Homilía 5 de febrero 2012
V Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Ntra. Sra. de Lourdes
Ascensor del Shabat Procedencia de la foto |
En el Catecismo hemos aprendido que el tercer mandamiento de la Ley de Dios es ‘santificarás las fiestas’. Viene antes de otros mandamientos que nos causan más conflicto y que tenemos más presentes y que por eso a veces pensamos que son más importantes. Sin embargo, no es así. Jesús ha venido a dar pleno cumplimiento a la Ley de Moisés y para el pueblo de la Antigua Alianza la santificación del sábado forma parte de su misma identidad, lo caracteriza como pueblo de Dios. Una de las anécdotas que suelen contar los peregrinos que han viajado a Tierra Santa es que en los hoteles judíos hay un ascensor que se llama ‘ascensor del Shabat’ y que en ese día va parando y abriendo las puertas continuamente por todos los pisos para que no se tenga que hacer el trabajo de apretar el botón para llamarlo. Aunque nos puede parecer una exageración, ya que Jesús enseña que “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27), sí nos invita a preguntarnos acerca de la seriedad con la que tomamos y vivimos nuestro día de fiesta, cómo lo santificamos. Quizás, como nos exhortaba el beato Juan Pablo II en una Carta que escribió sobre el domingo, tenemos que descubrir de nuevo su significado y renovar nuestra forma de vivirlo. El domingo, día de la resurrección del Señor, el ‘octavo día’, día de la nueva creación’, es para los cristianos lo que es el sábado para los judíos: retoma, purifica y eleva su significado. Es el ‘día del Señor’, como dice su nombre en latín —dies dominicus —, día de descanso, día para poner en orden nuestra vida y prioridades, día para la familia y los amigos, día para la solidaridad y caridad, día para pregustar lo que será el paraíso, día para saborear nuestro ser hijos de Dios. Si no vivimos bien el domingo, corremos el riesgo de perder conciencia de los que somos y hacia donde vamos y de vernos como piezas de un engranaje anónimo. Decía un pensador refiriéndose a las condiciones injustas de algunos trabajadores, que si no se tiene el día descanso semanal, como un ritmo puesto por Dios creador en la naturaleza misma del hombre, el ser humano termina embruteciéndose. Vivir bien el domingo significa mucho más que ir a misa, significa santificarlo, vivirlo como el día que da sentido al resto de la semana y en el que hacemos las cosas que son verdaderamente importantes.
Excavaciones de la casa de Pedro en Cafarnaún |
El evangelio de hoy nos puede ayudar a entender esto mejor. En él encontramos el relato de un sábado de Jesús pasado en Cafarnaún, la ciudad de los primeros apóstoles a orillas del lago de Galilea. ¿Qué es lo que hace Jesús en ese día de fiesta? Acude primero a la sinagoga a dar culto a Dios y escuchar su Palabra y profundizar en ella, después va a casa de sus amigos — ¡qué importante es visitar a los amigos y parientes este día, sobre todo si están enfermos! — y después ejerce la caridad, cura a los enfermos y endemoniados que le traen a la puerta de la casa donde se encuentra, y muy temprano la mañana siguiente va un lugar solitarios para entrar en profundo contacto con el Padre y conocer su voluntad. Jesús en su humanidad es modelo para nosotros. Hay cosas que hace que son propias de Él y su misión como Hijo único de Dios, pero hay otras en que es un modelo que debemos imitar. De este modo, haciendo lo que hizo ese día en Cafarnaún, nos muestra que el domingo es día para celebrar el culto con nuestra comunidad, para la amistad y la familia, para la solidaridad y la caridad, para visitar y consolar a los enfermos, para orar y dedicar tiempo a la lectura espiritual.
Entre las cosas que hace Jesús ese día de sábado iniciando su ministerio en Galilea, está la de curar a los enfermos y liberar a los endemoniados. Empieza curando a la suegra de Pedro, el primer Papa casado como bromeaba un profesor mío y cuya mujer lo acompañaba en su apostolado. Sabemos esto porque san Pablo lo señala en el capítulo séptimo de la primera carta a los Corintios (1Cor 9, 7). Un pasaje de este mismo capítulo hemos proclamado hoy como segunda lectura. En él, el apóstol explica que predicar el evangelio lo siente como un deber, como algo impuesto desde fuera, y para no poner impedimentos a su predicación renuncia a los derechos que tiene como apóstol de vivir de su ministerio. La forma en que Pablo entiende la llamada de Dios y el deber de evangelizar nos enseña mucho acerca del modo de percibir y hacer la voluntad de Dios. Pero volviendo al evangelio, Jesús después de curar a la suegra de Pedro, cura y libera a los que le traen a la puerta de la casa donde se encuentra; esto ya al atardecer, al acabar el día sagrado que es cuando está permitido transportar a gente. La acción de Jesús de curar y liberar es parte de su ministerio, muestra que ya el reino de Dios ha llegado con Él.
Esto nos lleva a plantearnos nuestra conducta con los enfermos, teniendo también presente que el próximo 11 de febrero es la memoria de Ntra. Sra. de Lourdes, Jornada mundial del enfermo. En los tiempos de Jesús se entendía la enfermedad como relacionada con el pecado, como castigo de Dios. Esto llevaba a vivir esta situación con un sentimiento de culpa, a esconder a los enfermos, a marginarlos de la sociedad, a huir de ellos... También la enfermedad nos hace conscientes de nuestra debilidad y caducidad, de la cercanía e inexorabilidad de la muerte. Con Jesús el significado de la enfermedad y la forma de vivirla cambia radicalmente. Él viene para liberar al hombre de toda dolencia y enfermedad, de todo lo que lo oprime desde dentro y desde fuera, sobre todo para liberarlo del pecado y de la muerte. La actitud de Jesús con los enfermos es muestra de su compasión y signo de la liberación integral que Él trae. La Iglesia, continuando su obra, desde la antigüedad se ha ocupado de los enfermos, los ha atendido, ha creado hospitales... Esto es deber de compasión y signo de la verdad del evangelio: es parte esencial de la misión de la Iglesia.
Dentro de la pastoral de enfermos, una de las acciones más importantes que realiza la Iglesia es la administración del sacramento de la unción. Tenemos que volver a descubrir este sacramento y valorizarlo como es debido. Este sacramento se debe recibir cuando uno está gravemente enfermo, no sólo cuando se está a punto de morir. Por eso con el Concilio Vaticano II se le ha cambiado el nombre de ‘extremaunción’ a ‘unción de los enfermos’. Este sacramento hace presente la caridad de Jesús para con ellos y apela a su poder de salvación y de sanación integral. Es un sacramento que en un estado de debilidad y de posible crisis de fe, nos consuela, nos cura si Dios quiere, nos da el perdón de los pecados, pero sobre todo nos ayuda a vivir la enfermedad unidos al Señor y con un sentido cristiano. Es obligación de todos agradecer al Señor que haya dado a su Iglesia este sacramento memorial de su acción con los enfermos, recibirlo cuando es oportuno y hacer que los reciban nuestros seres queridos.
(Para profundizar en lo que puede significar para una enfermo el sacramento de la unción, recomiendo leer este escrito de una amiga mía basado en su experiencia personal de oración y enfermedad: descubrirlauncion.blogspot.com).
(Para profundizar en lo que puede significar para una enfermo el sacramento de la unción, recomiendo leer este escrito de una amiga mía basado en su experiencia personal de oración y enfermedad: descubrirlauncion.blogspot.com).
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