Homilía
Domingo 30 de junio de 2013
XIII
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Óbolo de San Pedro
El concepto
de libertad es uno de los más importantes en nuestra civilización occidental.
Se hace
constantemente referencia a él en relación con distintos ámbitos de la
vida personal y social. Así se habla de libertad de prensa, de opinión, de conciencia,
de reunión, de religión, etc., libertades que están en la base de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General
de las Naciones Unidas de 1948 que inspira muchos tratados internacionales y
las constituciones de muchos países. Cuando aplicamos este concepto de libertad
a nuestra vida personal y a la de personas cercanas, nos damos cuenta de varias
cosas. Lo primero es que nuestra libertad está condicionada por muchos
factores: el país en el que vivimos y la sociedad en la que estamos, nuestra
historia personal, la familia en la que hemos sido criados, la escuela, etc.
Algunos piensan que teniendo estos condicionamientos en cuenta no se puede hablar
de verdadera libertad: el individuo estaría prácticamente determinado por factores
externos –e internos- y su capacidad de elegir sería una mera ilusión y autoengaño.
Sin embargo, esto no es verdad. Así lo demostró el gran psiquiatra austriaco
del siglo pasado Viktor Frankl, fundador de una escuela de psicoterapia llamada
logoterapia que se basa en la importancia que tiene para la salud psíquica de
la persona tener un sentido para su existencia. Este médico de origen judío
estuvo en los campos de concentración nazis de Dachau y Auschwitz y sobrevivió.
En su famoso libro El hombre en busca de
sentido cuenta con mucha objetividad su experiencia y expone los principios
de la logoterapia. Observó que había un momento crucial en la vida de los
prisioneros de estos campos que preanunciaba su muerte que era cuando se ‘dejaban
ir’, se rendían, abandonaban la lucha por sobrevivir, y que ese momento estaba
ligado a una pérdida de sentido vital. De ahí su propuesta terapéutica. Sin
embargo, la observación más valiosa que hizo en estos ‘laboratorios de lo
humano’ tan terribles relacionada con el tema de la libertad personal es su
constatación que aún en esas condiciones tan extremas quedaba la libertad
fundamental del ser humano, la libertad de decidir qué persona se quería ser,
cómo se quería morir, cuáles valores se elegían, y así señala como algunos de los
prisioneros entraban en las cámaras de gas maldiciendo a sus verdugos y otros
rezando el Shemá o el Padrenuestro.
En otras palabras, la libertad fundamente del ser humano de decidir qué ‘tipo
de persona’ quiere ser no se la puede quitar nada ni nadie, y es de ésta de la
que nos hablan los textos bíblicos de la misa de hoy.
Fuente de la imagen: myriamoliveras.com |
Una de las
características fundamentales de esta libertad personal que siempre tenemos aun
en las
condiciones más extremas es que se hace más grande, crece, en la medida
en que tomamos decisiones sobre nuestra vida y el modo en el que la queremos
vivir. Esto es paradójico puesto que muchos piensan justo lo contrario: que uno
es más libre cuanto más abiertas permanezcan las posibilidades para hacer una
elección, cuanto más pueda hacer lo que ‘me da la gana’, lo que ‘me pide el
cuerpo’ en un momento dado. Sabemos que esta forma de pensar es errónea y puede
ser muy nociva. Una persona que permanece indeterminada, que no sabe o no
quiere decidirse, que quiere a todas las mujeres o a todos los hombres pero no
termina eligiendo a nadie, o que no se decide pro ningún trabajo concreto, termina
siendo mucho más esclavo, sujeto a circunstancias externas siempre cambiantes
que no controla y a sus pasiones internas, y su vida no tiene una clara
dirección, un claro sentido. ¿Son más libres unos novios que se deciden a vivir
contracorriente –como decía el papa Francisco la semana pasada- su noviazgo
posponiendo las relacionas matrimoniales plenas a cuando estén casados, u otros
novios que viven según la mentalidad dominante que considera la otra modalidad
como imposible y anacrónica? ¿Cuál de estos dos matrimonios una vez que se celebren
tiene más posibilidad de durar, tiene mejor pronóstico? ¿El que se establece entre
personas que hacen uso de su libertad tomando decisiones, o el de esas otras personas
que se dejan llevar por los sentimientos del momento? Esta experiencia de como
la libertad se hace más grande cuando elegimos, cuando optamos por algo, cuando
se determina, es fundamental en nuestra vida cristiana y humana. Evidentemente,
decidirse por algo implica renunciar a otras cosas, y esto nos puede dar miedo
e incluso bloquear, pero al final es lo que da sentido a la vida y nos hace más
libres.
Información del libro en wikipedia.org |
Es lo que
nos enseña Jesús en el evangelio de hoy: Jesús “tomó la decisión de ir a Jerusalén”,
más
Entrada de Jesús en Jerusalén - Giotto 1303-1304 Capilla de los Scrovegni - Padua (Italia) Fuente de la imagen: famigliacristiana.it |
literalmente “endureció el rostro para encaminarse a Jerusalén”. Se nos describe
así, con mucha fuerza expresiva, ese momento en que se toma con claridad y
entereza una decisión importante y difícil que marca un antes y un después en
la vida. El Señor sabe lo que le espera en la Ciudad Santa y asume su destino,
hace suya la voluntad del Padre, decide con determinación entregar su vida “en
rescate por muchos”, según lo que profetizó Isaías del Siervo de Yahvé. San
Lucas da una especial importancia a este momento de la vida de Jesús, haciendo
que coincida con el final de la primera parte de su evangelio, centrado en el
ministerio de Jesús en Galilea y el comienzo de la segunda parte con su
ascender hacia su fin. A partir de ese momento, el Señor también se vuelve mucho
más exigente con los que él mismo llama para que le sigan, como con los que se
proponen ellos mismos para ser sus discípulos. A partir de ese momento ya nos
es tiempo de medias tintas sino de claridad, de hacer uso de la libertad
fundamental que Dios nos ha dado tomando una decisión definitiva. Esto es lo
que quiere indicar la radicalidad con la que Jesús contesta a los que le piden
poder despedirse de su familia o enterrar a su padre antes de ir tras él. La respuesta
deliberadamente exagerada, hiperbólica, de Jesús, no va contra la familia ni
los deberes familiares, sino es un modo retórico de indicar la importancia de
la acción de tomar una decisión clara por él y el reino de Dios sin
anteponerle nada.
vatican.va |
Tomar una
decisión así sin ‘mirar atrás’, una decisión por los valores del reino aceptando
el sufrimiento que ello conlleva en un mundo como el nuestro, la cruz que
implica, es lo que pide el Señor a nosotros que hemos sido llamados o que nos
sentimos atraídos por él. Cuando tomemos esta decisión de una vez por todas,
del mismo modo que Jesús la tomó, experimentaremos profundamente nuestra
libertad, nos sentiremos verdaderamente libres, aunque ello signifique paradójicamente
autolimitarnos, renunciar a otras cosas también bellas que nos ofrece la vida,
y dirigirnos con determinación hacia nuestro destino, hacia lo que Dios quiere de nosotros, quizás hacia nuestro Gólgota.
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