris y monótona, pero es lo que ‘se debe hacer’, ‘lo correcto’, ‘lo seguro’. ¿Ser ‘uno mismo’ o hacer lo que se ‘debe hacer’, lo que esperan los demás de una persona ‘sensata’ y ‘responsable’?
                Algunos pensadores y autores quizás nos pueden ayudar a reflexionar sobre esta pregunta tan acuciante en algunos momentos de la vida. El poeta y escritor libanés Khalil Gibran dice en una bellísima y muy citada poesía de su libro El profeta que hay que dejarse llevar por el amor:

Cuando el amor te llame, síguelo;
aunque sus caminos sean arduos y penosos.
Y cuando sus alas te envuelvan, entrégate a él;
aunque la espada escondida bajo su plumaje pueda herirte.

Cuando el amor te hable, cree ciegamente en él;
aunque su voz derribe tus sueños
como el viento destroza los jardines.
Porque si el amor te hace crecer y florecer,
él mismo te podará.

Y nunca te creas capacitado para dirigir el curso del amor,
porque el amor si te considera digno de sí,
dirigirá tu curso por los caminos de la vida.
Esto hará el amor en ti
para que conozcas los secretos del corazón.

El amor no da más que de sí mismo
y no toma más que de sí mismo.
El amor no posee nada
y no quiere que nadie lo posea,
porque el amor, se sacia en el amor.

                El Papa Benedicto XVI en su primera encíclica Dios es amor también reflexiona sobre el amor a la luz de la relación entre eros y ágape. Afirma que la Iglesia no está en contra del eros, ni pone arbitrariamente en su camino ‘carteles de prohibido’ para privarnos del placer que conlleva, ni lo ha envenado a través de sus preceptos y prescripciones para transformarlo en vicio, como afirma el filósofo Nietzsche. La Iglesia lo que enseña es que el eros para llegar a ser lo que está llamado a ser, para llevarnos hacia lo alto, hacia lo divino, tiene que pasar por un camino de ascesis, renuncia y purificación:
Cuando el amor te hable, cree ciegamenaunque su voz derribe tus r al
Pero, ¿es realmente así? El cristianismo, ¿ha destruido verdaderamente el eros? Recordemos el mundo precristiano. Los griegos —sin duda análogamente a otras culturas— consideraban el eros ante todo como un arrebato, una ‘locura divina’ que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta. De este modo, todas las demás potencias entre cielo y tierra parecen de segunda importancia: Omnia vincit amor”, dice Virgilio en las Bucólicas —el amor todo lo vence—, y añade: et nos cedamus amori”, rindámonos también nosotros al amor (X, 69). En el campo de las religiones, esta actitud se ha plasmado en los cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución ‘sagrada’ que se daba en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con la divinidad.
....
En estas rápidas consideraciones sobre el concepto de eros en la historia y en la actualidad sobresalen claramente dos aspectos. Ante todo, que entre el amor y lo divino existe una cierta relación: el amor promete infinidad, eternidad, una realidad más grande y completamente distinta de nuestra existencia cotidiana. Pero, al mismo tiempo, se constata que el camino para lograr esta meta no consiste simplemente en dejarse dominar por el instinto. Hace falta una purificación y maduración, que incluyen también la renuncia. Esto no es rechazar el eros ni “envenenarlo”, sino sanearlo para que alcance su verdadera grandeza.
                Es decir, el eros no es aún amor en sentido pleno, pero puede ser su comienzo. Para llegar a ser amor verdadero, ágape, y hacer realidad la promesa de felicidad y de realización personal que contiene, tiene que estar sometido a la razón y a la voluntad, y ser purificado del egocentrismo que lo caracteriza. Esto implica que no debemos abandonarnos sin más a él, dejarnos arrastrar y dominar por él, sino dominarlo nosotros y ponerlo a servicio de lo que es nuestro verdadero bien, que es la unión con Dios. Esta unión se consigue a través del amor, pero no entendido como eros sino ágape.
Profundizando en la experiencia fascinante, aterradora — sobre todo cuando se vive por primera vez —, esclavizante, dolorosa... del estar enamorados, es esclarecedor considerar lo que dicen otros pensadores y artistas. Algunos mencionan lo fugaz e insensato que es, por ejemplo Ortega y Gasset que describe esta vivencia como “un estado de imbecilidad transitoria”. La canción quizás más conocida del cantante cubano Silvio Rodríguez, Ójala, retrata ese deseo del enamorado de verse libre de un sentimiento que todo lo invade y hace incapaz de pensar y dedicarse con serenidad a otras cosas.
También la moderna psicología es su vertiente biológica y evolucionista, que ha llevado a planteamientos tan interesantes como los de la sociobiología, puede ayudarnos a entender otros aspectos de esta experiencia devastadora. Así se nos dice que el enamorarse, que tiene sus fundamentos biológicos en determinadas áreas del cerebro y en algunos neurotransmisores y quizás también feromonas, es una conducta muy adaptativa para nuestra especie, ya que favorece la separación del individuo de los progenitores y la formación de un vínculo lo suficientemente estable con un miembro del otro sexo como para procrear y cuidar de la prole (y de la madre) en los primeros meses cuando es más vulnerable. Muchos padres tienen experiencia directa de esto cuando ven que lo único que haría que su hijo (o hija) abandonase ‘voluntariamente’ la seguridad y comodidad de la casa paterna, es que se enamore y quiera vivir con su pareja. La atracción sexual condicionada por estos factores biológicos también permite superar el rechazo que provocaría la relación genital si no existiera esta fuerza. Cierto es que estas observaciones más o menos científicas no suelen ser tenidas en cuenta por un enamorado, ya que percibe una distancia enorme entre este tipo de explicaciones y lo que él siente. Ésta es la razón por la cual muchos psicoterapeutas se niegan a tratar a personas enamoradas hasta que no se atenúe ese estado, ya que “son incapaces de escuchar”.
                Las consideraciones psicológicas que acabamos de hacer requerirían algunas matizaciones para el amor homosexual, ya que en este caso falta el aspecto procreativo tan importante para explicar las conductas de los humanos con criterios biológicos y evolucionistas. Esto ha llevado a algunos estudiosos a hablar de la homosexualidad como una ‘desviación’ o ‘trastorno’, como algo ‘no natural’, y a hacer esto sólo a partir de razones psicológicas y sociobiológicas, sin tener en cuenta aspectos morales o religiosos. No quiero entrar en este debate en este momento. Sí creo que lo que he dicho del enamoramiento, del eros, se puede aplicar al amor homosexual, y de hecho he partido en esta reflexión de una obra de Caravaggio que alude a él. Sin embargo, también hay que tener presente que este tipo de amor tiene características propias, entre ellas la que el estado de enamoramiento suele durar menos al no existir la misma base biológica.
El Principito y su rosa
                Este aspecto de la duración más o menos larga pero no ‘para siempre’ de este estado, es algo que el enamorado no suele tener en cuenta y que, sin embargo, debería ser uno de los  criterios decisivos a la hora de decidir si ‘rendirse al amor o no’. Desde la psicología se suele afirmar que este estado dura lo necesario para crear el vínculo entre varón y hembra y garantizar el cuidado de la prole en los primeros meses, es decir 1 o 2 años como mucho. La experiencia también nos muestra lo mismo. Esa persona que ocupaba antes toda nuestra mente, que no nos permitía dedicarnos con paz a otras cosas, que con sólo verla de lejos nos hacía trepidar, con el tiempo va pasando a ser una más entre la otras. Es verdad que algún residuo de pasión suele quedar; la persona sigue significando para nosotros algo especial, pero no como al principio. La bella imagen de la rosa que utiliza Antoine de Saint-Exúpery en El principito puede valer como una buena ilustración de ello. Al principio lo que hace que esa rosa sea distinta a las demás, única para nosotros, es una pasión que no sabemos muy bien cómo surge pero que nos trastorna totalmente. Sin embargo, para que esa rosa siga siendo especial, “la nuestra”, y no se vuelva una más entre las otras que hay en el campo, hay que “domesticarla” como dice el zorro, hay que cuidarla creando con ella una relación exclusiva.
                También es oportuno hacer una clarificación terminológica al hablar de amor. El amor que representa Caravaggio en la bellísima obra de la que hemos partido en nuestra reflexión, es el eros, el amor pasional, erótico, ligado a la sexualidad. Algunos autores, sin embargo, quieren distinguir el eros no sólo del ágape, como hemos visto hace Benedicto XVI, sino también del enamoramiento, siendo según ellos éste último más centrado en la persona que lo origina mientras que el eros no parecería tener muy en cuenta a la persona en cuanto tal. Sin embargo, aunque puede haber diferencias en la relevancia que tiene la persona misma que provoca la pasión, no existe una distinción real entre eros y enamoramiento. Los dos términos hacen referencia a una misma vivencia en la que lo que cautiva es la pasión en sí y no la otra persona; ésta es sólo ocasión para ella. Es a lo que se refiere san Agustín en sus Confesiones cuando habla del amor que ‘se ama a sí mismo’: “Todavía no amaba y amaba el amor, buscando a quien amar” (III, 1).
                                Dicho todo esto, queda la pregunta: ¿Qué debemos hacer cuando nos enamoramos? ¿Nos rendimos al ‘amor que todo lo vence’? ¿Hacemos un esfuerzo heroico y nos intentamos alejar de este fuego que parece nos va a consumir? ¿Aguantamos la tempestad siendo lo más fiel posible a nuestros compromisos y vida cotidiana hasta que pase?
                Creo que la respuesta a esta pregunta nos viene dada por la persona que somos y queremos ser. Si somos hedonistas en el buen sentido de la palabra, como la mayoría hoy lo somos, tanto conscientemente como inconscientemente, y buscamos la felicidad que identificamos con el placer, decidiremos según lo que pensamos nos va a dar más placer. Elegiríamos - siempre que tangamos el autocontrol para poder hacerlo - entre un placer inmediato y arrebatador, pero que probablemente traerá consecuencia desastrosas que nos harán infelices a largo plazo, o un placer más sosegado y duradero, más tranquilo y sereno, que puede ser en ocasiones monótono y aburrido, pero que no da más establidad. Si lo que nos mueve es el sentido del deber tendremos una actitud distinta, pero que debemos aclarar. Si lo que nos motiva es un sentido del deber rígido, frío y autoritario, que es una motivación inconsciente que surge del superego, escaparíamos asustados de este amor como de la peste, reprimiéndolo y sofocándolo al primer atisbo. Esto lleva a un tipo de personalidad rígida y neurótica como muy bien sabemos los psicólogos y psicoterapeutas, que se puede venir abajo en cualquier momento con consecuencias desastrosas. Si lo que nos mueve, o mejor, queremos que nos mueva, es el deber pero asumido conscientemente como propio, hecho nuestro, viviríamos esta experiencia conociendo nuestra debilidad y conscientes de que somos ‘humanos y nada humano nos es ajeno’, aceptando nuestra ‘biología’, pero intentando permanecer fieles a los compromisos asumidos que es lo que nos demanda nuestro ‘auténtico yo’. Si además somos cristianos, tenemos el ejemplo de Jesucristo que, como dice el autor de la Carta a los Hebreos: “en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hb 12, 2). Esta actitud de renuncia consciente, querida y agradecida, por un Bien mayor, por el Amor verdadero, por fidelidad a Aquel que nos ha amado primero, sabemos que es la que conduce a la verdadera felicidad, aunque tengamos antes que pasar por algunas tempestades en las que es fácil sucumbir.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

lunes, 13 de febrero de 2012

Tocar al excluido para sanarnos

Homilía 12 de febrero 2012
VI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Jornada Nacional de Manos Unidas (Campaña contra el hambre)

Estatua de san Francsico abrazando al leproso
Iglesia de Rivotorto (Asís)
Para muchos, incluyéndome a mí, la obra más entrañable, más íntima, más personal, más reveladora, de los escritos de Francisco de Asís es su Testamento. Quería el santo que junto con la Regla fuera entendido ‘sencillamente y sin glosa y guardado con obras santas hasta el fin’. Justo al comienzo del Testamento el pobrecillo de Asís cuenta la experiencia que dio lugar a su conversión: el encuentro con los leprosos. Es conveniente, por su belleza y sencillez, citar las mismas palabras de Francisco:
"El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia de esta manera. Porque, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me volvió dulzura del alma y del cuerpo. Y después de permanecer un poco, salí del siglo."           
Creo que muchos de nosotros hemos tenido experiencias parecidas en nuestra vida, sobre todo si nos hemos dedicado a actividades de voluntariado y de apostolado con los marginados. El acercarnos físicamente a las personas rechazadas, marginadas, enfermas, que nos crean un cierto reparo y miedo y la tendencia a evitarlas, quizás hasta un cierto asco natural, lleva a un cambio profundo de nuestro ser. Al superar ese primer movimiento de rechazo, ‘lo que era amargo se vuelve dulce’ como dice san Francisco, y descubrimos algo nuevo acerca de nosotros y del otro. Una de las experiencias más valiosas que hice a lo largo de mi formación para el sacerdocio, fue pasar unas semanas conviviendo en una casa con personas minusválidas, asistiéndolas en todo con el propósito de que pasaran un verano más feliz. Al principio fue chocante para mí tener que ayudarlas para que se levantaran, se vistieran, se asearán, comieran, pasearan... pero lo que era duro y difícil al principio se volvió dulce y bello al final. Como siempre pasa en este tipo de experiencias, fueron estas personas las que me ayudaron a mí a pasar un verano inolvidable y no yo a ellas.
                De este tipo de experiencias nos habla el evangelio de hoy. En tiempos de Jesús el término lepra tenía un significado más amplio del que tiene hoy. Se refería a la enfermedad de la lepra, pero también a otros tipos de patologías cutáneas como podemos deducir de la primera lectura que menciona ‘inflamación, erupción o manchas’. Éstos que hoy llamaríamos síntomas, implicaban impureza ritual y llevaban a que el individuo que los padecía fuera marginado de la sociedad; él mismo tenía que gritar que era impuro para que las personas no se le acercaran y se contaminaran. Los sacerdotes eran los encargados de declarar a la persona impura y de confirmar la curación reintegrándola en la comunidad.
                Lo que más sorprende de este relato evangélico es que Jesús se salta las leyes sobre lo puro y lo impuro y toca al leproso. Siente lástima por él y transgrede las normas sociales y religiosas y extiende la mano y toca al que había sido estigmatizado también por el poder religioso como impuro y excluido de la sociedad. Curiosamente, exactamente lo mismo hace el buen samaritano en la parábola que Jesús cuenta para explicarnos quien es nuestro prójimo. En la vida de los santos, como también en la de hombres de bien de otras religiones, hay muchísimos ejemplos de este tipo de conducta en que por amor, por compasión — que es un sentimiento propio de Dios y del hombre cuando no tiene el corazón endurecido —, se saltan normas de exclusión injustas, superando barreras puestas por los hombres, y se hace realidad una nueva forma de entender y de vivir nuestra común humanidad.
                Es verdad que en el relato evangélico de la Liturgia de la Palabra de este domingo lo que más destaca el evangelista es el poder de Jesús de hacer milagros, de salvar al hombre de todo mal que lo oprime. Así constatamos como en los primeros capítulos de este evangelio de Marcos que narran el comienzo de la actividad del Señor en Galilea, Jesús se nos presenta como el que nos libera del demonio con el exorcismo del endemoniado, el que nos salva de la debilidad y de la enfermedad con la curación de la suegra de Simón y de los demás enfermos, y el que nos redime del pecado con el perdón, como escucharemos el próximo domingo. Con la curación del leproso Jesús se muestra como el que salva de la marginación y supera las barreras injustas que construimos los hombres. Jesús nos puede liberar del mal y del pecado, que es su raíz profunda, gracias a su poder divino que se muestra en su capacidad de hacer milagros. De ahí la importancia de los milagros, que el Concilio Vaticano I define como un “suceso o fenómeno sensible, producido por un poder divino, como signo religioso, al margen de, o en contra el curso ordinario de la naturaleza” (DS 3034 y 3009).
                Sin embargo, aunque no podamos imitar a Jesús en su poder de hacer milagros, sí podemos imitar su conducta. Como dice san Pablo a los Corintios en la segunda lectura de hoy: “Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”. Y Cristo con su proceder, con su conducta y su enseñanza, nos muestra el camino de acercarnos al otro, de superar las barreras entre nosotros, también las pseudoreligiosas, de tocar la marginación. Él mismo, nos dice la Escritura, se hizo pecado en favor nuestro. Si hacemos esto probablemente no sanaremos al que está excluido ya que no tenemos ese poder, pero sí nos sanaremos nosotros. Por eso es tan importante que los cristianos realicemos alguna actividad que implique un auténtico contacto con los marginados. No hacerlo conlleva el riesgo de instalarnos en un cristianismo cómodo y 'pijo', que es un falso cristianismo que construye y mantiene muros que el Señor ha derrumbado.
                Muy bien saben esto los que trabajan en Manos Unidas que celebran hoy su Jornada Nacional. Su Campaña de este año hace referencia al derecho a la salud, recogido y proclamado insistentemente en las Declaraciones de los Derechos Humanos y que en muchos países sigue sonando a utopía. Con el lema “La salud derecho de todos: ¡Actúa!”, nos quiere hacer más sensibles al hecho de que muchas enfermedades, como el Sida y la malaria, en principio curables o controlables, para muchos las ‘lepras’ de hoy, siguen causando millones de muertos en muchos países cada año por falta de recursos. Esta reconocida ONGD católica quiere incidir en esta situación con nuestra ayuda y la colecta de hoy de las misas en España se destinará a ello. Pero esta asociación que surgió de mujeres de Acción Católica hace muchos años, galardonada con el premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 2010 al celebrar su 50 aniversario, propone que la Colecta de hoy sea también fruto de un ayuno voluntario. Ofrecer nuestra colaboración económica es algo necesario, pero como cristianos debemos hacer más, tenemos que solidarizarnos con los que ayudamos, ‘tocarlos’ como hicieron Jesús y san Francisco, para que ellos nos sanen a nosotros de nuestros egoísmos y murallas interiores, que nos hacen menos humanos y menos parecidos al Señor.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Un sábado de Jesús en Cafarnaún. El cuidado de los enfermos.

Homilía 5 de febrero 2012
V Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Ntra. Sra. de Lourdes

Ascensor del Shabat
Procedencia de la foto
                En el Catecismo hemos aprendido que el tercer mandamiento de la Ley de Dios es ‘santificarás las fiestas’. Viene antes de otros mandamientos que nos causan más conflicto y que tenemos más presentes y que por eso a veces pensamos que son más importantes. Sin embargo, no es así. Jesús ha venido a dar pleno cumplimiento a la Ley de Moisés y para el pueblo de la Antigua Alianza la santificación del sábado forma parte de su misma identidad, lo caracteriza como pueblo de Dios. Una de las anécdotas que suelen contar los peregrinos que han viajado a Tierra Santa es que en los hoteles judíos hay un ascensor que se llama ‘ascensor del Shabat’ y que en ese día va parando y abriendo las puertas continuamente por todos los pisos para que no se tenga que hacer el trabajo de apretar el botón para llamarlo. Aunque nos puede parecer una exageración, ya que Jesús enseña que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27), sí nos invita a preguntarnos acerca de la seriedad con la que tomamos y vivimos nuestro día de fiesta, cómo lo santificamos. Quizás, como nos exhortaba el beato Juan Pablo II en una Carta que escribió sobre el domingo, tenemos que descubrir de nuevo su significado y renovar nuestra forma de vivirlo. El domingo, día de la resurrección del Señor, el ‘octavo día’, día de la nueva creación’, es para los cristianos lo que es el sábado para los judíos: retoma, purifica y eleva su significado. Es el ‘día del Señor’, como dice su nombre en latín —dies dominicus —, día de descanso, día para poner en orden nuestra vida y prioridades, día para la familia y los amigos, día para la solidaridad y caridad, día para pregustar lo que será el paraíso, día para saborear nuestro ser hijos de Dios. Si no vivimos bien el domingo, corremos el riesgo de perder conciencia de los que somos y hacia donde vamos y de vernos como piezas de un engranaje anónimo. Decía un pensador refiriéndose a las condiciones injustas de algunos trabajadores, que si no se tiene el día descanso semanal, como un ritmo puesto por Dios creador en la naturaleza misma del hombre, el ser humano termina embruteciéndose. Vivir bien el domingo significa mucho más que ir a misa, significa santificarlo, vivirlo como el día que da sentido al resto de la semana y en el que hacemos las cosas que son verdaderamente importantes.  
Excavaciones de la casa de Pedro en Cafarnaún
El evangelio de hoy nos puede ayudar a entender esto mejor. En él encontramos el relato de un sábado de Jesús pasado en Cafarnaún, la ciudad de los primeros apóstoles a orillas del lago de Galilea. ¿Qué es lo que hace Jesús en ese día de fiesta? Acude primero a la sinagoga a dar culto a Dios y escuchar su Palabra y profundizar en ella, después va a casa de sus amigos — ¡qué importante es visitar a los amigos y parientes este día, sobre todo si están enfermos! — y después ejerce la caridad, cura a los enfermos y endemoniados que le traen a la puerta de la casa donde se encuentra, y muy temprano la mañana siguiente va un lugar solitarios para entrar en profundo contacto con el Padre y conocer su voluntad. Jesús en su humanidad es modelo para nosotros. Hay cosas que hace que son propias de Él y su misión como Hijo único de Dios, pero hay otras en que es un modelo que debemos imitar. De este modo, haciendo lo que hizo ese día en Cafarnaún, nos muestra que el domingo es día para celebrar el culto con nuestra comunidad, para la amistad y la familia, para la solidaridad y la caridad, para visitar y consolar a los enfermos, para orar y dedicar tiempo a la lectura espiritual.
Entre las cosas que hace Jesús ese día de sábado iniciando su ministerio en Galilea, está la de curar a los enfermos y liberar a los endemoniados. Empieza curando a la suegra de Pedro, el primer Papa casado como bromeaba un profesor mío y cuya mujer lo acompañaba en su apostolado. Sabemos esto porque san Pablo lo señala en el capítulo séptimo de la primera carta a los Corintios (1Cor 9, 7). Un pasaje de este mismo capítulo hemos proclamado hoy como segunda lectura. En él, el apóstol explica que predicar el evangelio lo siente como un deber, como algo impuesto desde fuera, y para no poner impedimentos a su predicación renuncia a los derechos que tiene como apóstol de vivir de su ministerio. La forma en que Pablo entiende la llamada de Dios y el deber de evangelizar nos enseña mucho acerca del modo de percibir y hacer la voluntad de Dios. Pero volviendo al evangelio, Jesús después de curar a la suegra de Pedro, cura y libera a los que le traen a la puerta de la casa donde se encuentra; esto ya al atardecer, al acabar el día sagrado que es cuando está permitido transportar a gente. La acción de Jesús de curar y liberar es parte de su ministerio, muestra que ya el reino de Dios ha llegado con Él.
                Esto nos lleva a plantearnos nuestra conducta con los enfermos, teniendo también presente que el próximo 11 de febrero es la memoria de Ntra. Sra. de Lourdes, Jornada mundial del enfermo. En los tiempos de Jesús se entendía la enfermedad como relacionada con el pecado, como castigo de Dios. Esto llevaba a vivir esta situación con un sentimiento de culpa, a esconder a los enfermos, a marginarlos de  la sociedad, a huir de ellos... También la enfermedad nos hace conscientes de nuestra debilidad y caducidad, de la cercanía e inexorabilidad de la muerte. Con Jesús el significado de la enfermedad y la forma de vivirla cambia radicalmente. Él viene para liberar al hombre de toda dolencia y enfermedad, de todo lo que lo oprime desde dentro y desde fuera, sobre todo para liberarlo del pecado y de la muerte. La actitud de Jesús con los enfermos es muestra de su compasión y signo de la liberación integral que Él trae. La Iglesia, continuando su obra, desde la antigüedad se ha ocupado de los enfermos, los ha atendido, ha creado hospitales... Esto es deber de compasión y signo de la verdad del evangelio: es parte esencial de la misión de la Iglesia.
                Dentro de la pastoral de enfermos, una de las acciones más importantes que realiza la Iglesia es la administración del sacramento de la unción. Tenemos que volver a descubrir este sacramento y valorizarlo como es debido. Este sacramento se debe recibir cuando uno está gravemente enfermo, no sólo cuando se está a punto de morir. Por eso con el Concilio Vaticano II se le ha cambiado el nombre de ‘extremaunción’ a ‘unción de los enfermos’. Este sacramento hace presente la caridad de Jesús para con ellos y apela a su poder de salvación y de sanación integral. Es un sacramento que en un estado de debilidad y de posible crisis de fe, nos consuela, nos cura si Dios quiere, nos da el perdón de los pecados, pero sobre todo nos ayuda a vivir la enfermedad unidos al Señor y con un sentido cristiano. Es obligación de todos agradecer al Señor que haya dado a su Iglesia este sacramento memorial de su acción con los enfermos, recibirlo cuando es oportuno y hacer que los reciban nuestros seres queridos.

    (Para profundizar en lo que puede significar para una enfermo el sacramento de la unción,  recomiendo leer este escrito de una amiga mía basado en su experiencia personal de oración y enfermedad: descubrirlauncion.blogspot.com). 


jueves, 2 de febrero de 2012

Si yo supiera poesía... (de una amiga)



Puerta del Cordero - San Isidoro de León
Si yo supiera poesía...
Hay algo que escribiría
del Buen Pastor,
que por pastor y por bueno,
de pastor se hizo Cordero...

Jesús, Buen Pastor,
que por mi amor
te hiciste Cordero de Dios.
Llámame,
llévame tras tu cayado,
a sestear en tu prado.
Y a beber en tu jardín,
de tu fuente de Agua viva,
que de Ti mana sin fin.

Cómo quisiera tener
la pluma de don Cervantes,
para decirte, como antes,
las cosas que te decía.
Cómo quisiera llorar,
hasta pasar por Ti, Puerta,
hasta tu aprisco encontrar,
aunque ya estuviera muerta.

Oh Cristo, Oh Rey,
cómo quisiera escribir,
para poder describirte,
lo que no sabría decir.
Quiero sentarme a tu mesa,
vestida de blanco añil,
y comer de tu banquete,
al que otros no quieren ir.
Y llamar a los mendigos,
y a los borrachos también,
a comer y beber gratis,
tu Pan y Vino dichosos,
hasta rebosar de Ti.
Jesús, Camino en forma de cruz,
llévame a casa del Padre.
Quiero contemplar su Rostro
y encontrarme con tu Luz.

Giovanni Bellini -  La piedad (1468-1470)
Pinacoteca de Brerra - Milán (Italia)
Jesús, Verdad verdadera,
no seas sólo una quimera,
o alto ideal para mí.
Sé real como a Tomás.
Déjame tocar tus llagas,
besar tus plantas sagradas,
velar en Getsemaní,
y toda la noche hasta el alba
permanecer junto a Ti.
Cristo amigo, Cristo hermano,
Cristo amor, ¡dolor!
pásame a mí tu quebranto,
no puedo más verte así:
Tú el médico, enfermando,
Tú la Vida, agonizando,
sólo por dármela a mí.