Homilía Domingo 7 de
abril de 2013
II Domingo de Pascua - Domingo
de la Divina Misericordia
Memoria de san Juan Bautista
de la Salle
La mayoría
de nosotros coincidimos en que estamos atravesando un momento especialmente
difícil
para nuestra sociedad, nuestro país, nuestras familias y también para
la Iglesia. Percibimos a nuestro alrededor y en nosotros mismos mucha desesperanza,
mucha tristeza y angustia, mucho sufrimiento y desconcierto, mucho pesimismo No
solo la crisis económica, el paro, los desahucios, las tantas personas que encontramos
pidiendo limosna en las calles y en el metro, los suicidios, sino también la
crisis moral y de valores, la violencia contra las mujeres, las guerras…Nos despertamos
muchos días con pena y preocupación ante todo esto y con la sensación de que el
mal triunfa sobre el bien ‘como pasa siempre’, de que nuestro mundo y nuestra
humanidad no tiene arreglo. Sin embargo, paradójicamente, esta circunstancia y
estos sentimientos pueden abrir nuestros oídos para escuchar de un modo nuevo
la buena noticia de la resurrección del Señor, ya que no es muy distinta nuestra
situación a la de los discípulos que se habían encerrados temerosos en el
cenáculo después de la crucifixión injusta e ignominiosa de su Maestro.
En un principio
puede que el hecho de la resurrección del Señor no nos parezca ‘relevante’ para
nuestra vida, utilizando un anglicismo; puede que pensemos que la solución a la
situación actual debe ser económica, política e incluso psicológica. Y en parte
es verdad. La psicología, por ejemplo, puede aportar mucho, ya que, desde la perspectiva
cognitiva con la que como psicólogo me encuentro más a gusto, es muy importante
cuidar los pensamientos que acompañan nuestra percepción de la realidad. Ante
la misma realidad podemos tener pensamientos distintos, que muchas veces surgen
automáticamente, y que conducen a sentimientos y conductas diferentes; bien sabemos
que con frecuencia estos pensamientos no son adaptativos, no son los adecuados
que nos ayudan a sobrellevar bien las circunstancias y quizás tampoco se corresponden
con los hechos, son irracionales. Sin embargo, aun reconociendo la importancia
de estos factores psicológicos, como también de los económicos y políticos, al
final se quedan cortos. En el fondo lo que de verdad nos puede salvar es un esperanza
ultramundana, una esperanza que vaya más allá de este mundo limitado, que sea más
fuerte que la muerte, que la injusticia, que la enfermedad y el pecado del
hombre. El cristiano tiene un sólido fundamento para esta esperanza que es el
hecho de la resurrección. Si el Señor ha resucitado ya nada es lo mismo, ya el
mal no puede con nosotros, ya ha sido vencido.
Fuente de la imagen: lavanguardia.com |
Este domingo
de la Octava de Pascua es una de las ocasiones en que la noticia de la
resurrección del Señor se nos anuncia con mayor fuerza. El pasaje evangélico
que se nos ha proclamado parece escrito para este día. En él se narran dos
apariciones de Jesús resucitado que tienen lugar dos domingos seguidos; una, el
domingo de la resurrección por la tarde, después de que por la mañana los discípulos
encontraran la tumba vacía, y la otra, el domingo siguiente, tal día como hoy.
Los elementos presentes en los dos relatos indican los efectos de la resurrección
de Cristo para nuestra vida: la paz que solo el resucitado nos puede dar, el
envío, el don del Espíritu, el perdón de los pecados. Importante es también la
figura del apóstol Tomás el incrédulo, que hace de lazo de unión entre las dos
apariciones y sirve para que entendemos la diferencia entre los apóstoles, testigos
‘directos’ de la resurrección, y los demás creyentes, como nosotros, que no
hemos visto al Señor resucitado pero que sin embargo creemos.
Jesús llama bienaventurados
a los que crean sin haber visto. La resurrección es un acontecimiento
Fuente de la imagen: eltestigofiel.org |
real, un
hecho verdaderamente acontecido, aunque por otro lado también es una realidad trascendente
que supera la historia. Con la resurrección del Señor empiezan ‘los cielos
nuevos y la tierra nueva’ prometidos por Dios; de ahí que el cuerpo de Jesús
resucitado siendo siempre el mismo, es ahora glorioso y tiene características
distintas. Jesús en su resurrección no vuelve a la vida anterior como le pasó a
Lázaro, por eso el hecho mismo de la resurrección no fue visto por nadie. Sus
manifestaciones sí fueron históricamente comprobables, como la tumba vacía y la
experiencia de las apariciones; pero la realidad misma de la resurrección supera
el orden de este mundo. Por eso decimos que la resurrección es objeto de fe:
creemos en la resurrección, creemos sin haber visto. Creemos sobre la base del
testimonio que ha llegado hasta nosotros -como el evangelio de hoy-, y gracias
a la acción interior del Espíritu Santo que nos mueve desde dentro para que
asintamos con la fe a este anuncio.
El hecho de
la resurrección de Jesús todo lo cambia. Ratifica la enseñanza de Jesús y su
vida, su entrega por nosotros en la cruz. Valida que en él se nos da el perdón
de los pecado y la reconciliación con Dios y la posibilidad de caminar en una
vida nueva. Prueba que hay justicia y vida eterna y que podemos vivir sin ese
temor a la muerte que nos esclaviza, tanto a la muerte física, como a las
pequeñas muertes que constelan nuestra vida cotidiana.
Hagamos
entonces nuestro el saludo pascual, sintiéndonos dichosos por el don de la fe en
la resurrección del Señor. Esta fe que nos da luz y una esperanza cierta también en medio de las crisis más profundas y difíciles.
¡El Señor ha resucitado! ¡Verdaderamente ha
resucitado!
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
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