Homilía Domingo 14 de
octubre de 2012
XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Detalle del mosaico de Cristo pantocrátor Iglesia de San Salvador en Chora (Estambul) Fuente de la imagen: flickr.com |
Estoy seguro
de que algunos de nosotros hemos percibido alguna vez en nuestra vida esa
mirada tan especial que Jesús dirige al hombre rico del evangelio de hoy,
hombre que según el evangelista Mateo es joven. El texto dice que el Señor “se
le quedó mirando con cariño”, o más literalmente “se lo quedó mirando y lo amó”,
o “fijando en él la mirada, quedó prendado de él”. El verbo que se utiliza en
el texto original griego –agapáô- indica un amor de predilección.
Jesús mira intensamente a este joven y lo ama. Lo ama no porque ha guardado los
mandamientos con fidelidad desde su juventud, sino porque ha buscado con
empeño, desde su adolescencia, la sabiduría, como Salomón en la primera
lectura: “Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el
espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve
en nada la riqueza.... La quise más que la salud y la belleza, y me propuse
tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso”. Este joven busca la
sabiduría, busca vivir una vida auténtica, por eso se acerca corriendo a Jesús,
se arrodilla y le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?”. Sabemos que este amor especial que siente Jesús por el joven no se debe
a su cumplimiento de la Ley porque Dios no nos ama por cumplir la Ley, su amor
no está condicionado a lo bueno que seamos, sino que nos precede, es un amor
‘primero’ y gratuito. Sin embargo, en este caso se trata de un amor especial.
El Señor desde la eternidad ha amado a este joven y puesto en él el deseo de la
sabiduría para que buscara al Único que es bueno de verdad, al Único que puede
dar vida eterna.
Fuente de la imagen: faberex.wordpress.com |
Por eso Jesús se atreve a pedirle
algo más, algo que pide solo a aquellos con los que quiere compartir más de
cerca su vida y su ministerio. Jesús sabe que para este joven sus riquezas son
un obstáculo para que realice lo que Dios tiene pensado para él. Puede que a otras personas que son amadas con el mismo amor de predilección el
Señor pida una renuncia distinta, según donde cada cual tenga puesto su corazón
y lo que considere su tesoro. Las riquezas materiales, sin embargo, son para la
mayoría de nosotros un verdadero ídolo, algo que pervierte nuestra relación con
Dios y con los demás, y nos esclaviza impidiendo que seamos libres para seguir al Señor. Por eso todos nosotros debemos desprendernos de las riquezas con el
corazón –es decir, no poner nuestra confianza en ellas-, y a algunos se les pide
que lo hagan también materialmente.
Sabemos la reacción de este joven: se
marcha ‘pesaroso’, ‘triste’. Dicen los grandes maestros espirituales que hay
distintos tipos de tristeza. Hay una tristeza que lleva a la muerte del alma,
que nace de la envidia, del apego a las riquezas, del estar atrapados en las preocupaciones
del mundo. Hay otro tipo de tristeza que lleva a la vida y que está asociada al
arrepentimiento sincero, al darse cuenta de que hemos rechazado la voluntad de
Dios, lo que él tenía pensado para nosotros.
Puede que la tristeza de este joven sea
de este segundo tipo. Puede que se arrepintiera de haber dicho que no a lo que
le pedía Jesús. Puede que después haya renunciado a sus riquezas y se haya hecho
discípulo del Señor. El hecho de que este episodio se narre en los tres
evangelios sinópticos puede ser signo de que esta persona fuese conocida en la
primera comunidad cristiana y que hubiera, ya como creyente, contado la historia
de su primer encuentro con el Maestro.
Mientras vivimos en este mundo estamos
siempre a tiempo para volver sobre nuestros pasos y decir ‘sí’ al Señor, sean
cuales sean nuestras circunstancias actuales. Si en algún momento de nuestra
vida hemos percibido que el Señor nos miraba con amor de predilección y nos
pedía alguna renuncia para seguirle más de cerca y le dijimos que ‘no’, estamos
aun a tiempo para cambiar las cosas. Algunas personas me han contado con dolor
que en un dado momento se sintieron llamadas a la vida consagrada, o a una vida
de apostolado muy comprometido, pero por miedo, o porque temían entristecer a
sus padres, o porque se sentían también muy ligados a otras cosas o personas,
dijeron que no. Pues ahora es el momento de decir ‘sí’. Puede que las circunstancias
hayan cambiado y que haya que plantearse el seguimiento de Jesús en otros términos,
pero la radicalidad de la opción por él debe ser la misma. El Señor nos sigue
mirando con el mismo amor y sigue esperando nuestro sí; como dice el apóstol
Pablo: “los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (Rm 11,29).
San Francisco renuncia a los bienes Atribuido a Giotto (1295-1300) Basílica superior de Asís (Italia) |
En el evangelio de hoy Pedro hace
notar a Jesús que él y los demás discípulos sí han dejado todo y le han seguido, a lo que el Señor contesta prometiendo el céntuplo en este tiempo a los que dejen algo
por él “y en la edad futura, vida eterna”. Creo poder decir con casi absoluta
certeza que todos los que hemos dejado algo para seguir más de cerca al Señor
podemos dar testimonio de que esta promesa se cumple, que hemos recibido cien
veces más de los que hemos dejado en relaciones humanas y en bienes . Sin embargo,
Jesús también dice –algo que curiosamente solo aparece en el evangelio de
Marcos- que este céntuplo va acompañado de persecuciones. Evidentemente, el
camino del discipulado no es una camino de rosas; si es auténtico, implica
participar de algún modo en la suerte del Maestro, pero experimentando a la vez las
consolaciones de Dios y la gran riqueza en relaciones humanas y en comunión de
bienes que comporta el ser apóstol.
Como podemos
constatar al reflexionar sobre el evangelio de hoy, es verdad lo que se afirma en
la segunda lectura de la Carta a los Hebreos sobre la Palabra de Dios: “es viva
y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde
se dividen alma y espíritu, coyunturas y huesos. Juzga los deseos e intenciones
del corazón”. La Palabra de Dios nos ayuda a hacer claridad en nuestro interior,
a darnos cuenta de nuestras motivaciones y de nuestros deseos y anhelos más profundos
y a juzgarlos según Dios y a amoldarlos a su voluntad. En esto consiste el duro
y fascinante camino hacia la perfección cristiana.
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