Homilía Domingo 20 de
mayo
VII Domingo de Pascua –
Solemnidad de la Ascensión del Señor
San Bernardino de Siena
Jornada mundial de las
comunicaciones sociales
San Bernadino de Siena Goya 1781-1783 San Francisco el Grande (Madrid) |
Hoy, 20 de mayo, la Iglesia hace memoria
de san Bernardino de Siena. Fue el iniciador y un gran propagador de la
devoción al nombre de Jesús, que decía era la “luz de los predicadores”, luz
que ilumina a las naciones y que los predicadores, como san Pablo -vaso elegido
por Dios para dar a conocer su nombre-,
llevan a los pueblos cuando anuncian ‘a Jesús, y a éste crucificado’. El nombre
de Jesús es poderoso, porque cuando se pronuncia con fe, hace presente al mismo
Señor que está sentado a la derecha del Padre y que todo lo puede, y nos pone
bajo su señorío. Por eso, dice el mismo apóstol Pablo: “Porque si profesas con
tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de
entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 10).
San Bernardino de Siena murió en el día de la Ascensión, la fiesta que hoy celebramos. Esto no es una
casualidad, ya que el Señor está presente en nuestras vidas con su providencia, llevando a cabo su obra de salvación para con nosotros, muchas veces en modos
que no comprendemos. (Así tampoco fue una casualidad que el beato Juan Pablo II
muriera la vigilia de la fiesta de la Divina Misericordia). Hay una estrecha
relación entre el poder del nombre de Jesús y su ascensión al cielo. El misterio
de la ascensión indica el cumplimiento del misterio pascual, la exaltación del
Señor crucificado a la diestra del Padre y, por ende, una nueva presencia del
Señor entre los suyos y en el mundo. Ya han pasado los días en que los
apóstoles conversaban y convivían con él en Galilea y Judea, ni lo volverán a
ver resucitado con su cuerpo glorioso una vez haya ascendido al cielo. En
adelante su presencia será distinta. Será la del Señor crucificado que está en
la gloria del Padre después de haber cumplido su obra, intercediendo
continuamente por los suyos y acompañando a la acción evangelizadora de la
Iglesia con su Espíritu. Con su glorificación a la diestra del Padre, Jesús
recibe el “Nombre-sobre-todo-nombre”, ante el cual toda rodilla se dobla, en el
cielo, en la tierra y en el abismo”, como se afirma en la Carta a los Filipenses
(Flp 2, 10). Cuando pronunciamos con fe su nombre, cuando decimos
Jesús es el Señor y lo creemos con el corazón, todo cambia, empieza para nosotros
el reino de Dios, nos ponemos bajo se señorío, de él que ha vencido al mundo, a
la carne y a Satanás. Por eso en el nombre de Jesús vencemos los demonios,
superamos los peligros, vivimos de un modo distinto la enfermedad, no tememos
la muerte... Su nombre es luz para nuestra vida y para las naciones.
P. Rupnik - Centro Aletti Capilla del Colegio San Estanislao Lublana-Šentvid - Eslovenia |
Todo esto se nos dice también en el
evangelio que acabamos de escuchar. Es el final del evangelio de san Marcos tal
como lo encontramos en nuestras Biblias. Para muchos estudiosos no es el final
original de este evangelio, ya que no
aparece en algunos manuscritos antiguos y muy fidedignos y su lenguaje es
distinto al resto del evangelio y también contiene un resumen de las
apariciones del resucitado que parece haber sido tomado del relato de san
Lucas. Sin embargo, la Iglesia lo reconoce como canónico y así lo queremos
escuchar hoy nosotros, como palabra de Dios. Quizás el final original se perdió
y algún escritor inspirado por el Espíritu Santo añadió este texto en
sustitución. O quizás el evangelio terminaba con las mujeres que huyen del
sepulcro y no dicen nada a nadie por miedo, y algún autor, considerando este
final demasiado abrupto, añadió unos versículos que hicieran referencia a las
apariciones. Sin embargo, por extraño que pueda parecer que el evangelio termine en el versículo 8, tiene a su favor
buenos argumentos literarios y teológicos: aunque las mujeres no dicen nada y
tienen miedo, a partir del sepulcro vacío surge la Iglesia y su misión, que es
el signo más elocuente de la verdad de la resurrección. Si aceptamos esta
propuesta, el final verdadero del evangelio no sería un texto sino la vida
misma y la misión de la comunidad de los discípulos del Señor.
En este final del evangelio que hemos
escuchado se nos habla de esta vida y de la misión de los discípulos del Señor
que surge de la resurrección. Los discípulos reciben el mandato de ‘proclamar
el Evangelio a todas la criaturas’: la Iglesia tiene clara conciencia que su
deber de predicar la buena noticia no se lo da ella misma, sino que le es dado
por Señor. Se afirma en este final largo del evangelio de Marcos que para
salvarse es necesario creer y ser bautizados: la salvación nos llega por medio
de la fe y de los sacramentos. También se dice que podemos autoexcluirnos de esta
salvación si deliberada y conscientemente nos negamos a creer. Se enumeran algunos
signos que acompañan a la misión de la Iglesia y que confirman la verdad de la palabra
que ella anuncia. Son signos que se realizan en virtud de que el Señor ha sido
“llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. Son signos que muestran que
Jesús es el Señor del mundo y de la historia, y que el mal y la muerte han sido
vencidos en la cruz; que ya no tienen un poder definitivo sobre el hombre y
el mundo.
Según el relato del Libro de los Hechos
de los Apóstoles que hemos escuchado como primera lectura, los apóstoles se
quedan mirando fijos al cielo mientras ven marcharse a Jesús. En esto se
presentan dos hombres vestidos de blanco que dicen: “Galileos, ¿qué hacéis ahí
plantados mirando al cielo?”. Es casi un reproche; un reproche que muchas veces
se ha dirigido a la Iglesia que mira al cielo y hace poco para cambiar el mundo
y hacerlo más justo. Esto nos debe poner en guardia contra el peligro de un
excesivo espiritualismo, haciendo dejadez de nuestra responsabilidad de evangelizar
y mejorar el mundo. De hecho, de la ascensión de Jesús surge la misión de la Iglesia y su compromiso con el mundo para que se ponga bajo la señoría de Cristo. Sin embargo, también tenemos que evitar el peligro
opuesto, el de olvidar el cielo donde está sentado Jesús a la derecha del Padre
y donde ha ido a prepararnos un sitio.
Hoy también es la Jornada Mundial
de las comunicaciones sociales, cuyo tema propuesto por el papa Benedicto XVI para este año es: “silencio y palabra, caminos de evangelización”. Es fundamental que los mass media ejerzan su importante función
social en el respeto de la verdad y de la dignidad del hombre y de la mujer. Que
sepan hablar, pero también escuchar los verdaderos anhelos de los hombres. Los medios cristianos están también
llamados a hacer algo más, ya que participan de la misión evangelizadora de la
Iglesia: a llevar el nombre de Jesús a todos los rincones del planeta conscientes de que
solo en él hay verdadera salvación.
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