Homilía Domingo 14 de
abril de 2013
III Domingo de Pascua (ciclo C)
Desde el
pasado 11 de febrero, día en que Benedicto XI hizo pública su renuncia al
“ministerio de
obispo de Roma, sucesor de san Pedro”, al constatar que sus
‘fuerzas por su avanzada edad ya no se
Papa Francisco y Benedicto XVI Fuente de la imagen: vivienna.it |
correspondían con las de un adecuado
ejercicios del ministerio petrino’, hemos vivido momentos muy intensos de vida
eclesial. Como miembros de la Iglesia hemos sido testigos de acontecimientos
que nos afectan directamente y que hemos acompañado con nuestra oración: la
renuncia, la sede vacante, el cónclave, la elección del papa Francisco y su
primer mes de pontificado. El hecho de que todo esto nos toque tan de cerca,
sea tan importante para nuestra vida, se debe principalmente a la función que
ejerce el sucesor de san Pedro, al encargo que el Señor dio a este apóstol y
que se transmite, según creemos los católicos, a su sucesor como obispo de
Roma. Y del encargo que Jesús a dio a Pedro, de su primado, nos habla el
evangelio de este tercer domingo de Pascua.
En
el último capítulo del evangelio de Juan , a modo de epílogo, encontramos el
relato de una aparición, la tercera que se narra en este evangelio, que tiene
lugar en Galilea, en el contexto de una comida que sigue a una pesca milagrosa
y precede el encargo que el Señor da al apóstol Pedro. Es un relato que
pretende indicar el fundamento del papel que desempeñan Pedro y el ‘discípulo
amado’ en la primera comunidad cristiana. En esta aparición hay muchos
elementos que recuerdan el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea y la
vocación de los primeros apóstoles: el lago, la pesca milagrosa, la
multiplicación de los panes… Otros hacen referencia a la vida y a la misión de
la Iglesia: la barca de Pedro, los peces, la red que no se rompe aunque contenga
un gran número de peces –número que tiene un significado simbólico difícil de
precisar -, las alusiones a la Eucaristía… Sin embargo, el diálogo entre Jesús
y Pedro ocupa un lugar destacado en este epílogo del cuarto evangelio e ilumina
mucho el momento eclesial que estamos viviendo.
Jesús
le pregunta a Pedro por tres veces si lo ama: ¿me amas tú? Es una pregunta
franca del
Cristo y los apóstoles en la barca representando a la Iglesia que a través de la historia lleva adelante la obra de la salvación P. Rupnik - Centro Aletti Fuente de la imagen: centroaletti.com |
Señor muerto y resucitado, del que había pasado por la ignominia de
la pasión y de la cruz, del que había entregado su vida por él. La respuesta de
Pedro ya no puede referirse a un amor entusiasta inicial, sino tiene que ser la
de un amor maduro, un amor incondicional, un amor que responde al que el Señor
ha mostrado por él. Cuando Jesús le pregunta por tercera vez a Pedro si le
quiere, el apóstol se entristece, quizás porque en ese momento recuerda su
triple negación. Descubre así, a la vez, su miseria y el gran amor de Jesús que
se carga con su pecado y lo redime, ofreciéndole la posibilidad de una nueva
relación mucho más profunda, capaz de asumir y superar la traición. El amor que
ahora Pedro manifiesta por Jesús es el de un pecador perdonado, de uno que ha
descubierto la grandeza de la misericordia del Señor, de uno que ahora conoce
el sentido y la verdad de la cruz. El amor que Jesús le pide a Pedro y que el
apóstol dice tener es el de un amor que ha pasado por le experiencia pascual de
muerte y resurrección y que ya es tan maduro y pleno que está dispuesto también
al martirio: “cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías;
pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará
adonde no quieres. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a
Dios”. En la primera lectura vemos como Pedro anuncia con valentía ante el
Sanedrín el misterio de Cristo y sale contento de ser ultrajado por el nombre
de Jesús. Aún a costa de morir tiene muy claro que “hay que obedecer a Dios
antes que a los hombres”. Esa pregunta que el Señor muerto y resucitado dirige
a Pedro nos la dirige también a cada uno de nosotros: ¿me amas tú? ¿cómo me
mas? ¿con un amor soberbio, inconstante, sentimental, infantil, o con un amor
maduro, incondicional, de una persona que ha experimentado el perdón y es capaz
de entregar su vida?
Al
recibir de Pedro por tres veces la respuesta que lo ama, el Resucitado le da el
encargo de
Detalle de la imagen Cristo empujando los peces hacia la red |
apacentar el rebaño también por tres veces. Algunos comentaristas
han hecho notar que esta estructura de triple declaración refleja la de un
contrato formal de aquellos tiempos y lugares. El amor que Pedro dice tener a
Jesús se debe manifestarse concretamente en el servicio a los hermanos. El
Señor no es el beneficiario directo del amor que le tenemos, sino los hermanos
que debemos servir. Si no servimos y amamos a los hermanos, el amor que decimos
tener al Señor no es auténtico. Cada uno está llamado a servir a los hermanos
de manera distinta, según su vocación, su lugar en la Iglesia y en el mundo:
Pedro y sus sucesores, ejerciendo el ministerio petrino de apacentar el rebaño
del Señor como pastores universales, pero tú y yo, de acuerdo con el lugar en
el que el Señor nos ha puesto, sea éste una parroquia, una familia, un trabajo,
etc.
El
diálogo tan intenso y de tanto alcance entre Jesús y Pedro termina con una
palabra que resume todo: “Sígueme”. Hace unos días recordábamos a Dietrich Bonhoeffer, ejecutado en el campo de
concentración de Flossenbürg el 9 abril de 1945. Fue uno de lo grandes teólogos
y testigos de la fe del siglo XX. En un libro suyo muy leído sobre el
discipulado y lo que cuesta la gracia, decía: "Cuando Cristo llama a un
hombre, él lo invita a venir y morir". Ser discípulo del Señor, seguirle,
amarle de verdad, servir a los hermanos, implica estar dispuestos a compartir
su misma suerte, a extender los brazos como él los extendió. Hizo muy bien este
gran teólogo luterano en recordarnos que, paradójicamente, la gracia, aunque es
gracia, aunque es regalo, cuesta muy cara. No hay un seguimiento de Jesús que
sea ‘light’.
En el evangelio de Juan, al
primado que Jesús le da a Pedro, siguen unas palabras sobre el
’discípulo
amado’ que no se nos han proclamado hoy, pero que son importantes para entender
los límites del ministerio petrino y la legítima pluralidad que debe existir en
la Iglesia. Al preguntarle Pedro a Jesús por este discípulo, el Señor
resucitado contesta: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú
sígueme”. No todo en la Iglesia debe ser controlado por Pedro y sus sucesores
de forma directa; hay ámbitos de la vida de la Iglesia, de la vida del
Espíritu, de la experiencia mística, que poseen su justa autonomía; de ahí la
rica unidad en la pluralidad que caracteriza a la comunidad eclesial de todos
los tiempos. Sin embargo, dentro de esta rica pluralidad hay algo que todos
compartimos que es el seguimiento de Jesucristo.
Detalle de la imagen |
Pidamos hoy, en este tercer domingo de Pascua, por el
papa Francisco, para que ejerza con valor y fidelidad su ministerio a favor de
los hermanos, un ministerio que tiene su origen en la voluntad de Cristo, como
hemos vuelto a constatar este domingo. Pidamos también por toda la Iglesia, para
que se fomente y respete la legítima diversidad en su seno, dentro de esa
unidad que es fruto del Espíritu y a cuyo servicio está el sucesor de Pedro.
Pidamos también por nosotros, para que sigamos con determinación a Cristo
muerto y resucitado, dispuestos a compartir su suerte.
La verdad es que Fracisco me gusta :-) Un bello artículo, gracias por compartir. Un abrazo.
ResponderEliminarhttp://frasesdedios.blogspot.com.es