Homilía Domingo 21 de
octubre de 2012
XXIX Domingo del Tiempo
Ordinario (ciclo B)
Jornada mundial por la evangelización de los pueblos (DOMUND)
El problema de los nueve puntos |
La famosa expresión ‘¡Eureka!’ de
Arquímedes cuando estando en la bañera descubrió la forma de determinar la densidad
de un objeto sin modificar su forma a través del agua que desplaza, y la
palabra insight que utiliza el
teólogo Lonergan como título de uno de sus libros, señalan una experiencia
humana fundamental que todos hemos tenido alguna vez. Es esa experiencia de
descubrir una verdad que hasta entonces se nos había escapado, una conexión
entre elementos de una cosa que estaban todos presentes pero que no habíamos
relacionado, una determinada figura o forma que existía pero que no veíamos, un
sentido nuevo de unos eventos que ya conocíamos pero sin ver la relación entre
ellos. Es la experiencia que tuvo el apóstol que corrió con Pedro al sepulcro
esa mañana del primer domingo. Cuando entró en la tumba vacía, el autor del
cuarto evangelio, que la tradición de la Iglesia identifica con este mismo
apóstol, con Juan, afirma: “vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido
la Escritura, que él había de resucitar de entre los muertos”. Ese fue para san
Juan el momento de su ¡Eureka!, del insight fundamental de su vida. Hasta
entonces no había comprendido la enseñanza de Jesús ni el misterio de su muerte.
Que hasta
ese momento Juan no había comprendido ni el mensaje, ni la vida de su Maestro,
lo podemos constatar en el evangelio de hoy: con su hermano Santiago pide a
Jesús sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el banquete
mesiánico. Buscan la gloria, el prestigio, el estatus social, en términos
mundanos, en una perspectiva terrenal según la cual el reino que instauraría el
Mesías sería como los otros de este mundo, quizás con mucha más gloria, pero
del mismo tipo. Juan tendrá que entender que el reino que trae el Señor, la salvación
que nos ofrece, es algo muy distinto. No se trata de tener mucho dinero, mucho
poder, de ser importante, sino de ‘ser como Dios’. Juan lo entenderá cuando vea
a su Maestro morir en la cruz y encuentre la tumba vacía. En ese momento, con
la iluminación interior de la gracia divina, empezará a comprender las Escrituras que hasta ese momento permanecían veladas para él.
Comprenderá,
por ejemplo, el pasaje de la primera lectura de hoy que habla de un Siervo de
Dios que será ‘triturado con el sufrimiento, que entregará su vida en
expiación, que justificará a muchos porque se cargará con los crímenes de ellos’.
Entenderá que este texto habla de Jesús que “vino a dar su vida en rescate por
muchos”. Al entender esto estará dispuesto él también a beber el cáliz del
Señor, a recibir su bautismo, a sumergirse en el abismo del dolor, que es lo
que indican esas bellas imágenes que utiliza el Señor en referencia a su
pasión. Juan sabrá entonces que en el reino de Dios se puede entrar solo por
este camino, el que recorrió Jesús, el del servicio y de la entrega de la
propia vida, el del sufrimiento. El hermano de Juan, Santiago, será el primero
de los apóstoles en sufrir el martirio por seguir el camino del Maestro.
Bautismo de Jesús P. Rupnik - Centro Aletti (2007) Parroquia de María Inmaculada Modugno-Bari (Italia) Explicación teológíca: centroaletti.com |
Lo que le
pasó al apóstol Juan, salvando las distancias, nos pasa también a nosotros. Hasta
que no nos llegue ese momento de luz, ese momento en el que comprendemos en
profundidad las enseñanzas y el destino de Jesús y el misterio de su
sufrimiento, se nos hace difícil liberarnos de los valores mundanos que dominan
nuestra vida y nuestra sociedad. Como los apóstoles antes de la muerte y
resurrección del Señor y de haber recibido el Espíritu, también nosotros
buscamos la gloria, el prestigio mundano, un estatus social elevado según los
criterios de nuestra sociedad... ¡A veces incluso utilizamos la religión para
ello! Pero cuando el Señor nos toca con su gracia e ilumina nuestro
entendimiento, todo esto cambia. Descubrimos que la salvación que nos ofrece
Dios va por otro camino mucho más profundo e importante, que lo que nos da es
algo mucho más fundamental y necesario, que su “reino no es de este mundo”, que
no se trata de tener mucho dinero, prestigio social o poder, sino de estar
libre del pecado y de vivir lo que Dios ha pensado para nosotros desde la
eternidad, participando en su vida divina. Descubrimos que él, el Hijo de Dios,
“ha venido no a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por la
multitud”. Entendemos entonces que para entrar en este reino debemos seguir el
mismo camino del Maestro. Aceptamos, acogemos de buena gana, o incluso
buscamos, beber el cáliz del Señor para ser su amigo íntimo. No rehusamos
recibir su bautismo, sumergirnos en el dolor, cargándonos con los crímenes de los
demás, para rescatar así a muchos. Este es el camino de Dios y debe ser el de
todo aquél que quiera ser como él.
Sin embargo, sabemos también lo
débiles que somos. Quizás no hemos aun llegado a ese momento de insight, de ¡Eureka!, y los valores de este mundo son los que nos dominan. Sí,
somos creyentes y hemos recibido el bautismo que non ha sumergido
sacramentalmente en la muerte de Jesús para caminar en una vida nueva, pero los
valores y las motivaciones que guían nuestra vida son los del mundo y no los
del Señor. Todavía tenemos que hacer camino pidiendo el don del Espíritu que
transforme nuestro corazón y nuestro entendimiento. En este nuestro caminar, en
el que nos sentimos llenos de debilidades de todo tipo, debilidades de fe, de
esperanza, de voluntad para tomar decisiones, de apegos que nos esclavizan,
podemos contar con “un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo,
Jesús, Hijo de Dios”. Él es capaz de compadecerse de nuestras debilidades, ya
que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, aunque nunca dijo no a
Dios. Por eso es en todo igual a nosotros. A él nos dirigimos para que nos vaya
haciendo entender el misterio del reino de Dios al que estamos llamados y el
camino para llegar a él.
Hoy se celebra la Jornada mundial por la evangelización de los
pueblos. La misión nace cuando descubrimos la belleza del mensaje de Jesús
y del reino que nos ofrece. Nace de la obligación que se siente de llevar este
anuncio a los que no lo conocen. Nace de saber que hay uno que ha dado la vida
por nosotros pagando nuestro rescate y que nos ha abierto las puertas del cielo.
Descubrir esto nos empuja a ser ‘misioneros de la fe’, como es el lema de este
año. Nos unimos en esta celebración a todos los misioneros, pedimos por ellos y
colaboramos con su labor con nuestra generosa aportación. Sin embargo, aunque
hoy tenemos sobre todo presente la misión ad
gentes, dirigida a los que todavía no conocen a Jesús, y a los misioneros
que se encargan de esta tarea que es parte de la esencia misma de la Iglesia, también
sabemos que en Roma se está celebrando estos días un Sínodo de Obispos sobre la
nueva evangelización. No solo es
necesaria la misión ad gentes, sino también
la que se debe llevar a cabo de nuevo en los países de antigua cristiandad,
como el nuestro, a los que llegó el anuncio cristiano en los comienzos de nuestra
era, pero en los que nos hemos olvidado consciente o inconscientemente, voluntaria o
involuntariamente, de él.