Homilía 6 de mayo 2012
Quinto domingo de Pascua
Jornada del Clero nativo - Día de la madre (en
España)
Fuente de la imagen: guide.supereva.it |
Entre los
distintos elementos que encontramos en la Sagrada Escritura –relatos, preceptos
y normas, discursos, oraciones, poesías, proverbios, parábolas, etc.- destacan
de un modo muy notable las imágenes que utiliza Jesús en los evangelios para
hablarnos del reino de Dios, y de él mismo y su relación con nosotros. Son
parte esencial de su enseñanza divino-humana y tienen un enorme poder evocador
y transformador. Así, todos tenemos presente las imágenes de la perla preciosa,
del grano de mostaza, de la sal, de la levadura, del buen samaritano, del buen
pastor, del padre misericordioso... Son imágenes que llegan a lo más profundo
de nuestro ser haciéndolo resonar al sonido de la verdad sobre Dios y nosotros
mismos y nuestra relación con él. Una de estas imágenes poderosas es la que se
nos presenta hoy en el evangelio, la de la vid y los sarmientos. Como la de
buen pastor que escuchamos el domingo pasado, está tomada de la vida cotidiana,
pero también hace referencia a textos del Antiguo Testamento en los que se
habla de Israel como la viña del Señor.
Lo primero que
nos sugiere esta imagen es la unión vital que existe entre Cristo y los suyos.
Es un compartir la misma savia, la misma vida, formar parte de él. En esto es muy
parecida a la imagen del cuerpo que utiliza san Pablo para la Iglesia. Se nos
dice que tenemos que permanecer en él y él en nosotros para dar fruto. Y se nos
dice también la forma de hacerlo: a través de la fe y el amor, guardando sus
mandamientos. Esto implica el cultivo de la vida espiritual, de la vida interior,
con la participación frecuente en la celebración de los sacramentos, sobre todo
la Eucaristía y la penitencia, con la lectura asidua de la Palabra de Dios, con
la mortificación, con momentos intensos y prolongados de oración personal, con
la lectura espiritual etc., es decir, con los instrumentos que desde siempre la
tradición espiritual nos ofrece para permanecer unidos al Señor. Puede que no
estén de moda, pero son los que son y no hay otros. Es más fácil de lo que
pensamos separarnos de la vid, de que se rompa nuestra unión vital con el Señor.
A veces esta ruptura se va dando poco a poco, sin que casi nos demos cuenta,
hasta que llega un día, si Dios quiere, como le pasó al hijo pródigo de la
parábola, en que despertamos de nuestro sueño de muerte, en que se nos abren
los ojos y nos damos cuente de dónde hemos caído, que de ser hijos nos hemos
vuelto cuidadores de cerdos queriendo comer las algarrobas con las que se
alimentan ellos. La parábola narra que en ese momento el hijo del padre
misericordioso recapacita y decide levantarse para volver a casa de su padre.
Es una bellísima imagen del proceso de conversión.
Otra enseñanza
que nos ofrece la alegoría de la vid y los sarmientos tiene que ver con dar
fruto, fruto abundante, fruto de vida eterna. El fruto del que se habla es una
vida santa, una vida de plenitud humana y cristiana, una vida que ha
desarrollado todas sus potencialidades, una vida de hijo de Dios. El evangelista
Juan utiliza el término ‘vida eterna’ para hablar de ella; vida eterna que ya
empieza aquí y llega a su plenitud en el cielo. Dar fruto significa vivir así y
ayudar a los demás a que lo hagan también. Este fruto es eterno porque no
perece, perdura para siempre, también en la eternidad. Ayudar a una persona a
llegar a la santidad es dar fruto de verdad.
Fuente de la imagen: casadeoracionmexico.info |
Pero la imagen
de la vid y los sarmientos también nos dice algo sobre el dolor y sufrimiento
presente en la vida de todo cristiano, dolor que es ocasión para crecer en la
fe y el amor, para que demos más fruto. El texto del evangelio de hoy habla de
la poda y bien traducido – no como en el leccionario actual, sino como aparece
en la nueva versión oficial de la Conferencia Episcopal Española- dice: “A todo
sarmiento que no da fruto lo arrancia, y a todo el que da fruto lo poda, para
que dé más fruto” (Jn 15, 2). Al sarmiento que da fruto, no al que no
da fruto que es arrancado, sino al que ya da fruto, se le poda, el Padre que es
el labrador lo poda, para que dé más fruto. La poda es dolorosa, la vid llora,
pero es necesaria para dar buenos frutos. Si no se poda, la vid crece demasiado
y desordenadamente y los frutos que da no son buenos. Así también en nuestra
vida, tenemos que quitar cosas que estorban y no nos hacen crecer, que nos
dispersan, decidirnos y comprometernos en una dirección renunciando a otras, aprender que el amor verdadero duele, etc.
Ordenaciones sacerdotales en la Catedral de Madrid Fuente de la imagen: seminariomadrid.org |
Este
domingo quinto de Pascua también se llama domingo de los ministerios ya que se
leen textos que hacen referencia a los distintos servicios en la Iglesia y como
ella va creciendo y desarrollándose por la acción del Espíritu: “La Iglesia
gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y
progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu
Santo” (Hch 9, 31). A mí siempre me sorprende constatar cómo van surgiendo
nuevos ministerios y servicios en la Iglesia. Ayer se ordenaba sacerdote en la
Catedral de Madrid un chico de nuestra parroquia, Jaime López. Lo conozco desde
cuando llegué yo a la parroquia hace más de diez años. Asombra y llena a uno
de agradecimiento ver como el Espíritu actúa concretamente en las vidas de las
personas. Jaime, por ejemplo, estaba estudiando la carrera de Ingeniero de
Telecomunicaciones cuando empezó a sentir la llamada a ser sacerdote y acabó la
carrera y entró en el Seminario de Madrid y ayer el cardenal-arzobispo le
impuso las manos asociándolo al orden de los presbíteros, a esta apasionante
misión que nos supera por todos partes. En el folleto que se preparó para la
celebración litúrgica de ayer se citaban unas palabras en latín: “Oh, sacerdos, tu qui es?... Nihil et omnia,
oh sacerdos!” -Sacerdote, ¿tú qué eres?... ¡Todo y nada, sacerdote!-. Es nada
por sí mismo, pero todo con el Señor.
Hoy en
España se celebra el día de la madre. ¡Qué importantes son las madres! Tanto
para la sociedad como para la Iglesia. ¡Cuánto fruto están llamadas a dar sobre
todo en la educación de sus hijos! Si quieren dar frutos de vida eterna en sus
hijos, el evangelio de hoy les dice que permanezcan unidas al Señor. Sólo así
lo podrán hacer.
Sin embargo, todos nosotros a la luz de esta imagen de la vid y los sarmientos debemos
interrogarnos sobre los frutos que estamos dando y estamos llamados a dar, si
aceptamos la poda que el Señor hace en nuestra vida y dónde nos pide que
estemos y qué quiere que hagamos para dar más fruto.
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