Homilía Domingo 26 de agosto de 2012
XXI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Las
lecturas de este domingo son una buena muestra de lo que dice Simón Pedro a
Jesús cuando
pregunta a los Doce si ellos también se quieren echar para atrás:
“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. La Palabra
de Dios puede a veces ser dura, puede no ofrecernos un consuelo fácil, ni
decirnos lo que nos gustaría oír -no nos regala el oído-, pero es palabra de
vida eterna, es palabra que salva, como no puede hacerlo ninguna palabra humana
que está limitada a lo mundano, a nuestro lado de la realidad. Podemos tener
muchos maestros y muchos amigos que nos dicen cosas bonitas y útiles, pero solo
uno de ellos no es de este mundo, solo uno de ellos ‘ha bajado del cielo’ y
tiene palabras de vida eterna: Jesucristo, la Palabra de Dios, el Logos encarnado.
A él acudimos, muchas veces cuando todo lo demás nos falla.
La
primera lectura del libro de Josué narra un momento decisivo en la historia del
pueblo elegido, cuando, una vez asentado en la tierra prometida, ratifica,
renueva, la alianza con Dios. El anciano Josué, que guió al pueblo en la
conquista de esa tierra, quiere que todas las tribus renueven la alianza del
Sinaí y convoca para ello a sus jefes en el santuario de Siquén: “Si no os parece
bien servir al Señor, escoged hoy a quien queréis servir... yo y mi casa
serviremos al Señor”. A esta pregunta-provocación del sucesor de Moisés, el
pueblo responde: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses
extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros
padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos
protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde
cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!”. Al narrar
este texto un momento en que el pueblo debe tomar una decisión, debe comprometerse,
debe optar, es fácil relacionarlo con el pasaje del evangelio que acabamos de
escuchar en el que Jesús también pregunta a los doce apóstoles si quieren irse.
En nuestra vida, con cierta frecuencia, se nos pide tomar una decisión o
renovarla, decidir si queremos servir a Dios o no. Israel toma la decisión de
servir al Señor sobre la base de lo que Dios ha hecho en el pasado en su favor,
de cómo ha actuado en su historia liberándolo de la esclavitud. Por eso es oportuno
también para nosotros hacer memoria de lo que el Señor ha llevado a cabo en
nuestra vida, de la salvación que nos ha otorgado, ya que es fácil olvidarlo
sobre todo cuando las cosas nos van bien, y renovar así nuestro compromiso de
servirle. Es lo que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía.
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Familia del Castillo - Tomillo (Madrid) |
La
segunda lectura de la misa de hoy, de la Carta de san Pablo a los Efesios, es
el texto bíblico de referencia para fundamentar la sacramentalidad del
matrimonio entre cristianos. El matrimonio es uno de los siete sacramentos de
la Iglesia y decimos que lo es porque es signo e instrumento, es signo eficaz,
de la unión entre Cristo y la Iglesia. En un principio este texto del apóstol
nos puede sorprender por su aparente tono machista. Pablo habla de sumisión de
la mujer al marido en todo, de que el marido es cabeza de la mujer. Sin entrar
en un análisis detenido de esta cuestión, sí es útil señalar algunas cosas que
nos pueden ayudar a enmarcar bien este texto. Pablo escribe sus cartas y ejerce
su ministerio en un contexto socio-cultural determinado, que él en principio asume
sin cuestionarlo directamente, pero en el que inserta la novedad del evangelio
con toda su fuerza transformadora. Así, no cuestiona en sus cartas el machismo
de la sociedad de entonces, ni la esclavitud, ni la forma de gobierno, etc. Sin
embargo, al introducir la novedad del evangelio, injerta en esta cultura un
nuevo dinamismo que la irá cambiando desde dentro. Esto lo podemos ver en el texto
de la segunda lectura de hoy. El apóstol habla de sumisión de la mujer al
marido, pero el fundamento de esta actitud no es social, no es la ‘diferencia
de género’ como algunos dirían hoy, sino que es religioso. Pablo invita a los
cristianos a ser sumisos los unos a los otros, a ponerse a servicio de los
demás, a considerar a los otros superiores a uno mismo. En el fondo el fundamento
de esta sumisión es seguir el ejemplo de Cristo que ‘siendo de condición
divina... se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo’ (cfr.
Flp 2,6-7), y esto vale tanto para la mujer cristiana como para el varón
bautizado. Por eso Pablo, si bien dice a las mujeres que estén sometidas a sus
maridos en todo, también dice a los maridos que amen a sus mujeres como Cristo
amó a la Iglesia entregándose por ella. De todos modos, lo más señalado del
texto de la Carta a los Efesios que hemos escuchado es su mención del ‘gran
misterio’, que Pablo refiere a Cristo y a la Iglesia. La palabra ‘misterio’, en
griego
mysterión, en latín
sacramentum, hace referencia en la
teología de Pablo al plan de salvación de Dios que se actualiza para nosotros
en el culto cristiano. Pablo aplica a la unión de Cristo y la Iglesia un texto
del libro del Génesis que se refiere directamente al matrimonio: “Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los
dos una sola carne” (Gn 2,24). Para nosotros el matrimonio entre
cristianos manifiesta y hace presente, en su celebración, pero también en su
misma vida, el gran misterio de la unión de Cristo y la Iglesia, del amor de
Dios hacia la humanidad. Por eso es tan importante el testimonio que pueden dar
los matrimonios cristianos en un mundo secularizado que ya no conoce el amor de
Dios.
El pasaje del
evangelio de hoy es el final del discurso de Jesús sobre el pan de vida,
discurso que nos ha acompañado a lo largo de varios domingos de este verano y
que podemos leer en el capítulo seis del evangelio de san Juan. En la perícopa
de hoy vemos las reacciones de los discípulos -no ya de los judíos- a las
palabras de Jesús. Muchos de ellos dicen que el modo de hablar de Jesús es duro
y se echan para atrás. Hoy también, como entonces, constatamos como muchos
cristianos, a veces pueblos y países enteros, abandonan la fe, sobre todo
cuando se enfrentan a sus requerimientos, y hoy como entonces el Señor no
rebaja sus exigencias, no baja el listón; él sabe que la fe es un don: “nadie
puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Es útil preguntarnos qué es lo
que hace que las palabras de Jesús suenen duras a sus discípulos, ya que no es
del todo evidente en el texto del evangelio. Jesús antes había hablado del pan
que baja del cielo, del verdadero maná, del pan que da vida eterna, de su carne
que es dada para la vida del mundo. La dureza de estas palabras de Jesús se
debe a que hacen referencia de modo implícito al misterio de la cruz, como
comprobamos al considerar los textos paralelos en los otros evangelios, y a que
señalan su origen divina. Muchos de sus discíp
ulos no pueden
aceptar ni una cosa ni la otra: conocen el origen humano de Jesús que parece
contradecir sus pretensiones y no tiene cabida en sus esquemas el camino de la
cruz como camino de salvación. Jesús pregunta entonces a los doce si también ellos
quieren marcharse. Simón Pedro responde en nombre de todos: “Señor, ¿a quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos
que tú eres el santo consagrado por Dios”. Pedro profesa su fe y reconoce que
solamente Jesús tiene palabras de vida eterna. Pueden ser palabras duras, que
requieren fe para aceptar su origen divina y sus exigencias de cargar con la
cruz, pero son las únicas que salvan. Benedicto XVI, comentando este texto,
hace notar que dentro del grupo de los Doce está Judas, cosa sobre la cual
insiste también mucho el evangelista Juan. Él no se echa para atrás, pero
tampoco acepta a Jesús como mesías. Vive en la mentira. Permanece físicamente
en el grupo de los Doce, pero su corazón está en otra parte; se siente
traicionado por Jesús y quiere a su vez entregarlo. La figura de Judas es una
advertencia para los discípulos del Señor de todos los tiempos.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
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