Homilía Domingo 5 de mayo de 2013
VI Domingo de Pascua (ciclo C)
Domingo de Pascua para ortodoxos y orientales
Día de la Madre en España
Muchas veces en la vida estamos
obligados a tomar decisiones importantes, decisiones que
condicionarán de modo
prácticamente irreversible nuestro futuro, como elegir una carrera, o casarnos
y casarnos con esa determinada persona , o aceptar una oferta de trabajo
–cuando tenemos la suerte de que nos lleguen y de poder elegir-, o ir a vivir a
otro país... No tenemos más remedio que tomar una decisión porque el tiempo
apremia y querríamos que fuera la mejor posible. Si somos cristianos querríamos
también que esa decisión fuera según la voluntad de Dios, que la tomáramos
teniéndole presente a él, unidos a él, discerniendo lo que quiere de nosotros, conscientes
de que es un Padre bueno que desea lo mejor para sus hijos, como cualquier
padre o madre, hoy que es el día de la madre en España, día para reconocer y
agradecer lo mucho que han hecho y hacen por nosotros y lo importante que son
en nuestras vidas. Como cristianos desearíamos que las decisiones que tomamos
sean acordes a lo que el Señor tiene pensado, a su designio.
Fuente de la imagen: the-spiritual-coach.com |
Esto que nos pasa a nosotros en
momentos decisivos de nuestra vida, salvando las distancias, le pasa también a
la Iglesia. A lo largo de sus más de dos mil años de historia ha tenido que
tomar decisiones difíciles que implicaban un giro importante. Hoy, por ejemplo,
muchos hermanos nuestros que siguen el calendario juliano, especialmente los
ortodoxos, celebran la Pascua de Resurrección, y sabemos que la fecha de la celebración
de esta fiesta fue una de las determinaciones que tuvo que tomar la Iglesia en
sus primeros años. Así también tuvo que decidir acerca del canon de los libros
inspirados que entrarían a formar parte de la Biblia, o de su estructura, o más
recientemente, en el Concilio Vaticano II, acerca de su relación con el mundo, con
los cristianos separados y con las otras religiones.
Una de esas decisiones importantes
que tuvo que tomar la Iglesia pocos años después de la muerte
y resurrección
del Señor – para varios estudiosos la más importantes de toda su historia – se nos
narra en la primera lectura de este domingo, del Libro de los Hechos de los
Apóstoles. En ella se habla de un momento crucial en el que la Iglesia fue
llamada a decidir acerca de su identidad en referencia a su matriz judía y a
tomar conciencia del significado del acontecimiento pascual, de su novedad en
la historia de la salvación. Los primeros discípulos del Señor eran judíos y
entendían su nueva identidad cristiana en continuidad con su ser judíos, como
el cumplimiento de la fe y de las expectativas de su padres: Jesús con su resurrección
ha mostrado ser el Mesías esperado que lleva a plenitud la ley de Moisés y
permite cumplirla y que ha inaugurado los tiempos finales de la salvación,
salvación que llegará a todos los pueblos por medio de Israel. Sin embargo, en
Antioquía de Siria se había comenzado a predicar la buena noticia de Jesús
también a los paganos y esto llevaba a la pregunta de qué hacer con ellos:
¿tenían que hacerse antes judíos para poder ser cristianos o no era necesario? ¿El
cristianismo, aunque nace en el contexto de la religión judía, es algo
fundamentalmente nuevo y distinto, o tiene que permanecer dentro del judaísmo?
Para aclarar esto se consideró necesario que algunos ‘subieran a Jerusalén a
consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia’, y así se hizo.
Y los apóstoles reunidos en lo que muchos han considerado ser el primer
Concilio de la Iglesia, celebrado en Jerusalén alrededor del año 50, tomaron
una decisión, conscientes de tomarla en unión con el Espíritu Santo, y que tan
importante ha sido para el desarrollo posterior del cristianismo. Si estamos
nosotros aquí hoy, sin ser de origen judío, se debe también a esa decisión tomada
hace dos mil años por los apóstoles en Jerusalén. “Hemos decidido, el Espíritu
Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”, escriben a
los cristianos de Antioquía.
Mosaico absidal de la Basílica de Santa Prudenciana (Roma) Fuente de la imagen: elpuente.org.mx |
Este relato, unido al evangelio que
se nos ha proclamado, nos ofrece una enseñanza valiosa acerca
de la toma de las
decisiones importantes de nuestra vida. El evangelio de este sexto domingo de
Pascua, estando ya próxima la fiesta de Pentecostés, nos habla del Espíritu
Santo y su función en la vida de los creyentes, de los que guardan la palabra
del Señor. Jesús promete una inhabitación de él y del Padre en el alma del
discípulo: “El que me ama guardará mi
palabra, y el Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.
Esta presencia de Dios en la interioridad del cristiano tiene lugar a través
del Espíritu Santo. Es él quien nos recuerda las enseñanzas de Jesús, el que
nos lleva a entenderlas e interiorizarlas y a aplicarlas en nuestra vida. Por
eso, al tomar decisiones importantes, debemos hacerlo en unión con Espíritu, de
acuerdo con lo que nos sugiere, dejándonos conducir por él, como hicieron los
apóstoles en el Concilio de Jerusalén. Y para poder hacer esto tenemos que tener
una cierta familiaridad con el Paráclito, con su presencia en nosotros, con sus sugerencias,
con el discernimiento de los espíritus. Uno de los instrumentos más útiles para
la vida cristiana y que mayor frutos de santidad ha dado a los largo de los
siglos son los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. En ellos se
enseña al ejercitante a tomar decisiones y enmendar su vida de acuerdo con las ‘mociones’
del Espíritu y a saber discernir lo que viene de él de lo que procede del
espíritu malo, del “enemigo de natura humana”. Las reglas y consejos que
propone san Ignacio forman ya parte del patrimonio de la Iglesia y atestiguan
que es posible tomar decisiones, no solo por nuestra cuenta, sino también
atendiendo a los que nos sugiere el Espíritu Santo. ¡Qué importante es esto! ¡Cómo,
si lo hubiéramos sabido, nos habría evitado tantos extravíos! Sin embargo, el
fundador del los jesuitas también nos enseña que nunca es tarde, que siempre estamos
a tiempo para enmendarnos y para empezar una nueva vida, fiel a la voluntad del
Señor y que busque solo su gloria.
San Ignacio de Loyola Fuente de la imagen: jesuitas.org.uy |
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