Intervención en el III Congreso Regional Familia y Sociedad
organizado por la Federación de Municipios de Madrid
Madrid, 12 de junio 2014
Salón de Actos del Archivo Regional de la Comunidad de
Madrid
Mesa VI: El valor de la religión en la familia
En octubre 2008, en San Agustín de
Guadalix, participé en el primer Congreso
Familia
y Sociedad con una intervención en la que me centraba en el plan pastoral
que la Iglesia de Madrid había emprendido, centrado en la familia, y cuyo lema,
que resumía bien lo que perseguía, era: Vive la familia, con Cristo es posible. Tres
años más tarde, en marzo de 2011, participé también en el II Congreso Familia y
Sociedad celebrado en Alcobendas, esa vez hablando de El acoso a la familia,
intentando hacer una lectura de la situación de la familia en nuestra sociedad
a la luz de la fe. En esas dos ocasiones había sido invitado al congreso como
delegado episcopal para la familia en la archidiócesis de Madrid. Este año los organizadores
de este Congreso me han vuelto a hacer el honor de invitarme, aunque esta vez no
ya como encargado diocesano de familia sino como responsable en la Conferencia
Episcopal Española del Secretariado para el ecumenismo y el diálogo interreligioso.
Cartel del Congreso |
Agradezco mucho la invitación de los
organizadores de este Congreso y me honra estar en esta mesa con representantes
de otras Iglesias cristianas y otras religiones para tratar un tema tan
importante como el Valor de la religión en
la familia. Aunque el título que se ha puesto e mi breve intervención es la
participación de la familia en la vida de la Iglesia, quisiera, en cambio, porque
creo que es más actual e interesante para nosotros hoy, hablar de lo que está
significando el pontificado del papa Francisco para la familia; un pontificado que
nos entusiasma y llena de esperanza para el futuro de la Iglesia y del mundo, un
pontificado ejercido con palabras pero también con gestos; y quiero hablar de ello
desde la perspectiva ecuménica e interreligiosa que caracteriza esta mesa.
Por brevedad voy a decir inmediatamente
la tesis que quiero defender en esta
breve intervención, que es la siguiente:
creo que el papa Francisco ha vuelto a poner en el centro de la enseñanza, la
acción, y el sentir de la Iglesia la dimensión social de la buena noticia de
Jesús. Durante muchos años, quizás por miedo a algunos excesos que se dieron en
la etapa posconciliar mezclando indebidamente evangelio y marxismo, nos
olvidamos o pusimos en un segundo plano el contenido ineludiblemente también
social del kerygma cristiano, es
decir, el hecho de que “en el corazón mismo del evangelio está la vida comunitaria
y el compromiso con los otros, especialmente con los pobres’ (cfr. Evangelii gaudium, 177). Esto que vale para
toda auténtica religión que nunca se puede limitar a la sola relación personal,
individual y privada con Dios, vale aún más, si cabe, para el cristianismo, que
debe intentar hacer presente en el mundo el reino de Dios cuya llegada
anunciaba Jesús; ese reino de fraternidad, de justica, de paz, de dignidad para
todos que acontece cuando Dios reina en el mundo, que era el gran sueño del
Señor, el motor de su vida, el mensaje central de sus parábolas.
El papa Francisco comiendo con los obreros del Vaticano |
La
dimensión social de la evangelización es el título del cuarto capítulo la
Exhortación apostólica Evangelii gaudium,
un documento del papa Francisco que quiere ser programático para la vida y la
misión de la Iglesia en los próximos años, pero a esta dimensión ya se aludía
cuando el papa dijo a los periodistas al empezar su ministerio que quería una «Iglesia
pobre y para los pobres», y ha estado presente en tantos gestos y palabras a lo
largo de este año y pocos meses de pontificado. El papa Francisco nos invita a
escuchar el clamor de los pobres al que muchas veces hacemos oídos sordos, a
darnos cuenta de «la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción
humana», a vivir una caridad efectiva para con el prójimo, a realizar «gestos
simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos»,
pero también «a colaborar con todas las personas de buena voluntad para cambiar
las causas estructurales de la pobreza». Estas son algunas de las indicaciones
que encontramos en la Exhortación Apostólica La Alegría del Evangelio a la que he hecho referencia.
Este sueño de Jesús del reino de Dios,
esta ineludible dimensión social del
evangelio de la que habla el papa, este
hacernos cargo de los demás sobre todo de los más pobres que está también presente
en la enseñanza de las demás grandes religiones, debe interpelarlos a todos, a
los cristianos y a los miembros de otras religiones y a los hombres y mujeres de
buena voluntad, y esta dimensión afecta también a lo que debemos decir y hacer
en el ámbito de la familia.
amazon.es |
Es verdad, y es lo que yo he defendido
en las otras ponencias que he tenido en las anteriores ediciones de este Congreso
Familia y Sociedad, que la Iglesia
tiene algo que decir acerca de la naturaleza y la misión del matrimonio y la
familia en nuestra sociedad y es importante que lo diga con valentía frente a
los embestidas del secularismo que da la espalda a la trascendencia del hombre
y tiende a negar lo que la razón ya intuye de la esencia del matrimonio como una
unión estable de un hombre y una mujer abierta al don de la vida. La Iglesia
además, a la luz de la revelación y de la enseñanza de Jesús, aclara la
indisolubilidad del matrimonio y el recto uso de la sexualidad. En cuanto que sacramento
en la Iglesia católica, el matrimonio se vuelve un signo eficaz del amor de
Dios que ayuda a los esposos a vivir la caridad cristiana entre ellos y con
todos.
Sin embargo, creo que este papa «venido
de las periferias del mundo», ha vuelto a poner en el centro de nuestra
atención y preocupación esta dimensión social que habíamos algo descuidado,
diciéndonos cosas como la siguiente que encontramos en la Evangelii gaudium: «No
nos preocupemos sólo por no caer en errores doctrinales, sino también por ser
fieles a este camino luminoso de vida y de sabiduría. Porque “a los defensores
de ‘la ortodoxia’ se dirige a veces el reproche de pasividad, de indulgencia o
de complicidad culpables respecto a situaciones de injusticia intolerables y a
los regímenes políticos que las mantienen”» (n. 194).
Teniendo esto presente, creo que ni los católicos, ni los demás cristianos y miembros de otras religiones, ni ningún hombre y mujer de buena voluntad puede quedar indiferente antes los datos que hemos conocido en las últimas semana del Instituto Nacional de Estadísticas y de algunas ONG que nos hablan de la pobreza en España y muy especialmente de la pobreza infantil, que señalan una tasa de riesgo de pobreza y exclusión social en la población infantil de hasta el 33,8%. Según estos estudios, España tiene la segunda tasa más alta de pobreza monetaria en menores, solo por detrás de Rumanía, y por delante de Bulgaria y Grecia. Estos datos se traducen en la vida de estos niños y sus familias en cosas muy concretas como no poder pagar la hipoteca o el alquiler, no poder afrontar la calefacción, no poder hacer frente a pagos inesperados, no comer proteínas regularmente, no tener televisión, lavadora, coche y teléfono, etc.
En su reciente viaje a Tierra Santa, el
papa Francisco en la homilía que pronunció en la misa celebrada en la Plaza del
Pesebre de Belén, habló de los niños diciendo: «todo niño que nace y crece en
cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el
estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación»; y
añadía: «Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío,
porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su
llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de
medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades
fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se
venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian
productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es
acallado. ¡El llanto de estos niños es acallado! Deben combatir, deben
trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy:
lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas (cf. Mt 2, 18)».
Concluyendo, creo que entre las cosas que puede aportar hoy la religión a
la familia, en consonancia con el magisterio del papa Francisco, es una renovada
sensibilidad hacia este llanto de los niños, hacia el clamor de los pobres, hacia
el grito que nos molesta escuchar y que con frecuencia acallamos, junto a un
compromiso firme por construir entre todos un mundo más justo en el que se
reconozca el valor inconmensurable que tiene toda criatura humana a los ojos de
nuestro Dios y creador.
Me van a permitir terminar esta intervención rezando una plegaria para
los niños que me ha llegado a través de Internet, atribuida a veces equivocadamente a
papa Francisco, pero que refleja muy bien su espíritu, ese espíritu que se
caracteriza por tener muy presente la dimensión social de nuestra fe sin caer
en los falsos atajos de la lucha de clases:
Quiero pedir por los niños que
dejan
sus dedos llenos de chocolate
en todo lo que tocan,
que saltan en los charcos
y arruinan sus pantalones
nuevos,
que comen dulces antes de la
comida y
que nunca encuentran sus
zapatos en la mañana...
Quiero pedir por los niños que
miran
a los fotógrafos desde atrás de
los alambres de púas,
que nunca han caminado por la
calle
con un par de zapatos nuevos,
que nunca han jugado
"encantados"
y que han nacido en lugares a
donde
nosotros jamás nos
acercaríamos,
que es donde probablemente
morirán...
Quiero pedir por los niños que
nos dan
besos pegoteados de caramelo y
ramos de flores,
que duermen con su perro
y quieren enterrar a sus
pescaditos,
que nos abrazan muy fuerte y
que olvidan
su dinero para la merienda,
que riegan la pasta de dientes
por todo el baño,
que observan con ojos
asombrados
a su padre cuando se afeita y
a su madre mientras se
maquilla,
que hacen ruido cuando toman la
sopa...
Y también quiero pedir por los
niños que
nunca han comido postre, que no
tienen cobija favorita
que llevar a todos lados,
que ven a sus padres sufrir,
que se acercan a nuestros
coches en cada
crucero pidiendo con sus ojos,
que no tienen baños para
asearse,
y cuyas fotos aparecen en las
estaciones
de policía y no en las oficinas
de sus padres...
Quiero pedir por los niños
cuyas pesadillas
suceden a plena luz del día,
que comen lo que encuentran,
que duermen bajo el cielo abrigados
por
periódicos, que nunca han ido
al dentista,
que no reciben mimos de nadie,
que van a dormir hambrientos
y despiertan hambrientos,
que no tienen dirección...
Quiero pedir por los niños
a quienes les gusta que los
carguen
y por aquellos que tienen que
ser cargados,
por los que se dan por vencidos
y
por los que siguen luchando,
por los que no encuentran manos
que tomar...
Por todos esos niños, Señor,
quiero pedir el día de hoy,
porque
todos son valiosos, dan una
nueva forma
de amor a nuestras vidas y una
razón para vivir,
porque ellos nos hacen sentir
la necesidad
de comprometernos a construir
un mundo más justo...
Rezo y pido por nuestros hijos,
los que nacieron y los que
nacerán,
porque son la mejor esperanza
para
nuestro mundo, la compensación
de nuestro
trabajo, la realización de
nuestros sueños
incompletos,
la garantía de nuestra
inmortalidad...
y la muestra de que Dios no ha
perdido
la esperanza en los hombres...
Por todos los hijos del
mundo...
para que DIOS los bendiga con
amor
y alegría.
Amén.
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