Reflexiones en torno a la Fiesta del Bautismo del Señor
Domingo 12 de enero 2014
Hay momentos en la vida en que necesitamos una confirmación del
camino que hemos elegido, de
que lo que estamos haciendo y a lo que dedicamos
nuestra vida, lo mejor de nosotros mismos, es lo que hay que hacer por muy duro
que parezca. Desde una perspectiva más religiosa, diríamos que querríamos que
Dios nos muestre con claridad que estamos haciendo su voluntad, que estamos
cumpliendo ‘toda justicia’ como Jesús, que la cruz que hemos abrazado es la que
él quiere para nosotros y es instrumento de nuestra salvación.
Fuente de la imagen: thegospelcoalition.org |
Un tal momento epifánico debió de
ser para Jesús su bautismo de manos de Juan en el río Jordán. Aunque es siempre
arriesgado pretender saber lo que pensaba y sentía Jesús -el conocimiento que
tenía de su misión y de su destino, de quién verdaderamente era- porque es
intentar ahondar en ese misterio tan único que los teólogos llaman la unión
hipostática, es decir, la unión en Jesús de lo humano y lo divino, sí podemos
atrevernos a afirmar algo a partir de su plena humanidad. Jesús es en todo
igual a nosotros excepto en el pecado, lo que nos lleva a pensar que su
bautismo, según lo narran los evangelios, fue para él un momento crucial en su
vida, señaló un antes y un después. Jesús recibe como uno más el bautismo de
Juan, un bautismo que era signo de conversión y que servía para prepararse para
el juicio inminente de Dios que el Bautista anunciaba. Jesús se pone en la cola
de los que se reconocen pecadores y necesitados de purificación y baja a las
aguas del río, signo de muerte y de vida. De este modo, Jesús se solidariza
plenamente con el pecado del hombre y asume sobre sí su consecuencia más
terrible que es la muerte. Por eso en los iconos orientales se representan las
aguas del río Jordán como si fueran una tumba que envuelve a Jesús, ya que el bautismo
del Señor es anticipo de su muerte y resurrección. Y del mismo modo que en el
misterio pascual, al rebajamiento de Jesús que muere en la cruz corresponde la
exaltación por parte del Padre que lo resucita, así, en el bautismo, al salir
de las aguas baja sobre él el Espíritu y es declarado Hijo amado. Para Jesús
este momento fue una relevación y confirmación de su misión como siervo
sufriente, como mesías, como Hijo amado que obedece a la voluntad del Padre
eligiendo el camino del servicio.
Icono de la Epifanía de Novgorod (s. XV-XVI) |
Nosotros también necesitamos de
tales momentos epifánicos en nuestra vida. Le pedimos al Señor que en su enorme
benevolencia no los conceda para no desfallecer y desanimarnos. Sobre todo
cuando hemos elegido el camino de Jesús, el camino de la cruz, el camino de
vencer el mal con el bien, el camino del amor cristiano, del amor hasta la
entrega. Necesitamos saber que Jesús es el verdadero Mesías, el Salvador, el
Hijo del Padre, que su palabra es verdad y vida. Y necesitamos que Dios también
nos hable a nosotros como hizo con Jesús y nos diga: “Tú eres mi hijo amado, en
ti me complazco”.
Fuente de la imagen: Los Angeles Public Library |
Estos momentos epifánicos, de
revelación, de confirmación en el camino elegido, suelen acontecer en un
contexto de oración y en relación a la Iglesia. Es en ella en la que Jesús
se nos revela como Señor y experimentamos la fuerza salvífica de la cruz y su
fecundidad a través de los hermanos. Así lo constatamos en aquellas personas
que conocemos que, a imagen del ‘Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, se cargan con el pecado de los demás y redimen a la humanidad. También en
aquellos otros a los que el Señor, para unirlos más consigo, no les concede
estos momentos de revelación, y viven en la oscuridad de la fe su seguimiento
de Jesús crucificado, como Madre Teresa de Calcuta en los últimos años de su vida.
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