Homilía Domingo 2 de junio de 2013
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor
Día nacional de la Caridad
El jueves
pasado tuve la gran dicha de acompañar al obispo copto católico de Assiut a
Toledo, para
que participara en la misa de rito mozárabe de la solemnidad del
Corpus en la Catedral y en la posterior procesión por las calles de la
histórica ciudad imperial. Fue una dicha por varias razones. Primeramente, por
estar con un obispo de una ciudad del alto Egipto, de una Iglesia que vive en una
situación muy distinta de la nuestra y muy difícil, en un país oficialmente
islámico donde los católicos son una minoría dentro de la minoría cristiana,
que con frecuencia es discriminada por el Estado y sufre persecución de manos
de musulmanes radicales. Estar con este obispo como signo de cercanía y apoyo a
su comunidad y darle la posibilidad de conocer una expresión genuina y pública
de fe del pueblo español fue un regalo para mí y también para él, como después me
dijo. Sin embargo, la razón fundamental de la dicha que tuve ese día fue
participar en un acto auténticamente religioso y bellísimo, que manifestaba una
fe profunda por parte de un pueblo -vestido de gala para la ocasión- en la presencia
real del Señor en el santísimo sacramento. Eso es en definitiva lo que movía y
justificaba todo aquel gran acontecimiento que se lleva celebrando desde 1595 y
que induce a los que participamos en él a renovar con vigor nuestra fe
eucarística. ¡Cuánta devoción hacia la Eucaristía! Cuando empezó a moverse la
famosa custodia de Arfe con la sagrada forma para salir de la Catedral, el
animador del acto dijo con voz solemne: “Dios está aquí”, resonando sus
palabras con fuerza en ese templo gótico, haciéndonos sentir que así era, que
Dios estaba realmente presente de una forma especial a través de esa apariencia
de un trocito de pan.
Procesión del Corpus en Toledo |
La fiesta que
hoy celebramos aquí en Madrid, y que siguiendo la tradición antigua se celebró
el jueves pasado en Toledo, surge a mediados del siglo XIII para conmemorar la
presencia real del Señor en el sacramento de la Eucaristía. Es presencia verdadera,
no simbólica. Bajo las especies del pan y el vino, el Señor está, misteriosamente,
pero realmente presente. Así ha querido él permanecer entre nosotros. Es verdad
que el Señor esta presente de diversos modos y en todas partes: en la
naturaleza, en nuestro interior, en el acontecer de la historia, pero lo está
de un modo singularísimo en la Eucaristía.
Sin embargo,
la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor, es también memorial y
anticipo del
futuro, como se pone de relieve en las la lecturas de la Misa del
Corpus de este año. En la segunda lectura se nos ofrece el relato más antiguo
que tenemos de la institución de la Eucaristía, ya que la primera Carta del
apóstol Pablo a los Corintios fue escrita antes que los evangelios, alrededor
de veinte años después de esa noche de la última cena en la que el Señor “iba a
ser entregado”. Para corregir algunos abusos y desviaciones que se daban en la
celebración de la Cena del Señor en esa comunidad, Pablo les recuerda lo que él
les había enseñado, y que él mismo había recibido como una “tradición que
procede del Señor”. Recordándoles los gestos y las palabras de Jesús, Pablo
insiste en el aspecto sacrificial del acto, ya que se habla de cuerpo entregado
y de sangre, con una clara alusión al acontecimiento del Calvario y a la salvación
que él se nos brinda. Al celebrar la Eucaristía se proclama la muerte del Señor
y por eso hay que participar dignamente en ella, discerniendo el cuerpo del Señor.
En la Eucaristía hacemos memoria del Señor, de su entrega por nosotros en la
cruz, y nos ponemos en una continuidad histórica y también material con él y su
muerte en cruz.
Iglesia de Santa María della Pietà (Bologna) - 1585 |
Pero la Eucaristía también es anticipo del futuro, de la plenitud del reino de Dios que
aguardamos. En el texto de la Carta a
los Corintios Pablo dice que debemos celebrarla hasta “que vuelva”. La
Eucaristía es para este tiempo intermedio entre la primera venida del Señor y
la Parusía, cuando volverá a instaurar definitivamente su reino; es para este
tiempo entre el ‘ya’ de la salvación obtenida en la cruz, y el ‘todavía no’ de
su plena manifestación. En definitiva, la Eucaristía es para este tiempo de la
Iglesia, llamada a predicar el evangelio a toda criatura y a llevar la
salvación hasta los confines del orbe.
También se hace alusión a esta dimensión
de futuro de de la Eucaristía en el evangelio que se ha
proclamado. La imagen
del banquete es utilizada con frecuencia por Jesús para hablar del reino de
Dios, y sus comidas, especialmente con publicanos y pecadores, escenificaban su
predicación de la llegada del reino. Así también el milagro de la
multiplicación de los panes, situado en el apogeo de la misión de Jesús en Galilea,
es anuncio del reino que llega, reino en el que habrá sobreabundancia y
verdadera comunión. Por eso la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor
en medio de nosotros y memorial de él, de su muerte por nuestra salvación, es también
anticipo del reino futuro, en el que no sentaremos en el banquete eterno para
saciarnos de la sobreabundancia del Señor.
Pidamos al Señor que sepamos valorar
debidamente este sacramento, este gran regalo de Dios, y que nos acerquemos
siempre a él discerniendo el cuerpo del Señor, un cuerpo entregado que crea
comunión, que nos hace Iglesia. Por eso es muy apropiado que, coincidiendo con
la solemnidad del Corpus, también celebremos en España el Día de la Caridad. El
lema propuesto por Cáritas para la campaña de este año nos recuerda el deber de "vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir", y la experiencia
fundamental que hace continuamente el cristiano de que ‘cuanto más se da más se
tiene’, cuyo fundamento ontológico es la entrega del Señor que se actualiza
para nosotros en la Eucaristía.
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