Homilía 3 de junio de 2012
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Día Pro Orantibus
Clausura en Milán del VII Encuentro Mundial de las Familias
P. Rupnik - Centro Aletti Icono de la Sagrada Familia VII Encuentro Mundial de las Familias (Milán) |
Muchas veces percibimos una gran
distancia entre nuestra vida cristiana de todos los días y las formulaciones
teológicas, como si éstas fueran especulaciones, pensamientos o ideas muy
bellas y elevadas pero distantes de la ‘vida real’. Así cuando se nos dice, o
aprendemos en el catecismo, que en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la
humana, pero una solo persona, o cuando se nos enseña que en la Trinidad hay una
sola naturaleza, la divina, pero tres personas. En un principio parecería que
estas definiciones tan solemnes y clásicas tienen poco que ver con nuestra vida
y con nuestros problemas. Sin embargo, no es así. Puede que el lenguaje de
estas formulaciones nos sea el nuestro, pero estas definiciones de los misterios
fundamentales de nuestra fe, surgidas en los grandes concilios ecuménicos de
los primeros siglos cuando la Iglesia aun estaba unida, pretenden salvaguardar
la autenticidad de la experiencia y de la vida cristiana. Son fórmulas que nos
ayudan a discernir cuando nuestro pensar, obrar y vivir son verdaderamente
cristianos, fieles a la revelación que Dios ha hecho de si mismo en Cristo,
o no.
Podemos darnos cuenta de esto si
consideramos la segunda lectura de la misa de hoy. San Pablo nos habla de la
vida del cristiano y señala su característica fundamental que es la de la filiación
divina, el sentirnos y ser hijos de Dios. Y esto es posible gracias al Espíritu
Santo que hemos recibido, Espíritu de hijos de adopción, que da testimonio a
nuestro espíritu de que lo somos, hijos y herederos de Dios; herederos, juntos
con Cristo, de la gloria eterna. Y esto no son ideas o conceptos abstractos,
sino una realidad que vivimos en la fe. Y ya que somos hijos de Dios nos
podemos dirigir a él como lo hacía Jesús, como nuestro Padre. Más aún, nos
podemos dirigir a él con esa intensidad con la que lo hacía Jesús en el Huerto de
los Olivos, gritando Abbá. La
comunidad primitiva de Palestina conservó esta palabra aramea que utilizaba
Jesús en su oración porque manifiesta esa relación tan personal e íntima de
hijo que tenía Jesús con Dios Padre y que podemos, salvando las distancias,
tener también nosotros. Decimos ‘salvando las distancias’ porque Jesús es Hijo
único, de la misma naturaleza que el Padre, y nosotros somos hijos por adopción,
gracias a Cristo y por medio del Espíritu Santo.
Aquí vemos con claridad como la
doctrina de la Trinidad, del Dios uno y trino, surge de la experiencia
cristiana y de la revelación que Dios ha hecho de sí mismo en la vida, muerte y
resurrección de Cristo. El reconocer a Dios como uno y trino es consecuencia de
nuestra vivencia de la fe de que somos hijos de Dios en el Hijo único por medio
del Espíritu que nos ha sido dado, y a la vez, la profesión de fe en la Santísima Trinidad es el criterio para discernir cuando una forma de vivir o de
expresar las enseñanzas de Jesús es autentica o no.
Sin embargo, el apóstol Pablo en el texto de la segunda
lectura va más allá y nos dice que no es suficiente ser hijos de Dios por la fe
y el bautismo, sino que tenemos que vivirlo. Hay que dejarse llevar por el
Espíritu y vivir la libertad que nos es dada como hijos, muy distinta de la
actitud servil y temerosa del esclavo. También dice el apóstol que ser hijos
implica tener nuestra parte en los sufrimientos del Hijo, “puesto que sufrimos
con él para ser glorificados junto con él”.
El papa Benedicto XVI con una familia en el Encuentro Mundial de las Familias en Milán |
Las demás lecturas de este primer
domingo después de Pentecostés hacen referencia a otros aspectos del misterio
de la Santísima Trinidad que celebramos hoy. Así, la primera lectura resalta la
unicidad de Dios, que es la esencia misma del monoteísmo judío que también
nosotros profesamos: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor
es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay
otro”. Dios es uno, no hay otro, todo lo demás que intenta usurpar su puesto y
la adhesión que debemos solo a él, es un ídolo que nos termina quitando la
vida. Nosotros creemos en un solo Dios, aunque pensamos que este Dios es uno
pero trino, es “uno solo pero no solitario”, como dice una bella expresión utilizada
en el VI Concilio e Toledo del año 638.
Hoy clausura en Milán el papa
Benedicto XVI el Encuentro Mundial de las Familias. No sé si se eligió esta
fecha teniendo presente la fiesta litúrgica que celebramos hoy, pero sí es
cierto que la familia humana es la
imagen menos imperfecta que tenemos de la vida íntima de Dios y la que quizás
más nos puede ayudar a entender algo de cómo Dios es uno y trino. La característica
principal de la familia es que es una comunión de personas que se fundamenta en
el amor. Esto vale también para la Trinidad, aunque en este caso la comunión
entre las personas divinas es perfecta.
En el final del evangelio de Mateo que se nos ha proclamado
se narra la última aparición de Jesús resucitado a los Once en Galilea. Los
apóstoles reciben el encargo de hacer discípulos de todos los pueblos, junto con
la promesa de la presencia del Emanuel todos los días hasta el fin del mundo.
La forma de hacer discípulos es a través del bautismo y enseñando a guardar las
enseñanzas de Jesús. Se dice que el bautismo tiene que ser administrado “en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”, es decir, en el nombre de la Santísima Trinidad.
Hoy, en
esta fiesta de la Trinidad, celebramos también el día “pro orantibus”, “por los que oran”, los contemplativos, los que han
consagrado su vida a la oración. Estas personas, hombres y mujeres, sienten con
tanta fuerza su unión de vida con el Hijo, con Jesús, que se entregan totalmente
para hacer suya la oración continua de Jesús al Padre en el Espíritu por todos
nosotros. Damos gracias por este don de la vida contemplativa que Dios sigue
dando a su Iglesia y por tantas personas que rezan pro nosotros y sin las
cuales nuestro apostolado no daría fruto. Estas personas también son un testimonio
viviente de la unicidad de Dios, de que ‘Dios solo basta’, de que primero hay
que buscar ‘el reino de Dios y su justicia’, de que ‘la figura de este mundo
pasa’.
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