Reflexiones en torno al I Domingo de Cuaresma (ciclo
A)
Domingo 9 de marzo 2014
Lo que muchos
experimentamos al comenzar la cuaresma es la necesidad que tenemos de este
tiempo de reflexión. Con frecuencia tenemos
la sensación de estar corriendo detrás de una liebre que no hemos visto, que nunca
alcanzamos, y que tampoco sabemos si realmente vale la pena alcanzar. En esta
carrera alocada no solemos pararnos a pensar quiénes somos, hacia dónde vamos,
qué tipo de persona estamos siendo, cuáles son las cosas que nos mueven, cuánto
tiempo y energía dedicamos a lo que es verdaderamente importante aunque quizás
no tan urgente. La vida se nos puede estar escapando sin darnos cuenta.
Necesitamos este tiempo para entrar dentro de nosotros mismos, para pararnos y
reflexionar, para hacer silencio de los ruidos que no nos dejan oír el clamor
de los demás ni la voz de Dios, para ir al desierto, para esforzarnos, para darnos
cuenta de lo que está mal y reorientar nuestra vida, para cambiar, para prepararnos
a un nuevo inicio... Todo esto es la cuaresma de la que algunos hablan como los
Ejercicios Espirituales que hace toda la Iglesia.
Fuente de la imagen: frasiaforismi.com |
Los textos
litúrgicos y la Palabra de Dios de este primer domingo de cuaresma nos dan las
claves para entender este tiempo y vivirlo de modo que dé fruto en nuestra
vida. La oración colecta con la que empieza la Misa nos indica la finalidad de
este tiempo: “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su
plenitud”. Esto es lo que perseguimos con las prácticas cuaresmales: conocer mejor
el misterio de nuestra salvación y conformar nuestra vida a él. En el prefacio con
el que comienza la plegaria eucarística se afirma que fue Cristo quien ‘inauguró
la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, al abstenerse durante cuarenta
días de tomar alimentos', y que, 'al rechazar las tentaciones del enemigo, nos enseñó
a sofocar la fuerza del pecado’. La cuaresma es tiempo para ‘sofocar la fuerza
del pecado’, para ahogarla, a través de la penitencia, del ayuno de los vicios.
Unidos a Cristo lo podemos hacer. Quizás al principio experimentaremos como
nuestra carne se resiste, quiere lo suyo, aquello a lo que está acostumbrada, quiere
mantenerse en la superficie, pero poco a poco va cediendo y nos vamos haciendo
más libres para amar a Dios y a los hermanos.
Las lecturas
de este día nos hablan de la misteriosa y terrible realidad del pecado que
actúa en
nuestro mundo y dentro de nosotros y nos esclaviza. La primera lectura
narra ese acto de desobediencia de nuestros primeros padres que san Pablo en la
segunda lectura dice fue la causa de que entrara el pecado en el mundo y con él
la muerte. Pero de este reinado del mal nos ha liberado Jesús con su obediencia,
y gracias a él somos justificados, perdonados y puestos en una nueva relación
con Dios. A los cristianos nos toca vivir esta vida nueva que se nos ofrece a
través de la fe y de los sacramentos de la iniciación cristiana.
Hércules ahogando una serpiente Museos Capitolinos - Roma (Italia) |
Pero para vivirla tenemos que ir
sofocando la fuerza del pecado que sigue actuando en nosotros y que se
manifiesta de muy diversos modos impidiéndonos vivir el amor cristiano, llevándonos
a cerrarnos en nosotros mismos. Sofocamos la fuerza del pecado cuando unidos a
Cristo decimos un “no” claro a las tentaciones. Estas tentaciones pueden ser
muy variadas. Pueden ser muy burdas, relacionadas con el poder, la comodidad,
la mundanidad, el prestigio social, etc., o más sutiles y difíciles de discernir
teniendo apariencia de bien. En todo caso tenemos que esforzarnos en rechazarlas
como hizo Jesús en el desierto. Si lo hacemos experimentaremos como va
surgiendo en nosotros ese hombre nuevo hecho a imagen del verdadero Adán que es
Jesús.