Este es el
texto de un sermón dado el lunes 20 de enero 2104 en el contexto de la Semana de
Oración la Unidad de los Cristianos en la Iglesia de la Resurrección de la Iglesia
Evangélica Española (Calle Butrón, 20 Madrid).
Juntos... de ningún don carecéis
Día 3 del Octavario de
Oración por la Unidad de los Cristianos 2014
Lecturas: Job 28, 20-28,
Salmo 145, 10-21, Efesios 4, 7-13; Marcos 8, 14-21
Esta mañana recibí una llamada de
teléfono a través del arzobispado de Madrid de una señora,
probablemente una
catequista, que quería saber que tenía que hacer una chica ortodoxa rumana para
‘pasarse a la Iglesia católica’. Yo le pregunté acerca de los motivos de esta
chica para hacerse católica y me dijo que había llegado al convencimiento de
que la Iglesia católica era la verdadera y que también era la que mejor atendía
a sus feligreses. Me dijo la mujer que me llamaba que ella misma había preparado
a esta chica para hacerse católica y que siguiendo lo que le habían dicho, había
intentado ir a la parroquia católica que correspondía pero que el párroco le
daba largas. Al final de la conversación
le dije que me enviara un correo electrónico con todos los datos y que yo mismo
me pondría en contacto con la chica para entrevistarme con ella. Cuento esto porque
esta señora que me llamó esta mañana durante nuestra conversación telefónica se
sorprendía una y otra vez que yo no estuviese dando saltos de alegría por esta
nueva conversa que había vuelto al redil y se disgustaba de que hiciera tantas
preguntas y dificultara tanto el tema. Mi actitud no se debía solo a la clara
sospecha de que esta chica había sido inducida a esta ‘conversión’ por esta
señora que probablemente la había ayudado económicamente en un momento difícil y
se había aprovechado de ello para catequizarla. Abro aquí una pequeña paréntesis
para hablar de un documento importante que ha pasado un poco desapercibido y creo
que nos interesa a todos y está muy relacionado con lo que estoy contando. En
2011, después de varios años de trabajo conjunto, el Pontificio Consejos para
la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Consejo Mundial de Iglesias, y
a invitación de éste, la Alianza Evangélica Mundial, hicieron público un documento
titulado El testimonio cristiano en un mundo multirreligioso, en el que ofrecen orientaciones sobre el modo
correcto de evangelizar y misionar en nuestro mundo tan variado. El
procedimiento que presumiblemente utilizó esta señora con la chica rumana,
aprovechándose de su debilidad para convertirla, evidentemente no es aceptable
y es triste que se siga utilizando en algunas Iglesias. De todos modos, junto a
la sospecha acerca de la sinceridad de este cambio de la chica, lo que
realmente no me hacía saltar de alegría es el hecho de que yo no trabajo para
esto: yo no trabajo para que miembros de otras Iglesias se hagan católicos, y
no me alegro especialmente de ello cuando acontece; yo trabajo por la unidad de
los cristianos, por una Iglesia una pero
legítimamente plural como la quiere el Señor.
Cartel de la CEE |
He contado esta anécdota de esta
mañana porque creo que pone de manifiesto el cambio que ha
tenido lugar en la
Iglesia católica en los últimos cincuenta años en referencia al ecumenismo y
que hace posible que yo esté aquí esta tarde. Esta señora manifiesta la actitud
preconciliar, anterior al Concilio Vaticano II. Ella piensa realmente que lo
mejor para esta chica rumana es hacerse católica, y aunque quizás utilice métodos
discutibles, lo hace con buena intención pensando en su salvación. Sin embargo,
la actitud de la mayoría de los católicos –aunque siempre queden personas que
siguen pensando según los esquemas del pasado- ha cambiado y esto ha sido
gracias al Concilio Vaticano II. Para no extenderme mucho, creo que hay dos
enseñanzas del Concilio que han sido importantes para que se diera este cambio.
Una está relacionada a una nueva interpretación de la famosa doctrina extra Ecclesiam nulla salus –fuera de la
Iglesia no hay salvación –, que ya no podemos interpretar los católicos en el
sentido de que quien no pertenece visiblemente a la Iglesia católica romana no
se salva; y la otra enseñanza fundamental del Concilio es no haber querido identificar
a la Iglesia fundada por Cristo exclusivamente con la Iglesia católica romana, lo que lleva a
reconocer a otras comunidades cristianas como verdaderas Iglesias.
Iglesia de la Resurrección de la IEE durante el acto |
Estos importantes y osados planteamientos
conciliares han significado un cambio profundo y han
llevado a los avances
ecuménicos de los últimos 50 años. Evidentemente, queda mucho por hacer: hay
muchos temas que aún no están resueltos y heridas que siguen abiertas. Pero qué importante
es reconocer la verdad de estas dos enseñanzas del Concilio Vaticano II, es
decir, que no es necesario pertenecer a
mi Iglesia para salvarse y que la Iglesia que el Señor quiso no se identifica
totalmente con la mía. Puede que nos cueste mucho aceptar esto, también a los
católicos por mucho que lo haya dicho un concilio. De hecho, hay personas y
grupos que siguen considerando estas enseñanzas una traición del magisterio precedente.
Sin embargo, creo que son dos verdades evidentes y que tienen un sólido
fundamento bíblico. Así, por ejemplo, el apóstol Pablo, al comenzar su primera
carta a los Corintios, se dirige, junto con el hermano Sóstenes, a la Iglesia
de Dios que se reúne en Corinto, pero también a “todos los que en cualquier
lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor suyo y nuestro”, es decir, a todos
los que reconocen el señorío de Cristo. Esto es lo que para Pablo es
fundamental para salvarse: no el pertenecer a una Iglesia concreta u otra, como
tampoco al pueblo de Israel, sino confesar a Jesús como Mesías y Señor, ser
encontrado en él, no con una justicia que viene de nosotros, de hacer las cosas
bien según la ley, sino con una justicia que nos es dada gratuitamente por él,
por su muerte en la cruz.
Sesión del Concilio Vaticano II |
El texto bíblico que he citado, de la
primera carta del apóstol Pablo a los Corintios, forma parte del
que se ha elegido
para los materiales de la Semana de Oración de este año. Como sabemos, los han
preparado un grupo ecuménico de Canadá, país que es muy interesante por su
recorrido ecuménico, que llevó a la creación de la Iglesia Unida de Canadá en
1925 y al Consejo Canadiense de las Iglesias en 1944 que representa al 85% de
los cristianos del país. Es también un país con muchos recursos naturales y con
mucha riqueza cultural, con muchos dones de Dios. De ahí que se haya elegido
como texto bíblico el primer capítulo de la primera carta del apóstol Pablo a los
corintios que habla de los muchos dones que Dios ha otorgad a esta comunidad y
del peligro de la desunión.
La comunidad de Corinto vivía en un contexto
multirreligioso y multicultural parecido al de algunas ciudades de Canadá, y
había recibido muchos carismas, pero corría el serio peligro de la ruptura de
la unidad. Habían pasado por ella diversos grandes personajes del cristianismo
primitivo después de que Pablo la fundara, y se habían formado grupos que daban
más importancia a su vinculación con el líder que a su relación con el Señor.
Pablo tiene que recordar a los corintios que es Cristo el quien salva, es en él en el que fueron bautizados, fue él quien murió en la cruz, y Cristo no está divido,
como no lo puede estar su Iglesia que es su cuerpo en la que se entra por la fe
y el bautismo que nos unen el Señor y no un líder por muy importante que sea.
En la propuesta que se nos hace en
los materiales para el día de hoy, tercer día del octavario, bajo el
título “Juntos
... de ningún don carecéis”, se nos invita a no estar quejándonos continuamente
de lo que todavía nos falta, como los
apóstoles que en la barca comentaban que no tenían pan, olvidándose de los multiplicación
de los panes y de lo que el Señor ya les había dado. Así también el autor de la
Carta a los Efesios non exhorta a darnos cuenta de los dones que el Señor ha
otorgado según su beneplácito para la edificación del único cuerpo de Cristo y
para que lleguemos a “la talla de Cristo”. En la misma carta, el autor, poco
antes del texto que se nos ha proclamado, nos pide no ahorrar esfuerzos “para
consolidar con ataduras de paz la unidad, que es fruto del Espíritu”, ya que 'uno es el Cuerpo, uno es el Espíritu, una es la esperanza, uno es el Señor, una
es la fe y uno el bautismo y hay un solo Dios que es Padre de todos'.
Detalle de la Última Cena. P. Marko Rupnik - Centro Aletti Iglesia de Juan Pablo II - Cracovia (Polonia) centroaletti.com |
Hermanos y hermanas: Hay muchas cosas
que ya nos unen y hay mucho que ya podemos hacer por la unidad de la Iglesia y
por el mundo al que somos enviados.. En la reciente X Asamblea del Consejo Mundial
de Iglesias mucho se habló de nuestro necesario compromiso por la justicia, tanto
por la justicia social y económica, como la ecológica y de género Esto ya es
algo que podemos y debemos hacer también conjuntamente. Todos nos damos cuenta
de los estragos que produce un cierto tipo de laicismo que da la espalda a Dios
y no reconoce la dignidad inviolable de todo hombre y mujer. Juntos también
estamos llamados a anunciar a este mundo, con la estulticia de la predicación,
a aquellos que van detrás de los ídolos, o persiguen una sabiduría mundana o buscan
signos prodigiosos, el mensaje de la cruz, sabiduría de Dios y poder de Dios.
Así lo decía también el papa Francisco recibiendo una delegación ecuménica de
Finlandia el pasado viernes 17 de enero, señalando que en una sociedad secularizada
como la nuestra, nuestro testimonio debe centrarse en el núcleo de nuestra fe
que todos compartimos, en el “anuncio del amor de Dios que se ha manifestado en
Cristo su Hijo”.
Quiero terminar con una breve oración
por la unidad de los cristianos compuesta por las Iglesias de Escocia en 1990 y
retomada en los materiales para la Semana de la Unidad del año 2010:
Señor, tómanos
desde donde estamos actualmente
y condúcenos allá
donde Tú quieres que vayamos.
Haz que no seamos
solo los encargados de una herencia,
sino las señales
vivas de tu reino que viene.
Enciéndenos la
pasión por la justicia y la paz entre todos los pueblos.
Llénanos de fe, de
esperanza y de amor
que están en el
corazón del Evangelio
y háznos UNO en el
poder del Espíritu Santo:
Que el mundo crea,
que tu nombre sea
santificado en tu Pueblo,
que tu Iglesia
pueda reconocerse efectivamente reunida en un único cuerpo.
Nos comprometemos a
amarte, servirte y seguirte
no como extranjeros
unos de otros, sino como peregrinos. Amén.