Homilía 9 de noviembre 2012
Solemnidad de Nuestra Señora de la Almudena,
patrona de la diócesis de Madrid
Peregrinos en el Camino de Santiago |
Una de las experiencias más conmovedoras e importantes de
nuestra vida cristiana es cuando nos damos cuenta que no estamos solos, que hay
otras personas a nuestro lado que están haciendo la misma peregrinación que
nosotros hacia la casa del Padre, que hay otros que han sido cautivados por
Jesús y que se esfuerzan por dejar su vida mundana y vivir como hijos de Dios,
como siervos del Señor, siguiendo las huellas de Cristo que ha venido para ‘entregar
su vida en rescate por muchos’. Esta experiencia se hace aun más conmovedora e
importante cuando ampliamos el horizonte y descubrimos que no solo los vivos
nos acompañan en el camino, sino
también aquellos que están unidos a nosotros en la comunión de los santos, en el
único cuerpo de Cristo que abarca todo tiempo y lugar. Así descubrimos que
también están a nuestro lado sosteniéndonos nuestros hermanos difuntos y, especialmente,
los santos. Sentirnos acompañados y sostenidos por ellos nos consuela y nos da
fuerza para seguir adelante, sabiendo que ellos nos precedieron y gozan ya el
premio de la vida eterna.
Entre todos los santos destaca
María, la madre de Jesús. Ella está siempre a nuestro lado protegiéndonos e
intercediendo por nosotros, para que no nos falte el vino bueno de las bodas de
Caná, el vino del Espíritu, que nos recuerda desde dentro las enseñanzas del
Maestro. Ella nos defiende contra las asechanzas del Maligno, porque con la gracia
de su Hijo, como nueva Eva, ha pisado y aplastado la serpiente que nos tienta
desde el principio. Ella con su ejemplo nos enseña a obedecer a la voluntad de
Dios y a escuchar su Palabra. Al habernos precedido con todo su ser en el
cielo, nos muestra la meta de nuestro peregrinar, esa ‘”morada de Dios con los
hombres”, en la que “ya no habrá muerte, ni
luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado” (Ap 21,3-5).
En esta ciudad santa, en la Jerusalén celeste hacia la que
nos encaminamos, se cumple plenamente la profecía de Zacarías: “Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti” (Za 2,14).
Anticipo y signo de esta ciudad santa es la Jerusalén terrestre y, sobre todo,
la Iglesia, el templo compuesto de piedras vivas que somos nosotros donde
habita el Señor. Los otros templos en los que nos reunimos son signos y hacen
presente este templo espiritual que somos todos nosotros.
Vista nocturna de la Catedral de la Almudena |
Hoy, de un modo especial, nos sentimos unidos a nuestra
Iglesia catedral, donde está la cátedra del obispo, y donde se conserva la
imagen de nuestra Señora de la Almudena, que fue declarada patrona de la
diócesis de Madrid por Pablo VI en 1977 y cuya fiesta celebramos. En Madrid
veneramos a María con este nombre, que algunos dicen que deriva del almud de
grano que dejaban para el culto de la Virgen los labradores que venían a Madrid.
Para otros, el nombre procede de la palabra árabe al-mudayna, que significa ciudadela amurallada, como la
que había en Madrid en el lugar donde hoy se encuentra el Palacio Real y la
Catedral. Según la tradición, en 1085 una parte de la muralla de una de
las torres se rasgó y apareció la imagen de la Virgen.
¡Qué curiosa y significativa es esta historia! María estuvo
presente en esa muralla desde mucho antes que se descubriera su imagen, acompañando
a los habitantes de Madrid y fortaleciendo sus defensas.
Para sentir esta presencia y protección de María y
afianzarla, para que ella siga fortaleciendo nuestras débiles murallas y
defendiendo nuestra ciudad, nuestra Iglesia y nuestra vida, contra tantos
enemigos internos y externos que asechan, debemos recibirla en nuestra casa
como hizo el apóstol Juan cuando Jesús se la entrego como herencia en la cruz;
le entregó lo más precioso que tenía en ese momento: su misma madre. En Juan,
el discípulo que tanto quería Jesús, nos la entregó a todos nosotros. Y como
hizo Juan la queremos acoger en lo más íntimo de nosotros, en nuestra casa para
sentir su presencia y protección.
Oración de una amiga a Nuestra Señora de la Almudena:
Te
encontraron en una muralla
A mi Madre, la Virgen María,
Nuestra Señora de la Almudena
Te encontraron en una muralla,
Te encontré defendiendo mi muralla.
El devaneo con el mundo había abierto,
grandes resquicios en mi alma.
Y tu amor corría presuroso a taparlos.
A mayor debilidad, mayores batallas te tocaban librar.
¡Nunca me dejaste de defender!
Mi empecinamiento en vivir mi vida,
dejaba neutralizados tus esfuerzos.
Unas ascuas en el alma mantuvieron la esperanza
de que el fuego volviera a arder.
Fue necesario contemplar lo incorrectamente andado.
Deshelar mi corazón, despetrificar las venas…
Grandes oscilaciones movieron mi alma:
querer y no poder,
poder y no querer,
buscar y encontrar pero no entender,
entender y resistirme a la evidencia,
querer huir y entretenerme en naderías,
buscar, encontrar y abrazar,
hincar por fin las rodillas en tierra y
rendirme ante tu Hijo.
Y en todo este proceso no dejaste de interceder,
Tampoco aflojaste la exigencia de vivir desde Dios
mi entrega a Él.
Y por todo ello te doy gracias, Madre fiel,
y te sigo pidiendo tu audacia y tu denuedo,
Porque te necesito, Madre, porque te necesito.
Y para los que me has confiado,
Para cada uno de ellos, te pido,
Todo tu amor, Toda tu comprensión y Toda tu ayuda.
Toma entera posesión de mí,
Te entrego mi anhelo y determinación,
De que en esta segunda etapa de la vida,
Deje al Señor concluir la obra que su Amor comenzó. Amén.
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