Reflexiones en torno
al II Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
y a la Semana de
Oración por la Unidad de los Cristianos 2014
Domino 19 de enero
2014 (Misa emitida por Radio Nacional de España)
La Liturgia de
la Palabra de este segundo domingo del Tiempo Ordinario, aun en la estela de la
Ecce agnus Dei Philippe de Champaigne 1657 Museo de Grenoble (Francia) |
Fiesta de la Epifanía, se centra en el testimonio de Juan, que, al ver acercarse
a Jesús, exclama: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
¡Qué audaz y qué bella esta expresión del Bautista! ¡Cuánta riqueza de
significado hay en ella! Juan no hace un discurso teológico acerca del Mesías,
sino utiliza una imagen que evoca sentimientos de mansedumbre e inocencia. A
los judíos que le escuchaban les podía recordar a los corderos que eran sacrificados
diariamente en el templo, o al cordero pascual, o a ese otro cordero que
cargado simbólicamente con los pecados del pueblo era llevado al desierto.
Quizás en algunos podían resonar esas palabras enigmáticas de Isaías de uno que
“maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como cordero llevado
al matadero (Is 53,7). Los cristianos estamos en mejor situación que los judíos
de entonces para entender el verdadero alcance de las palabras de Juan: Jesús
es el Mesías, el Esperado, el Elegido. Pero lo es como siervo de Yahvé, como
cordero de Dios que se carga con los pecados y los aleja de nosotros, como
inocente que paga por los culpables. A partir de la muerte salvífica del
Mesías, ya también el dolor de los inocentes, ese dolor que tanto nos
escandaliza, el sufrimiento de aquellos que sin culpa padecen las consecuencias
del pecado de todos, lo podemos ver en una nueva luz y apreciar su fecundidad.
Este domingo se
sitúa dentro del Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos. Juntos con
los creyentes en Cristo de las demás Iglesias y comunidades eclesiales elevamos
una común plegaría a lo largo de estos días para que seamos uno, como ya
suplicó Jesús al Padre en la noche en fue entregado. El lema elegido para este
año es un pregunta que encontramos en la primera carta de san Pablo a los
Corintios, cuyo comienzo se nos ha proclamado hoy como segunda lectura: ¿Es que
Cristo está dividido? (1 Co 1,13). El apóstol se refiere a las divisiones que
existían en la comunidad de Corinto en la que se habían formado grupos que se
reconocían en algunos de los personajes importantes del cristianismo de entonces:
Pablo, Apolo, Pedro… Pablo hace notar que más allá de estos fuertes liderazgos,
está la fundamental unión en Cristo, que es el que fue crucificado por nosotros
y en el que fuimos bautizados. No niega san Pablo una legítima pluralidad
dentro de la Iglesia, pero subraya la esencial unidad de todos bajo el señorío de
Cristo. Es lo que expresa con claridad el apóstol en el texto de la segunda
lectura de hoy cuando dice que él y Sóstenes escriben a la Iglesia de Dios en
Corinto, pero también “a todos los demás que en cualquier lugar invocan el
nombre de Cristo, Señor de ellos y nuestro”.
Esta
universalidad del señorío de Cristo, de la salvación que en él se ofrece a toda
la humanidad,
Cartel de la Conferencia Episcopal Española |
está bien expresada en las palabras del profeta Isaías de la
primera lectura: “te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra”. La Iglesia está llamada a anunciar y llevar la
salvación a todos los pueblos, a hacer suyas las palabras del salmista: “He proclamado
tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes”.
Las divisiones en la Iglesia hacen que se nos cierren los labios, que nuestro
testimonio no sea límpido. Anunciamos un cordero de Dios que quita el pecado y
sin embargo no estamos unidos a causa de nuestro pecado. Hagamos hoy de nuevo el
propósito de comprometernos por la unidad visible de la Iglesia que es la
voluntad del Señor. Digamos hoy con los labios, pero también con el corazón,
uniéndonos así al salmista, pero también al Cordero a Dios, al Christus totus, cabeza y cuerpo: “Aquí estoy, como está escrito en mi libro, para hacer tu voluntad”.
Queridos
hermanos: Aprendamos a reconocer y alegrarnos por los dones de Dios presentes
en otras Iglesias y comunidades eclesiales que nos enriquecen a todos, como se nos
propone en lo materiales de este año para la Semana de la Unidad. Pero
reconozcamos sobre todo nuestra unión profunda en Cristo muerto y resucitado, en
el Cordero que cargó con nuestros pecados y los hizo desaparecer, en el único
Señor en el que fuimos bautizados recibiendo su Espíritu. Más nos unamos al
Señor, más vivamos nuestro común bautismo, más imitemos al cordero inocente que
vence el mal con el bien, que se carga con el pecado de los demás, más nos
acercaremos a esa unidad visible de los creyentes en Cristo que tanto anhelamos.
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