Homilía Domingo 2 de
diciembre de 2012
I Domingo de Adviento
(ciclo C)
Imagen de la película Melancholia de Lars von Trier (2011) |
Hay
distintas maneras de vivir el tiempo. Hay algunos que viven anclados en el
pasado, en lo que fue, en los años de la niñez o de la juventud y piensan en
ellos con nostalgia. Algunos van más allá y están atrapados en su pasado, se
quejan de alguna decisión mal tomada o de algo que hicieron mal, de lo que pudo
haber sido y no fue, y se consumen muchas veces en el resentimiento y la culpa.
Otros, en cambio, están proyectados en el futuro, en algún acontecimiento que
se espera tenga lugar en un futuro más o menos próximo y que les hará definitivamente
felices: terminar la carrera, cerrar un negocio, conseguir un trabajo,
comprarse un piso, independizarse, casarse... O quizás temen un suceso que esperan,
un desahucio, la muerte de un ser querido, una separación... Hoy también muchos,
aunque nos pueda parecer raro, están obsesionados por el anunciado fin del mundo
según una cierta lectura del calendario de los Maya y de las predicciones acerca
del los destellos del sol y del desplazamiento de los polos terrestres. Estas
personas ya no ven sentido en el presente, en lo que hacen, en estudiar, ir a
trabajar, ocuparse de la familia y de los quehaceres cotidianos... Su forma de
pensar y actuar tiene algo en común con las actitudes de los cristianos de las
primeras generaciones que esperaban el retorno inminente del Señor, la Parusía,
su segunda venida en gloria ‘para juzgar a vivos y muertos’, como rezamos en el
Credo. Sin embargo, hay una diferencia fundamental: los cristianos aguardan el
retorno de Jesús con deseo y esperanza, porque no solo significa el fin del
mundo tal como lo conocemos, sino también la instauración de ‘los cielos nuevos
y la nueva tierra’ en los que reinará la justicia, en los que ya no habrá
dolor, ni muerte, ni enfermedad, y en los que los justos recibirán el premio
prometido y se manifestará plenamente la victoria obtenida por el Señor en la
cruz sobre las fuerzas del mal. Los primeros cristianos no solo aguardaban el
retorno de Jesús, sino rezaban para que tuviese lugar pronto, gritaban Marana tha –Ven, Señor Jesús- como
hacemos nosotros en este Tiempo de Adviento que hoy empezamos.
Sin embargo, también algunos cristianos
de la ‘primera hora’ caían en las mismas desviaciones de los que creen que el
fin del mundo tendrá lugar el próximo 21 de diciembre. Se desentendían del presente,
no se implicaba en la lucha por la justicia, en transformar el mundo según la voluntad de
Dios; se olvidaban del prójimo y abandonaban sus compromisos matrimoniales y
familiares, y hasta se negaban a trabajar. De ahí que el apóstol Pablo tenga
que corregir estas formas desviadas de entender y aguardar la Parusía: “si uno
no quiere trabajar, que no coma”, dice en la segunda carta a los cristianos de
Tesalónica.
P. Pedro Arrupe s.j. |
¿Cuál es, entonces, para el
cristiano, el modo correcto de vivir el tiempo, de vivir la espera del Señor?
Todas las grandes religiones nos dicen que lo que cuenta, lo que existe de verdad,
es el presente. El pasado no lo podemos cambiar; es verdad que podemos cambiar
la forma de interpretarlo, y esto también es importante: es muy distinto que
veamos nuestra vida como la historia de un fracaso o de la salvación, pero estas diferentes lecturas dependen de la forma en la que vivimos el presente; el
pasado en cuanto tal no nos pertenece, como tampoco el futuro. Lo que cuenta es
el ‘aquí y ahora’, el presente, y como nos enseñan las grandes religiones,
debemos despertar al presente, vivirlo plenamente, que es también lo que dice
Jesús en el evangelio cuando habla de ‘vivir despiertos’.
Sin embargo, a diferencia de otras religiones
que nos invitan a centrar nuestras energías en el ‘aquí y ahora’, los
cristianos no entendemos el presente como cerrado en sí mismo, sino como
abierto a un futuro trascendente, a un futuro de plenitud, cuando el Señor será
‘todo en todos’, cuando se cumplirán definitivamente sus promesas y gozaremos
de la salvación que ahora vivimos ‘en esperanza’. Vivimos el presente, nos
preocupamos por él, intentamos ser colaboradores de Dios en la obra de la creación,
según el mandato que nos dio al crear el primer hombre, pero lo hacemos
sabiendo que esto no es lo definitivo, que aquí no acaba todo, que Dios viene a
establecer definitivamente su reino. No sabemos ni el día de la hora, pero sí
sabemos que sucederá.
Este tiempo litúrgico de Adviento que
hoy empezamos nos quiere enseñar esta actitud fundamental de la vida cristiana;
esa actitud de espera vigilante y laboriosa de la venida definitiva del Señor, atendiendo
al ‘aquí y ahora’ que el Señor nos regala para hacer su voluntad, sabiendo dar
el justo valor a las cosas de este mundo pero sin apegarnos a ellas. ¡Que el Señor
cuando venga nos encuentre así, como siervos cumplidores de su voluntad! ¡Que
no os dejemos embotar el corazón con juergas, borracheras y las inquietudes de
la vida! ¡Que tengamos siempre presente lo que nos espera y que demos el justo valor a las cosas de este mundo!
muy buen post!
ResponderEliminarGracias Padre Manuel!