Homilía 24-25 de diciembre
2012
Solemnidad de la
Natividad del Señor
Iluminación navideña en la calle Serrano de Madrid Fuente de la imagen: modayhogar.com |
Nos quejamos
muchas veces de que nuestra sociedad se está descristianizando, que en nuestras
familias y en nuestro entorno cultural la Navidad ha perdido su sentido
cristiano, que en muchos sitios se han suprimidos los signos religiosos tan característicos
de estos días, que en varios colegios se hacen ‘belenes laicos’ y se habla de
‘fiesta de invierno’, que el saludo de estos días no es tanto “feliz Navidad”,
cuanto “felices fiestas’. Ante esta realidad, ante este proceso que solemos
llamar de ‘secularización’, los cristianos reaccionamos de modos distintos.
Algunos se lamentan de la situación con resignación, ya que consideran que es
un proceso imparable y que irá a más, y recuerdan con nostalgia los tiempos
pasados y lo que sentían en estos días. Otros asumen una actitud más
‘beligerante’, si así podemos llamarla, se oponen a este proceso, se esfuerzan
para que en sus ambientes no se pierdan las tradiciones y para que se mantengan
los signos religiosos. A mí me gustaría hoy, aprovechando este día tan
importante para nosotros, proponer otra vía, distinta a las dos que he
comentado, y que es la que desde siempre han seguido los cristianos en las
sociedades en las que han sido minoría, y que es también la que nos propone el papa para este Ano de la fe. Los
cristianos de los primeros tres siglos no intentaron cristianizar el Imperio Romano,
hacer que siguiera sus normas morales y tradiciones, sino intentaron vivir con
coherencia su fe, en un ambiente a veces indiferente y otras veces hostil, y de
este modo lo convirtieron. No se trata, por tanto, de enzarzarnos en una lucha
contra la sociedad, que a veces se hace desde sus mismos presupuestos
secularistas y con sus mismos instrumentos de poder, sino de ser cristianos de
verdad.
Página oficial Año de la fe |
Este es el
camino que nos propone el papa al haber convocado este Año de la fe, que empezó el pasado 11 de octubre, 50 aniversario de
la apertura del Concilio Vaticano II, y que se clausurará a finales de noviembre
del próximo año, en la fiesta litúrgica de Cristo rey del universo. En la Carta
Apostólica con la que lo ha convocado, que lleva como título sus dos primeras
palabras en latín, Porta fidei, ‘La puerta
de la fe’, explica los motivos para hacerlo. Afirma que en nuestras sociedades
‘la fe ya no es un presupuesto obvio de la vida común’, que ya no hay “un
tejido cultural unitario ampliamente aceptado en su referencia al contenido de
la fe”, que está teniendo lugar una “profunda crisis de fe que afecta a muchas
personas”. Ante esto es necesario que los cristianos ‘redescubramos el camino
de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo
renovado del encuentro con Cristo’, de modo que “nuestra adhesión al Evangelio
sea más consciente y vigorosa”. Debemos, a lo largo de este año, ‘redescubrir
los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada y reflexionar
sobre el mismo acto con el que se cree, con el que nos entregamos totalmente y
con plena libertad a Dios’.
Hoy,
solemnidad de la Navidad del Señor, es un buen día para hacer esto ya que
celebramos el misterio fundamental de nuestra fe: la encarnación del Hijo de
Dios. El acontecimiento del que hoy hacemos memoria, y que se vuelva actual
para nosotros en la celebración litúrgica, distingue esencialmente nuestra
religión de todas las demás, ya que el cristianismo no tiene su origen en un
fundador solo humano, sino en el mismo Dios hecho hombre. De este
acontecimiento a la vez histórico y trascendente nos habla la palabra de Dios de
esta solemnidad. Sobre todo el evangelio de san Lucas y el de san Juan quieren
llevarnos a reconocer este misterio. San Lucas parte del lado humano, del censo
ordenado por el emperador que obliga a María y a José a ir desde Nazaret a la
ciudad de David, a Belén, del nacimiento del niño y del pesebre en el que lo
colocan porque no había sitio en la posada, de los pastores, del anuncio de los
ángeles que indica el significado trascedente de lo que está sucediendo y que
los ojos carnales no pueden ver, de María que conservaba estas cosas en su
corazón. Juan, en cambio, nos invita a ver las cosas desde arriba, desde Dios,
y nos habla del Verbo eterno, de la Palabra creadora, del Logos divino que se
hace carne y acampa, pone su morada, entre nosotros. La invitación que se nos
hace es a que veamos y reconozcamos en ese Niño, en la humildad de Belén y del
pesebre, el cumplimiento de las promesas de Dios, la salvación que se nos
brinda gratuitamente, el amor de Dios que se manifiesta, la gloria de Dios que
se hace presente y a la vez se esconde.
Misa del Gallo Fuente de la imagen: lazarohades.com |
En este Año de la fe estamos llamados a redescubrir, como repite muchas veces
el papa, este contenido fundamental de nuestra fe, su significado para nuestra
vida y para nuestra sociedad, y a vivirlo con coherencia. Esta es la forma de
llevar a cabo esa nueva evangelización de los países de antigua cristiandad a
la que nos ha llamado el papa actual, como ya lo había hecho el beato Juan Pablo
II. Sin embargo, Benedicto XVI también nos recuerda que no basta solo conocer los
contenidos de la fe, sino que también es necesario que ‘el corazón, auténtico
sagrario de la persona, se abra por la gracia que permite tener ojos para mirar
en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios’.
La fe es don y virtud. Debemos agradecer este inmenso don y cultivarlo. Y esto
se hace imitando a María, modelo para todo creyente, que “conservaba todas
estas cosas, meditándolas en su corazón”. Esta es la tarea fundamental para
este año de la fe. Meditar, contemplar, celebrar los grandes misterios de
nuestra fe, como hacemos hoy, guardándolos con cariño, y meditándolos en nuestro
corazón, para que pueda actuar en nosotros la gracia de Dios y podamos adherirnos
de un modo renovado, más ‘consciente y vigoroso’, a Cristo. Es este el modo de
dar un testimonio convincente a los nuestros y a nuestra sociedad de la belleza
de la fe, del sentido de la Navidad, de la alegría del encuentro con Cristo que
se hace uno de nosotros para hacernos partícipes de su divinidad.
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