Homilía 22 de abril 2012
Tercer domingo de Pascua
Materia oscura Fuente de la imagen: newscientist.com |
Mucho se ha hablado, discutido, y estudiado
acerca de las apariciones del resucitado. Desde el punto de vista teológico
tenemos que decir que son experiencias únicas e irrepetibles que tuvieron los
discípulos, experiencias en las que se abre paso una realidad nueva e
‘inédita’, la realidad de la vida gloriosa de la resurrección; son experiencias
ligadas indisolublemente a Jesucristo crucificado y experiencias cualitativamente
distintas de las experiencias posteriores que han tenido algunos místicos, como
santa Teresa de Jesús. Lo más importante es que eran experiencias reales, objetivas,
de algo externo a la conciencia de los discípulos, algo material y palpable –
“palpadme”, dice el Señor en el evangelio de hoy- , por tanto históricas. No
son alucinaciones, ni experiencias solamente subjetivas.
Digo
esto porque hay una tendencia en algunos estudiosos también católicos a
considerar las apariciones del resucitado como experiencias subjetivas, y por
tanto ‘no históricas’ en el sentido que se suele dar a esta palabra. Sin
embargo, esto no sólo va contra la enseñanza oficial de la Iglesia, sino
también contra la misma literalidad de los textos bíblicos. Es verdad que no
hay que interpretar los relatos de las apariciones de forma estrictamente literal,
y también es verdad que entre los distintos relatos hay muchas diferencias y
también contradicciones, pero esto se debe a que hacen referencia a una realidad
totalmente nueva, no mundana, no de este mundo. Sin embargo, los relatos sí insisten
en la objetividad de estos encuentros con Jesús, como podemos constatar en el
evangelio de hoy.
José Antono Marina |
Un
ejemplo de un pensador conocido e influyente en nuestra cultura española
contemporánea que considera las apariciones como experiencias subjetivas de los
discípulos parecidas a otras experiencias de algunos místicos, y por tanto no
clasificables como hechos históricos, es José Antonio Marina. Hace algunos años
– en el 2005 - escribió un libro interesante con el título Por qué soy cristiano, en el que propone una visión bastante
personal del cristianismo. Uno de los ejes de su propuesta es lo que afirma de las
apariciones. Dice lo siguiente:
Hace muchos
años, me impresionó leer las voluminosas obras de un fraile dominico holandés, Edward
Schillebeecks, porque centraba con claridad el problema. Si su maestro había
fracasado, ¿por qué volvieron a reunirse los discípulos? La respuesta que da
es: “Porque tuvieron una profundísima experiencia que les hizo sentirse
salvados, perdonados, experiencia que relacionaron con la figura del
ajusticiado”. Este texto me hizo comprender que el cristianismo entero no tenía
su fundamento vital en los hechos históricos, sino en la experiencia de unos
hombres, que la contaron a su manera... No sé en qué pudo consistir esa
experiencia, pero la contaron como si hubieran tenido la certeza de que Jesús
permanecía vivo y actuante en ellos... Por eso, la fe en Jesús es –desde el
punto de vista psicológico –fe en la experiencia contada por los discípulos.
(José
Antonio Marina, Por qué soy cristiano,
Anagrama, 2005; pp. 39-40)
Por
tanto, para Marina y para otros muchos el ‘fundamento vital’ del cristianismo
no son hechos históricos sino experiencias subjetivas que después cada uno
contó a su manera. Sin embargo, si consideramos atentamente los textos vemos
que esto no es así. Se describe una experiencia sí peculiar, pero muy real y
objetiva. En el evangelio de hoy, por ejemplo, se insiste en que no se trata de
un fantasma, Jesús quiere que le toquen, come con ellos. Estas experiencias
eran tan evidentes, tan indiscutibles, tan diríamos hoy auto-validantes, que
llevaron a un cambio radical en los discípulos, haciéndoles testigos valientes
de lo que vieron, hasta dar la vida por ello.
Casa del Libro |
Aunque
puede parecer que esta homilía es demasiado teológica, lo que estoy diciendo es
algo fundamental para nuestra fe y nuestra forma de vivirla. Nuestra fe tiene
una dimensión conductual - implica un modo de comportarse -, una dimensión
sentimental o emocional y una dimensión racional. A veces cultivamos sólo la dimensión
emocional y apelamos solo a ella en las homilías, y esto es un grave error,
porque es la dimensión racional la que permite evitar errores, nos distingue de
las sectas, y nos ayuda a ‘dar razón de nuestra esperanza’, también a los más
cercanos, a nuestro hijos y compañeros de trabajo que muchas veces escuchan o
leen ideas parciales de nuestra fe. Contra un excesivo sentimentalismo nos pone
en guardia también Marina en el mismo libro que estamos comentando, cuando dice
que es necesario aclarar lo que significa ser cristiano, y si ser cristiano
significa “emocionarse con la romería de la Virgen del Rocío” que no contemos
con él. Evidentemente, ser cristiano puede significar emocionarse con la Virgen
de Rocío, pero también implica comportarse de un determinado modo y creer
algunas cosas que son razonables, que hemos sometido al escrutinio de la razón
crítica.
Digo
que es fundamental lo que estamos comentando aquí porque es muy distinto que
nuestra fe se fundamente en hechos históricos o en experiencias subjetivas de
los primeros discípulos. En este segundo caso, nuestra religión no pasaría de
ser una opinión, una creencia ente otras, algo subjetivo y no verificable, algo
que cae en el ámbito de la interioridad de las personas. Si, en cambio, nuestra
fe se basa en un hecho real, histórico, objetivo, material, aunque también
trascedente, cosa en la que insisten los textos bíblicos, ponemos a fundamento
de nuestra vida y nuestra fe la roca de un acontecimiento que ha tenido lugar
en la historia humana y la ha cambiado. En resumen, nosotros no creemos en una
experiencia interior que tuvieron los apóstoles, sino en un hecho real del que ellos
fueron testigos.
El
texto del evangelio de hoy es muy claro en esto. El Señor resucitado muestra
sus manos y pies, dice “palpadme y daos cuenta que un fantasma no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo”, hasta come delante de ellos un trozo de pez
asado. Después abre el entendimiento de sus discípulos para que comprendan las
Escrituras, para que entiendan lo que han presenciado, sobre todo la muerte y
resurrección de su maestro, y los hace testigos de ello. Testigos de algo real,
algo que han tocado y visto y que ha cambiado su vida y la historia del mundo.
Así
vemos como san Pedro en la primera lectura anuncia como testigo presencial la
resurrección e invita al arrepentimiento, a la conversión, para obtener el
perdón de los pecados. Así también queremos nosotros hoy escuchar el anuncio de
esta buena noticia, la noticia de la resurrección del Señor, como algo que realmente
ha tenido lugar, no una fantasía, ni una creencia. Ya que el Señor verdaderamente
ha resucitado podemos y tiene sentido caminar en una vida nueva, entregándola por Cristo y los hermanos.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
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