Homilía Domingo 7 de
octubre de 2012
XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Memoria de Nuestra
Señora, la Virgen del Rosario
Apertura del Sínodo de
Obispos
Proclamación de san
Juan de Ávila ‘doctor de la Iglesia’
Fuente de la imagen: shaddai360.blogspot.com.es |
La Palabra
de Dios de este domingo trata un tema que nos toca muy de cerca, del que
depende nuestra felicidad y la de nuestros seres queridos y del que depende
también nuestra vida cristiana y el testimonio que damos de la verdad de la buena
noticia de Jesús en el mundo. El tema es el matrimonio y ya sabemos lo
conflictivo que es y la diferencia que supone abordarlo en términos generales o
a partir de nuestra propia vida y la de los nuestros. Conocemos lo que dicen
las estadísticas; por ejemplo, que por cada cuatro matrimonios que se celebran
en España, tres se rompen (en 2011, según datos del INE, se celebraron 161,345
y se disolvieron 110,651), que la duración media de los matrimonios disueltos en nuestro país es de alrededor de 15
años, que el 58% de ellos tienen hijos al romperse… Pero más allá de las
estadísticas, está nuestra propia experiencia personal y la de personas muy
cercanas a nosotros, experiencias a veces muy positivas, pero muchas veces,
quizás la mayoría de las veces, muy dolorosas.
Es a partir
de esta experiencia que escuchamos hoy la Palabra de Dios que se nos ha
proclamado. Esto puede llevar a que cerremos nuestros oídos, a que no queramos
escuchar, porque tememos que esta palabra nos juzgue o nos imponga cosas irrealizables.
Pero esto es mentira. La Palabra de Dios es siempre buena noticia. La tenemos
que acoger del mismo modo que los niños aceptan un regalo, sin prejuicios ni
miedos. Dice Jesús en el evangelio de hoy que de los que son como ellos es el
reino de Dios, que “el que no acepte el reino de Dios como un niños no entrará
en él”. El reino de Dios no es cuestión de estatus, de fuerza, no lo podemos
exigir, sino que es un regalo que debemos acoger como hacen los niños, con alegría,
agradecimiento y disponibilidad. Esto vale también para la Palabra de Dios que
anuncia la llegada del reino. Ella no juzga nuestra vida sin más, sino la sana,
nos hace ver nuestra realidad con los ojos de Dios, nos abre nuevos horizontes
y nuevas posibilidades, nos llena de esperanza. ¡Escuchemos, entonces, con la
confianza de los niños, la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio, lo que nos
dice el verdadero y único Maestro que nos habla desde la Verdad!
Lo primero
que tenemos que señalar es que la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio no
consiste en una serie de prohibiciones, sino que se fundamenta en la voluntad
de Dios, en lo que Dios Padre y Creador ha queridos para el bien de sus hijos,
en su sueño para el hombre y la mujer, en su proyecto originario. El reducir la
enseñanza de Jesús a la prohibición del divorcio y de nuevas nupcias la falsea
y no hace justicia a su profundidad y belleza. Jesús, ante la pregunta sobre la
licitud del divorcio, retrotrae la cuestión a su origen, a lo que era ‘en
principio’, y lo hace citando un texto del relato de la creación del libro del Génesis
que hemos escuchado en la primera lectura. En él se habla de la soledad del
hombre: “no está bien que el hombre esté solo”; una soledad que puede solo
llenar alguien que sea similar a él, que le pueda ayudar desde el mismo nivel, un
ser personal con su misma dignidad, complementario a él por esa diferencia
sexual que establece el Creador desde el principio. “Por eso el hombre dejará a
su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”. La
constitución misma del hombre y la mujer, su mismo ser con su diferencia sexual
y su igual dignidad, son los presupuestos del matrimonio, de esa unión
profundísima de dos existencias humanas. Esta unión es tan íntima que se dice que
ya no son dos, sino una sola carne. Esta unión querida por Dios, que es una unión
interpersonal exclusiva y única que se pone en acto en los que se han casado de
verdad, que se expresa y consolida de una manera eminente en la relación sexual, es lo que
Dios ha querido para nosotros y lo que nos hace verdaderamente felices, sacándonos
de esa soledad de la que habla el Libro del Génesis. Dice el Señor que esta
unión, cuando es verdadera, no puede ser disuelta, porque es Dios mismo quien
la ha establecido. La indisolubilidad de esta unión no es algo impuesto
arbitrariamente desde fuera, una exigencia más que el Señor pone, sino que es
constitutiva de esta unión, está inscrita en su misma esencia.
Resumiendo mucho lo que Jesús nos enseña
sobre el matrimonio, podríamos decir que los que se casan de verdad -no los que se casan por la Iglesia o por lo
civil, como a veces decimos, y que muchas veces, desgraciadamente, no se casan
de verdad, no se entregan del todo, de ahí las nulidades que con tanta
facilidad se declaran-, los que se casan de verdad en un acto sincero e
incondicional de entrega al otro, se vuelven una sola carne, crean una unión de
vida y de amor que es única, exclusiva, indisoluble y querida por Dios, que es
más fuerte que todo lo demás y que para los cristianos es signo del amor fiel de
Dios.
La Batalla de Lepanto - Paolo Veronese (1571) Galleria dell'Accademia (Venecia, Italia) |
Pero ahora, podríamos decir, habiendo
escuchado sin prejuicios esta bellísima enseñanza de Jesús: ¿Y las tantas rupturas?
¿Y la violencia doméstica? ¿Y los infiernos en los que a veces se vuelven nuestros
hogares? ¿Y cuando es uno solo de los dos el que tira del carro y el otro pasa?
¿Y cuando el otro se quiere ir? El divorcio ya existía en tiempos de Jesús y la
ley establecía el modo de llevarlo a cabo: no se hacía en un tribunal, bastaba
que el marido diera un acta de repudio a la mujer. También para la mujer, por
lo menos en la ley romana, valía lo mismo.
Jesús dice que lo que ha llevado a
esta norma, y lo que en el fondo lleva a las rupturas matrimoniales, es la
terquedad, la sklerokardía en el
texto griego, la dureza del corazón. Lo que hace para nosotros difícil vivir el
proyecto de Dios que nos haría felices, es nuestro corazón duro, nuestro
pecado, nuestra incapacidad de amar, nuestros miedos, nuestro egoísmo...
Jesús con su muerte y resurrección
nos libera del pecado y nos da su Espíritu para que podamos caminar en una vida
nueva, fieles a lo que Dios desde siempre ha querido para nosotros. Jesús no solo
nos enseña la verdad sobre el amor humano, sino que también nos da la fuerza para
poderlo vivir. De ahí la importancia para los matrimonios cristianos de permanecer
unidos a él como los sarmientos a la vid. Permanecemos unidos al Señor a
través la oración, y hoy, siete de octubre, fiesta del Rosario, puede ser una
buena ocasión para retomar esta oración tan importante en la tradición de la
Iglesia y cuya eficacia han experimentado muchas familias a lo largo de los siglos.
También las personas que sufren la
muy dolorosa situación de una ruptura matrimonial, o que están solas no por su
voluntad, pueden recibir luz de estas palabras de Jesús sobre el matrimonio
para poder ver su historia con otros ojos, y encontrar fuerzas para permanecer
unidas al Señor 'fuente de todo consuelo' y dar testimonio de su amor en el mundo.
Hoy empieza en Roma una Asamblea
General del Sínodo de Obispos convocada por el papa para tratar el tema de La Nueva Evangelización para la transmisión
de la fe cristiana. Toda evangelización para ser eficaz necesita de signos
claros que hagan creíble lo que se anuncia. Unos de los signos más elocuentes que
hoy podemos dar al mundo de la verdad de la buena noticia del amor fiel de Dios
hacia el hombre es la vida misma de los matrimonios cristianos que, con todas
sus deficiencias humanas, viven eso que la Biblia llama ser ‘una sola carne’.
Hoy también el papa declara a san
Juan de Ávila, patrono del clero secular español, doctor de la Iglesia. Nos ponemos bajo su
intercesión para que los sacerdotes y los matrimonios seamos testigos con nuestra
vida de un Dios que es amor, como él decía.
Estoy de acuerdo que en el tiempo de Jesús existia el divorcio segun la ley.Tambien estoy de acuerdo que cuando una pareja se unen en matrimonio( de verdad ) llegan a ser una sola carne.Mi pregunta es:¿Puede un sacerdote como en el tiempo de Jesús llegar a ser una sola carne en el estado del matrimonio? ¿Por qué si o por qué no?. Por favor no lo tome como una ofensa.Gracias
ResponderEliminarSi se refiere a un sacerdote católico romano, antes de ordenarse sacerdote hace una promesa de celibato y vive su ordenación como una entrega total al Señor, de forma comparable a la alianza que hacen los esposos cuando contraen matrimonio, por tanto yo diría que no es posible ser también una sola carne en el estado del matrimonio, porque uno se entrega con esa radicalidad a otra persona o al Señor solo una vez en la vida. Sin embargo, sí es posible que una persona casada, que es una sola carne con su mujer, se ordene sacerdote, como hacen desde siempre los cristianos orientales. De modo que el sacerdocio no es en principio incompatible con el matrimonio, pero depende de la tradición a la que se pertenece y del modo de vivirlo. Espero que la respuesta le haya sido útil. No tema ofenderme con sus preguntas, ya que para esto escribo este blog, con la intención de que sea un verdadero patio en el que podemos encontrarnos abiertamente los que buscamos la Verdad.
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