Homilía Domingo 17 de junio 2012
XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Púlpito de la Catedral de Siena Nicola Pisano (1265-1268) Fuente de la imagen: wikipedia |
A
los que ejercemos el ministerio de la Palabra, el servicio eclesial de la
predicación, nos sorprende con mucha frecuencia la fuerza y la eficacia de la palabra
de Dios. Cuando la anunciamos experimentamos lo poderosa que puede llegar a
ser, su capacidad de cambiar la vida de las personas que la escuchan, su poder
de dar esperanza y vida nueva a los que están “cansados y agobiados”. Es una palabra
cuya luz disipa las tinieblas del pecado y del error. Es como un agua que donde
llega hace nacer la vida. Es la única palabra capaz de dar un mensaje significativo
y real a quien está sumido en el dolor y la desesperanza más profundos. Las
demás palabras pueden ayudar momentáneamente, como las que dice un buen
psicólogo; pueden conseguir consolarnos un poco y evitar que nos hagamos más
daño con nuestras conductas inadaptativas, pueden facilitar que elaboremos el
duelo como se suele decir, pero solo la palabra de Dios es portadora de una
esperanza cierta que supera también la oscuridad del sufrimiento más profundo y
de la muerte. Por eso es una palabra distinta a todas las demás; no es palabra
de este mundo, es palabra de Dios con todo lo que esto significa.
Grano de mostaza Fuente de la imagen: blogspot.com |
Al principio,
cuando pronunciamos esta palabra y la explicamos nos puede parecer algo muy
pequeño, casi insignificante respecto a todas las demás palabras que nos llegan
a través de los poderosos medios de comunicación. Éstas nos seducen modificando
nuestros pensamientos y sentimientos para que nos comportemos de un determinado
modo, comprando esto o consumiendo aquello. Es curioso como todos, también nosotros por mucho que digamos que
no, nos dejamos llevar por estos mensajes y terminamos pensando y haciendo lo
que condenamos en los demás y tachamos de consumismo, materialismo y hedonismo.
También las palabras del psicólogo pueden parecer más eficaces porque son dichas
según técnicas que experimentalmente han mostrado su capacidad para modificar
la conducta. Sin embargo, aunque aparentemente sea así y al principio las palabras
del mundo, de la cultura dominante, de los políticos y de los medios de
comunicación, de los psicólogos, parezcan más poderosas y útiles, al final la
única que verdaderamente salva es la palabra de Dios. Cuando la oímos o
pronunciamos puede parecer una palabra despreciable comparada con las demás, pero
va creciendo en los que la escuchan con oído abierto y corazón no endurecido
hasta volverse la roca sobre la que construyen la propia vida y que aguanta
todas las tormentas, y que puede cobijar también a los demás que se acercan a
nosotros pidiendo consejo y ayuda.
Fuente de la imagen: lavistachurchofchrist.org |
De la fuerza
de la palabra de Dios nos habla el evangelio de hoy. Jesús, desde una barca,
habla al gentío que está en la orilla escuchando. Les habla en parábolas,
acomodándose a su entender. 'Les expone la palabra', dice el evangelista. Las dos
parábolas que narra en el evangelio de hoy ilustran la eficacia y la forma de
actuar de la palabra de Dios: es palabra que va creciendo en nosotros por su
propia fuerza, por ella misma, ocupando cada vez más espacio en nuestra vida
sin saber nosotros muy bien cómo lo hace. Es palabra que parece poca cosa al
principio para después volverse en lo más importante.
Todo esto lo
podemos fácilmente experimentar nosotros. Es suficiente leer periódicamente un
pasaje aunque corto de la palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, y lo
constataremos. Muchos tienen la buena costumbre de leer cada día el evangelio
que se proclama en la misa aunque ellos no puedan asistir a la celebración
litúrgica. Todos los que hacen esto pueden dar testimonio de la verdad de la
enseñanza de Jesús sobre la semilla pequeña que crece automáticamente hasta
volverse un gran árbol.
Las otras lecturas
de la misa de hoy, como también el salmo responsorial, tienen relación con el evangelio,
aunque de una forma algo oblicua. La primera lectura del profeta Ezequiel
anuncia la intervención paradójica de Dios en la historia del pueblo elegido,
sacando de él una rama tierna y plantándola en la montaña más alta, haciendo
que se vuelva un cedro noble que da cobijo a todas las aves. Actuando así, el
Señor muestra su fidelidad, ‘humillando a los poderosos y enalteciendo a los
humildes’ como canta María en casa de su primer Isabel. El Señor interviene en
nuestra historia cambiando nuestra suerte y nuestros esquemas y lo hace también
por medio de su palabra poderosa.
Árbol de mostaza Fuente de la imagen: blogspot.com |
En la segunda
lectura Pablo nos invita a agradar al Señor aunque de momento vivamos
desterrados, lejos de él, “caminando sin verlo, guiados por la fe”, y esto con
vistas al juicio, ya que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de
Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho”. En el evangelio
se habla de la hoz que se mete cuando llega la siega, que es una imagen que se
refiere también al juicio. Y este juicio de Dios no debe darnos miedo, sino
esperanza y consuelo, ya que es anuncio del triunfo de la justicia, de la
victoria del bien sobre el mal, de que Dios es fiel y cumple sus promesas y salva
a los pobres y humildes que confían en él.
En el salmo
responsorial se dice que el justo “crecerá como palmera, / se alzará como cedro
del Líbano; / plantado en la casa del Señor, / crecerá en los atrios de nuestro
Dios” y “en la vejez seguirá dando fruto / y estará lozano y frondoso”
(Sal 91). La forma de permanecer plantados en la ‘casa del Señor’, unidos
a él, es a través de su palabra y esto es lo que hace que demos frutos, frutos
de vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.