martes, 3 de julio de 2012

Permanecer en el esplendor de la verdad con una fe sencilla y valiente



Homilía Domingo 1 de julio de 2012
XIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

La Escuela de Atenas - Raffaello Sanzio (1512-1514)
Museos Vaticanos, Roma, Ciudad del Vaticano
¡Qué fácil es vivir en el error! Creer que algo es verdad, defenderlo incluso con vehemencia, quizás hasta hacerlo un pilar de nuestra vida,  para darnos cuenta después, con sufrimiento y vergüenza, que estábamos equivocados, que lo que pensábamos era verdad no lo era, que nos habíamos engañado o dejado engañar. Esto es así en muchos ámbitos de nuestra vida, también en el religioso, y nos debería llevar a la humildad, a la búsqueda sincera de la verdad, a evitar el fanatismo, a pedir al Señor que nos aleje del error. Esto último es lo que acabamos de hacer en la Oración colecta al comenzar esta Eucaristía: “Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad”. Todos los que hemos tenido la experiencia de pasar de la increencia a la fe en Jesucristo, sabemos de esto, de lo fácil que es vivir en el error y de lo necesario que es orar para permanecer en la verdad y que la verdad se manifieste también a las personas que queremos.

                El evangelio de este domingo narra dos milagros de Jesús, milagros que son signos de su poder divino y de que el reino de Dios que anuncia con él se hace presente. Que Dios reine implica que todo lo que va contra la voluntad de Dios para el hombre y el mundo sea vencido, sea eliminado, como la enfermedad y la muerte, que dice la primera lectura del libro de la Sabiduría que ‘entró en el mundo por la envidia del diablo; las criaturas creadas por Dios eran saludables, no había en ellas veneno de muerte’. Los milagros de Jesús son signo de la restauración de todas las cosas según el proyecto de Dios, de que el pecado y la muerte son vencidos.

La resurrección de la hija de Jairo - Giotto (1305-1306)
Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)
                Los dos milagros que se nos narran están relacionados entre sí y aparecen juntos en los tres evangelios sinópticos. Tienen en común que hablan de curación, de que el sujeto de ella es una mujer, de que aparece el número el 12 -doce son los años de la hija de Jairo y doce los años que la hemorroísa ha estado enferma- y tienen lugar en secreto. Pero sobre todo estos dos milagros hacen referencia a la fe. Jesús dice a la hemorroísa. “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad”. Esta mujer con una fe sencilla, creyendo que ese Jesús que pasaba tenía poder para curarla, se le acerca abriéndose hueco entre el gentío y toca su manto pensando “Con solo tocarle el manto, curaré”. Hace algo atrevido que podía acarrearle muchos problemas, ya que a causa de su enfermedad, según la ley judía, era impura y todo lo que tocaba se volvía impuro. Sin embargo, se atreve a tocar el manto de Jesús contraviniendo las normas y el Señor nota que alguien le había tocado de un modo distinto a como le estaban tocando todos los demás; alguien le había tocado con fe, con el corazón, y pregunta para saber quien ha sido. Dice Jesús que es la fe de esta mujer la que la ha curado. Al jefe de la sinagoga, a Jairo, cuando vienen a darle la noticia de que su hija había muerto, le dice Jesús: “No temas, basta que tengas fe”. Y a la niña le dice esas palabras casi mágicas que se conservan en arameo en el texto griego del evangelio de Marcos: “Talitha qumi, que el evangelista traduce para sus lectores: “Contigo hablo, niña, levántate”.

Fuente de la imagen: flickr.com
Para nosotros hoy, que escuchamos este evangelio, estos dos relatos son una catequesis sobre la fe, una enseñanza de lo que significa y de lo que nos aporta creer. La fe de la hemorroísa, la fe de los sencillos, toca el corazón de Dios y hace milagros. A veces, algunos que hemos tenido la suerte de poder estudiar teología, corremos el riesgo de despreciar la fe de los más humildes, las prácticas de la religiosidad popular, de los que tocan con devoción las estatuas de los santos pidiendo sanación. Este pasaje evangélico nos debería poner en guardia contra esta actitud de pretendida superioridad. La fe no está relacionada directamente con la cultura que uno tiene; Jesús en el evangelio da gracias a Dios Padre “porque ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños’ (Mt 11, 25). Los términos que se utilizan en estos dos milagros son los mismos que se usan en el Nuevo Testamento para hablar de la resurrección y de la vida nueva de los bautizados: levantar, salvar, sanar. Es la fa valiente y humilde de los 'pequeños', como la de la hemorroísa que supera muchos obstáculos para acercarse a Jesús, para tocarlo, la que nos hace resucitar de una vida de muerte y de pecado a la vida de los hijos de Dios.

                Se merece un comentario aunque breve también la segunda lectura de hoy. En ella el apóstol Pablo anima a los fieles de Corinto a participar con generosidad en la colecta que está recogiendo para los cristianos pobres de Jerusalén, de la Iglesia madre. Les pone como ejemplo la actitud de Jesús, que siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Les dice que no se trata de hacer pasar estrecheces a unos para aliviar a otros, sino de nivelar. Son palabras que nos vienen muy bien en este tiempo de crisis, donde cada vez nos damos más cuenta que para salir de ella tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, tenemos que vivir de una forma más sobria, más solidaria, más respetuosa con la naturaleza. Se trata de nivelar y tomar cada vez más conciencia que los cristianos formamos un solo cuerpo.

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