Homilía 12 de octubre de 2012
Fiesta de Nuestra Señora del Pilar
El apóstol Santiago y sus discípulos adorando la Virgen del Pilar (Goya, 1775) |
El piadoso
relato de la aparición de la Virgen al apóstol Santiago sobre un pilar a orillas
del Ebro, en un momento en que el que el apóstol estaba muy desanimado por la aparente
ineficacia de su obra evangelizadora, puede ayudarnos a empezar con buen pie bien
este Año de la Fe que comenzó ayer en el 50 aniversario de la apertura del
Concilio Vaticano II.
Cuando
pensamos en España, ‘tierra de María’ como la llamó Juan Pablo II, y
consideramos la fe de los españoles, fe que se llevó desde esta tierra a los países de
la hispanidad, muchos de los cuales hoy también celebran su fiesta, podemos
caer fácilmente en el desánimo. Aunque la mayoría de los españoles se siguen
declarando creyentes y católicos, bien sabemos los que estamos en la primera
línea de la acción pastoral de la Iglesia que esta fe la mayoría de las veces es
muy débil: es una fe que podríamos llamar ‘sociológica’, más que una adhesión
plena y consciente a la fe de la Iglesia fruto de un encuentro personal con el
Señor. Así lo constatamos en las personas que vienen a solicitar algún sacramento
a nuestros despachos parroquiales: el bautismo de sus hijos o su primera
comunión, el matrimonio, un funeral para un familiar... Vienen pidiendo algo
que creen que es bueno para ellos o para sus seres queridos, pero sin saber muy
bien lo que implica. Como han dicho el papa y los obispos en varias ocasiones,
se percibe en Europa una crisis de fe, una ‘apostasía silenciosa de la fe’.
Gráfico de las creencias religiosas de los españoles elaborado con datos de un barómetro del CIS de 2008. Datos más recientes en: cis.es |
Ante este
hecho que es común a todos los países de antigua cristiandad, Juan Pablo II vio
la necesidad para la Iglesia en este nuevo milenio de emprender una nueva evangelización.
En Roma, este mes de octubre, se está celebrando una Asamblea General del Sínodo
de Obispos para tratar este tema. También en Roma, ayer, 50 aniversario de la
apertura del Concilio Vaticano II, con una solemne celebración eucarística, el
papa dio comienzo a un Año de la Fe para ‘redescubrir el camino y la belleza de
la fe’.
El pilar sobre
el que se apareció la Virgen al apóstol Santiago recuerda esa columna de fuego
que mostraba al pueblo de Israel salido de Egipto el camino hacia la tierra
prometida: es símbolo de la fe que ilumina nuestro peregrinar hacia la casa del
Padre, fe que hace que sustentemos nuestra vida sobre la roca que es Cristo, él
único que no defrauda y que permanece firme cuando todo los demás vacila.
Hoy esta fe se
ha vuelto débil, en nuestros países y también en cada uno de nosotros. Ya no es
esa columna sólida que aguantaba todo el peso que le pusiéramos encima. Tenemos
que admitir que con frecuencia tenemos dudas de fe, dudamos como hizo el pueblo
elegido en el desierto de que Dios esté en medio de nosotros, que nos quiera,
que el cielo exista. Por muchas pruebas que nos haya dado el Señor en el pasado,
cuando las cosas no salen como pensamos deberían, le ponemos a prueba, pedimos
a Dios que haga esto o aquello para que tengamos la certeza de que está con nosotros,
como hizo el pueblo de Israel en Masá y Meribá pidiendo con arrogancia a Dios
que sacara agua de la roca.
Logo del Año de la Fe |
En estos
momentos difíciles, de crisis de fe, de aparente fracaso de nuestros esfuerzos
evangelizadores, muchas veces con el ánimo como lo tenía el apóstol Santiago en
las riberas del Ebro, es cuando tenemos que darnos cuenta de que no estamos solos.
En estos momentos estamos llamados a descubrir de nuevo la presencia de María
que acompaña siempre a la Iglesia, del mismo modo que en el cenáculo estaba con
los apóstoles rezando para se concediera el don del Espíritu. Sabemos que muchas
cosas no se podrán hacer sin una intervención poderosa de Dios, sin un nuevo Pentecostés,
entre ellas resolver la espinosa y dolorosa cuestión de la desunión de los cristianos
que es condición para que el mundo crea. Por eso hoy, en esta fiesta de María,
nos dirigimos a ella para que nuestra fe se vuelva más fuerte, se transforme en
una columna firme sobre la que podamos edificar nuestra vida y que podemos
transmitir a los demás. También ponemos nuestra labor evangelizadora bajo su
guía y protección para que ella acompañe nuestros esfuerzos y puedan dar sus frutos
en los tiempos y en las formas que Dios quiere.
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