Homilía Domingo 12 de mayo de 2013
Solemnidad de la Ascensión del Señor
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales
Memoria de san Nereo, san Aquiles y san Pancracio
Es frecuente escuchar expresiones como “Jesús sí, Iglesia no”, o “creo en
Jesús, pero no en la
Iglesia”, y es preciso reconocer que como Iglesia local y
universal, como determinada expresión concreta e histórica de la Iglesia, como
cristianos, no damos muchas veces un testimonio límpido de Jesús, lo que
justifica parcialmente que se hagan este tipo de afirmaciones. Sin embargo,
cuando profundizamos en los textos bíblicos y en la vida y la enseñanza de
Jesús, nos damos cuenta que la relación entre Jesús y la Iglesia es inescindible.
Lo ha recordado recientemente también el papa Francisco, en un discurso a las
participantes en la Asamblea Plenaria de la Unión de Superioras Generales, el pasado
8 de mayo en Roma. Parafraseando a su vez unas palabras de su antecesor Pablo
VI, en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, les decía: “Es
una dicotomía absurda pensar de vivir con Jesús pero sin la Iglesia, de seguir
a Jesús pero fuera de la Iglesia, de amar a Jesús sin amar a la Iglesia” (cfr.
EN, 16).
Edículo de la Ascensión Monte de los Olivos - Jerusalén Fuente de la imagen: wikipedia.org |
Este nexo
íntimo entre Jesús y la Iglesia se manifiesta muy claramente en las lecturas
que se no han proclamado hoy, en esta Solemnidad de la Ascensión del Señor.
Hemos escuchado dos relatos del mismo acontecimiento escritos por el mismo
autor, ya que según la tradición y también la mayoría de los estudiosos
modernos, el evangelio de Lucas y el Libro de los Hechos de los Apóstoles son
dos partes de una misma obra. Sin embargo, la narración de este acontecimiento
en los dos Libros es diferente. Resumiendo mucho, diríamos que el relato de la ascensión
al final del evangelio de Lucas es más cristológico, se centra más en Jesús,
hace referencia directa a su persona y su misión, mientras que el del Libro de los
Hechos de los Apóstoles es más eclesiológico, se centra más en la Iglesia, en
su ser y misión, y esto indica la íntima relación que existe entre el Señor y
su Iglesia para este autor sagrado. La Iglesia nace por iniciativa de Jesús y es
enviada por él, no surge de una contingencia histórica. El evangelio de san Lucas
se cierra con alegría en la ciudad santa y en el templo del mismo modo en que había
empezado y en el mismo lugar, con Jesús que lleva a cabo su obra volviendo a
Aquel que él llamaba su Padre, siendo reconocido como Señor por los discípulos
que se postran ante él, y bendiciendo a los suyos como sumo sacerdote. El
relato del Libro de los Hechos de los Apóstoles, en cambio, comienza donde el
evangelio termina, en Jerusalén, pero ahora el protagonismo lo tiene la
Iglesia, cuyo tiempo empieza. Ahora es la hora de la misión, de ser testigos
del Señor, “en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta el confín de la
tierra”. Este libro del Nuevo Testamento es el relato de esta misión que
comienza en la ciudad santa y termina en Roma, capital entonces del imperio
romano, confín de la tierra entonces conocida. En este relato de la ascensión,
mientras Jesús se va marchando, a los apóstoles que miran fijos al cielo se
les presentan dos hombres vestidos de blanco que les dicen: ‘Galileos, ¿qué
hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para
subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse”. Ahora les toca a ellos
ser testigos de lo que han visto; deben pasar de una actitud de gozosa adoración a ir
por los caminos del mundo a anunciar la buena noticia hasta el día de la
Parusía.
El contenido
fundamental de la buena noticia que deben anunciar a todas las naciones se nos
dice en
el evangelio de hoy. Los discípulos están llamados a ser testigos de lo
que han presenciado y proclamar “la conversión para el perdón de los pecados a
todos los pueblos”. La finalidad principal de la obra de Jesús, de su muerte y
resurrección, es el perdón de los pecados, como ya él había anticipado en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su vida pública, hablando de la
liberación que traería el año de gracia que con él comenzaba. En Cristo se nos ofrece
el perdón de los pecados, que conseguimos mediante la conversión, el arrepentimiento,
la penitencia, cambiando nuestra forma de pensar y actuar y recibiendo los
sacramentos de la salvación. Por eso, no podemos separar a Jesús de la Iglesia. Su
mensaje, su obra, el perdón de los pecados, la salvación, nos llegan a través de
la Iglesia, y es así porque él lo quiso. Querer acercarse al Señor fuera de la
Iglesia es construirse un Jesús a propia medida, según las propias apetencias,
desligado de su realidad histórica y de lo que quiso e hizo.
El papa Pablo VI |
Sin embargo,
también es verdad que la Iglesia y cada uno de nosotros debemos dar un
testimonio
coherente de Jesús, debemos ser medios y no obstáculos para llegar a
él. Y esto es algo que nos implica a todos, según la responsabilidad y los
dones que hayamos recibido. Hay un concepto que aparece tanto en el evangelio
de este día, como en el relato del Libro de los Hechos de los Apóstoles de la
ascensión, que es el de ser ‘testigos’. Los apóstoles son los testigos
cualificados de la resurrección; a los que estaban presentes en esa última
aparición del Señor que narra el evangelio de Lucas les dice el Resucitado: “Vosotros sois testigos de esto”. En la importante Exhortación Apostólica de Pablo
VI que citábamos antes, encontramos la célebre frase de Pablo VI de que “el
hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que
enseñan..., o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio
(EN, 41). El testigo habla de algo que ha visto, que ha presenciado, no de
algo que ha aprendido y, en nuestro caso, habla de ello más con las obras que
con las palabras; su misma vida da testimonio de la verdad de la resurrección.
Fuente de la imagen: sobreconceptos.com |
Esto vale de
un modo especial para los mártires. Hoy se hace memoria de tres de ellos
muertos en la persecución de Diocleciano: Pancracio, Nereo y Aquiles. Dos de
ellos, Nereo y Aquiles, eran soldados que, al abandonar el ejército al
convertirse a la fe, fueron condenados a muerte. En la lectura del Oficio de la
memoria de estos dos testigos de la fe, se lee un texto de san Agustín que habla
del cuerpo de Cristo como un todo, incluyendo la cabeza y los miembros, al Señor
y a los fieles, idea que encontramos también en la segunda lectura de hoy. Los
miembros deben completar en su carne lo que falta a la pasión del Señor, ya que
“la pasión de Cristo no se limita únicamente a Cristo”. Del mismo modo su ascensión,
su glorificación, no se limita solamente a él, sino alcanza todos los miembros
del cuerpo. Este es otro de los significados importantes de la solemnidad de la
ascensión que nos abre a la esperanza, ya que, como hemos rezado en la Oración
colecta, “la ascensión de Jesucristo…. es ya nuestra victoria, y donde nos ha
precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como
miembros de su cuerpo”.
En este día
también celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, este año
con el lema: “Redes sociales: portales de verdad y de fe; nuevos espacios para
la evangelización”. En el mensaje para esta Jornada que Benedicto XVI había
firmado el 24 de enero de 2013, fiesta de san Francisco de Sales, el hoy papa
emérito nos invitaba a reflexionar sobre el desarrollo de las redes sociales y
las oportunidades que ofrecen para la evangelización. ¡Qué sepamos utilizar
bien estos medios siendo testigos valientes y auténticos de la resurrección del
Señor!
Un valiente artículo, como siempre :-)
ResponderEliminarUn abrazo en la luz del Creador.
http://frasesdedios.blogspot.com.es/
Manuel, te dejo enlace a mi último artículo sobre el llamado por los ateos "Dios de los Huecos". Me gustaría que le echaras un viztazo y me dieras tu opinión. Gracias!
ResponderEliminarUn abrazo!
http://frasesdedios.blogspot.com.es/2013/05/el-azar-de-los-huecos.html