Homilía 2 de noviembre
de 2012
Conmemoración de todos
los fieles difuntos
Santa Maria delle anime del purgatorio ad Arco (Nápoles) Fuente de la imagen: it.wikipedia.org |
Nápoles
es una de las ciudades que más fascinan; su gente, sus costumbres y tradiciones
–como el arte de los belenes-, sus monumentos y obras de arte, sus restos de la
antigüedad, cautivan a todo aquel que no se deja llevar por prejuicios y
estereotipos y se toma el tiempo necesario para mirar detrás de las fachadas y descubrir
sus tesoros. Me decía una amiga nacida en esta ciudad que para entender el
espíritu de los napolitanos, su forma de vivir al día, de relativizar el valor
de las cosas y su tendencia a la superstición, hay que tener presente el volcán
que domina la ciudad, el Vesubio, que se ve desde todos los rincones, como un
‘algo’ omnipresente, amenazador e imprevisible.
En
esta bellísima y sorprendente ciudad, en su centro histórico, en Via dei Tribunali, se encuentra una
Iglesia barroca interesantísima y poco conocida, que tiene por nombre Santa María delle anime del purgatorio ad
Arco, o más sencillamente Purgatorio
ad Arco. Es una Iglesia dedicada al culto a las almas del purgatorio. Lo
más interesante de ella es el hipogeo, la parte subterránea, donde hay una
especie de cementerio con muchos huesos a la vista. En este curioso lugar se
practicaba hasta hace poco un culto peculiar a las almas que nos puede
sorprender y quizás escandalizar, pero que está muy ligado al espíritu
napolitano y que tiene un sólido fundamento teológico. Las personas o las
familias adoptaban un alma del purgatorio, de un desconocido, y lo hacían a
través de su cráneo, su calavera, que recogían, limpiaban, cuidaban, ponían en
un sitio destacado. Rezaban por esta alma, ofrecían limosnas, sacrificios,
misas por ella, con la esperanza de que cuando llegara al paraíso intercediera
por la persona o la familia que la había adoptado.
Calevera en el hipogeo de la Iglesia Fuente de la imagen: flickr.com |
Esta
forma de culto a las almas tan especial fue prohibida por el cardenal-arzobispo de
Nápoles en 1969 también a causa de las desviaciones a las que había conducido,
por otro lado muy típicas de Nápoles donde a veces se mezcla una sana
religiosidad con elementos supersticiosos. Sin embargo, su fundamento teológico
sigue siendo válido y es el que también motiva la conmemoración que hacemos hoy
de los fieles difuntos.
En la
doctrina de la Iglesia se habla del purgatorio como un ‘estado’ intermedio en
el que se encuentran los que han dejado este mundo pero que aún no están lo
suficientemente preparados para ver a Dios cara a cara, para encontrarse
con él, que es el totalmente Santo, el Amor mismo. En este ‘lugar’ de
purificación, en el que las almas por medio del dolor expían la pena de sus
pecados, nuestros seres queridos siguen en comunión con nosotros en la unidad
del cuerpo místico de Cristo, en el que los miembros nos ayudamos y necesitamos
los unos de los otros. Tanto la fiesta que celebrábamos ayer de Todos los
Santos, como la conmemoración de hoy, se basan en el dogma de la comunión de los
santos, en el hecho de que todos estamos unidos, tanto los bienaventurados que
ya están en el cielo, como los que están en el purgatorio, como también nosotros
que ‘peregrinamos en país extraño`’. Por eso a veces se habla de Iglesia
militante, purgante y triunfante. A causa de la comunión de los santos podemos
ayudar a nuestros difuntos con la oración, la limosna, el ofrecimiento de las
obras y sobre todo con la celebración de la Eucaristía, como hacemos hoy.
Tumba del padre del autor del blog Cementerio de la Sacramental de San Justo (Madrid) |
Las lecturas
que acabamos de escuchar nos invitan a celebrar esta conmemoración de los fieles
difuntos recordándolos con cariño, quizás también con dolor y nostalgia, pero
con fe y esperanza. En la primera lectura del Libro de las Lamentaciones el
orante habla de su aflicción y amargura, pero a la vez de su esperanza: “me han
arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha... pero hay algo que traigo a la memoria
y me da esperanza: la misericordia del Señor no termina ni se acaba su compasión”.
El orante sale de su abatimiento recordando que la misericordia del Señor es
eterna. En el evangelio Jesús dice que nos tiene preparado un sitio en la casa
del Padre y para llegar a él sabemos el camino que es él mismo, la unión de
vida con él a través de su palabra y de los sacramentos.
Sintámonos
hoy, entonces, de un modo especial, unidos en la comunión del cuerpo único de
Cristo, que abarca cielo y tierra y todos los tiempos, a nuestros seres
queridos difuntos, a nuestros hermanos “que nos han precedido con el signo de
la fe y duermen ya el sueño de la paz”, y pidamos por ellos para que lleguen
pronto “al lugar del consuelo, de la luz y de la paz”.
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