martes, 21 de enero de 2014

Unidos en el Cordero de Dios que quita el pecado de todos

Reflexiones en torno al II Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
y a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2014

Domino 19 de enero 2014 (Misa emitida por Radio Nacional de España)

La Liturgia de la Palabra de este segundo domingo del Tiempo Ordinario, aun en la estela de la
Ecce agnus Dei
Philippe de Champaigne  1657
Museo de Grenoble (Francia)
Fiesta de la Epifanía, se centra en el testimonio de Juan, que, al ver acercarse a Jesús, exclama: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¡Qué audaz y qué bella esta expresión del Bautista! ¡Cuánta riqueza de significado hay en ella! Juan no hace un discurso teológico acerca del Mesías, sino utiliza una imagen que evoca sentimientos de mansedumbre e inocencia. A los judíos que le escuchaban les podía recordar a los corderos que eran sacrificados diariamente en el templo, o al cordero pascual, o a ese otro cordero que cargado simbólicamente con los pecados del pueblo era llevado al desierto. Quizás en algunos podían resonar esas palabras enigmáticas de Isaías de uno que “maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado al matadero (Is 53,7). Los cristianos estamos en mejor situación que los judíos de entonces para entender el verdadero alcance de las palabras de Juan: Jesús es el Mesías, el Esperado, el Elegido. Pero lo es como siervo de Yahvé, como cordero de Dios que se carga con los pecados y los aleja de nosotros, como inocente que paga por los culpables. A partir de la muerte salvífica del Mesías, ya también el dolor de los inocentes, ese dolor que tanto nos escandaliza, el sufrimiento de aquellos que sin culpa padecen las consecuencias del pecado de todos, lo podemos ver en una nueva luz y apreciar su fecundidad.

Este domingo se sitúa dentro del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos. Juntos con los creyentes en Cristo de las demás Iglesias y comunidades eclesiales elevamos una común plegaría a lo largo de estos días para que seamos uno, como ya suplicó Jesús al Padre en la noche en fue entregado. El lema elegido para este año es un pregunta que encontramos en la primera carta de san Pablo a los Corintios, cuyo comienzo se nos ha proclamado hoy como segunda lectura: ¿Es que Cristo está dividido? (1 Co 1,13). El apóstol se refiere a las divisiones que existían en la comunidad de Corinto en la que se habían formado grupos que se reconocían en algunos de los personajes importantes del cristianismo de entonces: Pablo, Apolo, Pedro… Pablo hace notar que más allá de estos fuertes liderazgos, está la fundamental unión en Cristo, que es el que fue crucificado por nosotros y en el que fuimos bautizados. No niega san Pablo una legítima pluralidad dentro de la Iglesia, pero subraya la esencial unidad de todos bajo el señorío de Cristo. Es lo que expresa con claridad el apóstol en el texto de la segunda lectura de hoy cuando dice que él y Sóstenes escriben a la Iglesia de Dios en Corinto, pero también “a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo, Señor de ellos y nuestro”.

Esta universalidad del señorío de Cristo, de la salvación que en él se ofrece a toda la humanidad, 
Cartel de la Conferencia Episcopal Española
está bien expresada en las palabras del profeta Isaías de la primera lectura: “te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. La Iglesia está llamada a anunciar y llevar la salvación a todos los pueblos, a hacer suyas las palabras del salmista: “He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes”. Las divisiones en la Iglesia hacen que se nos cierren los labios, que nuestro testimonio no sea límpido. Anunciamos un cordero de Dios que quita el pecado y sin embargo no estamos unidos a causa de nuestro pecado. Hagamos hoy de nuevo el propósito de comprometernos por la unidad visible de la Iglesia que es la voluntad del Señor. Digamos hoy con los labios, pero también con el corazón, uniéndonos así al salmista, pero también al Cordero a Dios, al Christus totus, cabeza y cuerpo: “Aquí estoy, como está escrito en mi libro, para hacer tu voluntad”.

Queridos hermanos: Aprendamos a reconocer y alegrarnos por los dones de Dios presentes en otras Iglesias y comunidades eclesiales que nos enriquecen a todos, como se nos propone en lo materiales de este año para la Semana de la Unidad. Pero reconozcamos sobre todo nuestra unión profunda en Cristo muerto y resucitado, en el Cordero que cargó con nuestros pecados y los hizo desaparecer, en el único Señor en el que fuimos bautizados recibiendo su Espíritu. Más nos unamos al Señor, más vivamos nuestro común bautismo, más imitemos al cordero inocente que vence el mal con el bien, que se carga con el pecado de los demás, más nos acercaremos a esa unidad visible de los creyentes en Cristo que tanto anhelamos.


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