Homilía Domingo 11 de
noviembre de 2012
XXXII Domingo del
Tiempo Ordinario (ciclo B)
Memoria de san Martín
de Tours, obispo
Fuente de la imagen: prjunioaraujo.blogspot.com |
En tiempos
de fuerte crisis económica como el nuestro, en los que muchos tienen gran
dificultad para mantener un nivel de vida digno para su familia, y otros pasan
verdadera necesidad, careciendo de lo básico –como un trabajo estable, una
vivienda segura- , hay una fuerte tendencia a ser menos generosos. Nos da miedo
el futuro que vemos cada vez más incierto y problemático y pensamos que lo
mejor es ahorrar lo poco que podamos para tener algo de seguridad para el
mañana. Ya para muchas familias no se trata de
eliminar cosas superfluas, como actividades extraescolares extravagantes,
viajes exóticos o aparatos electrónicos costosos, sino que se ven obligadas a
reducir gastos en cosas importantes como la educación, con frecuencia no
pudiendo llevar a sus hijos a los colegios que desearían,
o eliminando actividades formativas útiles, o reduciendo gastos sanitarios
quizás no esenciales pero sí convenientes... En esta situación sentimos un
cierto reparo a la hora de dar a los demás. El miedo al futuro nos puede llevar
a ser menos generosos. Es verdad que también en estos tiempos difíciles se
percibe con frecuencia más solidaridad y los voluntarios de Cáritas puede dar
testimonio de ello, pero al mismo tiempo sentimos la tentación de cerrarnos en
nosotros mismos y en nuestra familia.
Teniendo
presente esta situación de crisis económica que nos tienta a ser menos generosos,
podemos dirigir nuestra atención a la Palabra de Dios de este domingo para escuchar
los que nos dice. Las dos viudas de las que se nos habla pasaban por grandes
estrecheces. La de Sarepta estaba a punto de desfallecer de hambre con su hijo
y de la del evangelio dice Jesús de ella que ‘pasa necesidad’. Sin embargo, las
dos fueron muy generosas, dieron desde su escasez, y dieron confiando en la palabra
del Dios: la de Serepta obedece al profeta Elías y la del evangelio echa su prenda
en el arca del templo confiando en lo que dice la Escritura de lo que se ofrece
a Dios, que nos lo devuelve con creces. De la del evangelio dice Jesús que dio
más que todos los demás, no porque dio más cantidad de dinero, sino porque dio
no de lo que le sobraba, sino “echó todo lo que tenía para vivir”. Esta viuda,
que como todas las viudas de esos tiempos no contaba con seguridad social, vivía
en una situación de mucha precariedad, pero se fiaba de la palabra de Dios, de
lo que Dios promete a quien da, y de su pobreza da todo lo que tiene.
En cantidad
de dinero da menos que los demás, dos leptas,
la moneda más pequeña en circulación, pero para el Señor da más, porque él ‘mira
el corazón’. Lo que cuenta para Dios no es la cantidad, sino la intención, el
sacrifico que comporta lo que damos, lo que nos cuesta. Puede que en tempos de
crisis económica podamos dar menos cantidad, pero el esfuerzo que hacemos, el
costo que supone para nosotros, el sacrificio que implica, debe ser el mismo. Y
lo hacemos no basándonos en cálculos humanos, sino fiándonos de la palabra del
Señor que promete recompensa a quien da generosamente: “hay quien es generoso y
se enriquece, quien ahorra injustamente y empobrece. El hombre generosos prosperará,
quien alivia la sed será saciado” (Prov 11,24-25). Así lo vemos también en la
historia de la viuda de la primera lectura, que aunque dio de lo necesario para
su sustento, no le faltó.
San Martín y el mendigo El Greco (c.1597-1599) National Gallery of Art Washington D.C (U.S.A) |
De la viuda
del evangelio se dice, sin embargo, algo más. Si nos fijamos en el texto griego
se afirma no solo que “de su necesidad ha puesto todo lo que tenía”, sino también
que ofrece “toda su vida (ólon tòn bión
aútês)”. Si nos preguntamos con el salmista “¿cómo pagaré al Señor todo el
bien que me hecho?” (Sal 114, 12), ¿qué es lo que debemos dar al Señor?, la
respuesta correcta no es dar algo sino darnos nosotros mismos. Junto y por
encima de dar de lo nuestro –dinero, tiempo, comprensión, afecto...- el Señor
nos pide ofrecerle nuestra misma vida, todo nuestro ser, que, en el fondo, le
pertenece.
Hoy
celebramos la memoria de un gran santo, el primero que fue venerado como tal sin
ser mártir: san Martín de Tours. El acontecimiento fundamental de su vida que siempre
se narra cuando se habla de él o se le representa es cuando a las puertas de
Amiens un pobre medio desnudo le pidió limosna y él, al no tener más que sus
armas y su capa, tomó su espada y corto la capa en dos partes dando una de
ellas al mendigo. La noche siguiente se le apreció Jesús, diciéndole: “Martín,
el catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”. Pedimos con su intercesión que
en estos tiempos difíciles sigamos siendo generoso y experimentando como “Dios
ama al que da con alegría” (2Co 9,7).
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