jueves, 4 de julio de 2013

Decidirnos por Cristo y ser verdaderamente libres


Homilía Domingo 30 de junio de 2013
XIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Óbolo de San Pedro

            El concepto de libertad es uno de los más importantes en nuestra civilización occidental. Se hace
Fuente de la imagen: myriamoliveras.com
constantemente referencia a él en relación con distintos ámbitos de la vida personal y social. Así se habla de libertad de prensa, de opinión, de conciencia, de reunión, de religión, etc., libertades que están en la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1948 que inspira muchos tratados internacionales y las constituciones de muchos países. Cuando aplicamos este concepto de libertad a nuestra vida personal y a la de personas cercanas, nos damos cuenta de varias cosas. Lo primero es que nuestra libertad está condicionada por muchos factores: el país en el que vivimos y la sociedad en la que estamos, nuestra historia personal, la familia en la que hemos sido criados, la escuela, etc. Algunos piensan que teniendo estos condicionamientos en cuenta no se puede hablar de verdadera libertad: el individuo estaría prácticamente determinado por factores externos –e internos- y su capacidad de elegir sería una mera ilusión y autoengaño. Sin embargo, esto no es verdad. Así lo demostró el gran psiquiatra austriaco del siglo pasado Viktor Frankl, fundador de una escuela de psicoterapia llamada logoterapia que se basa en la importancia que tiene para la salud psíquica de la persona tener un sentido para su existencia. Este médico de origen judío estuvo en los campos de concentración nazis de Dachau y Auschwitz y sobrevivió. En su famoso libro El hombre en busca de sentido cuenta con mucha objetividad su experiencia y expone los principios de la logoterapia. Observó que había un momento crucial en la vida de los prisioneros de estos campos que preanunciaba su muerte que era cuando se ‘dejaban ir’, se rendían, abandonaban la lucha por sobrevivir, y que ese momento estaba ligado a una pérdida de sentido vital. De ahí su propuesta terapéutica. Sin embargo, la observación más valiosa que hizo en estos ‘laboratorios de lo humano’ tan terribles relacionada con el tema de la libertad personal es su constatación que aún en esas condiciones tan extremas quedaba la libertad fundamental del ser humano, la libertad de decidir qué persona se quería ser, cómo se quería morir, cuáles valores se elegían, y así señala como algunos de los prisioneros entraban en las cámaras de gas maldiciendo a sus verdugos y otros rezando el Shemá o el Padrenuestro. En otras palabras, la libertad fundamente del ser humano de decidir qué ‘tipo de persona’ quiere ser no se la puede quitar nada ni nadie, y es de ésta de la que nos hablan los textos bíblicos de la misa de hoy.

            Una de las características fundamentales de esta libertad personal que siempre tenemos aun en las
Información del libro en wikipedia.org
condiciones más extremas es que se hace más grande, crece, en la medida en que tomamos decisiones sobre nuestra vida y el modo en el que la queremos vivir. Esto es paradójico puesto que muchos piensan justo lo contrario: que uno es más libre cuanto más abiertas permanezcan las posibilidades para hacer una elección, cuanto más pueda hacer lo que ‘me da la gana’, lo que ‘me pide el cuerpo’ en un momento dado. Sabemos que esta forma de pensar es errónea y puede ser muy nociva. Una persona que permanece indeterminada, que no sabe o no quiere decidirse, que quiere a todas las mujeres o a todos los hombres pero no termina eligiendo a nadie, o que no se decide pro ningún trabajo concreto, termina siendo mucho más esclavo, sujeto a circunstancias externas siempre cambiantes que no controla y a sus pasiones internas, y su vida no tiene una clara dirección, un claro sentido. ¿Son más libres unos novios que se deciden a vivir contracorriente –como decía el papa Francisco la semana pasada- su noviazgo posponiendo las relacionas matrimoniales plenas a cuando estén casados, u otros novios que viven según la mentalidad dominante que considera la otra modalidad como imposible y anacrónica? ¿Cuál de estos dos matrimonios una vez que se celebren tiene más posibilidad de durar, tiene mejor pronóstico? ¿El que se establece entre personas que hacen uso de su libertad tomando decisiones, o el de esas otras personas que se dejan llevar por los sentimientos del momento? Esta experiencia de como la libertad se hace más grande cuando elegimos, cuando optamos por algo, cuando se determina, es fundamental en nuestra vida cristiana y humana. Evidentemente, decidirse por algo implica renunciar a otras cosas, y esto nos puede dar miedo e incluso bloquear, pero al final es lo que da sentido a la vida y nos hace más libres.

            Es lo que nos enseña Jesús en el evangelio de hoy: Jesús “tomó la decisión de ir a Jerusalén”, más
Entrada de Jesús en Jerusalén - Giotto 1303-1304
Capilla de los Scrovegni - Padua (Italia)
Fuente de la imagen: famigliacristiana.it 

literalmente “endureció el rostro para encaminarse a Jerusalén”. Se nos describe así, con mucha fuerza expresiva, ese momento en que se toma con claridad y entereza una decisión importante y difícil que marca un antes y un después en la vida. El Señor sabe lo que le espera en la Ciudad Santa y asume su destino, hace suya la voluntad del Padre, decide con determinación entregar su vida “en rescate por muchos”, según lo que profetizó Isaías del Siervo de Yahvé. San Lucas da una especial importancia a este momento de la vida de Jesús, haciendo que coincida con el final de la primera parte de su evangelio, centrado en el ministerio de Jesús en Galilea y el comienzo de la segunda parte con su ascender hacia su fin. A partir de ese momento, el Señor también se vuelve mucho más exigente con los que él mismo llama para que le sigan, como con los que se proponen ellos mismos para ser sus discípulos. A partir de ese momento ya nos es tiempo de medias tintas sino de claridad, de hacer uso de la libertad fundamental que Dios nos ha dado tomando una decisión definitiva. Esto es lo que quiere indicar la radicalidad con la que Jesús contesta a los que le piden poder despedirse de su familia o enterrar a su padre antes de ir tras él. La respuesta deliberadamente exagerada, hiperbólica, de Jesús, no va contra la familia ni los deberes familiares, sino es un modo retórico de indicar la importancia de la acción de tomar una decisión clara por él y el reino de Dios sin anteponerle nada.

vatican.va


            Tomar una decisión así sin ‘mirar atrás’, una decisión por los valores del reino aceptando el sufrimiento que ello conlleva en un mundo como el nuestro, la cruz que implica, es lo que pide el Señor a nosotros que hemos sido llamados o que nos sentimos atraídos por él. Cuando tomemos esta decisión de una vez por todas, del mismo modo que Jesús la tomó, experimentaremos profundamente nuestra libertad, nos sentiremos verdaderamente libres, aunque ello signifique paradójicamente autolimitarnos, renunciar a otras cosas también bellas que nos ofrece la vida, y dirigirnos con determinación hacia nuestro destino, hacia lo que Dios quiere de nosotros, quizás hacia nuestro Gólgota.

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