Homilía Domingo 16 de
diciembre de 2012
III Domingo de Adviento
(ciclo C)
Personajes de la película De dioses y hombres (web oficial) |
Hay
muchos que creen que los cristianos somos personas tristes. También entre los
grandes pensadores, como el filósofo Nietzsche, hay varios que afirman que
somos seres sombríos, que despreciamos la vida y sus cosas buenas –“son despreciadores de la vida,
moribundos y ellos mismos envenenados”, se dice en Así habló Zaratustra-, que nos regodeamos en el sufrimiento y en la mortificación,
que somos resentidos y nos consume el sentimiento de culpa. No dudo de que a
veces podamos dar esa imagen y que quien nos ve salir de una Misa puede no
percibir en nuestros rostros la alegría del encuentro salvífico con el Señor,
sino la misma cara de alguien que sale del médico o de una Delegación de
Hacienda. Por eso es importante, de vez en cuando, que la Iglesia nos exhorte a
la alegría, a la felicidad, a darnos cuenta de lo que es importante, a que no
permitamos que las preocupaciones de la vida y sus sufrimientos nos echen para
abajo haciéndonos olvidar lo que el Señor ha hecho por nosotros. Es como cuando
–y perdonadme la expresión – estamos de ‘mal rollo’ por cosas que estamos
pensando y que nos preocupan o nos hacen sufrir, y alguien viene y nos dice.
“oye, amigo, buen rollito”, y caemos en la cuenta que tiene razón, que nos
estamos amargando el día a nosotros y a los demás por tonterías y que hay
muchos más motivos para estar agradecido y alegres y disfrutar de lo que tenemos.
A lo largo
del año hay dos domingos en los que la Iglesia nos invita a la alegría. Uno es
éste que celebramos hoy, el domingo tercero de Adviento, el domingo gaudete, que recibe su nombre de las palabras
que san Pablo dirige a los Filipenses y que hemos escuchado en la segunda
lectura: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. En
latín: “Gaudete in Domino semper; iterum
dico: gaudete! La alegría cristiana, tan característica de los que conocen
verdaderamente al Señor, no viene de que las cosas nos vayan bien en el mundo
según sus criterios de éxito y fracaso, ni de que los acontecimientos se desarrollen
según nuestros planes, sino viene de estar ‘en el Señor’, ‘en Cristo Jesús’,
como dice el apóstol, usando una expresión de mucho calado teológico. La fuente
de la alegría del cristiano es su unión íntima con el Señor todopoderoso, que ha
mostrado repetidamente en el pasado su fidelidad y misericordia y confiamos que
lo seguirá haciendo. Esta alegría no nos la puede dar el mundo y es más fuerte
que el mundo; es una alegría que el cristiano siente en lo más íntimo de su
ser, incluso en momentos de mucho sufrimiento y aflicción. Es una alegría que es
el fruto del Espíritu Santo. Tiene su raíz en el Señor que es Señor de la
historia, que es el mismo ‘ayer, hoy, y siempre’.
Estas tres
dimensiones temporales del actuar del Señor están muy presentes en las lecturas
de este domingo. Así en la primera, el profeta Sofonías dice: “Regocíjate, hija
de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de corazón, Jerusalén. El
Señor ha cancelado tu condena...”. Una de las fuentes de la alegría cristiana
es haber experimentado el perdón de los pecados, que el Señor ha borrado nuestras
culpas gratuitamente, sin haber hecho nosotros nada para merecerlo. Pero el
Señor está presente y actúa también aquí y ahora, como hemos cantado respondiendo
a la primera lectura: “Gritad jubilosos, habitantes de Sión: qué grande es en
medio de ti el Santo de Israel” (Is 12,6). De la dimensión futura de la
existencia cristiana nos habla san Pablo en la segunda lectura: “El Señor está
cerca” afirma, que es el mensaje fundamental de este tiempo litúrgico de
Adviento que nos quiere educar a la esperanza. En resumen, tenemos motivos más
que de sobra, en el pasado, en el presente y en el futuro, para estar alegres.
En la
segunda lectura de la Carta de san Pablo a los Filipenses también se nos enseña
algo más. El apóstol menciona unas actitudes fundamentales que deben marcar toda
vida cristiana. La ‘mesura’, por ejemplo, que también podríamos traducir ‘amabilidad’,
‘paciencia’, ‘cordialidad’, que desearía el apóstol que todo el mundo reconozca
en los cristianos. ¡Qué virtud social tan importante, en una sociedad como la
nuestra donde hay tanta grosería! Pablo también habla de evitar estar preocupados
en demasía, sabiendo poner a los pies del Señor lo que nos causa angustia.
Habla también de la paz, esa paz que nos da el Señor que supera ‘todo
entendimiento’.
Escena de la película De dioses y hombres (wikipedia) |
En el evangelio
de este domingo se nos vuelve a presentar la figura de san Juan Bautista, esta
vez haciendo referencia a su enseñanza, a través de un pasaje que solo encontramos
en el evangelio de san Lucas. Después del anuncio del juicio inminente de Dios,
la gente viene a recibir el bautismo de conversión que administra Juan y le
pregunta qué tiene que hacer. Él les pide que practiquen la caridad. Sin embargo,
también acuden a las orillas del Jordán algunos que ejercen profesiones muy mal
vistas por los creyentes de entonces, profesiones que en principio hacían
impuros y separaban de la observancia de la Ley y, por ende, de Dios. Profesiones
que implicaban el engaño, la mentira, el abuso de poder, la extorsión... Hoy
también muchos hablan de la dificultad que tienen para ejercer las virtudes
cristianas en su profesión; comentan que la necesidad de mantener su empleo les
lleva a hacer cosas que no querrían, a no ser sinceros ni solidarios, a engañar
o a utilizar de forma despótica su poder.... A los publicanos y soldados que le
preguntan a Juan lo que tienen que hacer, el bautista les contesta que deben practicar la justicia, que no tienen que aprovecharse de su posición aunque
los demás lo hagan y sea lo habitual. Esta enseñanza sigue siendo válida y
actual para nosotros hoy. La forma en la que ejercemos nuestra profesión tiene mucho
que ver con nuestra fe, no es un ámbito de nuestra vida separado de ella y que
sigue otros criterios. El cristiano lo es también en su trabajo y lo demuestra sobre todo practicando la justicia. Practicar
la justicia como nos enseña Juan, y estar alegres, es la mejor forma de irnos preparando
para la venida del Señor.
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