Homilía domingo 24 de junio 2012
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista
San Juan Bautista Leonardo da Vinci (1508-1513) Museo del Louvre, Paris (Francia) |
Una de las
tantas facetas destacables de san Juan Bautista es que cumplió la misión que
Dios le había asignado con fidelidad, desde el comienzo de su existencia,
cuando aún estaba en el vientre de su madre, hasta su muerte cruel por manos de
Herodes. Sabía cuál era su lugar en el plan de Dios para la humanidad, en la
historia de la salvación, y se mantuvo con fidelidad en él, costara lo que
costara, con coherencia y humildad.
Probablemente fue
en los largos años pasados en la soledad del desierto cuando Juan descubrió con
claridad lo que Dios le pedía. En la oración y la lectura de la Palabra de
Dios, con el auxilio del Espíritu Santo, se le fue manifestando su vocación
profética, de que él era el que iría delante del Señor para prepararle un
pueblo bien dispuesto. Leyendo los textos del profeta Isaías se fue dando cada
vez más cuenta de esto; ese texto en el que se habla de una voz que grita en el
desierto exhortando a preparar el camino del Señor, o ese otro texto de la
primera lectura de hoy en que el profeta Isaías hace mención de un siervo de
Dios formado desde la entrañas maternas para ‘traer a Jacob’, para ser ‘luz de
las naciones’.
Para llevar a
cabo su misión practicaba un bautismo de conversión, una inmersión en el río
Jordán como signo del deseo de convertirse, de cambiar, de purificarse para el
día del juicio. Una gran muchedumbre venía desde todas partes a donde él estaba
para recibir su bautismo, reconociendo sus pecados. Un día llegó también Jesús,
como uno más, y se puso en la cola. Pero Jesús era muy distinto a los demás. Él
era sin pecado, no necesitaba de este bautismo, más aún, él era el que tenía
que venir. Juan, al verlo pasar, da testimonio de él diciendo que es “el
cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Desde ese momento el Bautista sabe que debe
pasar a un segundo plano, que él 'tiene que disminuir y el Señor crecer’, que no
es digno ni de ‘desatarle las sandalias’, como se dice en la segunda lectura. Y Juan
cumple su misión, la cumple con fidelidad y humildad, sabe cuál es su lugar, no
pretende ser otra cosa de lo que es, testigo de la luz, pero no la luz, voz,
pero no la Palabra.
Solsticio de verano en Stonehenge (Inglaterra) |
El hecho de
que hoy, veinticuatro de junio, se celebre la Natividad de san Juan Bautista no
es casual. Es seis meses antes del 24 de diciembre, Natividad del Señor, ya que
como dice el ángel a María, su pariente Isabel estaba ya embarazada de seis
meses. Pero sobre todo el veinticuatro de junio, cerca del solsticio de verano,
es cuando los días empiezan a disminuir, como tiene que hacer el Bautista
respecto de Jesús.
Juan
permanecerá fiel a su misión hasta su muerte a manos del rey Herodes, una
muerte cruel e injusta. El Bautista lleva a término su misión con la máxima
coherencia, fidelidad y humildad. En esto es un modelo para nosotros. Como él,
debemos ir descubriendo la misión que Dios nos tiene asignada, nuestro lugar en
la vida, lo que el Señor quiere de nosotros. Esto puede no ser fácil, puede que
no tengamos claro qué es lo que quiere el Señor y que nos cueste mucho tiempo y
esfuerzo descubrirlo. Juan tuvo que pasar muchos años en el desierto, en
penitencia y oración, antes de saberlo con claridad. Una vez que lo sepamos,
nuestra tarea es hacerlo, permanecer en ese lugar, llevar a cabo nuestra misión
en la vida, aunque cueste. Puede ser la de ser un buen sacerdote en un lugar
determinado, un buen padre o madre de familia, un buen profesional... Puede que
no concuerde con nuestras aspiraciones iniciales; puede que implique asumir
algunos errores que hayamos podido cometer, reconciliándonos con nuestro
pasado. Pero es nuestro lugar en la vida y en la historia de Dios con toda la
humanidad, y es estando en él como realizaremos lo que Dios quiere de nosotros
y encontraremos nuestra paz. Iremos descubriendo poco a poco que Dios había
pensado esto para nosotros desde siempre, desde antes que naciéramos y nos fue
preparando para ello. Desde las profundidades de la tierra, desde el seno de
nuestra madre, dicen las lecturas de hoy, nos va formando.
Monumento de la Visitación Ein Karen (Israel) |
De hecho, la
palabra de Dios de este día hace especial hincapié en que ya desde el seno
materno, una vez concebidos, empezamos a llevar a cabo el plan que Dios tiene
para nosotros. Juan, en el seno de su madre, exultó de gozo cuando María llegó
a casa de Isabel embarazada de Jesús. Esto nos hace reflexionar sobre el
tristísimo drama del aborto, de los niños concebidos y no dejados nacer, cuya
misión en la vida queda frustrada, desde nuestra perspectiva humana. Para Dios puede
que nos sea así, porque él es capaz de sacar el bien del mal más profundo, y
estos niños no nacidos, como los santos inocentes, cumplen una misión en el
plan de salvación. Sin embargo, aunque esto puede dar un cierto consuelo y
esperanza de perdón a quien haya cometido este terrible acto, tenemos que decir
que el aborto es un verdadero crimen. Un ‘crimen nefando’, es definido en los
documentos del Concilio Vaticano II.
Pidamos hoy
por las madres embarazadas, sobre todo por las que tienen situaciones difíciles, para que no se rindan ante las presiones y lleven a término su embarazo, dando
a luz una persona sobre la cual Dios ha puesto sus esperanzas, una persona que
tiene una misión a cumplir en la vida. Pidamos también por nosotros, para que
descubramos lo que Dios tiene pensado para nosotros y lo llevemos a cabo,
con fidelidad, coherencia y humildad.
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