Homilía Domingo 13 de enero 2013
Fiesta del Bautismo del
Señor (ciclo C)
Fuente de la imagen: Saint Hedwig Catholic Church.org |
Hay cosas
importantes en la vida que corremos el riesgo de no valorar adecuadamente
porque no nos paramos a pensar en ellas y en el privilegio que supone tenerlas.
Una de estas ‘cosas’ es el sacramento del bautismo. La mayoría de nosotros lo hemos
recibido cuando éramos niños; fue un regalo que nos hicieron nuestros padres,
pensando que era lo mejor para nosotros y que formaba parte de la transmisión
de la fe y de la vida cristiana que sentían como un deber. Sin embargo, pocas
veces nos paramos a pensar en el privilegio que supone haberlo recibido, el
cambio que implica en nuestras vidas, la diferencia radical que ha llevado a
cabo en nosotros. Hoy, fiesta del bautismo del Señor, es una buena ocasión para
ello.
Fuente de la imagen: iconreader.wordpress.com |
El
acontecimiento histórico del bautismo de Jesús de manos de Juan en el río
Jordán es ante todo un ‘misterio’ de la vida del Señor, un suceso de su vida
cargado de significado. De hecho, la predicación apostólica en sus comienzos iniciaba
la narración de la buena noticia de Jesús partiendo de su bautismo, como
podemos constatar en las palabras de san Pedro en casa de Cornelio de la
segunda lectura: “Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan
predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de
Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el
bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”. El
bautismo del Señor es un momento de epifanía, de manifestación. Según el
evangelio de san Lucas que acabamos de escuchar, esta epifanía tiene lugar en
un contexto de oración. Se nos dice que se abre el cielo mientras oraba. Es la
oración –también en nuestra vida- la que permite descubrir la hondura de lo que
sucede, la que nos abre el cielo para que veamos el significado trascendente de
los acontecimientos. Así se ve bajar el Espíritu en forma de paloma, lo que
indica que Jesús es el Ungido, el Mesías, y se oye una voz del cielo que lo
proclama Hijo amado, predilecto. En su bautismo el Señor se revela como el ungido
por el Espíritu, el Mesías prometido, y el Hijo. Quizás también en las palabras
de la voz celeste hay un eco del texto de Isaías de la primera lectura que
habla del siervo de Yahvé que viene a implantar el derecho sobre la tierra a
través de la mansedumbre y el sufrimiento: “Mirad a mi siervo, a quien
sostengo; mi elegido, a quien prefiero”. Jesús es el Mesías y el Hijo, pero lo
es como Siervo que viene a servir, a entregar su vida en rescate por muchos.
Por eso se pone en la fila solidarizándose con los pecadores y se deja sumergir
en las aguas, anticipando así su muerte en la cruz.
Pero como decíamos antes, la fiesta
del bautismo del Señor es una buena ocasión para tomar renovada conciencia de nuestro
propio bautismo, de lo que significa haber recibido este sacramento. Manteniendo
las diferencias, lo que aconteció en el bautismo de Jesús, tuvo lugar también
en el nuestro. Por eso no celebramos hoy un suceso solo del pasado, sino un
‘misterio’ del Señor que sigue siendo
eficaz para nosotros hoy. En nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo por
medio de las aguas bautismales, dejando atrás el hombre viejo hecho a imagen de
Adán, y hemos resucitado a la vida sobrenatural, a la vida de la gracia, a la
vida del Espíritu. El bautismo nos ha abierto las puertas del cielo y ha hecho
que se pronunciaran sobre nosotros las mismas palabras que escuchó Jesús: “Tú
eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Esto es lo que dijo Dios Padre de cada
uno de nosotros cuando recibimos este sacramento. Nos miró como miró a su Hijo
cuando se entregaba por nosotros en la cruz.
Fuente de la imagen: missioni-africane.org |
Esto es lo
que significa nuestro bautismo y no debemos olvidarlo. Es un signo eficaz que
marca un antes y un después en nuestra vida; constituye un segundo nacimiento
como dice la Escritura, un renacer, un ser hecho nueva criatura. Este cambio
que causa el bautismo en nuestro ser se debe manifestar en nuestra vida. El
cristiano debe vivir como hijo de Dios, como ungido por el Espíritu. Debe ‘pasar
haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el mal, porque Dos está con él’.
El cristiano también es el siervo de Dios que viene a servir y dar su vida por
los demás.
En la
Iglesia de los primeros siglos, y hoy también en Iglesias de países de misión y
de antigua cristiandad que han sufrido un proceso de secularización, los que
recibían y reciben el bautismo son en buena parte personas adultas. En estos casos, antes de recibir el sacramento deben someterse a un proceso de iniciación
cristiana que se llama catecumenado, que puede durar varios años, de modo que la
persona pueda darse cuenta de lo que significa el sacramento que va a recibir y dé signos claros de un cambio de vida, de que está pasando de vivir según el mundo
a vivir como hijo de Dios. Los que hemos recibido el sacramento siendo niños,
en cambio, tenemos que descubrir lo que significa este sacramento después de
haberlo recibido, cuando somos adultos. Ya hemos recibido la gracia
sacramental, pero ahora toca que nuestra vida se ajuste al don recibido. Es lo
que le pedimos hoy al Señor.
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