Homilía Domingo 23 de diciembre de 2012
IV Domingo de Adviento
(ciclo C)
Escena de la película The Nativity Story |
Solemos
pensar que cuando Dios actúa en nuestra vida o en la historia del mundo, cuando
se hace presente y revela su gloria, lo hace con signos grandiosos y
extraordinarios, fuera del curso habitual de los acontecimientos, con
hechos irrefutables, como algunos
milagros que nos cuentan. Sin embargo, si leemos con atención la Biblia nos
damos cuenta de que esto no es así; que la mayoría de las veces Dios actúa en y a
través de las cosas ordinarias, se hace presente en lo pequeño y lo cotidiano.
Y son los sencillos de corazón, los humildes, los pobres de Yahvé de los que se habla en el Antiguo Testamento y en
la primera bienaventuranza, los que son capaces de descubrir la presencia de
Dios, de alabarlo y confiar en él. Dios se esconde, se resiste, se opone, a los
soberbios, a los burlones, y se manifiesta a los humildes, repite varias veces la
Escritura (Prov 3,34; Sant 4,6;
1Pe 5,5).
En las lecturas de hoy, de este domingo IV de Adviento, domingo de la
Encarnación del Hijo de Dios, podemos constatar esta verdad. El más grande de
todos los milagros, como pensaba Chesterton, el milagro de Dios que se hace
hombre, que entra hasta el fondo en la historia humana, tiene lugar de la forma
más sencilla y ordinaria, y son los humildes de corazón, como María y los
pastores, a los que se le revela este misterio.
Así la primera lectura señala el lugar del nacimiento del futuro ‘jefe
de Israel’. No será una gran ciudad, no será Jerusalén ni Roma, sino una aldea
insignificante si no fuera por su pasado glorioso de haber sido el pueblo natal
del rey David. Este será el lugar elegido por Dios para nacer.
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En el evangelio se nos habla también de un acontecimiento ordinario, de
una mujer que va a saludar a su prima, las dos estando embarazadas. Sin
embargo, mirando bien, con los ojos de la fe, vemos que detrás de lo ordinario
hay algo realmente extraordinario: María lleva en su seno al Mesías, al
Salvador, al esperado por los pueblos, al prometido por Dios. El niño que tiene
Isabel en su vientre, llamado a ser el precursor, el que debía indicar al cordero
de Dios presente en el mundo, salta de alegría en el seno materno; esa alegría
mesiánica que nace del cumplimiento de las promesas de Dios. Detrás de la
aparente ‘ordinariez’ –entendiendo bien la expresión- está teniendo lugar algo
verdaderamente extraordinario.
María todo
esto lo sabe; ella que es la humilde del Señor, la pobre de Yahvé, a la que se
le revelan los misterios divinos. Por eso va deprisa a la montaña a llevar la
buena noticia a su prima Isabel, saltando sobre los montes, como dice el Cantar
de los Cantares, con alegría, como bailaba David delante del Arca de Alianza,
donde residía la presencia de Dios. María es modelo de creyente. Su prima la
proclama ‘dichosa’, ‘bienaventurada’, porque ha creído. Isabel, inspirada por
el Espíritu Santo, le asegura que lo que ha prometido el Señor se cumplirá.
María con su fe, puede ver más allá de los acontecimientos ordinarios, el milagro
que está teniendo lugar, por eso canta el Magnificat. Hablando de su fe,
dice san Alfonso María de Ligorio en su libro Las glorias de María: “Veía a su hijo en el establo de Belén
y lo creía creador del mundo. Lo veía huyendo de Herodes y no dejaba de creer
que era el rey de reyes; lo vio nacer y lo creyó eterno; lo vio pobre,
necesitado de alimentos, y lo creyó señor del universo. Puesto sobre el heno,
lo creyó omnipotente. Observó que no hablaba y creyó que era la sabiduría
infinita; lo sentía llorar y creía que era el gozo del paraíso...”
heartlight.org |
Sin embargo para
reconocer esto, para percibir el actuar de Dios en la cruz y en el nacimiento
de Jesús en Belén de Éfrata, es necesaria la fe de los sencillos, como la de María.
Por eso sigue diciendo de ella san Alfonso María de Ligorio: “Lo vio finalmente morir
en la cruz, vilipendiado, y aunque vacilara la fe de los demás, María estuvo
siempre firme en creer que era Dios.”
Vamos a pedirle al Señor,
con la intercesión de María, que nos aumente la fe, para que sepamos descubrir
en las cosas ordinarias -y quizás dolorosas- de nuestra vida la presencia y el
actuar de Dios. ¡Que podamos en estas Navidades hacernos como niños para entrar
en el reino de Dios! ¡Que, como María, nos sintamos dichosos al constatar que se
cumplen las promesas que Dios nos ha hecho y que hemos creído!
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