Homilía 11 de marzo 2012
III Domingo de Cuaresma (ciclo B)
VIII Aniversario de los atentados de Madrid
Hans Urs von Balthasar (1905-1988) |
Unos de los teólogos más importantes e influyentes del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, ‘el hombre más culto del siglo XX’ según de Lubac, escribió un libro pequeño pero muy significativo titulado Sólo el amor es digno de fe. Para este teólogo suizo que murió dos días antes de recibir el capelo cardenalicio en 1988, la prueba de la verdad del cristianismo, lo que lo hace creíble para el hombre contemporáneo, el signo definitivo a su favor, es el amor, aunque no cualquier amor, sino el amor que es Dios mismo, el Amor que se ha manifestado, que se ha revelado, en Cristo, sobre todo en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Ante la cruz como manifestación y presencia de ese Amor ‘hasta el extremo’, el hombre, con la ayuda de la gracia, intuye algo del misterio de Dios y no le queda otro remedio que caer de rodillas en adoración, fascinado y aterrado por tanta gloria. La revelación del Amor, con mayúsculas, se auto-avala, no necesitas más pruebas, convence por sí misma. Por eso, como afirma también von Balthasar, en la Iglesia son mucho más importantes los santos que hacen presente con su misma vida la cruz del Señor, que los representantes oficiales. Uno no se convierte ante un cardenal de la Iglesia, sólo porque es cardenal, uno se convierte ante un santo. La vida de los santos que hacen presente la vida de Jesús, su Amor, es lo que más persuade acerca de la verdad del cristianismo.
La Purificación del Templo - El Greco (1571-1576) Minneapolis Institute of Arts |
De esto nos habla el evangelio de hoy. Cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo, del patio de los gentiles donde se habían instalado, esparciendo las monedas y volcando las mesas de los cambistas, y echa a las ovejas y los bueyes con un azote de cordeles que se había hecho, movido por ‘el celo por la casa de su Padre’, realiza algo que puede hacer solamente una persona que tenga autoridad para ello. La presencia de los mercaderes y los animales era aceptada por las autoridades religiosas ya que proporcionaban un servicio útil para los ritos que se hacían en el templo, en especial para el sacrificio de los animales. Por tanto, para echarles había que mostrar que se tenía autoridad para ello. Es lo que le dicen los judíos: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. La respuesta de Jesús es sorprendente: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos no entienden la respuesta — de hecho, esta respuesta de Jesús se citará en el proceso ante el Sanedrín (Mc 14, 58) —, y le preguntan cómo puede levantar un templo en tres días cuando ya se lleva 46 años reconstruyéndolo. Es interesante notar que esta indicación nos permite datar con exactitud este episodio de la vida de Jesús. El templo se empezó a reconstruir en el año 19 a.C. y no se terminó hasta pocos años antes de la destrucción de Jerusalén por las tropas romanas en el año 70 d.C., lo que significa que este acontecimiento tuvo lugar en la Pascua del año 28.
El signo que ofrece Jesús para avalar su pretensión y su acción profética es un signo de futuro. Dice el evangelista que con esa respuesta el Señor se refería al templo de su cuerpo. Es decir, la prueba que Jesús da de su autoridad es el misterio pascual de su muerte y resurrección que incluye también el nacimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo, nuevo templo de Dios. El verdadero signo de Jonás, el signo de la verdad del cristianismo, lo que muestra que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios y tiene autoridad para cambiar las costumbres del templo, es el misterio pascual, la muerte y la resurrección del Señor. Es ahí donde se nos revela el amor de Dios, el Amor con mayúsculas, retomando lo que decíamos de la teología de von Balthasar. La cruz es el signo apologético por excelencia, lo que da fe de la verdad del cristianismo, lo que convence.
Es también lo que afirma san Pablo en la segunda lectura. Mientras los griegos buscan sabiduría y quieren llegar a la verdad sólo con la razón, y los judíos pretenden signos, entendidos como milagros que testifiquen acerca de la verdad de la predicación, Pablo muestra a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios, que es el verdadero signo que reconocen los que son llamados a la vida eterna, mientras que para los otros es un escándalo o una estupidez.
Hay una comparación que utiliza el Señor en el evangelio de Juan que nos puede ayudar a entender mejor la importancia de la cruz como signo de credibilidad. Jesús dice que Él es la `puerta de la ovejas’. Para entrar en la Iglesia hay que pasar por Él, los que no pasan por Él son ladrones y bandidos (Jn 10, 6). Esto significa que el único motivo válido para entrar en la Iglesia, para hacerse cristiano, es Jesús, su Amor que se revela en la cruz y que el cristiano hace suya. Este es el signo definitorio del cristianismo y lo único digno de fe, la prueba de su verdad y de la autenticidad del cristiano.
Los diez mandamientos - Domus Galilaeae |
En la primera lectura se nos ofrece el decálogo, la ley que Dios entrega a su pueblo en el marco de la alianza. A veces entendemos los mandamientos como una serie de prohibiciones arbitrarias, como unos carteles de prohibido— para usar una expresión de Benedicto XVI —, que un dios tirano ha puesto para amargarnos la vida. Pero no es así, el decálogo son diez palabras de vida de un Dios que es Padre, que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros. Son como señales que nos indican el camino hacia la vida y la vida en abundancia. Como la experiencia tristemente nos enseña, no guardarlos lleva a la infelicidad y a verdaderos desastres. La Iglesia enseña que forman parte de la ley natural, esa ley que llevamos inscrita en el corazón, pero que nuestro pecado nos impide ver con claridad y obedecer. Por eso san Agustín dice que “Dios escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en su corazones”. El salmista conoce bien el valor de estas diez palabras de vida que el Señor ha regalado a su pueblo:
Los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Más preciosos que el oro,
más que oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila.
(Salmo 18)
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